Caminar en frecuencias de sonidos: Para una ética del camino
Presentación de “Somos Islas: ensayos de camino”
de Marta Aponte Alsina
Buenas tardes. Quiero antes que todo agradecerle a la escritora, la inmensamente admirada Marta Aponte Alsina, por el gran honor que me hace al invitarme a compartir con ustedes algunas reflexiones y miradas a partir de este su nuevo texto, Somos Islas: ensayos de camino. Desde ya propongo que este libro de ensayos guarda correspondencia con otros géneros que cultiva la escritora pues si los hilvanamos –al igual que Marta astutamente hilvana presentes y pasados, islas y continentes, identidades subversivas en tiempo y espacio– nos daríamos cuenta de que hay una propuesta eminentemente política en su escritura. Pero de eso hablaré más adelante.
No sé si Marta se lo propone, pero sus libros tienen una pócima especial: quien la va leyendo necesariamente tiene que ubicarse en lo más ancho del mundo, en la infinitud de la temporalidad. Es inevitable pensar dónde estuvieron mis “yo”, qué caminos recorrieron mis ancestros: ¿Cayey, Caguas, París, Brooklyn, Dominica, Colorado, Martinica, Gales, Puerto Plata o Mayagüez. ¿Qué lazos tengo o pudiera tener con las mujeres que defendían revolucionariamente la alegría en las comunas de París, con quienes bordaban pañuelitos en Moca o con las locas encerradas en los áticos en Londres? Antes había probado esa pócima, pero no se me había hecho tan transparente su intención como hasta ahora. Antes de este, el último libro que leí de Marta Aponte fue La Muerte Feliz de William Carlos William. No es ocasión de hacer una reseña de esa experiencia. Baste decir que seguirle los pasos a Raquel, la madre del poeta William Carlos Williams, en esa novela esclarece por qué a Marta hay que leerla con solemnidad, por qué en su escritura hay un mapa, una ruta para ver la vida. No solo destaca el rigor investigativo y la capacidad literaria de la autora, que entrelaza historia y ficción al ubicarnos a Raquel, la madre del poeta en un viaje de vida que va desde Mayagüez a París, Puerto Plata y Brooklyn, y trazar la temporalidad entre Rutherford y Cayey, sino que en esta se materializa una ética que se hace explícita en Somos Islas: hay que ubicarse en el mundo, en tiempo y espacio, y eso solo es posible si se mira con solemnidad el pasado y se piensa el presente de manera tridimensional.
Creo que es ya un entendido, estemos conscientes o no, que cuando aprendemos a leer, abrimos las puertas inmensas a la búsqueda. Leemos porque buscamos, leemos porque queremos saber y una insaciable sed de mundos, de referentes, de imaginarios, hace que nos apetezca la lectura. Pienso que también leemos –otra vez, conscientes o no– porque buscamos referentes éticos, modos de ser y de caminar. Las lecturas más solemnes para mí siempre han sido aquellas que me hablan, aunque sea indirectamente, de modos de ser, de direcciones en las cuales caminar. A Marta la leo con solemnidad, esa con la que leía desde niña cuando un texto me provocaba buscar referentes éticos. Pensando sobre eso desde que Marta me pidió compartir con ustedes hoy, me preguntaba, qué es lo que me provoca tanta solemnidad y cuidado cuando la leo. Es su ética literaria.
Marta tiene una propuesta ético-política que a mí me apetece. Me atrevo osadamente a trazar en Marta una ética de su escritura a la que voy a llamar, la de caminar acompañada y sobre aguas. Estos ensayos la explicitan. Se trata, sospecho, de una insistencia a que nos ubiquemos en relación con el mundo, tanto en tiempo como en tradición; tradición en el sentido del reconocimiento de que como ella señala, somos custodios de un pedazo de tiempo porque cuando nacemos, lo hacemos en un espacio en el que ya antes aconteció y vivimos siempre de cara a un futuro, que aún cuando ya no estemos, acontecerá. Si hay algo que está presente en todos estos ensayos, es el planteamiento de la autora de que hay algo que nos falta en el presente y es la necesidad de rescatar la memoria, pero una memoria compleja, que sea capaz de ubicarnos junto a otros en el mundo, un mundo de exclusiones, de marginalidades, de identidades arrancadas, de voces silenciadas por patologías, pero también, un mundo de resistencias cotidianas, de subversiones escurridizas. Cualquier rescate al pasado, a la memoria –que preferentemente pueda ofrecer la literatura– tendría que rescatar una tradición olvidada, la de ancestros y contemporáneos cuyo vínculo en tiempo y espacio es haber sostenido la osadía de lo impuro, la afrenta a todo aquello impuesto, sea desde categorías raciales, culturales, de género, geográficas, políticas. El rescate de la tradición, pues, es importante no para generar ontologías o esencias, sino para afirmar la escapatoria de todas las impuestas.
Permítanme aquí, compartir con ustedes un vínculo que hago entre la propuesta ética que nos hace Marta y algo que la teórica política Hannah Arendt insistió en sus escritos: la importancia de la tradición y su pérdida en el mundo contemporáneo. Antes habría que señalar que ninguna de las dos se refiere a la tradición como meramente el pasado. Tradición y pasado no es lo mismo, dice enfáticamente Arendt. Arendt, que advirtió lo problemático de la pérdida de la tradición en la modernidad, explica que la tradición es aquello que nos permite anclarnos en el tiempo:
Hemos perdido el hilo que con seguridad nos guió a través del vasto reino del pasado, pero este hilo también fue la cadena que encadenó a cada generación sucesiva a un aspecto determinado del pasado … sin una tradición firmemente anclada –y, la pérdida de esta seguridad ocurrió varios cientos de años atrás– toda la dimensión del pasado, se ha puesto en peligro. Estamos en peligro de olvidar, y un olvido tal, aparte de los propios contenidos que podrían perderse, significaría que, humanamente hablando, nos privamos a nosotros mismos de una dimensión de profundidad en la existencia humana. Porque la memoria y la profundidad son lo mismo, o más bien, la profundidad no puede ser alcanzada por el ser humano sino a través, del recuerdo. (Arendt & Baehr, 2003, p. 464)
La tradición de la que habla Arendt y a la que creo que Marta Aponte nos convoca a recuperar en esta serie de ensayos, no es la de una nostalgia del pasado, sino una tradición que hace posible anclarnos como parte del caminar de la humanidad. Caminar siempre es un proceso, riesgoso, sobre agua, diría Marta, pero es la única forma de hacernos parte de un mundo común en el cual nacemos. Si no contamos con referentes del pasado, se hace difícil y superficial el acto de caminar.
¿Cómo recuperar entonces esa concepción de tradición? ¿Cómo adoptar una ética del caminar, de la escritura, de la literatura, del vivir, que sea responsable con eso que nos precede y a la vez nos constituye? En sus ensayos de Somos islas, avisto posibles respuestas que he clasificado en los siguientes puntos:
-De la ética del caminar
Lo primero que nos dice Marta en sus ensayos es reconocer la ventaja de ser islas. En las islas tenemos la ventaja de aprender a caminar sin dogmatismos, se está siempre, dice Marta, en “esa tensión entre el deseo de fuga y la necesidad de arraigo”. En ese caminar constante, los seres de islas vamos de puerto en puerto. De ahí que la literatura de Marta Aponte nos ubique tanto en islas como en el constante fluir entre islas y continentes. Marta en sus textos tiene el cuidado de que se asomen, de una manera u otra, sus ancestros y sus diásporas, los de ellas y los de sus personajes. En el ensayo Mar de los sargazos, Marta, como lo ha hecho otra veces, enlaza a las mujeres de las vidas literarias, las de ficción y las de la historia oculta, las que bien pueden ser nuestras ancestras. ¿Qué tienen en común la vida de mujeres que simultáneamente y en diferentes vidas coexistieron? En Mar de los sargazos, una escritora de la isla Dominica –imbricada en historia y vida con su contraparte en tierras del imperio– amplía el horizonte hacia lo oculto y politiza el canon literario. Marta escudriña. Nos ofrece ejemplos de vidas engavetadas por la no inclusión del universo literario, del de sus autores.
Ver en lo microscópico lo universal
En Caminos de la sorpresa: cartografías del Caribe, Marta ubica a Guayama en el Caribe, en los personajes de una pisicorre de Cayey a Guayama, en la guagua de su abuelo paterno. Allí, en una guagua que desafiaba a las lloronas de las curvas de las carreteras. Marta logra que en “pueblitos microscópicos” veamos imágenes universales, que hagamos una ruta. “Todas las rutas, aun las más recónditas, por más primitiva que parezca su ingeniería, son afluentes de rutas mayores, a la vez que grandes arterias de redes más pequeñas, extendidas por territorios que la política no entiende” (Aponte Alsina, 2015, p. 34). Y por ellas transitamos con nuestros cuentos, porque como dice Marta, somos cuentos de camino y eso nos hace necesario asumir una ética del camino. Somos, nos dice amorosamente Marta, custodios de un tramo del camino, de una línea melódica afinada en la tónica de sus semejantes, ancestros y descendientes” (Aponte Alsina, 2015, p. 34).
Preguntarnos, ¿qué caminantes nos precedieron?
Marta trae a nuestra atención la importancia que tienen las “figuras universales de la errancia”, siempre en los márgenes del poder. Los piratas, las lloronas, por ejemplo. Nuestra encomienda es fijarnos en los locos errantes por barrios y ciudades, en los “seres irreverentes” de las islas. Para esto hay que estar atentas y que en el caminar sobre las aguas no naufraguemos ante el problema del “deseo de imitar las novelas de ambiente “metropolitano” y celebra la idea de la construcción de una voz propia, como también bien lo acota el Premio Nobel, J. M. Coeetze en Elizabeth Costello. Para esto la necesidad de recuperar lo que llama Aponte “los sabores de la infancia” y descubrir los “personajes y claves históricas de la isla mayor”, no “renegar de los cuentos de camino”.
Recuperar el pasado
Citando a Edward Said, “una de las labores del intelectual es establecer nexos….trazar analogías entre culturas, establecer contrastes, semejanzas “en un plano de la correspondencia real” (Aponte Alsina, 2015, p. 49). Y Marta Aponte se toma esto muy en serio y lo hace con un rigor extraordinario. Hacer visible lo invisible. Vuelve con Said, a explorar “territorios enlazados, historias enlazables”. Así, Marta Aponte es capaz de enlazar una historia breve de Fort Collins de Colorado, con la American Sugar Refining Company, fundada en Wall Street por el primer gobernador civil estadounidense en PR. Además, el pasado se construye y los relatos de la ficción tienen un lugar importante. Ficción e historia son temas importantes que Marta explora: historia, memoria, fragilidad. Así, en Somos islas, Marta propone una valoración distinta de la literatura, una no ya vista desde la pedagogía, sino como potencia política “en lugar de la imaginación silenciada por le programa político”, la política se enriquecería por la dimensión propia e irreductible de la primera.
Un llamado a situarnos
En mi ensayo favorito, Historias íntimas, cuentos dispersos: palabras, tramas e identidades, la escritora nos llama a situarnos, individual y colectivamente: “Puerto Rico queda en el Caribe, el Caribe en América, América en el mundo y el mundo en un universo inabarcable” (Aponte Alsina, 2015, p. 63). Somos libros, vivimos del cuento. ¿Qué tipo de cuentos somos y seremos?, pregunta. Para ser un buen cuento, es irreductible rescatar “lo despreciado, marginal y, en cierto sentido, intraducible –sobre todo los oficios y saberes de las mujeres”.
Me detengo en un tema que Aponte trae: es difícil situarnos sin una referencia al pasado. A este problema lo nombra como conflicto entre historia y memoria. Nos recuerda la denuncia o emplazamiento que se hiciera a la historiografía como productora de un saber cosificado, como constructo del poder. Se trató de un señalamiento importante para desmitificar todo relato que tuviera pretensión de verdad. Pero, para Aponte el debate entre la historia impuesta y la necesidad de cuestionar identidades paralizantes llevó al olvido. Identifica, así lo interpreto, ese debate historiográfico con el saldo actual, un vacío producto de la borradura de los relatos que si bien debían cuestionarse, no fueron sustituidos, sino por la ignorancia y la superficialidad.
Critica, así, la premisa de que aquí “está todo por hacer”, una actitud que puede provocar un ninguneo cuando alguien “se propone rescatar una institución, un archivo, una comunidad destruida, una memoria” (Aponte Alsina, 2015, p. 74). Quizás el debate teórico no fue tanto uno de memoria contra olvido, sino uno de memoria contra memoria, pero habría que estar atentas a lo que nos dice Marta, a su producto, que fue dejarnos en el olvido, sin referente de un pasado, como plantea Arendt.
Este debate es interesante por demás, ciertamente recurrente en Puerto Rico y precisaría una actividad en sí mismo. Pero quisiera usarlo de punta de lanza para hacer una osadía, en contra de lo que quizás la propia Marta diría o como ejemplo de qué no se trata o debe tratarse el debate. No me parece que el debate de fondo trate sobre la cuestión nacionalista o el empeño en anclarnos en una identidad tal. Sé que el tema se traduce en la mayoría de las ocasiones en la pregunta por la puertorriqueñidad, pero pienso que si bien hay rasgos de eso, el asunto no se agota ni tiene por qué agotarse ahí. Ha dicho Marta en varias ocasiones que es “nacionalista” y, por supuesto, no seré yo jamás, quien la contradiga. Pero veo los términos del debate que ella plantea en otra dirección (Y esto lo discutí una vez con las editoras Lissette Rolón y Beatriz Llenín). (Todavía estoy ávida de una segunda parte del programa Puerto Crítico en que Marta Aponte trajo el tema de recuperar una idea de nación). Pienso que la propuesta de Marta o su planteamiento de fondo, no es necesariamente, o mejor digamos, exclusivamente, que la carencia de pasado es problemática porque derrota la conformación de la nación sin más. Creo que el señalamiento es más profundo y como consecuencia, su urgencia es aún mayor. Como dije antes, propongo con Arendt, que veamos en el planteamiento de Marta una propuesta humanista más que nacionalista. La recuperación de un pasado, de la tradición, en el sentido al que antes me refería, es necesaria sobre todo para la profundidad humana. Recuperarla no se circunscribe a trazar un mapa “nacional”, sino que por el contrario y como lo atestigua la propia obra de Marta, se trata de una ubicación en un contorno amplio, capaz de dar cuenta de la complejidad de tiempo y espacio, de trazar vínculos y poner oído en tierra a los cuentos de camino que nos enlazan. Nada más ilustrativo, para mí que esta cita:
Si alguien me pidiera una definición inmediata de la patria, yo pensaría en las voces de mis parientes, gente de pueblo con sus resistencias y lealtades profundas, familiares que quizá no entendieron los gestos del nacionalismo épico, pero que eran resistentes, incluso irrompibles. Parientes de otras gentes que no pudieron darse el lujo del miedo: los emigrantes, primero a San Juan, a las márgenes del caño, donde levantaron casitas en los manglares. Gente acostumbrada a construir sobre el agua, a caminar sobre el agua. Esa obra de la precariedad, la innovación y la liquidez es la que asocio con mi tradición de lectura y escritura, y con mi biblioteca. Liquidez no tanto en el sentido de Bauman cuando se refiere a la incertidumbre de las sociedades contemporáneas, marcadas por la desaparición o el debilitamiento de estructuras e instituciones, sino como arsenal de tácticas ancestrales de supervivencia: mimetismo, astucia, maleabilidad y esa resistencia al abuso que también arrastran los ríos subterráneos. (Aponte Alsina, 2015, p. 78)
Pero esto, nuevamente, lo traigo a manera de provocación y podría ser producto de unos cuantos eventos.
Quiero terminar con la invitación de Marta a que veamos nuestro caminar como un acto de frecuencia. Caminamos y somos responsables de un tramo de la humanidad, ya como sujetos, como lectoras, como escritoras, en “una frecuencia de sonido”. Ese tramo lo llevamos, querámoslo o no, con ecos del pasado y es ahí, en esos ecos, en esa frecuencia de sonidos, que tenemos lugar. Es preciso para todos nosotros en tanto vivimos en un mundo común, recuperar la labor de historiadora, escudriñar el pasado de un mundo que nos precedió, en el que nacimos. Esto es vital para construir las narrativas del tramo que nos toca. Esa, entiendo, es la propuesta ética-política que nos trae Marta Aponte para caminar. Estar en el mundo con los otros, como diría Arendt, implica reconocernos en el mundo y acoger su pluralidad. Y dice Marta: “el mundo no puede aprehenderse en estado de pureza”. Hay que reivindicar el bricolaje universal, la vinculación de lo humano desde lo subterráneo. Toca entonces una ética que saque a flote los vínculos humanos que tenemos las islas todas, las que somos en tanto individuos y las que nos agrupan como archipiélagos. Somos todas islas, pero contrario a lo que dice el sentido común, no estamos “aisladas” sino que una red subterránea nos hermana.
Referencias
Aponte Alsina, M. (2015). Somos islas: ensayos de Camino. EEE.
Arendt, H., & Baehr, P. (2003). The Portable Hannah Arendt (Reissue edition). New York: Penguin Classics.
* Esta presentación fue auspiciada por la Universidad del Turabo el pasado jueves 7 de abril.