A propósito del nuevo Presidente de la UPR
Prefiero pensar que ese plan existe aunque sea en estado germinal y que la premura o inexperiencia en procesos de consulta no le permitió mostrarse. Cabe señalar que sus credenciales indician su inteligencia, méritos profesionales y gerenciales y compromiso con el país y la institución. Pero, más allá de las indicaciones y recomendaciones que estaban en todas las plataformas de los candidatos y de los numerosos informes institucionales y alternativos (Diez para la década, por ejemplo): salud física y fiscal, internacionalización, autonomía universitaria, fortalecimiento curricular y de la investigación, vinculación al país, mejores condiciones de trabajo, entre otros; su plan administrativo y académico es un papel en blanco lleno de buenas intenciones e intuiciones.
Sobre las ciencias, la tecnología y las finanzas, poco puedo opinar. Pero, ¿qué lugar ocupan las ciencias sociales y las humanidades en dicho plan? Una somera mención de la necesidad de un bachillerato en danza. O, lo que es imperdonable ya: que se restituya el prestigio de la Editorial, de la Revista La Torre, de Diálogo Digital, Radio Universidad, y valga añadir, el Teatro…
Sobre las ciencias, la tecnología y las finanzas, poco puedo opinar. Pero, ¿qué lugar ocupan las ciencias sociales y las humanidades en dicho plan? Una somera mención de la necesidad de un bachillerato en danza. O, lo que es imperdonable ya: que se restituya el prestigio de la Editorial, de la Revista La Torre, de Diálogo Digital, y valga añadir, el Teatro y Radio Universidad.
A estas alturas el debate sobre la función de las humanidades y su relación con otros saberes como antídoto a la sociedad fría y exacta es harto conocido. Ni hablar de su función para potenciar el pensamiento analítico. No voy a dilucidarlo aquí, pero todos los días, en todos los recintos, académicos, intelectuales, artistas y gestores culturales producen una plusvalía que no puede calcularse pero, sin ella, la universidad sería hueca, irrespirable, pequeña. Para ello no dependen de zares de la cultura ni de agencias mediadoras con el Estado. Lo hacen con sus propios recursos y con la cada vez más reducida invitación o acceso a otros. Y conste que valido tanto la autogestión como la acción concertada entre una universidad estatal y el espacio público, oficial e, incluso, empresarial.
Se trata de ser contemporáneo, de estar en el tiempo. La Universidad no es un espacio aislado: es particular, vibra con otros ritmos de cierta manera, diría Antonio Benítez Rojo. El Presidente y su equipo deben escucharla; no es una opción no hacerlo y debe actuar al respecto. Las humanidades no pueden ser una mención al aire, un comentario al pie de página.
Tampoco podemos ser reducidos al cliché de ser el alma de la institución. Pero sí somos un órgano imprescindible de ese cuerpo. Descuidado, el mismo se atrofia. Mal entendido, se deforma. Por ello, lo menos que esperamos es una política cultural y una agencia cultural que evada los peligros del hábito, del dirigismo, del exceso de consulta y grupos focales, así como de la improvisación frívola. Que se traduzca en proyectos, en fondos, en apoyos reales. Que le adjudique igual dignidad a aquellas disciplinas reacias a la voracidad del capital y que pueden ser tanto tradicionales como experimentales. Que no se intimide ante la emergencia de unas nuevas humanidades vinculadas a las tecnologías y prácticas aplicadas que exige una nueva configuración social. Que reconozca la imagen y la palabra, ya sean impresas o virtuales. Que se fomente la creación de programas graduados en las artes, que provea una cartelera cultural variada pero que no repita la comercial u oficial, que se amplíe y difunda en vínculos interfacultativos e interinstitucionales y que repiense los espacios culturales para que no se los trague el color crema desvaído con que se pintan nuestras paredes. Y que sea pronto.