Año poco espectacular este del 2016
Pero las elecciones y quienes las ganen parece asunto superado, aunque no en el sentido hegeliano y sí más bien como los españoles entendían en su día – y deben entender todavía – el pasotismo (pasar de todo). La inmensa mayoría de la población no ignora que un porcentaje alto de las iniciativas valiosas de toda administración gubernamental boricua está destinado a ser revocado algunos años más tarde. Por lo tanto, exceptuando desde luego a los que ven avecinarse beneficio personal, ¿qué más ofrecen las elecciones? Los problemas serios, que son la convivencia social, la distribución de las riquezas, la posibilidad del narco-Estado, el ambiente, la infraestructura que el país necesitará para cuidar una población que envejece rápidamente, y lo dejo aquí porque si sigo no termino, se revelan cada vez más frecuentemente como retos que solo pueden ser atendidos por comunidades bien organizadas y no por estructuras que han ido siendo despojadas de los más básicos recursos.
Este contexto desesperanzador se nutre en este extraordinario año de incapacidad para el espectáculo, el llamado impago y las expresiones taxativas del ejecutivo, las cortes y el congreso de la confederación estadounidense, de que esta Isla nuestra al sureste de su territorio continental, es una posesión cuya soberanía reside en su rama legislativa y ¡basta! No se tiene que discutir si esto sorprende o no sorprende. Sectores del país que lo negaban, una vez mayoritarios, hoy son minoría y ya con esto se tiene. Quien lo niegue todavía debe buscarse, según dicen, ayuda profesional.
Estas coyunturas de la pérdida de crédito a raíz de una deuda que no se pagará tan rapidito como sus acreedores quisieran pese a la Junta designada específicamente para diligenciarlo, y la defenestración pública del ELA, que por lo único que pueden ser calificadas de nuevas, es porque se han reconocido recientemente, debieron, deben y deberían habernos tirado a la calle como personajes trágicos que se confrontan con una disyuntiva en la que planteamientos sosegados y razonables son de plano descartados como estrategias válidas. Por lo menos debían de estar impactando la contienda electoral pues los tres grandes partidos se nutren del debate en torno al llamado status y los dos asuntos están íntimamente ligados a ello. Pero nada.
Nada, nada, nada. A excepción de algunos grupos que pernoctan frente al Tribunal Federal en Hato Rey, es como si el asunto no fuera con nosotros. Un evaluador externo, de esos que nos visitan tan a menudo, diría que nos comportamos como si no tuviéramos nada que ver con ello. Nada de espectáculos y nada de convocatorias de líderes carismáticos que llamaran al sacrificio. Nada de manifiestos que nos inspiraran y le dieran sentido a una rabia que no se ve por ningún lado y que bien pudiera protagonizar el espectáculo que se echa de menos. ¿Qué ha ocurrido?
No ha ocurrido nada. Es eso precisamente lo que estamos experimentando. Habría que ver si se trata de la nada de las “almas simples” de Palés Matos, o de la nada de aquel mesero triste de Hemingway que sabía de la importancia de un café limpio y bien alumbrado donde darse algún trago, o de la nada del existencialista Sartre, tan repleta de posibilidades. Es una nada que convive con el anuncio del aumento en la venta de automóviles, con la reestructuración de uno de los programas televisivos dedicados al chisme, también anunciada, y que convivirá con la noticia de que ciertos sectores de la economía se han ido recuperando de la recesión. Para entonces habrá un nuevo gobernador, o gobernadora, quien se atribuirá la supuesta reactivación, aunque todos vivamos peor, y nos estaremos acercando a otro evento electoral que solo entusiasmará al sector que estime que saldrá victorioso en el mismo, según ocurre con el que se avecina. Pero no estará pasando mucho tampoco, pese al convencimiento que se intente proyectar con la impecable sonrisa de dientes relucientes de quien esté a cargo.
No va a ocurrir nada porque estamos en una encerrona. Se trata de una situación que tiene múltiples causas, según ocurre en toda dinámica histórica. La ciudadanía americana que nos llegó con la Ley Jones es tan responsable de que en el país no haya un sentimiento mayoritario a favor de la llamada independencia, como el azar. El estado de pobreza que caracterizó la isla durante siglos es tan responsable como el encuentro de dos tradiciones histórico-culturales tan disímiles. El quehacer político entendido como retórica es igual de responsable que la visión del destino manifiesto que condujo a los EEUU a creerse dueños de todo el solar y a manejarlo a su gusto y antojo. El muy comprensible sentimiento de seguridad que muchos experimentan, aún en estos tiempos aciagos, cuando comparan a Puerto Rico con otras naciones latinoamericanas, es tan responsable como la desconfianza en todo liderato, pero sobre todo del político partidista. Luego, no se puede perder de vista que más de la mitad de quienes se sienten puertorriqueños habitan los Estados Unidos y vamos y venimos, según nos ha explicado Jorge Duany. ¿Qué tipo de república seríamos? No se ha hecho la asignación de pensarnos en lo que sería un novísimo contexto. El tiempo se nos ha ido en disputas frívolas.
¿Pero Puerto Rico estado de la nación americana? Otra manifestación de la encerrona. La iniciativa podrá recibir el respaldo electoral de una mayoría en algún momento, pero ¿tomarán en serio los Estados Unidos nuestra propuesta de incorporación? Desde hace años se someten al más pulido escrutinio las políticas culturales bajo el ELA, y como cabe esperar, se ve de todo, esfuerzos realmente valiosos al igual que chapucerías. Sin embargo, lo que no se puede negar es que en términos generales nos fortalecimos culturalmente y no se dio el semillero de americanitos que tan despectivamente denunciara un líder independentista. Hay una comunidad nacional puertorriqueña innegable que, según ya adelantamos, habita tanto en la Isla como en los Estados Unidos y que también exige nuevas categorías conceptuales que el estadoísmo ni de lejos ha comenzado a gestar.
La comunidad puertorriqueña comenzó a forjarse desde antes que llegaran los españoles en el 1493, o así nos lo hemos querido positivamente imaginar. Continuó constituyéndose en aquellos primeros siglos del coloniaje que José Luis González nos enseñó a apreciar. No se construyó exclusivamente en ningún momento. Las primeras décadas del siglo diecinueve fueron tan importantes como Lares y como las que clausuraron el siglo. Los treinta como los comienzos de los cincuenta del siglo veinte, tanto en la denuncia violenta del nacionalismo como en legislación que posibilitó la modernización del país, nos hicimos más puertorriqueños. No es que todos tuvieran razón, es que no podemos descartar nada de lo que ha contribuido a hacernos lo que somos.
Bajo el ELA, fustigándolo o defendiéndolo, se consolidó la orgullosa conciencia de lo que somos y de lo que podemos dar. Hoy, irónicamente, esta conciencia crece también en la comunidad puertorriqueña que tuvo que abandonar el ELA, ficticio o no, y desplazarse hacia los EEUU, una comunidad más grande, insisto, que la que habita nuestro archipiélago, independientemente de que hable en castellano, inglés o ‘spanglish’.
Por lo menos por ahora Puerto Rico no va a caber en los Estados Unidos como no cabe en la isla grande, en Culebra o Vieques. Esto podría cambiar si la confederación se transformara y estuviera dispuesta a incorporar otra nación en sus entrañas. Pero estamos muy distantes de esto y ahora mismo lo que nos ofrece el liderato estadista de modo poco espectacular es como si quisieran colar a Puerto Rico sin hacer fila y pagar por entrar.
En este contexto nada parece ofrecernos la posibilidad de dejar atrás la vergüenza de la ausencia de soberanía. Estoy seguro de que esto fue lo que confrontaron los líderes de la mayoría partidista que se constituyó en la década del cuarenta. No los debemos subestimar ni caricaturizarles. Cuando se organizaron a finales de los treinta debieron haber pensado que atenderían el problema de la pobreza extrema y luego pasarían a bregar con el llamado status. Ya sabemos lo que ocurrió. No debemos demonizar a nadie sino imaginarnos la coyuntura en todo su dramatismo. Muñoz Marín, ni Fernós Isern, ni Ramos Antonini, salieron millonarios de algún acuerdo mafioso. La posibilidad de condenar al país a una pobreza que entendían que estaban dejando atrás fue lo que les llevó a plantear el ELA como solución a lo que ya también debieron haber percibido como una encerrona histórica. Políticos al fin, tampoco perdían de vista al liderato estadista que siempre ha logrado presentarse como la única alternativa al llamado autonomismo, denunciado a menudo por ellos como antesala de la independencia.
No somos tan torpes como para no haber aprendido la lección y la coyuntura poco espectacular que describo no es del todo accidental. El escepticismo que transmite la ausencia de retóricas que en otros momentos hubieran entusiasmado a sectores del país es el reconocimiento de que el dilema que confrontamos no se atenderá por arte de magia. Desde luego, Estados Unidos nos impone una Junta porque sabe que el descalabro financiero de Puerto Rico puede descalabrar también sus finanzas y no porque se haya tomado conciencia de lo que implica que el ELA haya sido desmentido por ellos mismos. No les podría importar menos ¿Pero harán algún gesto dirigido a asegurarse de que tras la desaparición de la Junta nuestra Isla y su deuda no le vuelvan a poner en peligro su mercado de bonos? De ser así, entre ahora y ese momento, ¿seremos nosotros capaces de ponernos de acuerdo para comunicarles que deseamos gobernarnos a nosotros mismos en función de nuestros propios intereses, independientemente del status favorecido? Pero y si no hacen ningún gesto, porque supuestamente nosotros no nos ponemos de acuerdo, o porque en el Congreso de turno no hay voluntad para atender el asunto, ¿seremos capaces de obligarlos a cambiar de parecer y mostrarse sensibles?
Ese ambiente de indiferencia que prevalece, definitivamente poco espectacular, no se da sin más. Refleja la posibilidad de que no se pueda trascender la encerrona y permanezcamos en el limbo sin norte que habitamos hace años, pero que se ha intensificado en estos meses.