Blue Jasmine
Los estudios fílmicos de mujeres que descienden al abismo de la enfermedad mental forman una larga y destacada lista. Menciono tres que son mis favoritas: Olivia de Havilland en “The Snake Pit” (1948), Jean Simmons en “Home Before Dark” (1958), y Vivien Leigh en “A Street Car Named Desire”. A esta última le hace genuflexión esta estupenda película de Woody Allen, y hay que añadir a Kate Blanchett a ese grupo de grandes actrices.
La trama de “Blue Jasmine” traza la caída emocional de una mujer que vive en las altas esferas de la sociedad neoyorkina durante el cénit de las locuras de la burbuja del negocio de bienes raíces, los derivados y las especulaciones en la bolsa con “hedge funds” y otros juegos de barajas del capitalismo norteamericano que dejaron a muchos en ruinas. Hal Francis (Alec Baldwin), el marido de Jeanette, cuyo apodo es Jasmine (Cate Blanchett), es una especie de Bernie Maddoff, el siniestro creador del esquema “Ponzi”, que le hizo perder a los que confiaron en él cerca de $18 billones y que está cumpliendo más de un siglo de cárcel.
Jasmine lo ha perdido todo como resultado del arresto de su marido (ocurren varias cosas que no quiero divulgar) y tiene que irse a vivir a casa de su hermana Ginger (Sally Hawkins) en San Francisco quien, como Jasmine, es adoptada, de modo que son muy distintas física y emocionalmente. Jasmine es hermosa; Ginger es, por decirlo finamente, desafortunada.
Luego de una vida de lujo en casas en los Hamptons, en el campo y en la Quinta avenida de Nueva York, Jasmine llega a un barrio de cuello azul a un apartamento cerca del bar de la esquina. Encuentra que Ginger está enredada con un tipo burdo y poco educado llamado Chili (Bobby Cannavale), un Stanley Kowalski del noroeste preso de un machismo que le cuelga del mechón de su recorte moderno. Como es de esperarse Jasmine choca con él y se desarrolla una enemistad azuzada por el conocimiento de lo que hizo Hal con el dinero de muchos, incluyendo una cantidad inesperada que ganaron en la Loto Ginger y su exmarido Augie (Andrew Dice Clay).
Desesperada porque no tiene dinero, Jasmine encuentra trabajo en la oficina de un dentista mientras estudia cómo manejar una computadora. Allí, predeciblemente, es acosada por su jefe (Michael Stuhlbarg) quien dice conocer la personalidad de sus pacientes por sus dientes. Esto lleva a que Jasmine deje el trabajo y vaya a una fiesta donde conoce a Dwight (Peter Sarsgaard) un diplomático en quien reconoce a un hombre que podría devolverle parte de su vida perdida.
Este filme es uno de los mejores de Allen en el siglo XXI y el más oscuro de su pluma, desde, tal vez, “Crimes and Misdemeanors”, aun considerando “Match Point” entre sus cintas más perversas. A pesar de que hay situaciones jocosas ⎯muchas suceden durante la breve e irresistiblemente graciosa participación de Louis C.K. como un tipo que Ginger conoce en una fiesta⎯, aquí no hay chistes surrealistas ni “one-liners”, ni los intercambios que nos sacan carcajadas como en otros filmes de este director–guionista sorprendente.
El personaje de Jasmine está atribulado por el ruido de la estática de la vida moderna. Lo que era poesía para Blanche Dubois en “Street Car” es trivial e inconsecuente para Jasmine. Ella prefiere buenos zapatos y carteras de precios exorbitantes. Su mundo es uno falso de joyas, automóviles caros y maletas Louis Vuitton. Vive en un juego de grandes apuestas en el que los jugadores esconden su mano, no porque juegan bien, sino porque hacen pillerías. Vivir en esa burbuja de dinero fácil y de extravagancias superfluas ha cambiado la visión de la vida de Jasmine. Lo que más recuerda de su existencia de fiestas y almuerzos y cenas en restaurantes que existen para tomarle el dinero a los que se lo han birlado a otros es que “Blue Moon” (de ahí Blue Jasmine) era la canción que tocaban cuando conoció a Hal y que ahora se ha convertido en una alucinación.
Combinada su decadencia financiera con un amor por al vodka, su mente no concibe ni acepta que el mundo sea tan vulgar como lo es fuera del círculo que antes frecuentaba. La vulgaridad que enfrenta Jasmine es tener que servirle a la gente común, que no pueden decidirse por el día en que han de ver al dentista y, peor aún, tener que servirle a mujeres a quienes antes tuvo de invitadas a su mesa.
Las actuaciones en el filme son uniformemente buenas y, en los momentos apropiados, tienen el aura del humor woodialleano que nos hace sonreír y que armoniza mejor con el tono de la película. Las de Sally Hawkins como Ginger y la de Bobby Cannavale como Chili, la Stella y el Stanley de esta versión domesticada del tranvía de Tennessee Williams1, son sobresalientes.
La de Kate Blanchett como Jasmine es extraordinaria. Las transiciones del personaje de la hipocresía social a los bordes de la locura caminan cerca de las tres actuaciones que mencioné al principio de esta breve crítica. Blanchett da la sensación de estar oscilando como un péndulo que va de la luz a la sombra con cada latido de su corazón. Lleva en la superficie de su mente lo que le ha sucedido y esos acontecimientos se han aferrado a una visión tan llana que no le permiten analizar bien su situación. Vemos en la hinchazón de sus ojos y en las torsiones de su boca la incapacidad que tiene para manejar la realidad. Cuando habla sola y tiene alucinaciones auditivas que le dejan escuchar “Blue Moon”, sabemos de pronto que el “Blue» en el título se refiere a la tristeza que siempre la ha acompañado sin que ella haya podido reconocer la verdad de su propia situación, aunque le estrujaba el rostro.
Si la tesis de Allen es que cuando uno vive una mentira todo se disfraza y es imposible ver la realidad, la interpretación de Blanchett prueba que ese es el caso. Si, por el contrario, el postulado es que la locura incipiente o escondida permite que alguien se adapte a la mentira, Blanchett también lo confirma. Es una actuación impecable.
Como en muchas películas anteriores el diseño de la producción estuvo a cargo de Santo Loquasto. Los platós son hermosos y realistas. El cambio en el decorado de los pisos de la quinta avenida a la casa de Ginger en San Francisco es perfecto porque no condena el gusto del trabajador de cuello azul. Más bien lo eleva haciéndonos ver que el buen gusto es hacer lo mejor que se puede con lo que se tiene.
Es imposible no prestarle atención a la música de las películas de Allen porque la escoge con el cuidado con que escoge sus actores. Tanto así que es necesario descifrar qué tiene que ver la canción de fondo con lo que está en pantalla al momento. La banda sonora abunda en “Blues”, pero predomina a través de la cinta “Blue Moon”. Esta fue la única canción que Richard Rodgers y Lorenz Hart compusieron que no fue parte de una comedia musical. En otras palabras, es única, como lo es Blanchett. Dice además la canción: Blue moon/ You saw me standing alone/ Without a dream in my heart/Without a love of my own. Eso define a Jasmine y es, sin duda, de lo que trata la película.
- No hace mucho (2009), Blanchett representó a Blanche DuBois en una producción de “A Street Car Named Desire” dirigida por Liv Ulmann que recibió elogio universal, de modo que practicó muy bien para su papel en Jasmine. [↩]