Black Mass
El origen de la mente criminal ha sido motivo de estudios y especulación desde que en el último cuarto del siglo XIX un psiquiatra y médico de prisión llamado Cesare Lombroso sugirió que anomalías anatómicas en el cerebro y la estructura del cráneo (lo que llevó a la pseudociencia de la frenología) eran factores importantes. No es el propósito de esta reseña revisar la historia evolutiva de las teorías sobre las tendencias psicológicas de los criminales, pero uno no puede dejar de preguntarse qué conduce a alguien a serlo. Es de particular interés saber qué conduce a la violencia extrema. Aunque la evidencia hoy día señala que sí puede haber cambios cerebrales estructurales y que la genética y los factores ambientales pueden influir en el comportamiento criminal, las controversias científicas y sicosociales que esos datos han generado necesitarían un ensayo aparte.
Este thriller noir nos da indirectamente una explicación de por qué el personaje principal, basado en uno real, comete crímenes despiadados: la muerte de dos seres queridos lo impulsaron en esa dirección. La sugerencia es reforzada cuando se nos muestra cómo el ratero de mala muerte James “Whitey” Bulger (Johnny Depp) era querido por el vecindario donde vivía y su amabilidad con las personas mayores, su mamá, su hijo y su mujer. Esa ternura se convierte en violencia cuando Bulger siente que lo engañan o lo manipulan y, como es el caso de rateros y bandidos, cuando alguien “ratea” (los chotas) o se adentran en su territorio de acción. La tesis se presenta muy sutilmente y uno decide si acepta o no una explicación tan superficial, dados los adelantos científicos con que hoy día se estudia el fenómeno. Sin embargo, el verdadero tema de esta película violenta, fascinante y estupenda, es que colaborar con un criminal termina corrompiendo al que lo hace.
John Connolly (Joel Edgerton), miembro del FBI y amigo entrañable de “Whitey” Bulger, regresa a la parte sur de Boston en un momento en que los mafiosos italianos de la parte norte están tratando de invadir las áreas de su amigo y su pandilla, la ganga de Winter Hill compuesta de irlandeses americanos. Siendo del vecindario del sur, Connolly ve una oportunidad de asenso en su relación con Bulger y con su hermano William “Billy” Bulger (Benedict Cumberbatch), un senador estatal. Lo que resulta de esa relación malsana y cómo la sangre derramada va marcando la vida de todos los que se acercan a “Whitey” forma el espinazo de esta historia basada en un libro sobre la vida de Bulger y su relación con el FBI.
Contada en retrospectiva, la cinta tiene la dirección magnífica de Scott Cooper (quien también colaboró en el guión) y una cinematografía estupenda de Masanobu Takayanagi, quien fotografió la sobreevaluada Silver Linings Playbook en la que demostró un gran sentido de la naturaleza y la dinámica de las zonas urbanas trabajadoras del noreste (en aquel caso de Filadelfia). Cooper, quien a veces actúa, y escribió y dirigió la maravillosa Crazy Heart (2009), sabe cómo adentrarse en el mundo turbio de personajes que viven en el margen de la vida, y aquí nos revuelca el rostro en la degeneración de un criminal y los que se le arriman.
El elenco de Black Mass es de primer orden. Antes de hablar del espectacular Johnny Depp hay que mencionar una serie de actores que sostienen lo que hace la estrella del filme y le dan unos cimientos sólidos y notables a la película. La bella pecosa Julianne Nicholson tiene el papel de la esposa de Connolly y su escena con Depp es terrorífica, no solo por lo que le hace el actor, sino por su respuesta a la circunstancia. La muy joven actriz Juno Temple, como Deborah Hussey, casi borra a Depp de la pantalla en una escena genial dentro de un automóvil en que el personaje que representa recurre a una serie de tonos y registros emocionales que parecerían imposibles captar en tan poco tiempo (tal vez dura menos de cinco minutos). Edgerton, a quien reacciono mal cada vez que lo veo, me convenció esta vez como el ambiciososo y mentiroso John Connolly. Magníficos también están todos los que hacen de la pandilla y rodean a “Whitey”, en particular la también breve pero fenomenal intervención de Peter Sarsgaard como Brian Halloran, y los hombres del FBI, capitaneados por Kevin Bacon. Como el postre a este banquete actoral está Luke Ryan quien, además de saber actuar, podría reclamar ser uno de los niños más lindos del mundo.
Entonces está el señor Depp. Con una prótesis facial que oblitera parte de sus famosos pómulos, con ojos azules del tamaño de los de algún gato salvaje, una peluca que lo hace parcialmente calvo, y una cejas muy extrañas, Depp exuda una intensidad amenazante que nos recuerda la que nos transmite Benicio del Toro en Escobar o en Savages (2012). Lo curioso de la actuación es que el usualmente apacible Depp saca una mano de la pantalla y agarra al espectador por la garganta. A la vez que muestra a veces sus debilidades, el personaje de Depp no tiene piedad y el actor nos convence de que nada existe en su corazón. Es, posiblemente, la mejor y más importante actuación de su carrera.
Algunas personas me han comentado que el filme se parece a Goodfellas y pienso, francamente, que se semeja en que hay gánsteres, tiros y violencia, si en algo. El tema es otro y el personaje principal dista mucho del de una de las obras maestras de Scorsese. Sí, hay en esta ecos de muchas cintas que abordan el tema de mafias, sean italianas o de otras nacionalidades, pero qué se podía esperar. En cuanto a la desenfrenada inclinación a la venganza y la violencia les recomiendo la serie de Netflix Narcos, que sigue la historia de Escobar desde sus comienzos y nos muestra un psicópata internacional. Whitey operaba solamente en algunos estados de los Estados Unidos. Era muy provinciano.