Ninguno de estos siete murió en el acto. Al contrario, fue un proceso lento y sufrido. Era lo ansiado. Elegancia y asepsia sin escatimar crueldad. Así es Dalia.
Ninguno de estos siete murió en el acto. Al contrario, fue un proceso lento y sufrido. Era lo ansiado. Elegancia y asepsia sin escatimar crueldad. Así es Dalia.
Durante el encierro leí muchísimo. Para entretenerme y, de paso, tratar de entender cosas o desentender otras que es igualmente útil y divertido.
Canta y friega. Alivia tu dolor. Descarga tus penas. Asume esa gran y grasosa trastera como una bendición, como una tarea preciosa, como un lujo en tiempos de pandemia.
Una agencia de cobros especializada en trámites especiales. Le pusimos por nombre El Karma, solo por lo gracioso. Pero la verdad es que todo el mundo sabe que cuando llega El Karma a cobrarte ya no hay break.
Sin dilación, el padre aprieta el botón de la raqueta eléctrica y el mosquito se achicharra. Crepita. Y una minúscula llama abraza el cuerpo del insecto, que parece bailotear al son de la electricidad.
Una sonrisa brotó en sus labios finos. Leve pero suficiente para ella. / Palpable excitación. / Entonces, cogieron sus cosas y salieron a quemar la ciudad.
—Las tostadas están riquísimas— dice el niño muy contento. Otro mordisco y cruje la corteza del pan. Ruedan migas por su barbilla y camisa. Las sacude despreocupadamente. Su padre lo observa. La escena le resulta tan familiar. Íntima. De niño […]
Por algo las víctimas del cura lo contrataron. Su reputación. La garantía. El plus del asesinato como espectáculo público, justiciero, aleccionador. De película.
La solución siempre estuvo al toque de un botón. Sencillo, como siempre. Qué locura la de ofuscarse ante los problemas, de ahogarse en un vasito de agua.
Lo quisquilloso de este tipo de asunto es presenciar cómo un oficial gubernamental de su rango se dispara semejante maroma sin el mayor empacho ni consecuencia. Lo bueno de ser malo, dirían. Te paras frente a una cámara y sueltas lo que corresponda. Así.
Noche tras noche, El Mostro jugaba y si cuarenta minutos permanecía en cancha igual tiempo recibía insultos variados. Bobolón, anormal, mongólico, cabrón, mamao, hijo de puta, feto recrecido y muchos más.
Es cómico, lo sé. Si me ven haciéndolo quizás pensarán que soy anormal. Allá ustedes. No voy a limitarme. Es parte esencial de mi terapia. La que me da la paz mental para poder atender los pacientes que tanto me necesitan.
Miro a mi niño y, como si estuviéramos conectados en pensamiento, también me mira sonriente. ¿Cuál te gusta más?, pregunto y él vuelve a señalar la grande. Lo sabía, una vez escoge es difícil que varíe su opinión.
Por un momento pensé que mis palabras lo habían sorprendido. Callar al gran bocón, imagínate. Pero el silencio duró nada. Me dijo que yo era un cabrón boludo. ¿Ahora tiene sentido? Y vinieron las carcajadas.
Y pensar que al principio fue un simple juego para matar el tiempo. Juego que pronto se convirtió en una oportunidad para sacar ventajas a la crisis provocada por el huracán.
En la política partidista del país cada cual va a por lo suyo, ese es el juego y nosotros —ciudadanos, electores, contribuyentes, espectadores— somos las fichas a mover según convenga.
Cualquier otra palabra sobraría en esta tierna historia sobre las flaquezas humanas. La carne manda, inapelable, y yo me dejo ir, por ella, con ella, por lácteas vías.
Si habremos de ser un objeto, entonces que sea únicamente de nuestra sexualidad libre y fervorosa y que esa sea nuestra impostura ante aquellos que quieren imponernos sus principios normativos.
Un sábado recibí una llamada suya. El libro ya estaba publicado y había sido presentado en La Tertulia. Yo estaba en la plaza de Santurce cerveza en mano. Nada más contestar me preguntó: ¿Killer, viste el periódico?
a animadora agarró el micrófono y con gran entusiasmo preguntó: —¡¿Quién es ese que se escucha?! La respuesta vino enseguida. —¡Es el pueblo en pie de lucha! Ella, sonriente, no aguantó la tentación y volvió a preguntar: —¡¿Quién es ese […]
Renata y Lapo quedan sentados en la cama. Se miran. Están agitados y aturdidos. Saben que la alarma solo se activa cuando los sensores, ubicados alrededor de la cabaña, captan movimiento.