Cambio de rumbo en la educación superior
La UPR atraviesa una crisis profunda agravada por su debilitado financiamiento. Estudios históricos y sociológicos de la misma nos revelarían detalles importantes del origen y desarrollo de esa crisis. Sin embargo, quisiera dirigir la atención no a los cambios acaecidos sino a eventos históricos recientes y a los cambios que en la universidad se avecinan. Me refiero, por supuesto, a la redefinición de la UPR que propone el Comité Asesor sobre el Futuro de la Educación Superior de Puerto Rico.
Para el mencionado comité una solución a la crisis es la aceleración de la inserción de la UPR en la economía del conocimiento. De hecho, era esa precisamente una de las responsabilidades asignadas al Comité. El gobernador Luis Fortuño, mediante orden ejecutiva, ordenó su creación el pasado año encargándole, entre otras cosas, con el fortalecimiento de los programas universitarios de investigación, desarrollo e innovación y la optimización de los mismos mediante la colaboración efectiva con otras entidades gubernamentales y no gubernamentales, dentro y fuera de Puerto Rico, para “apuntalar el desarrollo de la economía del conocimiento.”
Aunque la UPR ya gravita en la órbita de la economía del conocimiento, esta no está del todo incrustada en la misma. Se trata aún de una institución en transición, de una institución mixta donde coexisten, muchas veces en conflicto, viejos y nuevos estilos administrativos y burocráticos. No obstante, los nuevos estilos, marcados por el neoliberalismo, se van convirtiendo en la práctica administrativa dominante. Esto implica que, en un intento por mejorar su situación financiera, la UPR intensificará sus modos neoliberales y con ello su inserción en la economía del conocimiento. El reciente informe del Comité Asesor sobre el Futuro de la Educación Superior de Puerto Rico, titulado “Cambio de Rumbo para Dar Pertinencia a la Educación Superior en el Siglo 21,” confirma esta tendencia.
En el informe el Comité propone un decisivo “golpe de timón” dirigido a garantizar el vuelco de la UPR a la economía del conocimiento. El Comité, para quien la (Multi-) Universidad de Puerto Rico es algo así como un enorme barco con un rumbo inadecuado, propone ese golpe repentino para encauzar “su gerencia, finanzas y gobernanza para igualar y competir a la altura de las mejores universidades del Siglo 21″. Para los miembros del Comité es responsabilidad de la UPR “ser motor de la economía del conocimiento”. Claro, el desvío propuesto, tomando en cuenta el estado financiero de la UPR y las políticas económicas del gobierno, se impone sobre el Comité y la alta administración universitaria casi como una necesidad. La lógica de la propuesta del comité es sencilla. El punto de partida del Comité es la situación económica del país:
Puerto Rico está inmerso en medio de un mundo altamente competitivo que requiere optimizar los recursos que le permitan salir de la encrucijada social y económica en que se encuentra. Los países que más progreso económico han hecho en todo el mundo ya no son los que más recursos naturales tienen, sino los que dejaron de mirar al pasado y han puesto su mirada en el futuro.
Ante ese cuadro es necesario, según los miembros indudablemente desarrollistas del Comité, un nuevo modelo para el desarrollo económico de la Isla, uno basado en lo que la administración de Acevedo Vilá llamó la “economía de la innovación”:
Puerto Rico necesita urgentemente un nuevo modelo económico para adelantar su desarrollo. Ese nuevo modelo tiene que ser uno basado en el conocimiento. El eje central de éste debe ser la innovación basada en la ciencia, la tecnología y la investigación. Nuestro recurso principal es nuestra gente, y ésta debe ser poseedora de conocimiento útil y relevante. Nuestros trabajadores deben ser trabajadores del conocimiento; generadores de ideas que resulten en nuevos productos, bienes y servicios que se produzcan en Puerto Rico y se vendan en los mercados globales.
Y concluyen que en el contexto de la economía del conocimiento un buen sistema educativo es esencial, por lo que es necesario “visualizar la educación como factor fundamental en ese modelo económico.”
La transformación de la UPR en ese factor fundamental de la economía de la innovación, vuelco reafirmado por el Comité Asesor sobre el Futuro de la Educación Superior de Puerto Rico, no es un fenómeno nuevo y tampoco aislado. Es un fenómeno global que envuelve varios procesos con consecuencias significativas y, en algunos casos, desfavorables para la educación secundaria. Primero, en el contexto de la economía del conocimiento, el capital despoja de manera gradual al trabajador intelectual universitario de la iniciativa en el proceso productivo, transformándolo en una figura marginal en los circuitos del capital. Este no es un proceso nuevo. Hoy la diferencia es que, con la economía del conocimiento, su integración a los procesos productivos se ha intensificado como nunca antes. Una de las consecuencias más notables de dicha desarrollo es la extensión, aceleración e intensificación de la proletarización de los profesores y científicos universitarios y su conversión en lo que Stanley Aronowitz llamara technical intelligentsia. La propuesta del Comité intensificará esa proletarización, puesto que promete la presencia en la UPR de un creciente número de profesores por contrato y sin permanencia, condicionada o incondicionada. He ahí el crecimiento del “profetariado”, ya común en las universidades privadas del país. Asimismo, la inserción de la UPR en la economía del conocimiento resultará en el crecimiento significativo de los intelectuales-empresarios, los descritos por Arturo Torrecilla en su más reciente libro. Su estatus de empresarios no garantiza su autonomía, pues como plantea Torrecilla estos deben hacerse de toda una colección de máscaras a la sazón de los deseos de sus cortesanos.
Segundo, el capital integra el conocimiento universitario al ciclo de producción capitalista, subsume formal y realmente el mismo, convirtiéndolo en mercancía. El conocimiento es en nuestros días no solo fuerza de producción, sino además reserva de capital. En la universidad contemporánea, el conocimiento posee un estatus económico complejo. Existe primero como un bien común que transita libremente en intercambios más o menos equitativos y es producido fuera de los límites del capital. Es el conocimiento como bien común el que es amenazado, asediado y cercado por la economía del conocimiento. Existe también, una vez cercado por mecanismos no necesariamente ligados al mercado, como bien ficticio; se mueve en el mercado como propiedad privada. También es, en ocasiones, un bien capitalista o cuasi-capitalista, esto cuando es subsumido formal y realmente a la cadena de valor capitalista y es sometido a la competencia entre capitales. He ahí el gran logro de la economía del conocimiento.
Por último, y cuando los derechos de propiedad intelectual y patentes garantizan ganancias a la universidad y las empresas, el conocimiento científico universitario existe como parte de la base del capital ficticio. De ahí la importancia que el Comité Asesor sobre el Futuro de la Educación Superior de Puerto Rico le otorga a la “comercialización de la propiedad intelectual.”
La inclusión de las universidades en la economía del conocimiento implica su integración a un “sistema científico” disciplinado por el neoliberalismo, por eso que el sociólogo Pierre Bourdieu llamó la “máquina infernal.” El neoliberalismo pretende capitalizar, comodificar y mercantilizar el trabajo intelectual y su producto para hacerlos formar parte integrante de la constitución orgánica del modo de producción capitalista y favorecer así su movimiento en la creciente articulación de la producción y la reproducción “glocal” del plus valor. La consecuencia: el trabajo intelectual, el conocimiento universitario y la universidad misma, una vez integrados a los circuitos del capital, pierden su autonomía paso a paso.
Conjuntamente, la enseñanza-aprendizaje continúa su integración a los circuitos del capital; el neoliberalismo intensifica el rol de ésta como una fuerza fundamental para la reproducción social. La “nueva economía,” como la vieja, requiere la reproducción de la fuerza de trabajo, en su caso la de los trabajadores- intelectuales. La necesidad de mayor y creciente calificación, motivación, y creatividad en los trabajadores—fortifica e incrementa las conexiones crecientes entre los procesos productivos y la educación. En Puerto Rico, por ejemplo, los estrategas de la economía de la innovación lo reconocen y es por ello que, aunque con muy poco éxito, se promueve una “mejor” educación primaria y secundaria. En su reporte del 2007, Puerto Rico Industrial Development Company (PRIDCO) resalta la disponibilidad de alrededor de 10,000 estudiantes graduados cada año en ciencias, ingeniería y servicios técnicos que servirían como mano de obra en la llamada economía de la innovación. En su intento por fortalecer dicha economía el gobierno ha dirigido sus esfuerzos a mejorar la enseñanza-aprendizaje en ciencias y matemáticas. Y en su intento por vincular la UPR a la economía del conocimiento, el Comité Asesor sobre el Futuro de la Educación Superior de Puerto Rico propone cambios dirigidos a educar y preparar los futuros trabajadores para que sean “trabajadores del conocimiento,” productores de ideas rentables, fabricadores de ideas que resulten en productos innovadores, así como bienes y servicios para el mercado global.
La UPR es entonces transformada en el contexto del creciente valor del conocimiento para el desarrollo económico de la isla. Las políticas del Estado Libre Asociado (ELA), muy similares a las políticas auspiciadas por el Banco Mundial y OECD, van dirigidas a adaptar la educación a la economía del conocimiento y al adiestramiento de una fuerza de trabajo necesaria para la misma. El establecimiento de incentivos económicos y un sistema regulatorio favorable a la inversión en la investigación y desarrollo, la construcción de la infraestructura necesaria para la innovación científica y a la creación de un “ecosistema científico” son también parte de esas políticas. En términos de la educación, las políticas del ELA, incluyendo las políticas de la actual administración, van dirigidas a promover la educación y entrenamiento de la fuerza laboral necesaria para la economía de la innovación, en particular en los niveles primarios y secundarios. En el contexto de la “economía de la innovación,” el ELA se encarga, mediante el Fideicomiso de Ciencia y Tecnología, de facilitar la transferencia de conocimiento público al sector privado, garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo a través del fortalecimiento de la enseñanza en ciencias, y de incentivar a los científicos y la inversión estadounidense, todo dentro del marco ideológico del neoliberalismo. La propuesta del Comité Asesor sobre el Futuro de la Educación Superior de Puerto Rico es simplemente que la UPR desempeñe un rol más activo y dinámico en la economía del conocimiento.
El problema con la propuesta del Comité Asesor sobre el Futuro de la Educación Superior de Puerto Rico es su fe extrema en las posibilidades de la economía del conocimiento en la isla. Su confianza en ella es manifiestamente inocente y optimista. En Puerto Rico, la economía del conocimiento, también llamada “economía de la innovación” pisa y no arranca, y lleva intentando arrancar, como indicara Dennis Costa en un artículo para el Caribbean Business en el 2008, unas cuatro décadas. Lo cierto es que el desarrollo de la “nueva economía” ha sido, como dicen por ahí, “cuesta arriba”. Costa, prudente, planteaba que “only time will tell if the next few years of efforts toward this end will yield better results that the previous four decades.” Al presente, unos años después de la publicación de ese artículo, los resultados siguen siendo, para aquellos que promueven la economía del conocimiento, decepcionantes. El gobierno continúa promoviéndola. Sospecho que hoy Costa diría lo mismo: el tiempo dirá.
Costa no estaba solo en su evaluación algo pesimista de la economía local del conocimiento. En una nota editorial en el mismo ejemplar Caribbean Business también expresaba sus dudas con respecto a las posibilidades de la economía del conocimiento: “It sounds great. But is it for real? Does Puerto Rico have a future in the so-called knowledge economy, one based more on science and technology research and development (R & D) than on actual manufacturing?” Y aunque con algo de esperanza reconocían que “the odds are against us.” Y terminaba expresando lo siguiente:
We should, of course, pursue any and all avenues that lead to Puerto Rico’s further economic development. But as we do, we should ask a very fundamental question: If we can’t even master what it takes to be competitive in other industries that are clearly within our reach, that have much lower barriers to entry in terms of the time and the investment required to develop them—and that create many more jobs, by the way—such as tourism, for example, aren’t we being a little bit naïve in thinking we will become one of the world’s next science and technology powerhouses?
Varios años después la situación no ha cambiado. Y si resulta naïve pensar que Puerto Rico será un competidor importante—un powerhouse—en la economía global del conocimiento, ¿no lo sería también pensar que la inserción de la UPR es remedio a sus problemas económicos? ¿Debe la UPR unirse a ese quimérico proyecto, al espejismo que sigue siendo la economía local del conocimiento? ¿Debe ser ese el nuevo rumbo de la UPR? ¿Debe su pertinencia estar atada a ser motor de un proyecto incierto? Tal parece que el “golpe al timón” llevará a la UPR a encallar en las arenas movedizas de la inestable y endeble economía puertorriqueña del conocimiento. Y me temo que nada cambiará el nuevo rumbo. La UPR se convertirá en lo que Jacques Derrida llamó, precisamente en la UPR, una “sucursal de conglomerados y corporaciones”. La UPR alterará su identidad como institución educativa pública para asemejarse a una tienda, en la que como afirma Marcela Mollis “el estudiante es cliente, los saberes una mercancía, y el profesor un asalariado enseñante”.