¡Wi Oun De Nait!
Recordando el 4 de noviembre 2008, ¿qué es posible recordar? La euforia de una mayoría evidente ante la arrasadora victoria de la promesa de cambio: «¡hoy comienza una nueva era, llegó el cambio!» gritó un muchacho –varios muchachos gritaron durante toda la noche- desde una pick-up forrada de pencas. Hoy, dos años después, me remonto a aquella noche de en donde, desde mi diminuto cuarto sentado en una caja de leche con una almohada encima y toneladas de café circulando mi sistema, vi a «El pueblo» (whoever you are) desplegar en la calle esta energía, pensada «política«; desplegada sólo cuando es legítimo y aceptado por el status quo, y sólo por unas semanas cada cuatro años. Como hemos visto, ahora que somos súbditos de las decisiones tomadas por el monarca y su dream-team, este es un gobierno que utilizó, utiliza, la voluntad del pueblo como un cheque en blanco firmado, estampado, bendecido.
Viendo en el ordenador de la fibra de la realidad a Fortuño y sus zealotes en la tarima, aceptando la victoria, me pareció ver una reunión del Colegio San Ignacio, y junto a él, como siempre, esa extraña criatura de Pierluisi, con las manos cruzadas y su rostro hierático, como un Grima Wormtongue cualquiera. ¡Que comience el four year plan!; y con esta última taza de café me consideraba casi listo para afrontar las calles, correr y experimentar el cambio.
Mis secuaces y yo contábamos con dos botellas de vino barato y menjunje del lobo silverback. Mis asociad@s, el Sr. Pommers y Miss Mimi, llegaron a las 8:00pm, mientras cerraba el portón de casa, notamos y saludamos a la luna creciente, ya bastante crecidita. En forma, dicen las brujas del fogón, de la sonrisa extensa del Cheshire Cat. ¿Se estará tratando de comunicar con nosotros, este gato escalofriante, sabio y juguetón? ¿Qué le podríamos decir? Entiendo que se esté riendo, ¿pero con nosotros o de nosotros? ¿Qué quiere de mí, en esta noche de celebración eufórica, en este cambio de régimen? Definitivamente él sospechaba algo que yo desconocía: comenzaba la nueva era. Todo Puerto Rico, o mejor dicho la mayoría de los votantes-consumidores, se preparó para lo justo y necesario, the red menace had to go! Y mientras guiábamos, nos topábamos con los revolucionarios azulejos por donde quiera, estos implantaban la nueva monarquía al son de incoherencia organizada. Hoy vemos como nos salvan con políticas de privatización…digo, con más fondos, más belleza, más gozaera y progreso ¿verdad? Vámonos pa’ la 18…
De camino a Santurce treinta y pico de motoras y fourtracks armadas de carteles, banderas y aún más pencas, nos rodearon en la autopista. ¿Qué querían? ¿Nuestra atención, o nuestra colaboración? Desde sus carros los revolucionarios se salían por las ventanas relinchando. Ocasionalmente una que otra chica enseñando sus tetas, gente creando núcleos entre núcleos donde nunca se detenían las bocinas de sus transportes, la gritería, los llantos por que lo bueno y justo estaba por advenir.
Las normas comunes de convivencia transmutaron, por buena razón. Los azulejos tomaron las calles. Wi oun de nait. Ya todo estaba claro “¡Lo que no sirve se cambia porque no vale la pena!», estalla al son de reguetón una supra bocina por la parada 18 de Santurce, y de repente la gente cercana al carro palpan las ventanas, la capota y lo acarician con las pencas de palma, con sus gritos y sus sonrisas enormes. «¡Nos bautizan, están bautizándonos!» me comenta mi asociada. Todo parecía un car wash, una especie de despojo sistematizado, es decir, te pasarán el símbolo, las pencas, las palabras, la rica gloria y el santificado cambio por las manos, los sobacos, los hombros, brazos, el pecho, las piernas, por la médula oblongata, por los ojos y sobre todo por los significados.
El simulacro de revolución fue abrumador, nadie con una mente sana podría sobrevivirlo, los azulejos tienen control hegemónico sobre la noche, en el medio de las avenidas, de los chinchorros, de las urbanizaciones y los barrios como hormiguitas regados por ahí, bajo una causa común. Unos en motoras otros en carros y muchos chillando gomas, dejando las huellas en la brea, al parecer símbolo de virilidad y potencia. Con las bocinas al máximo, entre “¡ganamos puñeta, ganamos puñeta!», «¡fortuño fortuño!», «¡wuuuuuu wuuuuu!»…más pencas, mas banderas.
Después de horas experimentando la superficie, hasta la tripa y el ombligo a partir de las venas de la bestia, ya sin municiones ni provisiones era imperativo reabastecernos, pero ¿qué lugar sería apropiado en el medio del pandemonio de chulería? Sin duda debíamos escoger una gasolinera cerca de algún núcleo de progreso, e incorporarnos en la dinámica. Hicimos rendezvous con Don Diego, «the rhythm maker», en una gasolinera en Bayamón con numerosos transportes notablemente denominados como azulejos. Ya era la noche adelantada y al parecer la ley seca había caducado en ese puesto para nuestra gran felicidad. Las medallas de lata se habían acabado en el local, pero había de botella a $1.25, nos quedamos en el puesto hablando entre las risas, las chilladas de goma, la gritería, una que otra pelea…tal vez, si se lograse que el extático puertorriqueño se contemplara a la luz de distintas categorías, además de las del partido político, otros argumentos, ideas e instituciones serían viables. Pero, bueno.