Cartas de no decir para José «Pepe» Liboy
Casa
Yo vivo en una casa de membranas.
Muy tras las cataratas barrunto sus paredes,
mamparas palpitantes como encajes.
Yazgo en tálamos yertos
entre huesos de muebles fracturados
y lámparas podridas por la luz.
Mi casa
padece contaminación muy seria,
ha estado siempre en cuarentena:
el corazón
le apesta.
Es un albergue de rémoras.
Supe de los banquetes por los cuadros
y le amé los amantes por los versos
las veces de los besos yo no estaba.
Esta casa mi casa
reparte su infección entre los corredores
con manos extendidas como rayos
sin lograr jamás relevo,
impedidos los unos de los otros
como los rostros de un dado.
Yo fui un ser adyacente en su sótano y ático,
tan solo una criatura que temblaba
en su batir de equises
y yesos y asteriscos
y umbiliserpentadas otras cosas,
un confuso mensaje del genoma.
Casa, cóncava cosa, préstate un poco más,
ya deja de quemarte sin saber siquiera
qué sienten las linternas en manos de los ciegos.
El vuelo
A veces los aviones son pájaros malditos
cóncavas resistencias de pupila
Se saben ambidiestros
por las curvas que asumen en el cielo
y restan en la Tierra
Murciélagos albinos
padecen nata sólida en el ceño
y quieren entregarse en vertical
probar que tienen alma
mudar de caracol
Impecables
Jesucristos metálicos del aire
de tanto ver el mar o la nostalgia
se vuelven enfermeras o brillantes
celestes bisturíes
A veces los aviones
se cansan de volar
y derrotados
florecen en el campo si es de noche
mil encendidos ramos de hojalata