Café Society
A los quince minutos del más reciente filme de Woody Allen me pregunté a dónde íbamos, a dónde nos llevaría el narrador (el mismo Allen). Estaba claro que su alter ego, Bobby Dorffman (Jesse Esienberg) dejaría el Bronx por Hollywood, lo que no vislumbré es que el viaje sería por el corazón. Desencantado con su trabajo en el negocio de joyería de su padre Marty (Ken Stott), Bobby se traslada a la costa oeste para que su tío Phill (Steve Carell), hermano de su mamá Rose (Jeannie Berlin), le dé un trabajo. Phill es un “agente de talento” (maneja estrellas y aspirantes a serlo) y está en el meollo de la vida hollywoodense.
Luego de hacerlo esperar por tres semanas con excusas que son mentiras muchas veces, Phill le da un trabajo en su oficina haciéndole mandados y tareas triviales. Para que se familiarice con Hollywood le asigna a su secretaria Vonnie (Kirsten Stewart) que le sirva de Cicerón. Esta lo lleva a ver las casas de algunas de las grandes estrellas –la de Robert Taylor me pareció exageradamente victoriana– mientras que su tío lo invita a sus fiestas, “brunches” y pasadías para que vaya conociendo los que mueven el cascajo en la ciudad de los sueños.
Bobby se siente solo y perdido y, predeciblemente, se enamora de Vonnie. Sin embargo, esta lo rechaza porque, según le explica, tiene novio. El asunto se complica cuando el guión de Allen se convierte en una farsa francesa de coincidencias inevitables que forman un círculo digno de un filme de Max Ophüls, digamos, “The Earrings of Madame De…” (1953) y, como en esa, un regalo resulta ser lo que revela el secreto de un triángulo amoroso. Se nos va salpicando con una retahíla de nombres de actores, actrices y directores que los personajes van dejando caer como si fueran las migajas de pan de Hansel y Gretel que nos conducen a una trama digna de un melodrama de la Warner. Curiosamente, Bobby lleva a Vonnie a ver “The Woman in Red”, un dramón de Barbara Stanwyck y Gene Raymond que junto a un afiche de “Swing Time” (Astaire y Rogers), establece la temporalidad de la película (1935-36) y los límites emocionales de la cinta.
Por el narrador sabemos que Ben (Corey Stoll), el hermano de Bobby, es un gánster. Uno de sus deportes favoritos es matar a sus contrincantes y enterrarlos bajo cemento. El tipo monta un club nocturno que atrae lo mejor y lo peor de la sociedad y se convierte en el sitio donde estar de noche en Manhattan; es un tributo de Allen al antiguo y legendario Stork Club (1929 a 1965), el epicentro del “café society” neoyorkino y lo que le da el título a la película. Cuando Bobby regresa a Nueva York va trabajar al club de su hermano.
Evito dar detalles de la trama aunque las películas de Allen no son sobre la trama. Este filme, por ejemplo, examina la superficialidad de la vida de los famosos a la vez que es un recordatorio de una época en la que el romance era respetado y mediado por la cercanía, algo que Allen convierte en chiste dejándonos saber que las llamadas telefónicas costaban una fortuna de modo que las relaciones a larga distancia las limitaban el estado económico de la persona. A pesar de la broma, este es posiblemente el filme más romántico que Allen haya hecho desde “Manhattan” (1979), y en él explora la fragilidad del matrimonio y la durabilidad de lo que algunos llamarían el verdadero amor. Sin embargo, Allen no nos quiere dar una respuesta a los secretos de las fuerzas que generan el amor cuando es verdadero. Tratando de evitarlo Allen le da a la película cierta frialdad que es incompatible con lo que nos está sugiriendo. Complica el asunto que tal parece que el amor familiar es más fuerte que el romántico, lo que reafirma su postulado en “Crimes and Misdemeanors” (1989), una cinta en que el amor y la lealtad familiar, a través de lo malvado, van de la mano, como en esta.
Es notable que en una cinta de Allen uno no se ría a carcajadas muchas veces, pero hay una razón para que así sea en esta. Allen el guionista quiere llevarnos con sutileza y seriedad al romance, de modo que le deja las líneas humorísticas a la familia judía de Bobby en Nueva York. Son los intercambios antirománticos entre su padre Marty y su madre Rose, y las llamadas de Rose a Bobby y a Phill, los que parecen “skits” hilarantes entre Elaine May y Mike Nichols (hay que recordar que Berlin es la hija de May). En un debate fenomenal Rose le dice a su marido: “No tienes una cabeza judía: eres estúpido”, y la cara de su marido revela la supremacía del matriarcado. De la boca de su familia también emerge el aderezo de la ensalada que es el filme: “Hay que celebrar la vida porque no tiene ningún significado.”
El problema del filme no es que no tenga líneas que sean graciosas, sino que a veces falla terriblemente en hacernos reír. En una escena en que Bobby recién llegado a Los Ángeles pide que le envíen una prostituta a su habitación en un motel, Allen duplica la experiencia de Holden Caulfield en “The Catcher in the Rye” cuando decide no tener sexo con una prostituta que terminaría su estado virginal. Pero los intentos de humor de Bobby (le dice que no quiere tener sexo porque “tiene dolor de cabeza”) no funcionan. Tal vez algunos noten lo mucho que tiene Bobby de Holden Caulfield incluyendo, en ese momento, soledad e inseguridad. En ese subtexto del filme, Allen nos dice al final lo que J. D. Salinger solo nos dejó intuir: Que los Holden de la vida nunca resuelven sus problemas completamente.
Otra debilidad del filme es que Jesse Eisenberg no convence con su interpretación de un Woody Allen joven. La imitación es bastante obvia pero le falta la combinación de shtick y pantomima que caracterizaba al joven Allen. Creo que constituye un error de elenco. Eisenberg parece destinado más a papeles como el de Lex Luthor en películas de Superman que a papeles románticos. Esto a pesar de que junto a la deliciosamente loca Greta Gerwig, en el filme de Allen “To Rome with Love” (2012), funcionó a la perfección. Con quién lo emparejan tiene que ser compatible con su personalidad. La joven Stewart (Vonnie) es bonita y representa perfectamente su papel de predadora ingenua. Por otro lado, Parker Posey (Rad), una amiga que le presenta a Bobby su futura esposa (la escultural Blake Lively) está desperdiciada a tal punto que solo hay dos o tres primeros planos de ella.
Hay tres cosas que deslumbran del filme. La cinematografía de Vittorio Storaro le da al filme una patina de colores que evocan la época dorada del cine que con el brillo especial de los automóviles, las pieles y la ropa, cuando la elegancia era estar bien vestido. Storaro enfatiza los colores acromáticos y el pardo, que sobreimpone en pasteles para darle a la película un sentido temporal bastante preciso. Luego está el diseño de la producción de Santo Loquasto, un asociado de Allen de mucho tiempo quien ha logrado una recreación estupenda de la vida social hollywoodense y del “café society” de Nueva York. Finalmente está la gloriosa banda sonora del filme que suple muchas veces el sentido romántico que no generan las combinaciones de actores. En ella predominan las canciones de Rodgers y Hart, que son algunas de las mejores del repertorio de los clásicos “pop” norteamericanos. El uso de la banda sonora por Allen, como siempre, es impecable e inseparable de lo que está sucediendo. Como sabemos muy bien, el verdadero amor del director guionista es Manhattan.