Alma magisterial
Sin la mano afectuosa de un maestro y maestra nuestra sociedad andaría extraviada. Esto es así porque los esfuerzos del magisterio, guiados por un generoso corazón que vive apegado al oficio de la enseñanza, han hecho posible el desarrollo de nuestro país que, entre luces y sombras, es un terruño hermoso colmado de gente buena dispuesta a forjar una senda de próspero futuro.
Considerando la importancia del magisterio, advertimos el daño que le hacemos al tomar medidas que atentan contra su bienestar. Al actuar de esa manera, no solo vulneramos su presente precarizando sus condiciones de trabajo, sino que, además, lastimamos su moral y herimos la fe que puedan tener sobre su rol como actores de la creación de conocimientos y del emprendimiento social.
Más aún, desvalorizamos la moral de todo un pueblo porque es el magisterio, mediante el proceso educativo, el llamado a crear la buena autoestima de los puertorriqueños generando en nosotros la esperanza en la reconstrucción colectiva de nuestra sociedad.
Estoy convencido que, como País, debemos forjar una agenda fuerte y vigorosa a favor del magisterio y de la enseñanza pública porque la educación es la herramienta para armar ese proyecto de futuro que tanto anhelamos.
Hoy, en cambio, nuestros maestros y maestras están siendo lacerados por la arbitrariedad y el desconcierto. Como tarea urgente, hay que curar esas heridas.
Por la experiencia cultivada con nuestros estudiantes, sabemos que cuando logramos que la autoestima florezca y recuperamos la confianza en nuestras capacidades, el resto es un cúmulo de historias de éxitos.
Por eso es importante actuar a favor del magisterio. Debemos, como imperativo moral, trabajar juntos y juntas para fortalecer su dignidad sin lesionar su espacio laboral porque ellos y ellas son el capital humano de formación y capacitación intelectual que nuestro país necesita.
Apostar a los maestros y maestras es, sin dudas, la ruta garantizada que nos conduce al éxito colectivo. Y porque vivo convencido de esa ecuación, confieso que nadie debe sorprenderse si me ve en alguna manifestación a favor del magisterio, sobre todo en apoyo a una maestra que dedicó 30 años de su vida al salón de clases, Mrs. Arámburu, mi madre, a quien debo todo lo que soy.
* Tomado del blog Nuestra Escuela.