Airbnb en el Viejo San Juan
Para este tiempo, el mercado inmobiliario ya había caído en Puerto Rico. Miles habían comenzado a perder sus casas de forma acelerada siendo expulsados por sus acreedores. Algunos de los expulsados, con el respaldo de un mercado desenfrenado, tenían más de una propiedad. Otros, solamente adeudaban el hogar en el que vivían. Tras la caída, la avaricia financiera no discriminó.
Se dejaron familias sin techo, sencillamente, porque de repente no tenían ingresos suficientes para pagar. Explicaba en este mismo foro el profesor y abogado Luis José Torres Asencio, que en un año fiscal, por cada día laborable de la Rama Judicial, aproximadamente 10 personas eran ordenadas a desalojar las propiedades que ocupaban. Esta cifra no incluye todos los que antes de que el Tribunal dictara sentencia, levantaron sus manos y entregaron su hogar o propiedad.
Esta crisis económica ha propiciado que poblaciones del país se vean amenazadas con ser desplazadas por otras más pudientes, eso que se conoce hoy como “gentrificación”. No ha sido un fenómeno de un día para otro, existe una cola histórica complejísima, imposible de resumir aquí. La prueba visual de los ciclos de desplazamientos y de revalorización de terrenos y mala planificación, entre tantas otras cosas, son los edificios abandonados, que a su vez son el recuerdo constante de la crisis económica del país y el resultado de la guerra financiera contra su población, agravada claro, por el paso de María.
Pero, cuando la Administración municipal de la capital propuso por ordenanza: “[…] decretar una moratoria […] de un año en el otorgamiento de permisos que autoricen el arrendamiento a corto plazo” — estilo Airbnb — en áreas residenciales del Viejo San Juan, el debate sobre la “gentrificación” resurgió.
El Municipio quiere explorar cómo atender prospectivamente lo que identifican como la “proliferación desmedida y volumen significativo” del fenómeno de los servicios de renta a corto plazo. Esta propuesta de moratoria generalizada afecta al ciudadano de a pie, es decir, no solo a esos dueños que tienen en desuso “viviendas o residencias completas”, sino también a residentes que tienen disponible para alquiler “habitaciones de viviendas[…] en predios que cuenten con zonificación residencial” y, por supuesto, a esos dueños y pequeños comerciantes del Viejo San Juan, que se benefician de esta economía “sharing”.
Antes de levantar el grito, pataletear, decir que no y no porque no, tenemos que reflexionar sobre el asunto propuesto, saber cuán real es el que haya un exceso de Airbnb (arrendamientos a corto plazo) en el Viejo San Juan, conocer el problema que ello acarrea y entonces proponer las soluciones que le acompañan. Desafortunadamente la ordenanza no hace referencia a la cantidad estimada de propiedades que se alquilan a corto plazo o la proporción en relación a propiedades desocupadas pero aptas para ser habitadas por familias. No hay estudio o cifra de cuántos alquileres a corto plazo han aumentado la renta o incrementado el valor de venta de las propiedades en el Viejo San Juan o detalles específicos de cómo poblaciones han quedado desplazadas o excluidas de formar parte de la comunidad sanjuanera, para fundamentar objetivamente la premisa contenida en la ordenanza, a pesar de lo lógico de ella. Esto en parte, debido al gran reto que tenemos como país al momento de manejar data o desarrollar políticas públicas basada en hechos probados.
Ahora bien, toca darse una vuelta por el Viejo San Juan para ver la cantidad de candados con códigos que se colocan en las puertas para que turistas (de Puerto Rico o extranjeros) entren a los edificios residenciales y se queden allí como en cualquier hotel. Pueden entrar a la página de Airbnb y notar que al menos se alquilan unos 300 apartamentos a corto plazo. Pero, ¿cuáles son los efectos negativos o positivos de que la gente alquile a corto plazo sus propiedades en el Viejo San Juan?
Comencemos por los negativos y el más evidente. Cada día es más difícil para un posible inquilino, rentar un apartamento para vivir en el Viejo San Juan porque a los dueños de las propiedades les es más lucrativo alquilarlos a corto plazo. Puede ser que un propietario genere, alquilando en una semana con Airbnb, lo que le pagaba un arrendatario por un mes. Además, Airbnb ofrece ciertas certidumbres económicas, pues el alquiler se paga de antemano, no hay que preparar contratos y te olvidas de las preocupaciones de un posible pleito de desahucio. Recordemos que los salarios en la isla van disminuyendo, el valor adquisitivo del dólar cada vez es menor y el turista está dispuesto a pagar mejor.
Igualmente, cada día parece ser más difícil comprar en el Viejo San Juan porque especuladores corporativos o individuales — con más dinero que el resto — y, a quienes les puede importar mucho o poco la ciudad, van y compran edificios con el fin de que sirvan como cualquier corporación hotelera, y no como una vivienda. Lo hacen para escabullirse de pagar los impuestos, cumplir con los permisos, anular las responsabilidades que les corresponderían como corporación hotelera y, además, ahorrarse el contratar mano de obra local. Y, como el único interés es el económico, en ocasiones entran, destruyen por dentro la estructura histórica como han hecho en Bagdad con el patrimonio de la humanidad y montan su negocio.
Pero, ¿hace cuánto tiempo el Viejo San Juan es un área exclusiva? Para los que quieren vivir allí, la banca usualmente ofrece préstamos que requieren un adelanto del 20% del valor de la compra. Quiere decir que quien quiera comprar un apartamento de $200 mil dólares (suerte si lo encuentran), probablemente tiene que dar $20 mil dólares de su liquidez, sin contar los gastos de cierre. A eso añádele que la disponibilidad de viviendas sociales ha ido disminuyendo en el casco, lo que imposibilita a muchos vivir en el Viejo San Juan. Esto no significa que todo el que vive ahí es rico, por favor. Muchos viven como la mayoría de los que leen esta columna: al chavo, pero tiende a ser un mercado exclusivo que facilita su uso vacacional y le pone cortapisas al que quiere vivirlo.
Por otro lado, es imposible negar la inyección económica del Airbnb o los arrendamientos a corto plazo en el Viejo San Juan. El turista, repito, que puede ser puertorriqueño o no, consume en esos comercios sanjuaneros y aporta a la economía del casco. Airbnb expresó que 17 millones de dólares se han quedado en manos de los propietarios que usan su plataforma.
Hablemos de los dueños. No hay por qué criminalizarlos. Algunos han invertido en el Viejo San Juan con esfuerzo y ahora alquilan de vez en cuando para tener un ingreso adicional; pueden ser trabajadores de a pie o hasta personas retiradas que ante la disminución de sus pensiones o los efectos de la austeridad, logran — como decimos a veces — empatar la pelea cuando alquilan su apartamento. Otros, como los que no son dueños de edificios completos sino de apartamentos o habitaciones también, incluidas bajo la moratoria amplia en su enfoque, tienen que alquilarlos a corto plazo para simplemente no perder sus propiedades. Llamamos a que la gente se reinvente y luego los exponemos a ser penalizados. No olvidemos esto.
Es difícil ver cómo el país se hace un destino turístico. Sufrimos de lo que han llamado la turistización. Es doloroso depender de la economía del visitante porque no hemos podido crear la nuestra. Algunos hasta celebran con el #Ilivewhereyouvacation, orgullosos de estar en un lugar que la gente viene de pasada, sin importarles nuestras comunidades. Imagina que un día vas a tomarte el café en el lugar de siempre y parece que estás en el tumulto que se forma frente al cuadro de la Monalisa y eres un extraño en tus calles. Da miedo, pero esto no puede justificar la turismofobia. Muchos hemos sido turistas en algún lugar, dentro o fuera de nuestra isla.
Ahora bien, sin créditos para apoyar que nuevas familias puedan hacer su primer hogar en el Viejo San Juan, sin plan claro para asegurar que exista una comunidad diversa en su topografía inmobiliaria, sin fondos municipales o estatales suficientes para proteger edificios históricos que van desapareciendo y que no se compran, la prohibición amplia, como hoy se propone con la moratoria, no atiende el problema. Es un rasguño desintegrado y puede significar otro golpe a muchos. Tampoco se debe descartar sentarse en la mesa con estas plataformas, pedirles porcentaje de sus ganancias, regular las temporadas, la cantidad de apartamentos que un dueño puede alquilar, todo ello según la concentración poblacional o el plan que se tenga para proteger la fibra social de la ciudad. Sobre todo cuando la fiscalización gubernamental de la renta de apartamentos a corto plazo es casi imposible, lo que hace importante lograr una colaboración, como se ha hecho en otras ciudades. Falta mucho para proteger la fibra social, sabemos que en 90 días no se hace comunidad pero en ocasiones en un año tampoco, es importante fomentar esta fibra con un plan integrado.
Hoy, el Viejo San Juan, el lugar que un día Hector Lavoe nos advertía que: “[n]o conoce este barrio, aquí asaltan a cualquiera” es un lugar codiciado, expuesto a la revalorización del terreno. Hay gente de carne y hueso que quiere hacer su vida allí y no puede compitiendo con corporaciones poderosas. De hecho, hay muchas. Solamente entre al CRIM y vea cuántos dueños de las propiedades tendrán por apellido: INC y LLC. A esos exclusivamente debió dirigirse la Ordenanza. Estemos claros, vienen inversionistas, compran diez edificios para funcionar como hoteles irregulares y en ese ritmo va a desaparecer el Viejo San Juan que conocemos y expulsar o excluir a muchos en el proceso, sin importarles el daño.
Aquel edificio de esquina que les contaba, hoy tampoco es el mismo. Tal vez un reflejo de lo que va ocurriendo en el Viejo San Juan. Ahora, tres de sus apartamentos (60%), son alquilados a corto plazo. El apartamento en donde nos reuníamos en comunidad, quedó a manos de un banco y solamente en uno quedan mis amigos viviendo.
No proteger la fibra social es igual a borrar las caras conocidas de nuestra gente en las aceras, los pintores, los estudiantes, Saúl el que nos vende azucenas y a quien le dedicaron un mural en la calle Fortaleza.
Es real, un día podemos perder el Viejo San Juan que conocimos. Pero antes de haber llegado yo, no sé a cuantos más desplacé. Falta mucho más para fomentar una robusta fibra comunitaria y proteger a quienes de buena fe han creído en la ciudad, y apostado a tener un cantito del Viejo San Juan de forma responsable. Es irónico porque igual celebramos cuando nuestras propiedades aumentan de valor, y en ese proceso, a alguien excluimos de formar parte de la comunidad. Airbnb complica peligrosamente el escenario pero no es un enemigo y tampoco es la salvación: es un nuevo reto.