Caribe otros…
Visitando algunas poéticas que escriben el Caribe
¿Qué pertinencia tendría hoy volver a visitar la idea de la unidad caribeña? A destiempo volver a visitar los sueños de federación antillana que tanto transportaron los imaginarios de Martí, de Hostos… y de muchos más. Como un sueño que no se agota, una utopía en el horizonte de los posibles, de vez en cuando una se pregunta una vez más ¿y qué de esos pueblos que viven tan cerca de nosotros, qué pasa, en estos tiempos de crisis, en esas islas que se encuentran a pocos kilómetros de la nuestra como Jamaica, Guadalupe, Martinica, Antigua, La Española/Santo Domingo, Cuba? Un mismo mar, un archipiélago y una geografía compartida, una misma historia que se ramifica como un rizoma. ¡Todos esos pueblos están tan lejos y tan cerca, como sabemos! Poco sabemos de Cuba, de su historia, antes de la revolución, cuando Cuba todavía no ocupaba el centro de la historia del Archipiélago del mar Caribe y sus islas. No hablo por supuesto de los estudiosos del Caribe, los cuales con frecuencia han padecido más bien de una suerte de Cubacentrismo que comparte las mismas características del llamado eurocentrismo en el canon humanístico. Me refiero a los medios de transmisión de cultura y de información en Puerto Rico, y su poco interés en pensar el Caribe como espacio de posibles historias, como si el resto de sus islas no tuvieran sus respectivos escritores, historiadores, artistas y performeros. Quizá ambos factores –el periodismo chabacano y la organización de los estudios del Caribe a partir del relato de la revolución cubana y del hispanismo- han contribuido a borrar el mapa de las Antillas y a alejarnos de un espacio geográfico con el cual tenemos en común algunas memorias. Sólo cuando un huracán o un terremoto sacude al Mar Caribe algo se acuerda en nosotros de que pertenecemos a esa geografía, sólo en ese momento al ver el mapa de la región volvemos a ubicarnos en el mundo. Como que súbitamente nos acordamos que otros pueblos viven cerca de nosotros. Pero eso no nos hace más conocedores del devenir de esas islas.
En muchas ocasiones, se ha invocado la diversidad lingüística del Caribe para justificar la ausencia de intercambios entre las islas del archipiélago, y también el desconocimiento de la historia de los pueblos que lo componen. Pero observemos que eso no ha sido un problema para la Unión Europea, que está compuesta de 25 países con lenguas y prácticas culturales diversas. Tenemos que pensar que el problema es político, que esos pueblos caribeños en esta época de historias postcoloniales se siguen mirando en el espejo que les tiende lo que otrora fueran los imperios. Que los políticos contemporáneos de todo tipo que han pasado por las islas del Mar Caribe, no han trabajado para hacer posible un intercambio ni cultural ni económico entre estos pueblos. Cosa que en estos tiempos de crisis económica mundial quizá no debería parecer tan descabellado proponer, y que de hecho estaría más a tono con los fenómenos políticos que la postcolonialidad ha producido.
¿Para qué nos serviría la pancaribeñidad en un mundo tan convulso, y en el que constatamos la distancia que separa a las islas del Caribe, las cuales piensan tener más lazos de comunidad con sus metrópolis que entre sí? Quizá no se trate de insistir en una definición abarcadora de lo caribeño. La mayor parte de los estudios del Caribe han partido de consensos sobre lo que nos une, es reconocible, distintivo y diferente ante el no-caribeño. Para mí se trataría por el contrario de un proyecto de diferenciación de cada uno de esos pueblos. Mientras más literatura del Caribe una lee más constata las diferencias entre estas islas en la comprensión de los fenómenos históricos, étnicos, culturales así como en sus interpretaciones de la historia de la región. Un escritor de Guadalupe o Martinica no da cuenta de la experiencia de la colonización de la misma manera que un puertorriqueño. Esto puede parecer una afirmación muy imprecisa. Pero no lo es cuando se intenta leer más allá del “tema”: es decir, cuando se apunta a una estructura. Tomemos como ejemplo el tema de la colonización. Unos y otros pueden referirse a él pero no todos lo han escrito de la misma manera. Es así porque la colonización no es tan sólo un tema abordado a partir de un acontecimiento histórico sino que también es una estructura del deseo que produce efectos de significante, que produce poéticas. Hay un colonialismo que es circunstancial, histórico ciertamente pero hay otro que es estructural y en ese sentido universal. Me refiero a la colonización del sujeto por lo simbólico, es decir, ese sometimiento a la ley que permite que el sujeto entre en la cultura. Cuando un escritor del Caribe escribe sobre la colonización se desplaza en ese doble entramado, y lo hace en una lengua que lo escribe a su vez de muchas maneras. Propongo pensar el Caribe como zona de diferencias y no como espacio de rasgos compartidos. No quiero tampoco servirme de la idea de mestizaje o hibridez. Es problemática y por lo demás funciona como un parcho para encubrir la diversidad, las diferencias y los antagonismos entre los pueblos del archipiélago caribeño en cuanto a las maneras de contar la experiencia política y poética de su devenir en el mundo contemporáneo.
El Caribe es más bien un espacio, un paisaje, una geografía compartida pero no necesariamente una memoria ni unas prácticas armoniosas que puedan ser reivindicadas como específicas frente a los otros, a los europeos o los estadounidenses. El Caribe es un lugar de encuentro y de paso de mundos. La conquista y sus historias de expoliación, esclavitud y explotación provocaron un encuentro del que salió esta mezcolanza que caracteriza al archipiélago del Mar Caribe, y que lo desborda. El Caribe es viaje y es tránsito. Entonces, si apelo a retomar la idea de una comunidad caribeña no lo hago desde la unidad y el consenso, sino desde la diferencia. El Caribe es Caribe otros, muchos Caribes en el Caribe. Lo que quisiera es experimentar la diversidad al transitar. Me gustaría encontrar en una librería, al lado de las escritoras puertorriqueñas -como Rosario Ferré, Ana Lydia Vega, Marta Aponte Alsina, Mayra Santos Febres, Áurea María Sotomayor –, a grandes escritoras del Caribe como lo son Jamaica Kincaid, Edwidge Danticat, Maryse Condé, Gisèle Pineau, Suzanne Césaire, entre otras… Me gustaría que mi cotidianidad promoviera, no el olvido de mi entorno geográfico, sino al contrario, que me lo diera al leer con el propósito de contrastar mi vivencia.
Antonio Benítez Rojo, en La isla que se repite, en su intento de separar algunos hilos de la madeja compleja de las definiciones culturales, con el propósito de proponer algunos rasgos de caribeñidad, pero advirtiendo inmediatamente la dificultad de la tarea, al final de su libro recuerda, repite, después de haber visitado algunos tropos caros a la literatura caribeña, la imposibilidad de tal unidad:
“En resumen, dada la dificultad de establecer con claridad cuáles son las fronteras geográficas, socioeconómicas, étnicas y políticas de la región que llamamos caribeña o del Caribe, es natural que términos como «Caribe», «caribeño», «caribeñidad», «lo Caribeño», «Antillanité», «Caribbeaness» y otros, resulten problemáticos, aun en el caso de que los aplicáramos en un estricto sentido cultural, como observara Mintz. Acaso esté de más repetir que, en mi opinión, todos estos términos deben ser vistos como inestables construcciones de plasma, en perpetua fluidez y cambio. Tanto es así, que si se le pidiera individualmente a los numerosos investigadores del Caribe que definieran geográfica y socioculturalmente el ámbito de lo Caribeño, podría darse por seguro que no se alcanzaría un acuerdo unánime.” (La isla que se repite, Antonio Benítez Rojo, ed. Casiopea, Barcelona: 1989, p.389)
Benítez Rojo evita con mucha astucia los escollos de la definición y juega para dejarnos sentir que lo caribeño tendría que ver con una “cierta manera de” hacer, con el ritmo, con el performance. Él no descarta la idea de cernir unos rasgos que nos permitan reconocer el fenómeno de lo caribeño pero lo hace leyendo y escribiendo, es decir, haciendo a su vez un performance de esa caribeñidad.
Advierto así que, como todo lo que se da a leer, las especificidades se dan en las escrituras, que hay que pasar por el texto –ya sea oral, representado, musical, bailado o escrito- para poder sentir aquello de lo que queremos dar cuenta más que pretender a una definición universal. No hay Caribe. Sólo tenemos aquel que podemos concebir y crear por medio de una práctica en la cultura. Por tanto no hay Caribe si no lo hacemos. Esa práctica tiene que anclarse en una memoria, en una transmisión de los relatos.
Puede que, de esa manera el encuentro, el choque, la deflagración que hizo el nuevo Mundo se pueda entonces leer en procesos como la elección de un negro a la presidencia de Estados Unidos. Según Édouard Glissant y Patrick Chamoiseau, Barack Obama es el resultado de un lento movimiento casi tectónico, una acumulación de limo que por fin sube de la superficie del abismo del Océano Atlántico. «Limo» y «creolización» son una y misma cosa en La intratable belleza del mundo, carta a Barack Obama. En esa costra de limo se encuentra sedimentada la historia de la esclavitud y de la muerte de tantos africanos anónimos enterrados en el fondo del Atlántico. Aquello que hace posible a Obama no es descrito por medio de los procesos mediáticos habituales de sondeos y medición de fuerzas políticas. No. Chamoiseau y Glissant señalan un proceso de sedimentación, de acumulación de algo que había permanecido en los abismos del mar, que es lo mismo que la historia. Entonces es como si a fuerza de acumulación ese limo por fin trascendiera y subiera a la superficie. La figura de Obama evocaría la historia de ese lento movimiento. Ha sido posible gracias a él:
“Creolización (criollización): el limo ascendido del abismo ha conmocionado todo, los mestizajes, los metalenguajes erráticos, las neurosis de pureza, el látigo y su contrario el machete, en un imprevisible que nada detiene. Lo impensable como principio genérico. Soñar Todo- mundo. La violencia demente en su extremo ha hecho de ese limo una experiencia preciosa. […] Todos los encuentros del mundo toman raigambre en ese limo.” (nuestra traducción)
Esta carta de dos escritores caribeños de la Martinica a Obama interpreta ese suceso político como un imposible que siglos de transformaciones han hecho posible. ¿No sé si un texto como este hubiera podido ser escrito por un puertorriqueño? Por supuesto no me refiero a la falta de genio poético, sino al hecho de que nuestra historia política nos hace mirar hacia otros lugares. Por eso insisto en que el Caribe es zona de diferencias, diversidad y diferendos más que lugar de consensos.
Para Chamoiseau y Glissant, la figura de Obama supone la victoria de una poética de la «relación», es decir, de un encuentro que produce belleza. “La explotación, el crimen, la dominación no abren nunca al sentimiento de la belleza”, escriben. No que no haya lenguajes estéticos o que no haya estética en la violencia y muerte del otro. No. Ellos piensan en un “sentimiento” que implica una apertura para un encuentro. La belleza es esa apertura, ese dejarse atravesar por un suceso que roza la justicia y que es el resultado de esfuerzos históricos y anónimos. Hay que poder “soñar Todo-mundo”.
Les invito en mis próximas crónicas a viajar por el “todo mundo” en compañía de algunas escritoras y escritores del archipiélago caribeño.