Amigos (una crónica detectivesca)
El rumor, se rumora, surge a partir de la visita que le hace una amiga de un amigo en común a otro en Nueva York. Desde Nueva York se comunican con amistades en la Isla para preguntar si es cierto. Otro amigo le escribe a mi compañera por chat. Así nos enteramos que el rumor existe y que nos toca desmentirlo. O confirmarlo, pero desmentirlo es una encomienda tanto más libre de dolor; esperanzadora, incluso. Eso explica mi presencia aquí, parado en el medio de una calle residencial en Puerto Nuevo, con el carro prendido, luego de que ella y yo hayamos hecho las llamadas de rigor, minutos antes de hacer el recorrido usual por las calles réqueterecorridas por él. “Vista Hermosa te sacaría los ojos” acostumbra decir mi compañera, la poeta, cada vez que salimos en busca de nuestro amigo, el poeta.
La casa lleva dos años vacía. Me refiero a la planta baja, pues él, me explica una vecina, acostumbraba trepar la reja hasta el alero para pasar la noche en la planta alta. Eso era antes. Hace meses que no lo ve. Apunto a los grandes huecos en las paredes. Aquí ya no duerme nadie, le digo a mi compañera. Si te paras en el mismo medio de la calle, puedes ver un poema escrito en pintura de spray negra en las paredes. “No somos de palo aunque,” lee la primera línea en la pared lateral derecha. Al menos tres de las cuatro están escritas. Vaya manera de despedirse de sus vivencias allí. ¿O acaso será una bienvenida sombría para el par de amigos que se aventura a buscarlo en la tarde de hoy? Hoy nuestro amigo cumple 40 años.
Les preguntamos a otros dos vecinos por alguna información acerca de su paradero, pero nadie ha visto nada. No venimos a cobrar, les quiero decir. Venimos a desmentir un estúpido rumor. El rumor, se rumora, surge a partir del momento en que nuestro amigo se hizo poeta. Es difícil precisar ese momento. Conocemos las fechas de publicación, no más. Pero el rumor de su muerte surge desde entonces. Surge con él, se podría decir, como surge, en efecto, con todos nosotros. Mas él, como poeta, es diferente. Cualquiera puede escribir poesía. Cualquiera puede garabatear las paredes de su casa. Cualquiera se puede despedir de algo o de alguien. A cualquiera se le puede rumorar muerto. Pero no a todos se nos rumora igual, precisamente porque no todos nos despedimos igual. Esa es la diferencia entre un texto poético y un texto sin el cual no tendría sentido seguir leyendo o escribiendo poesía.
Hacemos el recorrido dos veces. Hacemos dos identificaciones falsas. Nos sacaríamos los ojos, pero no por nuestras equivocaciones somos menos hermosos. Quizá ya somos menos de por sí, pero eso aún está por confirmarse. Está por desmentirse, digo, con no menos dolor. Regresamos a casa. Agarro sus libros. Miro las paredes. ¿Dónde más podríamos buscar?