Cenizas en Peñuelas: una lucha contra la desigualdad
Hace muchas décadas que una parte del sur de Puerto Rico es tratada como basurero y base de operaciones de un proyecto económico industrial de corte irresponsable y contaminante. Existe un componente ético que debe estar presente a la hora de proponer cursos de acción, alternativas, y posibles soluciones. Cuando una cosa se cataloga de ser ‘mala’ y dañina para algunxs, lo es y punto. Valga repasar varias experiencias en las que sectores sociales se oponían a proyectos por su cercanía y su propuesta era que se hicieran en otro lado, otro lado que “curiosamente” eran comunidades pobres. Echarles ‘el tostón’ de lo que rechazamos a otros y otras es una gran irresponsabilidad.
En el caso de la AES y la disposición de las cenizas que producen, el reclamo más lógico sería que se culmine con el contrato de inmediato. Pa’ luego es tarde. Evidencia existe de sobra para probar que esta compañía lleva incumpliendo con lo que prometió desde muy temprano. Pero es imperante tener claros también los argumentos que enfrentaremos por parte de los defensores de AES. Dirán, por ejemplo, que no se han demostrado daños medibles en los diversos sectores que están directamente en contacto con la operación. Si el argumento es ese, lo que están diciendo es que hay que esperar a que el asunto ya no tenga remedio para entonces siquiera considerar tomar acción. La discusión no debe concentrarse en ese punto. El tema debe enfocarse en el acceso a y la divulgación de información que demuestra que las cenizas representan un potencial peligro.
También es importante establecer con claridad qué cosas están presentes en las cenizas y qué consecuencias tiene el contacto de esos compuestos con su entorno. Sabemos que los metales pesados tienen efectos acumulativos, que el cuerpo ni los metaboliza ni los expulsa así que se acumulan en los tejidos provocando inflamaciones y deteriorando el sistema inmune. Esto trae como consecuencia enfermedades crónicas como la artritis y el cáncer, entre otras, y no es hasta pasado bastante tiempo que vemos los efectos de esa acumulación. Información tenemos, pues tras mucha persistencia de grupos como Comité Diálogo Ambiental, la EPA comisionó un estudio que revela que el Agremax (cenizas procesadas y vendidas como material de relleno y construcción) puede liberar al suelo y a cuerpos de agua altas concentraciones de metales pesados como arsénico y cromo, además de compuestos cancerígenos, como molibdeno y talio (1). Esperar a que el daño sea empíricamente evidente sería llevar la cosa al punto de “ya es demasiado tarde”.
El escenario ya es grave porque AES, insistiendo en que las cenizas no hacen daño, las ha desechado en montañas y litorales del sureste y promueve que se usen para relleno y construcción, haciendo que estas se cuelen en los ciclos naturales de aire y agua. Si tomamos en cuenta que esta región no tiene grandes ríos entenderemos que la misma tiene una dependencia casi total de acuíferos subterráneos. Con las cenizas, estos acuíferos se contaminan dentro del proceso natural de recarga a través de la lluvia, que va percolando la tierra hasta llegar a ellos, que a su vez tienen relación directa con el mar en la Bahía de Jobos, donde animales entran en contacto con los metales y son impactados por el mismo efecto acumulativo. Por lo tanto, esta lucha se trata de evitar condiciones que luego solo podremos lamentar, en especial en un momento en el que el sistema de salud podría colapsar dejando a miles de personas, particularmente de las clases más pobres, sin servicios médicos.
AES logró poner en marcha su operación bajo el análisis costo-efectivo economicista e irresponsable – ya que el carbón es combustible barato; el más barato – de que podría estabilizar el precio de la energía eléctrica en el país. Cómo no va a ser barata, si se ahorran todos los costos que conllevaría disponer de las cenizas como indicaba el contrato original con la AEE, fuera de Puerto Rico. Cómo no va a serlo si externalizan los costos, ya que el carbón produce un tipo de energía sucia en todo su ciclo, desde su inicio en la extracción de las minas hasta las cenizas que salen de su quema. Todas las consecuencias que no asume la empresa AES, como los problemas ambientales y de salud, los termina asumiendo la sociedad puertorriqueña. Con ese discurso de que es energía barata tratarán de chantajearnos una vez más, usando el argumento de que habría que subir el costo de energía eléctrica lo cual acabará poniendo a la población general a velar por sus intereses personales (que también han de ser vistos como importantes) versus los de unas comunidades aisladas que son las «únicas» que se afectan. Daños colaterales, les llaman.
Por esto es que tenemos el deber de acompañar la protesta y las exigencias con alternativas cuya cuota de males no vaya sólo a unos pocos, y obliguen a resarcir los daños existentes a los responsables; que permitan establecer métodos y modelos que mitiguen los aumentos en costo y que permitan prácticas de generación de energía de manera más limpia y responsable, además de asumir el peso de sectores de nuestro país (como la industria y poblaciones con prácticas de consumo excesivo, sobre todo la demanda enorme del área metropolitana) a donde va buena parte de la energía que se produce en el sur, sin que esos sectores tengan que siquiera conocer ni bregar con los efectos de dicha producción.
El asunto no es solamente el problema de las cenizas o el cierre de la carbonera de Guayama. Todo esto apunta a cómo transformamos el modelo de consumo y generación de energía eléctrica por uno responsable y que sea innovador, no sólo en cuanto a las tecnologías utilizadas sino en cuanto a quiénes deciden sobre el proceso. Grupos comunitarios de la región hace tiempo van desarrollando propuestas alternativas que, en sintonía con ideas propuestas por el Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico. Son proyectos de producción de energía solar colectiva en comunidades a través de micro redes que produzcan, de manera integrada, energía en superficies ya impactadas (como techos). La propuesta también incluye que se genere educación al respecto, así como acuerdos sociales de conservación y variación de patrones de consumo energético.
De experiencias como la de Vieques podemos sacar, no solo la lectura positiva de la lucha unitaria que sacó a la Marina, si no el análisis a largo plazo de la necesidad de tener claros proyectos que vayan más allá de lo inmediato, y que partan del contexto de las poblaciones directamente afectadas permitiendo que esas comunidades salgan de un problema puntual, sí pero, más importante aún, que se generen alternativas y ‘soluciones’ que atiendan las condiciones que en principio sirvieron de base para excusar la creación y establecimiento del problema. Trabajemos no solo contra las cenizas, sino para acabar con las circunstancias de fondo que nos trajeron acá, y que seguirán ahí con o sin el carbón y sus cenizas.
Mis respetos están con la gente que lleva años en el suplicio que los lleva a esta lucha, y con grupos y personas que dejan el cuero trabajando por la tan necesaria transformación, desde el Comité Diálogo Ambiental, Frente de Afirmación del Sur Este (FASE), Iniciativa de Ecodesarrollo de la Bahía de Jobos (IDEBAJO), Tallaboa Encarnación, Misión Industrial, SURCO, la Asociación Nacional de Derecho Ambiental (ANDA) y tantos otros y otras que se suman y apoyan la búsqueda de eso que (nos) garantice justicia y la salud del prójimo.