Bridge of Spies
Las diferencias entre un prisionero de guerra y un individuo civil acusado de espionaje pueden ser muchas y evidentes, pero este filme absorbente articula la idea que el proceso legal bajo el cual se hace el arresto del segundo es fundamental porque le muestra al enemigo que en el país contrincante se aplican las reglas de la justicia. Eso debiera inducir a los contrarios a hacer lo propio. Entre los muchos argumentos que se suscitan en defensa del atrapado se sugiere que si el espía actúa como un soldado que cumple órdenes hay que considerar la ética bajo la cuál conduce su misión. Si el caso fuera al revés y el lado espiado tuviera un espía en el país enemigo, esperaría que su agente también se portara como un soldado fiel a su país.
La película sostiene el argumento basándose en la historia verídica de las circunstancias que rodearon la captura de Rudolf Abel, en realidad un coronel de la KGB de apellido Fisher, un espía del soviet que operaba en Brooklyn, y cuya captura vino a servir de solución al problema del piloto norteamericano capturado Francis Garry Powers, cuyo avión espía U-2 fue derribado sobre territorio ruso en 1960.
Es 1957 y Abel pasa por artista (pintor). El FBI ya tiene su pista y lo arresta luego de que recoge información dejada (en el lingo de espionaje se conoce como “entrega muerta”, porque no hay contacto directo entre espías) por sus manejadores en Prospect Park. Debido a la naturaleza del caso, conocido como el del “Nickel hueco”, la corte no consigue que ningún abogado defienda el espía. El público –la nación– estaba en son de guerra y convencida que se avecinaba una guerra termonuclear. No se podía tolerar que un espía soviético sufriera ninguna otra suerte que no fuera la silla eléctrica. Estaba el ejemplo no muy lejano (1953) de Ethel y Julius Rosenberg, norteamericanos ejecutados por ser espías soviéticos. La suerte de defender el caso le toca a James B. Donovan (Tom Hanks), abogado de una firma de Brooklyn que se dedica más a problemas de seguros que a casos criminales pero que ejerció en los juicios de Núremberg y trabajó para la OSS. Como se imaginan no son pocos los problemas que se busca.
Con la brillante cinematografía de Janusz Kamińsk, quien ha colaborado con el director del filme Steven Spielberg en varias ocasiones, la película desarrolla una tensión que al principio enfoca principalmente en la relación extraña que se establece entre Donovan y Abel (Mark Rylance) y nos da a conocer la filosofía de ambos hombres y el ámbito en que cada uno se desarrolló: el ruso estoico que ha sufrido revoluciones y abusos físicos y viene de un país totalitario en donde la justicia es arbitraria; el norteamericano idealista que es un burgués que ha aprendido a respetar la constitución y a los derechos humanos en Harvard. Estas escenas entre Hanks y Rylance son para mí lo mejor de la cinta y establecen cómo se ha de desarrollar y se ha de resolver una de las sorpresa del filme: el atrapamiento de un estudiante de economías por la policía de la Alemania Oriental.
Tom Hanks, cuyo rostro gracioso de joven se ha convertido en un rostro sin gracia alguna ahora que es casi sesentón (tiene 59), es un artista que ha ido afinando su arte y se ha convertido en un actor de matices variados en sus interpretaciones. Su representación en este filme es casi perfecta y los baches que sufre no son su culpa, como argumentaré más adelante. Sus diálogos con Rylance son deleitables por su parquedad cómica y nos permiten entender que Donovan (por lo menos en el filme) no es un niño escucha en busca de publicidad, sino un hombre que verdaderamente creía que la constitución se escribió para defender a las minorías y protegerlas de la plebe violenta y los ideólogos no pensantes. El guión fue escrito por el joven escritor inglés Matt Charman, y los hermanos Coen y apuesto peseta a morisqueta que el humor proviene de los chicos de Minnesota.
Si Hanks es una de los atractivos de la película, Mark Rylance como Abel se la roba. Todo sobre el “espía que no choteó” (esa fue la consigna de los rusos y era verdad) es un minucioso detalle de la personalidad a la que Rylance nos expone con sus gestos e inflexiones vocales. Aún sus greñas parecen decirnos que aunque estaba haciendo algo deleznable lo hacía con la convicción de que su ideología y la forma de vida a la que estaba acostumbrado era mejor que el capitalismo. La parsimonia de su habla y sus movimientos, la repetición de frases que son obvias y enigmáticas simultáneamente, como lo es su relación simultáneamente distante y profunda con Donovan, son dignas de admiración.
El formato del filme es como las películas de la guerra fría: un thriller que reta nuestros sentidos con sus vericuetos y situaciones. Como siempre Spielberg logra sumergirnos en el suspenso que crea la incertidumbre. Lo intensifica la edición de Michael Kahn quien, como el cinematógrafo, ha trabajando con él muchas veces. Los cortes entre la historia de Abel y el entrenamiento de Powers y otros pilotos entrenados para volar misiones en U-2 sirven para entender que el espionaje es siempre bilateral y que todo espía puede convertirse en doble espía si es capturado. De ser esa su suerte, se les exige el suicidio.
Hay la intención bastante obvia de comparar la condición de las prisiones en que estuvieron Powers y Abel: en Rusia, horribles; en los Estados Unidos, no tan malas. Tenemos también la prisión de la Alemania Occidental en la que se encuentra el estudiante de economía: aún peores que las del soviet. Presumo y lo más seguro es que esté en lo cierto, que esto se debe a que no se desea insultar a la Rusia de ahora; como la Alemania Occidental ya no existe, no importa.
Creo que hay otro motivo de más inmediatez para mostrar estos contrastes. En la cárcel del Soviet se tortura a Powers privándolo del sueño. En Alemania Occidental no torturan a su prisionero porque saben que no sabe nada y que no ha hecho nada malo. Eso contrasta con lo que sabemos que se ha hecho en cárceles “extranjeras”, como se les ha llamado, que manejan “compañías privadas” hoy día. Pero pensemos también en la tortura aplicada a los presos en Abu Ghraib y en Guantánamo que son cárceles de las fuerzas armadas. Estoy de acuerdo con que la película examinara esto con la brevedad que lo hizo para que pensemos en lo que le ha sucedido a la psique norteamericana con el asunto de Iraq, Irán y el mediano Oriente. La reacción del norteamericano promedio al Islam hoy día no es distinta a cómo respondían como un resorte al comunismo. Los guionistas y el director dejan eso a cargo del espectador para que lo descifre.
Aunque hay unos detalles en el filme que aluden a que inicialmente Powers fue rechazado por no haber seguido órdenes (no destruyó el avión ni se suicidó), investigaciones por el senado de los Estados Unidos lo exoneraron de haber sido un cobarde o darle información a los soviéticos. Murió en un accidente de helicóptero en 1977. No, no parece haber sido una conspiración. Abel murió de cáncer del pulmón en Moscú.
La película es entretenida y hace pensar. Sin embargo, como ocurre demasiadas veces, el director no logra esconder su debilidad: el sentimentalismo innecesario e incomprensible. Unos niños están viendo en televisión lo que causa una explosión atómica y en primer plano nos enseña un lagrimón en el rostro de una niña. ¿Por qué, me pregunto? Innecesario, my dear Spielberg. Abel le regala un retrato que le ha hecho a Donovan… Say what! Aún si fuera cierto, ya los actores nos han demostrado su relación especial, de modo que no necesitaba estar en negritas. Peor es una escena en la que Donovan va en tren cerca de la muralla de Berlín y presencia la muerte por ametralladora de unos que quieren saltarla. Ya sabíamos que los mataban y a menos que Donovan no fuera tonto (que es obvio que no lo era) también lo sabía. De todos modos Hanks queda horrorizado pero de una forma que me pregunté cómo Spielberg iba a construir una escena para mostrarnos la “libertad” en los Estados Unidos. No me defraudó porque pude predecirla; me defraudó porque fue más obvia de lo que pensé. Al mismo tiempo consideré la muralla entre México y Texas y el caso de Oscar López Rivera, que está preso sin proceso, y creo que todos deben de ver el filme para que recuerden por qué hay que defender los derechos de todos, pero cuidándose de simplificaciones sentimentales spielbergianas.