Carnaval
Puerto Rico celebra cada cuatro años el carnaval de mayor duración en el mundo. También sufre la más larga de las resacas cuando éste termina. Tres años y medio es lo que dura esta jaqueca, entre elección y próxima campaña, que emborracha, para despertar a una triste realidad el primer miércoles de noviembre. Se repite este patrón muchas veces, aderezado por el optimismo mágico de que esta vez sí que será distinto.
En estos momentos que vivimos en medio del hangoverelectoral, muchos comienzan a soñar que su comparsa se robará el show en la próxima festividad. Nuevos bríos y protagonistas con nuevas máscaras. Pero los resultados parece que serán los mismos pues están usando los disfraces de siempre.
Probablemente la mayoría de los lectores de este medio están convencidos que no podemos seguir con el gobiernoactual. Pero las elecciones son un ejercicio cuantitativo y en términos de número, todo parece indicar que la comparsa azul lleva la delantera. La única otra comparsa que los puede igualar en cantidad de participantes activos es la roja, pero esta no ha podido cuajar un rey momo que inspire. La comparsa verde se quedó atrás. No ha logrado encontrar costurera que le renueve el vestuario y las viejas caretas ya no estimulan a jóvenes bailarines que le inyecten dinamismo.
Surgen nuevos grupos que apenas alcanzan a ser comparsas pues no tienen los integrantes necesarios. Tampoco han logrado descifrar un lema concreto para sus carrozas. Son agregados optimistas con buenos bailarines pero sin melodía rítmica. Y mientras tanto, los rumberos azules engrasan la maquinaria. Van sandungueando a su corazón del rollo con cantos de sirena y pintan de esperanzas imperiales las guaguas que los irán recogiendo en el camino para la gran parada. Culipandean felices sabiéndose reyes de la jornada.
Se proponen consensos para arrebatarles el poder, pero ya el pueblo ha sucumbido a una fragmentación peligrosa, donde es muy difícil lograr la unidad para tan titánica hazaña. Son demasiados los aspirantes a dirigir comparsas pequeñas,incapaces de rendir su protagonismo por el bien común. Han comprado el argumento de los que ostentan el poder: “no se debe confiar en el otro”. Y así, año tras año se van alimentando las discordias sin poder exorcizar el demonio de la vanidad y la ilusión de tener la verdad agarrada por su largo rabo.
Este ciclo de carnavales y arrepentimientos se ha tornado monótono ante la incapacidad de ver alternativas al cambio que no sean electorales. La jaqueca se olvida cuando regresa la repartición de millones. Y vuelve el pueblo a la calle a vanagloriar reyes momos, a deslumbrarse por el brillo que le ciega y le impide ver hacia dónde va el verdadero Puerto Rico.
Este largo dolor de cabeza necesita una aspirina de confianza. Confianza de un pueblo que se sienta capaz de decidir sin elecciones carnavalescas. Que no mire carrozas deslumbrantes de fantasía sino a las comunidades que han encontrado soluciones independientes del gobierno. Que pueda contar con medios vociferantes de la verdad, no con puros mercaderes de la propaganda.
Sólo espero que, cuan carnaval pre cuaresmal, el ciclo termine y se inicie el sacrificio. El sacrificio de soltar las vanidades y el emborrachamiento de soberbia. El sacrificio de ajustarse a lo que verdaderamente es el país que habitamos. El sacrificio de dejar la glotonería del consumismo y la carrera por el vano poder material. Sólo espero que esta vez podamos enterrar la sardina azul y comencemos el ayuno que limpiará el alma de nuestra patria.