Contrario a lo que algunos pensarían, el nombre (y la apariencia del personaje) sufrió varios cambios a través de los años, y su aparición antecede por unos meses al partido los “Black Panthers”. Contrastando con el desaparecido partido socialista radical que promulgaba “Black Power”, hay en la película un acercamiento al poder negro que requiere un análisis separado de esta reseña, pues el poder del héroe proviene de la realeza, condición política que parecería contraria a la emancipación de los oriundos de África que viven en el hemisferio occidental. Solo pensar en el rey Leopoldo II de Bélgica, el bárbaro colonizador más grande que conoció ese continente, obligaría a transferir el sistema político a uno lo más alejado posible del autoritarismo imperial.
El filme narra la historia de las cinco tribus africanas (ficticias) que pelearon entre sí muchos siglos atrás cuando un meteoro cayó cerca de ellos. La pugna era para dominar el metal que llegó del espacio: vibranio (literalmente causa unas vibraciones que generan fuerzas extraordinarias). De haber ingerido una planta en forma de corazón contaminada con el metal, T’Chaka (John Kani), un guerrero, adquirió capacidades que le dieron las fuerzas para convertirse en el primer “Black Panther” y pudo unificar las tribus que ahora comprenden la ficticia Wakanda, de la que se hizo rey. La tribu de la montaña, los Jabari, que han de jugar un papel decisivo en las luchas por el vibranio, decidieron unirse al país, pero su líder M’Baku (Winston Duke), decide no seguir las reglas de T’Challa, el nuevo Pantera Negra (Chadwick Boseman). En poder de una fuerza tan devastadora los wakandianos, estimulados por su primer rey, decidieron presentarse al mundo como un país subdesarrollado y pobre y, así escondidos, desarrollar tecnologías avanzadas que les permitieran vivir en el lujo del progreso, y en libertad. Al mismo tiempo, su empeño en no ser explotados por otros, los ha mantenido como el único país no colonizado en la historia del continente. Es un mensaje diáfano de cómo la situación colonial impidió el progreso de los países africanos e intensificó la pobreza por su explotación del continente.
N’Jobu (Sterling Brown), el hermano del rey, cree que el aislacionismo de Wakanda es ilógico y quiere compartir el poder que otorga el vibranio para que la gente de color se vengue de las injusticias a las que han sido sometidos a través de la historia. Para eso consigue la ayuda de Ulysses Klaue (Andy Serkis), un contrabandista, vendedor de armas y gánster sur africano que infiltra Wakanda y se roba un poco del vibranio con la ayuda de un tal Erik (Michael B. Jordan), cuyo origen vamos conociendo según se desarrolla la trama. El pandemonio cunde.
No sorprende que muchos de origen africano quieran ajusticiar a los blancos. Intuimos que la retribución debe existir en el corazón de muchos. La pugna entre los vengativos y los pacifistas se vuelca también en las relaciones que se han desarrollado entre los wakandianos y los Jabari. Estas luchas internas son referentes a las que han habido dentro de la comunidad de color a través del tiempo, por ejemplo, entre la NAACP (La Asociación Nacional para el Avance de Personas de Color) y Malcolm X. O los vituperios lanzados a algunas personalidades de color por haber visitado a Trump por un lado, y, por otro, a los estereotipos de programas de TV y cine a los que muchos actores negros tienen que entregarse si quieren empleos. Presentando los dos lados conduce a que a veces no estemos seguros si T’Challa o Erik tiene razón.
El nuevo rey “Black Panther”, como lo era su padre, quien representaba a su país en las Naciones Unidas, es “pacifista”. Va entre comillas porque eso no lo exime de perseguir y matar a los que violan la paz, que es la gran paradoja de las guerras y las batallas: el lado que desea la paz tiene que derramar sangre para obtenerla.
La película hace referencia a una parte fascinante de la historia de África: las Amazonas de Dahomey (hoy Benin, país mencionado al principio del filme). Eran mujeres que formaban la guardia especial del rey en aquel reino y que tenían derechos imposibles de adquirir por otras mujeres, no solo en su reino sino en cualquier otro país. Se sentían (por ley) mejores que los hombres y podían rechazar a cualquiera en matrimonio y ser ellas las que escogían. Encabezadas en el filme por Okoye (la espectacular Danai Gurira), la guardia femenina del rey es una de belleza letal y de movimientos sinuosos que completan con sus lanzas untadas de vibranio. Okoye manifiesta su honor debiéndose al rey y a su país, y expresa su convicción de que la lealtad al rey sobrepasa los “métodos” por los cuales se accede al trono. Ya que cómo se llega al poder es dudoso en nuestros tiempos (otra referencia a cómo se eligió el presidente de EE.UU. en 2016), llega el momento que la perfidia del que está en el trono modifica la forma de pensar de Okoye. Deben quedarse hasta que todos los títulos al final terminen para que vean críticas bastante directas al presidente norteamericano.
Nakia (la bella Lupita Nyong’o), antigua amante de T’Challa, es una espía wakandiana que ha completado misiones en distintas partes del globo, pero una muy reciente y relevante ha sido rescatando niños, niñas y mujeres secuestradas en Nigeria. Recordarán la siniestra abducción de 82 niñas por los insurgentes del Boko Haram (el Estado Islámico del África Occidental) y su liberación tres años después que llenó titulares alrededor del mundo. El incidente, pasajero en la película, es una forma de indicarnos que, como es el caso con otros humanos, los de tu propio color pueden hacerte tanto o más daño que otros.
Inevitablemente, la lucha entre el “bien” y el “mal” nos lleva a esa parte de las películas de acción que hay que prolongar para los que asisten para ver esas escenas. Como debe de ser en una cinta que es, después de todo, un “producto” que busca recuperar sus gastos en la taquilla, los momentos discursivos e ideológicos cabalgan sobre la línea aventurera de la trama. Hay que intentar que los jóvenes en edad y corazón se distraigan en lo que se piensa cómo el mundo ha llegado a los confortamientos raciales que nos mantienen en pugna.
No hay engaño en lo que es la primera película cuya configuración completa está vista desde el punto de vista del oprimido que, en esta, vive en una ciudad que parece una mezcla de Londres, Tokio, Nueva York y Dubái (en esteroides) rediseñadas por los científicos y tecnólogos que laboran en los mejores laboratorios del mundo. Es una utopía basada en ciencia y conocimiento que ha llegado al africano y al espectador de color, gracias a esta cinta, a pesar de que aún los persiguen en el país que se declara a sí mismo como la “democracia más grande que ha existido”. Es, por añadidura a la posición ideológica del filme, un logro de los guionistas que la genio que logra hacer todas estas cosas científicas no es otra que Shuri (Letitia Wright), la hermana de dieciséis años de Panther, quien de ahora en adelante ha de servir como modelo e inspiración para las jóvenes de color que serán las herederas de las mujeres matemáticas que trabajaron y trabajan en NASA (ver “Hidden Figures”, 2017) y en universidades en varios continentes.
Reluce, en los confines de la belleza del filme, que la pérdida de sangre es limitada. En cambio, la comedia se usa de forma muy efectiva. En varias escenas de alta tensión, la risa viene a permitir que aceptemos los saltos al futuro modificado que nos brindan los efectos especiales. Hay un hilo moralista que corre por la película hasta el final: la dignidad del que pierde debe de ser tan incisiva como la del que gana. El mensaje del filme ayuda a reconocer que, sin importar el color de la piel, somos iguales y de la misma raza: la humana. Hay que emancipar nuestro cerebro y alejarlo de las pesadas cadenas del prejuicio.