Atosigamiento de ideas para la economía
Nunca antes el país había visto más gente interesada en la discusión de su economía. Nunca antes había recibido el Gobierno más propuestas e ideas de la sociedad civil para resolver la crisis que nos abruma.
La mayoría son desestimadas. Por la oposición y el desprecio de los que facturan por asesorar al gobierno a favor de sus intereses y sus otros clientes. Por la prepotencia olímpica de quienes piensan que algo tan complicado como la economía debe quedar en manos de los expertos que nos han traído a donde estamos.
También por la obstinación sana de los que piensan que fueron electos para ser ellos y no todos nosotros quienes resuelvan los problemas del país. En esto último hay algo de orgullo lastimado que hemos provocado desde la sociedad civil con críticas que pueden ser atinadas y merecidas, pero no dejan de ser despiadadas y hasta crueles. Soy la primera en reconocerlo.
Otras propuestas han sido rechazadas porque son presentadas como soluciones de un sector agravando otro sector. Que se sacrifique a otro. Esa guerra entre sectores defendiendo como gato boca arriba sus intereses, sus beneficios y sus derechos adquiridos ha sido fomentada por el mismo Gobierno en su incapacidad para unir voluntades en lugar de dividirlas.
El tiempo sigue corriendo y las ideas siguen estrellándose unas contra las otras. Hay quienes dicen que esperando a que toquemos fondo.
A juicio del economista Rey Quiñones no hay fondo. Nos refiere a Haití para ilustrarnos que no lo hay aunque nos comamos las raíces. Que no podemos seguir esperando llegar al fondo para impulsarnos y salir porque no hay fondo en ese abismo.
El problema es la clase política, coincido con Quiñones. Acorralada e intimidada por los sabuesos del capital –léase las casas acreditadoras- y por su propia ideología; en la disyuntiva entre servirle al capital o servirle al pueblo.
La historia ha probado que servirle a ambos no es compatible. Servirle al capital conlleva la miseria del país para pagarle al capital. Bajo el pretexto de buscar una salida a la deuda pública con las mismas medidas con las que nos hundieron, la clase política buscará nuevas formas de tributar más al puertorriqueño de a pie y vender lo que nos quede que genere ganancia para alimentar el monstruo.
Ante eso, la alternativa es que la sociedad civil sea la que acorrale, apabulle y asuste a su clase política para que cambie de amo. Atosigándola de ideas hasta que no nos pueda ignorar.
Ya el Gobierno no puede pedir propuestas sin hacer el ridículo. Tiene tantas ante sí que ni botándolas se acaban. Pero todavía están en la etapa de desestimarlas sin mucha lectura porque prefieren las suyas y las de sus asesores. Hay que obligarlos a leer y considerar las nuestras.
En el fondo, la diferencia entre las de ellos y las de nosotros es ideológica… y no precisamente política. Es de ideología económica. Ellos creen en el crecimiento económico. Nosotros creemos en el desarrollo económico. No es lo mismo ni se escribe igual. El primero es cuantitativo, el segundo es cualitativo. El primero es eventual, el segundo es sostenido.
El primero es el que le dice al capital: “Te le pongo la alfombra roja a tu negocio, lo instalas, no importa que te lleves por delante hasta mis recursos naturales, me dejas unos cuantos empleos aunque sean a tiempo parcial para que la gente tenga chavitos para consumir y tú te llevas todas tus ganancias todos los días”. El segundo es el que procura una inversión que evolucione dentro del país.
El primero es el que se mide año tras año con el PIB, el segundo es el que se mide con el bienestar sostenible y la calidad de vida del país.
Nuestra economía colonial está acostumbrada al primero porque le responde a los intereses externos al país como corresponde a las colonias. Elude los riesgos, pero también las verdaderas ganancias que conlleva la reinversión. El crecimiento económico sin raíz nacional es a lo único que está acostumbrada a aspirar la clase política del país. El crecimiento económico como corolario de un desarrollo económico real, como debe ser, es una novedad para esa clase política aunque diga lo contrario en discursos repetitivos que ya nadie cree. He ahí uno de los problemas más graves que enfrenta esa clase política: la credibilidad.
Corresponde acorralar ahora a la clase política desde la sociedad civil. Que la presión del pueblo se convierta en una más grande que la presión de los sabuesos del capital. Eso se logra abrumándola con el inventario de ideas que seguimos acumulando, publicando, discutiendo y compartiendo. Eso se logra desenmascarando las propuestas de avaricia del capital y eliminándole las excusas para ignorar y menospreciar las propuestas de bien común que emanan del pueblo.
Aquí va la mía. Un compendio de ideas ajenas y propias que forman una propuesta.
Creo que el futuro económico de Puerto Rico debe montarse en un trípode: economía de la salud, economía de la cultura, y economía de infraestructura y ambiente. Hacia las tres dirigir la educación de nuestros niños y jóvenes, porque un sistema educativo con un norte de país es más fácil de reorganizar. Hacia las tres orientar la planificación y el ordenamiento territorial, la construcción, el comercio, el turismo y la generación de empleos.
Se trata de concentrar en lo que tenemos de sobra: talento. En otros países eso se llama así mismo: economía del talento. Sin duda nuestro mejor talento está identificado en esas tres áreas: salud, cultura (que en nuestro caso incluye el deporte, por supuesto), e infraestructura y ambiente. Tres economías en sí mismas que se extienden lo suficiente y se entrelazan como para proveer el proyecto de país que necesitamos.
Eso no quiere decir que los demás menesteres desaparezcan. Lo que quiere decir es que el gobierno debe fijar unos objetivos realizables y conscientes que muevan y distingan la economía del país en un futuro a mediano plazo. Tiene que proveer un cambio de orientación en el modelo de desarrollo económico y centrarlo en lo que nos sobra, que es talento.
La empresa privada sigue teniendo sus opciones abiertas a todo lo que considere rentable. Los que quieran seguir haciendo resorts de lujo que los hagan, condominios para privilegiados, que los hagan. Pero el gobierno de Puerto Rico tiene la responsabilidad de dirigir la economía del país por una ruta de bien común, incentivar y promover primero los proyectos para el país. Complacer a las grandes corporaciones y los grandes empresarios no nos ha resultado. La idea de que si se les deja sueltos los ricos producen para los pobres hace rato que se estrelló contra la realidad de la avaricia.
Un nuevo gobierno que piense primero en la gente no debe ser solo un lema de campaña. Estoy convencida de que la salud, la cultura, y la infraestructura y el ambiente pueden proveer el proyecto de país que necesitamos.
Economía de la salud
Cuando acudimos en busca de tratamientos especializados fuera del país nos llevamos la sorpresa de toparnos con médicos puertorriqueños que han emigrado. Cada vez que alguien va en busca de los mejores especialistas en cáncer a instituciones médicas de lujo en Estados Unidos le preguntan con asombro: ¿Qué usted hace aquí si tienen el mejor en Puerto Rico? Fernando Cabanillas. Si hablamos de dermatología a nivel internacional el primer nombre que nos mencionan es el de Jorge Sánchez. Si de neurología, a Jorge Juncos. Si de bloqueo de dolor, a Eduardo Ibarra.
Invertimos más en salud que la mayoría de los países del mundo y se llevan los chavos los intermediarios. Nuestra población es cada día más vieja y más necesitada de un buen sistema. De hecho, se augura que para el 2050, si continúa el patrón de emigración actual, probablemente tengamos una población mermada a 2.5 millones. Una población de gente mayor y achacosa, si no enferma.
El sentido común nos dice que vamos a necesitar un sistema de salud de siete pares. ¿Por qué no hacerlo para nosotros y venderlo también al resto del hemisferio? De eso se trata la economía de salud que se plantea. Puerto Rico debe y puede ser el centro médico del Caribe y Latinoamérica, dividiendo la isla en cinco o seis regiones especializadas. Una de ellas, al este en Roosevelt Roads, puede ser la escuela de medicina más grande de América Latina.
Teniendo en el norte ya el mejor centro de trauma y cardiovascular, debemos ampliar sus posibilidades. Debemos considerar un centro de enfermedades catastróficas en el sur, donde los especialistas en cáncer parecen estar choretos. Al oeste, donde el país cuenta con el litoral más paradisíaco, consideremos un centro de medicina estética, de medicina deportiva y de ortopedia en todos sus renglones. Al centro de la isla podemos concentrar en la medicina alternativa, y hasta nuestros ancestros indios nos ayudan.
Cuando hablo de una magna escuela de medicina en Roosevelt Roads, hablo de concentrar la enseñanza de todas las profesiones médicas y tecnológicas afines en un espacio que ya tiene una infraestructura natural para hacer desde grandes laboratorios en sus hangares hasta vivienda para profesores en sus residenciales. Espacio e infraestructura hay de sobra en Roosevelt Roads para unir allí los recursos de todos los centros docentes de esa especialidad con sus respectivos recursos y presupuestos. El prestigio que nos daría esta empresa atraería las mejores inversiones.
Todas estas regiones que sugiero se unen con una red de helipuertos. Digresión: siempre me he preguntado por qué en Puerto Rico no hay helipuertos por doquier, no solo para las emergencias de todo tipo sino para el transporte de tantos empresarios que miden el tiempo como los chavos.
Hablemos también de turismo médico. Un turismo que no necesariamente es de lujo, sino práctico, directo y al grano para pacientes y familiares de pacientes que aprovechan su estadía en el país para compras y entretenimiento.
Nadie ha dicho que esto lo va a hacer Superman a la velocidad del rayo. Pero sí hay que empezar a pensar en dejar de seguir cogiendo prestado solamente para pagar deuda. En esa ruta hay una idea del economista José Herrero de recurrir a la Reserva Federal con un plan para que nos ayude a pagar la deuda vigente a un por ciento menor y nos comprometamos a utilizar nuevo dinero en un proyecto concreto de economía de salud. Ahí están los chavos pero nadie los quiere buscar porque la idea de los asesores es pagar deuda para coger más prestado y repartirlo en año electoral.
Economía de infraestructura y ambiente
Puerto Rico tiene una de las infraestructuras –obra pública- más envidiables de América Latina. Estamos a punto de perder esa ventaja por la falta de mantenimiento y el deterioro.
Esa infraestructura no es solo la del transporte. También hablamos de la energética, la hidráulica, la de telecomunicaciones y la de los edificios –fábricas, hospitales, escuelas, comercios, vivienda. ¡Cuánta falta nos hace revisar el estado y las necesidades de nuestra infraestructura de una manera coherente!
La idea de venderle energía a otras islas del Caribe mediante cables submarinos no es descabellada. Tampoco la que han lanzado recientemente sobre la comercialización de fibra óptica. En esos lugares donde hay necesidad de lo que nosotros tenemos también hay quienes quieren invertir en sus futuros y serían los primeros interesados en buscar inversionistas. Eso sería pensar en el futuro de la AEE en lugar de pensar en la privatización de lo que genera ganancias. Abrir el mercado de generación de energía al pueblo sin penalizarlo por ahorrar energía y diversificar el negocio de la que genera la AEE es la alternativa.
No es loca tampoco la idea de hacer un inventario de edificios públicos que puedan ser reciclados para otras agencias. Mucho menos la de adquirir las viviendas abandonadas y devolverles utilidad. El reciclaje de estructuras es una nueva industria que todavía no miramos con atención, acostumbrados a construir a lo loco.
Nuestros centros de estudios producen de los mejores profesionales del mundo. Pregúntenle a la NASA. También tenemos cerebros dedicados a nuevos diseños y nuevos inventos. Actualmente, la Universidad de Puerto Rico tiene más de ochenta patentes estancadas. Nuestros cerebros producen. Pero no los ayudamos a mercadear su producto.
Hay también que ponerlos a producir lo que necesitamos para una economía con propósito definido. Recientemente los estudiantes y profesores del Colegio de Mayagüez inventaron un alumbrado público LED para reducir hasta un 80 por ciento el consumo de energía en los postes en las carreteras. ¡Claro que le podemos pedir a nuestros científicos que inventen lo que necesitamos!
¿Dirigismo? No necesariamente. Un científico puede fascinarse con su propio proyecto, pero no elude el reto de producir algo que se necesita y por lo que su intelecto compite con sus pares. Los estudiantes pueden seguir teniendo el derecho a estudiar lo que les da la gana. Pero un estudiante inteligente agradece que le digan en qué campo del saber se necesitan cerebros como el suyo. Un país organizado y orientado puede reclutar el mejor talento hacia sus fines sin necesidad de obligarlo.
El puerto de trasbordo de Ponce no puede estar destinado a ser como el crédito del país: chatarra. Hay que ponerlo a trabajar y es ya.
Puerto Rico necesita un nuevo aeropuerto internacional en el sur y lo tenemos. Para ello hay que declarar inconstitucional la cláusula que pone en manos de los mexicanos del aeropuerto de Isla Verde todo derecho al disfrute de la propiedad de los ponceños y el derecho a un nivel de vida adecuado de los puertorriqueños con el control de su movimiento aéreo. ¿Esa les gusta? Pues vamos, abogados, ahí tienen la demanda de clase.
Por último, bajo el renglón de infraestructura y ambiente en un nuevo modelo económico deberían estar agrupadas todas las agencias que se dedican a esas funciones bajo una junta coordinadora que se dedique precisamente a coordinar la obra pública.
Economía cultural
Nadie duda del surtidor de talento artístico que es este país. Es una mina de un recurso natural que no se agota. Pues eso vende, señores. Pensar en la cultura desde el punto de vista empresarial no es traicionar la sensibilidad para convertirnos en materialistas y utilitarios. Muchísimo menos se trata de convertirnos en mercenarios del arte. No es sustituir valor por precio. El valor del arte sigue siendo intangible. Pero sus expresiones tienen precio.
Puerto Rico necesita organizar su industria cultural para beneficiar a los que la hacen y al país. Para ello, lo dije antes e insisto ahora, se necesita una estructura que integre todos y cada uno de los esfuerzos y recursos públicos en una sola dirección: la que nos sirva a todos.
Si de algo podemos presumir y vivir es de nuestra cultura. ¿Por qué no?
Una industria cultural lógica es posible. Desde el turismo cultural hasta la educación pública, desde el empresarismo cultural hasta la exportación de nuestro producto cultural, desde las librerías hasta la música acústica en las calles, desde una red de salas de teatro y espectáculos hasta cooperativas y vivienda segura para artistas y artesanos, la necesidad de elaborar un proyecto cultural congruente se cae de la mata.
Otra digresión: ¿saben que en Detroit le están regalando estructuras deterioradas a sus escritores para que las restauren, las vivan y escriban? Tremenda idea publicitaria, ¿no?
Volviendo al paisito. Si de algo podemos presumir y vivir es de nuestra cultura. Entonces, ¿por qué no?
Si a eso le añadimos que el deporte es parte de esa cultura nuestra nos llevamos el jackpot en este renglón. Por cierto, ya es hora de instituir nuestros propios eventos internacionales en lugar de estar pidiendo sedes para llenar las arcas de otros.
A muchos les parecerá que hablo como las locas. Quizás. Pero díganme si he dicho algo que no tenga sentido. Con un diez por ciento de esto que les hablo empezamos un nuevo país. No me acusen de prepotente porque las ideas no son todas mías. Yo simplemente las pongo juntas. Y las que me faltan.
En fin, hay que salirse de la caja. El mundo no se acabó porque las casas acreditadoras dijeran fo. Fo es lo que le están diciendo muchos países. Las acreditadoras están desacreditadas.
Pues hay que mirar para otros lares. Especialmente para el lado y para el sur. Nos están esperando hace rato.
Mientras tanto, a seguir atosigando a la clase política con ideas y propuestas. Hasta que escuchen.