ΚΟΣΜΟΠΟΛIΤΕΣ: algunas perspectivas geopolíticas
Al preguntarle qué había ganado con la filosofía, respondió: «Al menos, o si acaso nada más, que estar preparado para los golpes del azar». Y al preguntarle de dónde venía, dijo «Soy ciudadano del mundo» (cosmopolítes). Y cuando se preguntaba qué pensaba del dinero, decía: «El dinero es la metrópolis de todas las vilezas.»
–Diógenes Laercio, Vida de filósofos ilustres, libro VI, Sobre Diógenes de Sinope, el Cínico.
A la memoria de mi maestro François Châtelet (1925-1985)
~ El título en griego de este escrito es un vocablo acuñado por el filósofo Diógenes de Sinope (412-323 a.c.) y se traduce por cosmopolita. Quería el sabio cínico indicar con ello la pertenencia de la condición humana a la Tierra y al universo por encima de toda pertenencia a las demarcaciones y fronteras territoriales (familia, tribu, ciudades, estados, naciones, imperios). Por más cercanas, distantes y diversas que sean las coordenadas espacio-temporales, somos contemporáneos de los planetas, lunas, soles, estrellas, constelaciones y galaxias que pueblan el universo. Somos todos un único Tiempo y un mismo devenir. Eso es lo que significa «cosmopolita».~ Junto al concepto de cosmopolita hay que colocar el de autarquía. Su sentido afirma la interdependencia de todas las formas de vida y la necesidad de independencia como la manera más fecunda e inteligente de reconocer el entramado interdependiente de la existencia. Por lo mismo, la dependencia, en toda la vasta gama de sus acepciones, es la condición propia de la esclavitud, es decir, de aquella en la que un individuo, un colectivo o todo un pueblo, sintiéndose incapaz de hacerse cargo de sí, se subordina o se somete al deseo o poder de otro, pasando así a ser adicto de su propia impotencia. Me gustaría de esa manera rendir un homenaje al profundo sentido de independencia del pueblo griego y de la cultura helénica, pero también al legado espiritual de las culturas europeas. Hay que tener en cuenta que Grecia ya era una rica amalgama de pueblos, nacidos a su vez de un milenario mestizaje, en una época en que la idea política de Europa todavía no existía.
~ Hay también que tener en cuenta que la civilización occidental, nacida de predomino europeo, se encuentra al día de hoy en la confusa encrucijada de haber desembocado en la primera civilización mundial, sin alcanzar a vislumbrar el horizonte de las condiciones que hicieron posible la actual situación planetaria. Se ha dicho con razón que la historia humana es la historia de la dominación y, por lo tanto, en gran medida, la historia de los imperios. Una importante reflexión en torno a este asunto es la del eminente historiador inglés John Darwin en su libro publicado en 2008, After Tamerlane, The Rise and Falls of Global Empires 1400-2000. Darwin (¡valga el apellido!) demuestra que la vocación imperial de los albores de la modernidad, habría que extenderla a lo que él llama Euro-Asia, pensando en las dinastías imperiales de China, los imperios persas, el imperio otomano, hasta llegar al imperialismo japonés. No puede pasarse por alto, sin embargo, el hecho de que únicamente los imperios europeos se dieron a la tarea de imponer su cultura al resto del mundo, identificando los valores de la idea de civilización con los de la humanidad. También hay que reconocer que la vocación imperial de Europa – o mejor dicho: de ciertas culturas europeas –, quedó sepultada en las ruinas de las dos guerras mundiales del pasado siglo y sus más de cien millones de muertos. Las consecuencias geopolíticas de esa terrible experiencia, lejos de agotarse, se hacen sentir cada vez con mayor y más sórdida violencia. Todos los conflictos del oriente próximo, por ejemplo, desde el judío-palestino hasta las pasadas y presentes guerras en Irak y Siria, tienen su matriz en el mapamundi que nace luego de la II guerra mundial, la derrota del fascismo y de la Alemania nazi. Desde esta perspectiva, la responsabilidad histórica de los imperios europeos en esa región, en particular del imperio británico, es ineludible.
~ La experiencia histórica no debe confundirse con el discurso de la historia. Ambas forman parte de la dimensión ontológica de la temporalidad, es decir, de la investigación de lo que significa ser-tiempo.1 Ahora bien, mientras que la experiencia histórica nos remite a lo irreversible del tiempo y a la huella o marca de lo que ocurre, el discurso de la historia evoca, con su narrativa, el intento de dar sentido a lo ocurrido. Dice el poeta Píndaro: «Lo que ha sucedido, ni el padre Tiempo puede hacer que no haya sucedido». Desde esta perspectiva, la experiencia histórica es la inscripción o vestigio (vestigium) de lo vivido, se esté o no consciente de ello; se reconozca o se ignore su designio. Si aceptamos que el pasado es la memoria de lo perecedero, entonces se puede entender el esfuerzo humano por investigar y dar cuenta de lo que ocurre, lo cual es el significado etimológico de la palabra ‘historia’. Sin embargo, también se puede optar por desalojar la memoria del pasado o, en su caso, hacer como si no hubiese sucedido lo que pasó, dando así rienda suelta, respectivamente, a la desmemoria y el olvido. También desde esta perspectiva, la experiencia histórica nos remite al trasfondo común del discurso (logos) histórico y el mito (mythos), el cual se puede entender como la expresión simbólica de una verdad a la luz del esfuerzo de dar forma artística a lo que se experimenta. Se explica así que el mito sea indisociable de la poesía y que la filosofía sea contemporánea del nacimiento de la historia.
~ La vocación imperial de Europa está anclada en la palabra latina y el concepto jurídico-político de imperium. Esto quiere decir que la pugna interna de las culturas europeas por imponerse unas sobre otras tiene como referente paradigmático el imperium de Roma. Luego de la cristianización del imperio romano dicha pugna se agudiza con la concepción teocrática del poder que dará lugar a la fundación del Sacro Imperio Romano bajo Carlomagno entre los siglos VIII y IX. Hay que recordar que el imperio romano identifica la romanitas o el ser ciudadano romano con la humanitas, o el ser humano. También hay que recordar que la religión cristiana es una religión de vocación católica o universal, es decir, que se impone a título de la humanidad. Estos dos rasgos son fundamentales para entender la convicción de las culturas dominantes de Europa de que son superiores al resto de las culturas del planeta, lo cual da pie a la idea misma de civilización. Nada casualmente esta palabra se acuña en Francia en el siglo XVIII, cuando se consolida la distinción entre los pueblos civilizados y los pueblos salvajes que habrían de civilizarse. Si pensamos en la extraordinaria expansión de las rutas comerciales europeas y la ampliación de los intereses financieros que, a partir de los siglos XV y XVI, habrán se sentar las bases del mercantilismo y de la economía del mercado, salta a la vista que el paradigma del imperium, la religión cristiana y el capitalismo fundan la vocación civilizadora de Europa. Un comerciante y colonizador escocés del este de África a finales de mediados del siglo XIX, David Livingstone (¡valga de nuevo el apellido: Viva-piedra!) resumió perfectamente esto en una consigna: Christianity, Commerce and Civilization (a marvelous combination, habría que añadir). Hay que tener también en cuenta las tres configuraciones de la modernidad que completan el criterio occidental de racionalidad: el concepto jurídico-político de estado-nación como manera de integrar las culturas de los pueblos europeos y sus idiosincrasias lingüísticas, la institucionalización de la investigación científica y la progresiva tecnificación de la cultura. He ahí el marco histórico de las estructuras de poder de nuestro tiempo.
~ Marx alcanzó a vislumbrar, analizar y diagnosticar, como nadie, la lógica del capital. Se percató que el dinero es una metáfora de la explotación del valor de la fuerza de trabajo. El gran fracaso de Marx, como destaca François Châtelet, consistió en querer hacer de su potente y fecundo cuerpo teórico el punto de partida para la «realización del marxismo». Esto quiere decir que la gran limitación del proyecto revolucionario de Marx consiste en la conversión de una lúcida y crítica filosofía política en una «filosofía de la historia», autodenominada «materialismo histórico», pero que en realidad sigue todavía muy en deuda con la concepción teológica y finalista de la historia que se inicia con Agustín de Nipona y culmina con Hegel.2 No ha podido ser más irónico el destino del marxismo: una doctrina de Estado oficialmente atea que, sin embargo, termina por ser un «vástago de la teología» o, lo que es peor, que ha decidido incorporar la lógica del capital y el discurso capitalista a la administración efectiva y eficiente del Estado como sucede con la actual República China (la cual ya no se llama, dicho sea de paso, «República popular»).
~ El inesperado colapso de la Unión Soviética se debió en gran parte a que el marxismo-leninismo no sólo fue una doctrina de Estado sino también la fachada para reanudar la vocación imperial de Rusia. Las Repúblicas soviéticas y su zona de influencia en la Europa del este obedecían, de facto, a un poder altamente centralizado y despótico. Se entiende así que en China se denunciara el social-imperialismo soviético en nombre de los auténtica doctrina de Marx, Lenin y Stalin. Para esa misma época, entre las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo, se estaba fraguando en China bajo el liderato de Teng Siao Ping, lo que se ha consolidado al día de hoy: la ya mencionada gestión estatal de una economía capitalista, con una de las explotaciones más despiadada de la clase trabajadora. A su vez, en la actual Rusia postsoviética, el nacionalismo y las nostalgias imperiales no han hecho más que enardecerse. Lejos de desaparecer, los imperios históricos se han fortalecido con las revoluciones socio-económicas, como ocurrió con la revolución francesa y la restauración imperial por parte de Napoleón; o bien los que han nacido de la revolución y de la lucha por la independencia, como es el caso de los Estados Unidos de Norteamérica. Hay que repensar el fenómeno de la revolución a la luz del concepto de experiencia histórica. Han sido muchas y complejas las fuerzas y las energías que han hecho posible las luchas revolucionarias en el mundo. También ha sido mucho el sufrimiento. Lo que sucedió en Chile con el golpe de estado al gobierno de Salvador Allende en 1973 y lo que está sucediendo en los pueblos iberoamericanos obligan a pensar de otra manera el sentido de la revolución. A este respecto, recuerdo aquí unas palabras que me dijera el editor vasco-español Juan Serraller: «Por primera vez en Latinoamérica se podrá decir: si nos equivocamos, nos equivocamos, pero ya no nos equivocan», haciendo así referencia a la voluntad de independencia de ciertos países americanos con respecto a las disposiciones (e imposiciones) imperiales de los EE.UU.
~ Haber logrado hacer de la economía el artificio de la uniformidad planetaria y de la plusvalía un criterio de normalidad y de orden social. He ahí la apoteosis del capitalismo. Y he aquí sus consecuencias más significativas en el plano de la cultura: el desgaste de la función simbólica del lenguaje, el desahucio del pensamiento y el cautiverio de la sensibilidad. «Cuando la vida pública ha alcanzado un estado en que el pensamiento se transforma ineluctablemente en mercancía, y en que el lenguaje es solamente un medio para promover esa mercancía» (T. W. Adorno), se pone en marcha el ejercicio escatológico del discurso capitalista. Todo funciona como si se llegara a un único fin: la reanudación sin fin – valga la redundancia – de la oferta en base a la confección de la demanda insaciable del deseo. Es el viejo cuento del burro y la zanahoria y el deleite imaginario de la promesa de satisfacción que nunca llega. Así se mantiene en vilo el afán de consumo y se van armando las artimañas perversas de lo que Lacan llama el plus de goce del discurso capitalista que es la contraparte a nivel del psiquismo de la función económico-política de la plusvalía. La lucha de clases no ha desaparecido, ya que persiste como nunca la contradicción del capital/trabajo en base a la extensión de la plusvalía a las nuevas formas de explotación y a la expoliación de las fuentes más primarias de vida. Pero el conformismo social de las clases trabajadoras y la corrupción estructural de no pocas organizaciones sindicales terminan por diluir las justas reivindicaciones en demandas estrictamente salariales, siguiendo los patrones del consumismo y anhelo de riqueza y no los reclamos ciudadanos de una transformadora acción política.
~ Junto al aburguesamiento del proletariado, el empobrecimiento de sectores cada vez más amplios de la pequeña burguesía o de la llamada clase media y la formación de nuevas castas del poder económico y político, vemos florecer, de una parte, la agitación lumpen de la cultura, producto en buena parte de la riqueza desorbitada y excéntrica del narcotráfico y del crimen organizado; y, de otra, la xenofobia, el racismo y las nostalgias del orden musculoso, intransigente y depurativo de los regímenes nazi y fascistas. Todo ello tiene como trasfondo la relación exponencial entre la acumulación de riqueza y el aumento de la población, de la miseria, el hambre y la desesperanza. Son también, y por lo mismo, tiempos fértiles para el deslumbramiento de las religiones apocalípticas, nada casualmente proveniente de los EE.UU.: Testigos de Jehová, Mormones, Evangélicos, Adventistas. Frente a todo esto, la antigua religión de la iglesia de Roma o del catolicismo ortodoxo, a pesar de los rasgos perversos de sus milenarias y oxidadas estructuras de poder, brillan por su arcaica inteligencia y el fulgor ancestral de sus tradiciones. Pienso sobre todo en la gloria pictórica, iconográfica y musical del cristianismo.
~ En cualesquiera de sus más recientes versiones (neo-liberal, criminal, mafiosa o estatal), el capitalismo ha engendrado el más profundo desprecio de la vida y el chato asentamiento de las fuerzas vivas de la cultura. Esto explica la degradación intelectual que prevalece en la mayoría de las sociedades contemporáneas. Pero también el triste apocamiento de la lectura – y, por ende, de la escritura – cuyos nefastos efectos psíquicos y neurológicos a penas empiezan a vislumbrarse. La in-comunicación de los mensaje de textos, el presuroso y nervioso intercambio de mensajes o siglas, las palabras acortadas o las sílabas convertidas en el abecedario del cliché, el furor de las tele-adicciones, el afán de enriquecimiento rápido y con el mínimo esfuerzo: todo ello pone en evidencia que no hay tiempo propio para la experiencia singular y común del pensar ni espacio para el paciente despliegue del entendimiento.
~ Hay un anhelo de desmemoria que está profundamente ligado a las guerras de extermino del pasado siglo, nacidas primordialmente de los odios ancestrales de las culturas europeas, cuyos efectos siguen intactos en las guerras del presente. Mientras tanto, fracasado el experimento soviético y los ideales identificados con la emancipación de la clase trabajadora, pero también las expectativas liberales de la cultura burguesa, las oligarquías o las nuevas castas de poder de las democracias representativas (liberales, conservadores, socialdemócratas), no hacen más que regodearse y perpetuarse en nombre de una cada vez más paupérrima y limitada concepción de la democracia. No hay aparentemente alternativas al capitalismo porque éste ha tomado el relevo de los regímenes totalitarios del pasado siglo, no ya con las imposiciones de una concepción monolítica del poder, sino con los programas neo-conductistas, la socio-biología, las tecnologías de la información y la sofisticación de la Publicidad, la Mercadotecnia y las Relaciones Públicas.
~ La reducción de todos los aspectos de la cultura a la forma mercancía ha terminado por liquidar la histórica cultura burguesa. No es casual que esta liquidación tenga como referente paradigmático el capitalismo estadounidense y la Santa Trinidad del American Way of Life: Power, Money and Success. Basta con pensar en los 81,000 millones de dólares ingresados anualmente por Bill Gates o los 34,000 millones de Mark Zuckerberg. Dichas cifras son obscenas cuando uno tiene en cuenta la miseria del mundo. A pesar de todo, ellos son el ejemplo del sueño realizado del self-made man; el modelo heroico de lo que más se admira en estos tiempos: el éxito empresarial. Sin embargo, ese dato no es más que la punta de iceberg, como se dice, de la pornografía capitalista, la cual está profundamente ligada a la incultura y anorexia intelectual que se afianza cada vez más en el mundo. Hay que tener en cuenta, que la plutocracia de los EE.UU. – the undeclared Empire, como le llama John Darwin –, con la excepción de algunas tradiciones familiares y su encantamiento filantrópico, es ajena a la memoria histórica de la gran burguesía europea. No solamente the Business of America is Business sino que la mayoría de los estadounidenses, comenzando por sus gobernantes, políticos y empresarios, son verdaderos believers en su Santa Trinidad: they really believe in their lies.3 Su memoria se reduce, básicamente, a la mnemotécnica del dinero. Como me decía una amiga: Too much power in unwise hand. Aunque empieza a cuajarse desde comienzos del pasado siglo, es a partir sobre todo de la Segunda Guerra Mundial que se consolida la hegemonía planetaria de un uniforme estilo de vida nunca antes visto en nombre, irónicamente, del individualismo y la libertad. Luego del delirio nazi, es como si estuviésemos viviendo en el nuevo delirio del capitalismo y la consolidación de su supersticiosa creencia en el designio divino de la prosperidad material. (¡Ved y escuchad a los tele-predicadores y el efecto hipnótico que ejercen en sus agitadas y conmovidas audiencias! Se trata de las técnicas proselitistas del discurso nazi o fascista, llevadas al del más patético fervor religioso.) Habiendo tomado el relevo del poderoso imperio británico y consolidado su poder sobre las ruinas de Europa luego de la II Guerra Mundial, los EE.UU. son el primer imperio americano y el último imperio occidental. A este respecto, no deja de ser penoso contemplar a una vieja Europea desvalida, perdiendo de vista la rica belleza de su legado espiritual y de su fortaleza histórica, deslumbrada con una falsa manera de vivir made in USA, basada en el endeudamiento, el consumismo, el afán desbocado de distracción y de entretenimiento hasta la muerte (Amusing ourselves to death).4
~ Hay dos tendencias que no han hecho más que acentuarse dramáticamente, sobre todo a partir de la década del 70 del pasado siglo: la militarización de la política y la medicalización de la sociedad. Lo primero fue nombrado por Juan Bosch como el «pentagonismo» en un libro con el mismo nombre publicado en 1967; lo segundo fue lúcidamente advertido por Iván Ilich en su memorable libro Némesis médica (1970). Ambas tendencias se han solapado, de hecho, en base al extraordinario poder de la gran industria militar y la poderosa industria farmacéutica. Esto explica que la jerga de la metáfora de guerra sea llevada al campo blindado de las batallas contra las enfermedades y los males sociales: es la guerra perpetua contra todo, y no solamente contra el terror o el terrorismo. Ahora hay que «atacar» los problemas, no resolverlos (o, lo que sería más inteligente, disolverlos). A lo cual hay que añadir las políticas de intimidación con las que se manejan los puestos de seguridad en los aeropuertos y no pocos lugares públicos. O la exorbitante propaganda de las vacunas, como lo demuestra en nuestro país la campaña publicitaria de Walgreens; o el mal gusto del sensacionalismo y el furor comercial de prácticamente la única prensa diaria isleña: El nuevo Día o Primera Hora. Vivimos en una sociedad enferma, miedosa y cobarde que ha decidido regodearse y lucrarse de los diagnósticos y psicopatologías que su misma forma infantil y dependiente de vida ha engendrado.5
~ Se entiende que un mundo donde la estupidez ha sido elevada al rango de principio ordenador universal, se opte por refugiarse en las imágenes cibernéticas del Internet, así como en uno u otro acopio de la omnipresente tecno-esfera. El problema es que todo ello no pasa de ser una frágil burbuja analgésica que a la postre exacerba las pasiones tristes y, por ende, la impotencia. De esa manera la extrema y sórdida violencia de nuestros tiempos no hace más que prolongarse. Nadie controla nada, pero precisamente por ello, el anhelo de control desencadena los odios más atávicos y el afán desvivido de imponerse como quien baña sus afectos En las aguas heladas del cálculo egoísta, al decir de Marx, a la manera de un «alejandrino perfecto», como destaca con acierto Octavio Paz.
- A quien leyere con atención me permito indicarle que este ser-tiempo no debe confundirse con la idea de «ser y tiempo» de Martin Heidegger. La expresión ser-tiempo (uji, en japonés), donde tiempo y eternidad confluyen en el despliegue infinito del devenir la tomo del poeta y filósofo nipón del siglo XIII, Dogen Zenji. [↩]
- Léase al respecto Crónica de las ideas perdidas, conversaciones de André Akoum con François Châtelet, Barcelona, Ediciones Mascarón, 1981. Agradezco a Raúl de Pablos esa referencia. [↩]
- Le agradezco a David Ramírez Gómez haber llamado mi atención sobre ese feliz acierto semántico de la lengua inglesa, donde la mentira se hilvana con la creencia. [↩]
- Este es el título de un libro de Neil Postman, que sigue siendo de una interesante actualidad. [↩]
- Léase al respecto la columna Los estragos de la infantilización de María de los Angeles Gómez en 80grados. [↩]