Arrival: Los tiempos cambian
Algunas veces las películas salen a la luz justo cuando se necesitan. Esta, que comenzó ayer (11/9), es un ejemplo perfecto de coordinación con lo que vivimos ayer por la mañana. Aunque perteneciente al género de ciencia ficción, el filme es una alegoría para nuestros tiempos.
La profesora de lenguas, Louise Banks (Amy Adams), doctora en su campo (PhD, okey) va a su clase en la universidad y encuentra que los pupilos están ausentes por estar pegados a las noticias. Los pocos que están en el salón le piden que prenda el canal que está dando información. Descubre que una docena de extrañas naves espaciales han descendido y están suspendidas sobre distintos puntos en el globo. La de Estados Unidos está en Montana.
Como se imaginan, las fuerzas armadas se movilizan y establecen un campamento muy cerca de la nave y le traen a Louise una grabación que han logrado hacer de voces dentro de una de las naves. Louise tiene las credenciales de seguridad necesarias para participar en lo que es un secreto nacional pues ya antes ha traducido otros idiomas para el gobierno en casos sensitivos y peligrosos. El sonido que escucha en la grabación no le permite interpretar o entender nada. Le explica al coronel Weber (Forest Whitaker) del ejército que en casos como este hay que ver al que habla para poder tratar de descifrar qué quieren decir sus sonidos.
Su insistencia permite que la lleven al campamento donde la nave, que parece una alcapurria gigante que se ha quemado, está suspendida. Allí también acude el profesor de física y matemática, Ian Donelly (Jeremy Rener), quien junto a Louise ha de tratar de descifrar el lenguaje para saber qué quieren los extraterrestres. Sus equipos trabajan en comunicación continua con sus contrapartes de los países donde las otras naves están suspendidas.
La tensión del filme se concentra en las decisiones tomadas por los líderes de los países y en el trabajo intenso de los dos profesores de entender el lenguaje de los visitantes y que estos a su vez los entiendan.
Hay muy poco que les puedo contar de lo que resulta ser un guión de gran fuerza dramática en el que no todo es diáfanamente claro. Hay un secreto que desconoce el espectador tanto como Louise que irá dando respuestas a los enigmas, no solo de los extraterrestres, sino de los terráqueos. Lo más importante es que lo que ocurre en el filme es representativo de lo que podría ocurrir si una situación que amenaza la paz del globo se enfoca erróneamente.
La película es una alegoría sobre la comprensión del Otro, el respeto que hay que tener por lo que no se entiende, y la necesidad de intentar acercamientos con lo no entendido hasta que se entienda. En ese proceso está involucrado la comunicación directa y la necesidad de aceptar que lo foráneo no siempre encubre maldades o intenciones maléficas. La importancia que tiene el uso de las palabras o la escritura en ocultar las verdaderas intenciones es un llamado a que usemos bien el lenguaje y que no tengamos reacciones basadas en la mala interpretación de las palabras. Es además un llamado a entender que la complejidad del lenguaje es tal que sus detalles pueden escapárseles a alguien que no quiera aceptar nuevas “experiencias”.
El tema de la comprensión no es solo entre los de aquí y los extraterrestres. También están claros los impedimentos que crea el mal entendimiento de las culturas en la tierra y que inducen situaciones conducentes a la guerra. Hay también en el filme una clara admonición contra el pensamiento monolítico y tradicional que nubla la capacidad analítica de personas en posiciones jerárquicas que pueden causar una debacle al imponer su forma errática de pensar.
La cinematografía de Bradford Young, cuya labor en la estupenda “A Most Violent Year” (2014) es memorable, le ha dado al filme una oscuridad de grises y tonos marrones que hacen de las penumbras lugares tenebrosos. Tanto así que durante casi la primera mitad del filme pensé que el proyeccionista no había prendido bien la cámara. De hecho, no fue hasta entonces que me di cuenta que el “agente Halpern” era Michael Sthulbarg. Eventualmente me acostumbré, y reconozco que es parte de la ambientación que Young y el director Dennis Villeneuve han querido impartirle a la cinta. Es una decisión sabia porque la trama paralela a la “invasión” tiene que ser comprendida como algo fuera de lo común y es lo que le da al filme parte de su tensión. Es una experiencia en la que reside la solución del problema.
Aquí no hay monstruos que salen de la oscuridad y nos asustan, aunque en algunas escenas hay destellos de la influencia de Ridley Scott. Más bien lo que nos asombra es lo que ocurre en la mente del personaje principal y cómo está entretejido con la visita. Esa propuesta la hace factible la fuerte y notable actuación de Amy Adams, que me parece, por mucho, la mejor de su carrera. Adams nos va llevando por las etapas de adaptación de su personaje al problema que confronta, desde la hiperventilación y pánico que le afecta al principio, hasta la confianza en sí misma que desarrolla según va descifrando lo que quieren los extraterrestres. Es una actuación de muchos quilates en una película de muchos significados y consejos que vienen de perilla para los años que nos esperan cuando juramente un nuevo presidente en los EE.UU. Las advertencias del filme hay que tenerlas en cuenta y considerarlas en estos tiempos cambiantes. Puede que vivamos la experiencia de varios años de ciencia ficción.