Robert Redford en control
Oímos una voz en off. Es la de un hombre y, aunque firme la percibimos entrecortada. Dice que ha tratado lo mejor que ha podido, que ha amado, y que ha sido recto y justo. (Aunque el hablante no se ve, préstenle atención a lo que ocupa la pantalla.) Esa frase “todo está perdido” nos estremece porque pronto descubrimos que el sujeto está sumido en un berenjenal marino que empeora cada minuto. Está en el medio del océano a 1700 millas náuticas de tierra firme. Hace ocho días despertó para encontrar que su velero se estaba inundando de océano Índigo. Un contenedor, uno de esos que viajan en barcos enormes y que traen cosas de la China a Puerto Rico, se ha caído al mar y ha chocado con su embarcación y ha hecho un boquete en el casco.
La perforación amenaza con hundir el velero y el innominado marinero se da a la tarea, primero de separar el contenedor de su bote, lo que hace con gran maña, y, luego, de sellar el desperfecto. Hace esto en silencio, con el aplomo de alguien que confía en sí mismo no solo como marino sino como capitán. Es un hombre metódico, con la disciplina que explica por qué se ha lanzado a una aventura solitaria en un lugar tan apartado y potencialmente peligroso. No hay desespero en su rostro, cuarteado por el sol y el salitre. La satisfacción de su logro de recubrir el desperfecto y de improvisar una bomba para evacuar el agua dentro del bote que le permite cierto bienestar de que todo ha de ir bien, no se manifiesta en una exhibición de triunfo. Más bien hay cierto recelo en la expresión del rostro, cierta inconformidad en alguien a quien le es familiar el comportamiento caprichoso del tiempo en el mar y del mar en mal tiempo. Las nubes y los truenos auguran lo peor. Pronto somos testigos de una aventura en la que la naturaleza reta a un ser humano y este responde con la ayuda de su ingenio y de cosas que han sido desarrolladas para que los humanos se ayuden en circunstancias como estas.
Lo que sigue es excitante y sorprendente, terrorífico y metafórico: hay momentos de gran peligro en que las profundidades del océano miran la sombra de la embarcación que flota en su superficie como si fuera una boca que necesita alimento. A veces la profundidad envía predadores a velar la presa. El sonido del agua contra los muebles y las paredes del interior del velero es ominoso e incrementa el terror que representa el líquido dentro de la embarcación. La noche se convierte en un misterioso asechador porque no se sabe qué traerá para empeorar la situación ya precaria del personaje.
La cinematografía del filme es espectacular y convincente. Y sobresale el guión, que va demostrando en silencio detalles del hombre sin nombre y nos deja entrever su carácter. Escrito por el director J. C. Chandor, es un ejemplo de fluidez y perspicacia, como lo es también la dirección del filme. Los movimientos del hombre son lentos y determinados como deben de ser los de alguien que es evidente no es un mozo, sino un viejo. Chandor, quien también desempeñó el papel dual de guionista y director en la magnífica (y primera película; esta es su segunda) “Margin Call”, demostró en esa su buen manejo de actores y de tener sutilezas de tono y de forma para no exagerar las situaciones dramáticas de su historia. En esta cinta demuestra que su logro no fue la suerte del novato, sino que tiene talento y destreza.
“All is Lost” es una película que consigue nuestra atención absoluta a pesar de que el único diálogo es el silencio del hombre y los sonidos del viento y del mar. O el chapoteo del agua dentro del bote y los ruidos de los utensilios de comida y otras cosas que siempre hemos tomado como inanimadas. Todas tienen voces que nos van dando pistas de que estos objetos ya han tenido conversaciones con nuestro héroe. La película es una alegoría espléndida de cómo el humano se ha sobrepuesto a las fuerzas naturales que reclaman su espacio y de que el humano, en lo que comúnmente se cataloga como soledad, no está verdaderamente solo. Es también un elogio a la vejez y a la capacidad que tiene la experiencia para sacarnos adelante de un problema. También es una advertencia: aunque uno no lo quiera, se es dependiente.
Además de los logros del guión, la película es una hazaña de actuación de Robert Redford, quien a los setenta y siete (77) años nos ofrece sus dotes artísticas sin que esté acompañado del aura del joven deslumbrante que ha sido anteriormente
La carrera de Robert Redford es asombrosa. Comenzando con su papel en Broadway en “Barefoot in the Park”, que repitió en el cine con Jane Fonda (la maravillosa actriz Elizabeth Ashley, lo fue en las tablas), la presencia de Redford fue creciendo en el cine hasta que en 1969 filmó “Butch Cassidy and the Sundance Kid” junto a Paul Newman. Con Newman rodó “The Sting” en 1973, y con esas dos películas, que alcanzaron ventas de taquillas monumentales (particularmente la última), se convirtió en una estrella. Por si eso era poco, con “Sting” también logró una nominación para el Oscar como mejor actor. El Oscar lo esperaba en otra faceta de su actividad artística ya que lo obtuvo como mejor director por su fascinante “Ordinary People”, un estudio de una familia americana que se derrumba luego de la muerte de un hijo.
Creador en 1980 del Festival de Cine Sundance, nombrado en honor a la película y al personaje que lo hicieron rico, que se ha convertido en el número uno en el mundo para la presentación de películas de productores independientes, entiéndase no financiados por los estudios. Las contribuciones que ha hecho este festival al cinema universal requerirían un tomo para hacerle justicia, de modo que ya es parte de la historia del cinema.
Esta película, que para mí representa el pináculo en la carrera como actor de Redford, llega cuarenta años desde que Barbra Streisand y todos nosotros, lo vimos en su uniforme de oficial de la Marina sentado en una barra en “The Way We Were” reluciente y dorado como un dios nórdico. Ya todo eso casi ha desaparecido. La juventud se ha escondido en las arrugas y los pliegues del rostro. Ya no está su apariencia física para distraernos de su talento. Lo que queda ante nosotros es algo que siempre estuvo presente pero los adornos no nos dejaban verlo: un actor, un artista de primer orden que puede llevar sobre sus hombros una cinta llena de posibilidades, ninguna de las cuales él deja pasar para comunicárnoslas con breves gestos, miradas y, pocas veces, con un grito. Vayan y gocen de su compañía.1
- Del final tal vez hablaremos de aquí a seis meses. Por ahora lo mejor es pensar. Por favor, no digan nada hasta que la mayoría haya visto la película. [↩]