«As Falls Wichita, So Falls Wichita Falls»
Félix Jiménez respondió a la solicitud de recomendaciones de música y el resultado suena por sí solo. El autor habla con elocuencia, así que recomiendo que se lea el texto en su totalidad y luego se relea mientras disfruta la música. Este disco está disponible. Pueden enviar sus reseñas y sugerencias a: [email protected] –Benjamín Muñiz
Todo el disco, acabado de salir en 1981, fue mi entrada a Metheny, de donde no he salido. “As Falls Wichita, So Falls Wichita Falls” fue la respuesta a una respuesta que di a una pregunta que me hicieron hace 30 años. No había otra forma de contestarla, quizás. Tomaron el brazo con la aguja y la colocaron en el exacto comienzo del acetato. Era de noche. La manualidad de la ecuación fue un sello de aprobación (quiero pensar) y fue la tactilidad de esa empresa la que ensayé cientos de veces cuando me compré el LP, la respuesta a la respuesta de la respuesta a aquella pregunta.
En la carátula una mano agarra un teléfono y lo acerca a la lejanía, hacia una torre de luz, hacia las luces de un automóvil que se acerca, y la imagen decide que no hay más en la vida que recoger sonidos en el camino – ser oído puro, duro. Y maduro. En esa época en la que el tamaño de una portada tenía consecuencias visuales (Size did matter, then), los sonidos de esa canción parecían internarse por ese teléfono, y por ahí salían. “As Falls Wichita…” ancló desde el primer momento. Más tarde, te acordarías de ella como la que se escuchaba al lado de la lámpara, en noches frías, con nieve afuera, derritiéndose intensamente hacia el abismo de una recordación. Así es el álbum – cortes de garganta, y también claros ejercicios matemáticos de velocidad sentida y anticipada, de contención y liberación. Es el otro lado de una ruta que casi nunca se recorre. “As Falls Wichita…” cae en la gracia estupenda de su arrojo, y sus posibles recombinaciones.
Comienza – o se despierta – a veces con la gracia de una voz, un semiaullido de Nana Vasconcelos. (“Estupenda Graça”), y luego la naturaleza y un claro cristalino y una humedad que se percibe. Dos minutos 42 segundos que preparan para la travesía. Después de esa quasi invocación musical, la canción que le da el título al disco entonces se interna en sus casi 20 minutos de una estructura líquida, concretada por la numeración – cuatro cifras que cortan el tiempo (38, 42, 55, 3) y que se esparcen para ser esperadas en su secuencia. Esperaba – y todavía espero – que se pronuncie el 55 porque era el límite de todas las velocidades en esos años, la ruta antes de la caída.
Entonces, “It’s For You”: la carretera inmensa que se abre, un impulso óptico-ambiental. Una línea horizontal (como una estrofa del Al Stewart contemporáneo de esta canción, en otra canción: «Our life is just a point along a line/ that runs forever with no end») que luego encuentra su fin, y cae, inmensa, en su verticalidad musical. El quiebre de un paseo por manatiales; una ruta hecha sonidos. Es la canción más limpia que he escuchado. Y la tristeza más feliz.
Nana Vasconcelos se pasea por esta música instrumentando la fuerza que se bate con la furia Mays en el teclado y la guitarra mágica del Mays que nunca falla. Desde “Estupenda Graça” – que , como sonido, puebla todo espacio posible – se transita una franja quieta y sólida de serenidad y un hervor de posibilidades. Algo puede pasar. Sigue escuchando. Como para levantarse con ella todas las mañanas. Y en las esquinas hay arpas y órganos, un bajo que se antoja a melancolizar, y el susurro de lo que parece ser gente que irrumpe en algún sueño privado.
Todo cristaliza en “September Fifteenth”, un homenaje a la vida de Bill Evans, que reparte una guitarra de «soledad inteligente», como la describe un fanático. Inteligente como debe ser siempre el abismo perpetuo de la recordación.