Andrea Bocelli y mi muela en la sala de espera
Ya no recuerdo qué rayos masticaba la primera vez que mordí un pedazo de muela. Mi muela –parte de ella– envuelta en una fina pasta de chocolate y caramelo Twix, o trocitos de Doritos, o cualquiera de esas porquerías que uno se mete a la boca cuando la vida no da pa’ más. Fuera lo que fuera, me llevó hasta la sala de espera de la oficina de mi dentista, en donde –y no me puedo quejar, porque la espera nunca es larga– hay unas pocas sillas frente a un televisor que sólo presenta el especial Vivere Live in Tuscany de Andrea Bocelli.
Varias visitas adicionales a lo largo de los pasados meses lo han comprobado: no podré contar más con mi muela, pero sí en que el tenor italiano y sus amigos musicales me estarán esperando allí. Otros pacientes no serán tan afortunados, teniendo que someterse a la mediocridad estupefaciente de un Entre Nosotras o Caso Cerrado o Pégate al Mediodía. Lo que me puso a pensar en la utilidad de aquel televisor y en las oportunidades que presentan espacios similares (ya sean públicos o compartidos) para nuestros músicos independientes. ¿Cómo infiltrarlos y usarlos a su favor?
La idea no es nueva. La Corporación de Cine de Puerto Rico propuso algo similar con el proyecto MICROS, una convocatoria anual para la producción de cortos de ficción y documentales que servirían como programación en la salas de espera de distintas agencias y oficinas gubernamentales. Desconozco si alguna vez se llegó a difundir como propuesto todo el material generado durante los dos o tres años en que se celebró el certamen, pero aún aplaudo la intención.
Y si aquel histórico concierto de MIMA en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico estuviera a la venta en formato DVD, ¿adornaría las pantallas de los televisores en las tiendas por departamento de la isla como lo hacen regularmente JLo y Shakira? Lo dudo. La mano invisible que custodia esas unidades de control remoto opera de maneras extrañas para un artista independiente. Igual hoy día puedes entrar a cualquier Kmart y comprar tu copia en CD de Terror Amor, el nuevo disco de AJ Dávila (Dávila 666), pero eso no le garantiza popularidad fuera de «la escena». Allí es tan sólo un producto más entre miles.
Estamos hablando de artistas nicho, cuyas propuestas se pierden con facilidad entre la cacofonía comercial de nuestra cultura de consumo acelerado. Por lo que llegar a un público (y mantenerlo y crecerlo) representa una serie de retos adicionales que debemos movernos a resolver de maneras creativas. Pero no significa que ese público no exista. Dos exitosos eventos celebrados el pasado sábado –el festival de arte y cómics, Tintero, y el lanzamiento del excelente primer LP de Campo-Formio— fueron prueba de lo contrario.
Terminé comprando posters, cómics, botones, serigrafías y vinilos, todos hechos por artistas independientes del país. Pero no basta con consumirlos, toca también compartirlos –promoverlos, exhibirlos. Hasta que alguien saque a Bocelli de las salas de espera.