Chekhov según Christopher Durang
A la humanidad se le ha dado la capacidad de razonar y crear para que pueda añadir a lo que se le ha dado. Sin embargo, hasta ahora no ha sido un creador sino un destructor. Siguen desapareciendo los bosques, los ríos se secan, la fauna merma, el clima está arruinado y la tierra empobrece y cada día es más fea.
–Anton Chekhov, El tío Vanya
Aquejado por la tuberculosis, Anton Chekhov se mudó a lugares alejados de Moscú a practicar la profesión que amaba, la medicina, y, por suerte para el mundo, a escribir. Se convirtió en uno de los más grandes cuentistas en la historia de la literatura y dejó una obra dramática importante que se monta en los teatros a través del globo con insistente frecuencia. La obra es compleja y visionaria, como se puede apreciar en la cita de “El tío Vanya” que encabeza este breve ensayo. Es también causa de controversia literaria cien años después de su aparición, porque sus temas, como es usual con los grandes escritores, nunca pierden la inmediatez de los conflictos que acompañan al amor, los celos, la avaricia, la soledad y a otras emociones humanas que, introducidas a la política y a la sociedad, influyen sobre el planeta. La intensidad de la dramaturgia de Chekhov es tal que los directores han montado la misma obra como tragedia o como comedia y el espectador, que ha visto producciones híbridas de esos géneros, reconoce que parte del éxito centenario del autor es esa ambigüedad en su enfoque a la comedia humana, que proviene de haber vivido sus dramas y tragedias.La producción de Chekhov que más y mejor recuerdo la vi en Lincoln Center en 1976. Fue el “Jardín de los cerezos” y contaba con Raúl Juliá y Merryl Streep. Podemos concluir que eso es suficiente para que la obra encuentre su nicho en la memoria, mas lo que resuena todavía en mí es el tema de la pérdida de la “casa familiar”, la destrucción de lo que una vez mantuvo en su seno a una familia que fue creciendo sin pensar que el futuro es hoy, y que mañana siempre viene para convertirlo en pasado. Los cambios sociales y culturales de la Rusia de entre siglos (XIX y XX) afectaron a los dueños de la finca donde ubican los cerezos, y esas personas languidecieron sin hacerle una puerta a lo que se convirtió en un túnel sin salida. La subida de la clase media y la decadencia de la aristocracia no los tomó por sorpresa, más bien los fue ingiriendo como una enfermedad que mata sin aviso, hasta hacerlos desaparecer. Ver a Juliá diciendo cosas que me recordaban los problemas de la Isla me hizo ver con más claridad los antojos políticos que han envenenado con su ponzoña el discurso social de Puerto Rico y nos han lanzado al abismo al que hoy descendemos. Imaginé que Puerto Rico es el “jardín de los cerezos” que ha pasado a las manos de especuladores, muchos de los cuales, aunque sean de aquí, no viven aquí, y que han destruido para siempre nuestra casa. Vivimos el pasado incorrecto: la repetición del colono ausente del primer tercio del siglo XX.
Además, “El jardín de los cerezos” y “La gaviota” me convencieron de que René Marqués no solo tenía un profundo lazo con Lorca, sino que la casa como símbolo nacional en los “Soles truncos” es chekhoviano en tanto el ruso estaba alarmado con la desaparición de la Rusia que conocía, presintiendo, por lo menos una década antes, la revolución bolchevique.
Esa pérdida de la casa ancestral y del pasado unificador es también uno de los temas de “El tío Vanya”, otra de las obras magistrales de Chekhov, y compone parte del conflicto en “Las tres hermanas”, quienes añoran un pasado aristocrático que es irreparable. Como en esas obras y en el “Jardín de los cerezos”, hay un intento de regresar a esa antigua vivienda paradigmática que fue el centro de la vida para intentar recuperar el pasado y tratar de detener el presente.
Christopher Durang, (autor de “Sister Mary Ignatius Explains it All”, que debutó en Broadway en 1979), ha tomado temas y personajes de las grandes obras de Chekhov y construido una comedia norteamericana de gran profundidad y belleza que nos confronta con los mismos problemas que una vez azotaron a la Rusia zarista y hoy arropan el globo, y nos deslumbra con sus argumentos cómicos y trágicos en contra de la nueva sociedad que vive adicta a la banalidad de la televisión y las redes sociales y es manipulada para que acepte la ignorancia que pasa como hecho en los programas de radio y en la red.
Como en “La gaviota” (“The Seagull”) Masha (Sigourney Weaver, alta como un campanario), una actriz entrada en años, llega a la casa que comparten su hermano Vanya (el estupendo David Hyde Pierce, Niles Crane en “Frasier” en TV) y su hermana adoptiva Sonia (la brillante Kirsten Nielsen). Masha es uno de los personajes de “Las tres hermanas”, mientras que Vanya y Sonia emergen de “El tío Vanya”. Otro personaje, Nina , tiene su contraparte en “La gaviota”. Durang añade dos invenciones de nuestros días, la espiritista Cassandra (la genial Shalita Grant) que es quien mantiene la casa, y el bimbo hombre (“boytoy’) Spike (Tommy Magnussen, quien tuvo un papel destacado en la más reciente temporada de “Boardwalk Empire”).
Masha es una actriz cuya carrera meteórica comienza a declinar porque ella envejece (como la de la actriz Irina Arkadina en “La gaviota”) y, en su cola de cometa que comienza a desintegrarse, arrastra a Spike, un guapísimo joven actor que tiene un cociente de inteligencia del tamaño de su cintura. Llega para visitar a Vanya y Sonia, que han cuidado de la finca en Bucks County, Pensilvania. Poco antes de la llegada de Masha se establece que sus dos hermanos se han sacrificado cuidando la finca y a sus padres, pero con el dinero que ella ha enviado para pagar la hipoteca y las cuentas médicas de sus padres. Añoran no haber tenido más contactos sociales ni disfrutado de las ofertas que provee su vecindario. Se establece también que Vanya es gay y que está escribiendo una nueva versión de “La gaviota”. Entre hermana y hermano también existe una pugna llena de remordimientos sobre cuál de los dos se ha sacrificado más. Habitan un mundo de fantasía en el que su aislamiento personal se ha convertido en el arma que ambos quieren esgrimir para conseguir su salvación personal. Es como si cada uno tuviera la razón absoluta pero no hay nadie que puede arbitrar para resolver un conflicto en el que ningún bando quiere ceder.
Cuando Spike entra en sus vidas el mundo se abre a sus pies. Todos, incluyendo la vecina Nina, quien encarna la juventud que ya no tienen ni Vanya ni Sonia ni Masha y, por ende, es además el presente con futuro, caen bajo la simple magia erótica de Spike. Este hombre-chico es un ingenuo cuya única maldad es quererse a sí mismo más que a nadie. Su nombre fálico camufla lo que representa, la juventud que se lanza a la laguna del hedonismo a gozar de lo efímero.
Según se va desarrollando la obra cada personaje tiene un momento para explicarnos qué los motiva a comportarse como lo hacen. Masha reconoce que se acerca al fin de su carrera de primera actriz, algo que queda claro cuando la ingenua Nina le dice que le recuerda a Norma Desmond (el personaje principal de “Sunset Boulevard”). Su relación con Spike evoca no solo la de Arkadina con el más joven Trigorin en “La gaviota”, pero además tiene matices, aunque menos trágicos, de “Sweet Bird of Youth” de Tennessee Williams, en la que la actriz Alexandra del Lago arrastra a un semental vagabundo, Chance Wayne, cuyo primer nombre es el equivalente a la sorpresa que resulta ser el impredecible Spike a cada momento.
El clímax de la obra surge cuando Masha anuncia por qué está de visita: aunque viene a una fiesta fastuosa en casa de un vecino, quiere vender la finca ahora que los padres han muerto. Algo parecido ocurre también en ‘El tío Vanya” y en “El jardín de los cerezos”. En camino a ese momento, Masha se ha dado cuenta de que le corresponde ahora pasar más tiempo con sus hermanos y decide deshacerse de Spike y no vender la casa. El regreso a la casa ancestral le ha abierto los ojos tanto al presente como al futuro que sin duda le espera.
Durang, cuyas obras anteriores han explorado lo dogmático, la religión, y la homosexualidad (es gay) en una forma que pertenece al teatro del absurdo, da un viraje de la tesis que la existencia no significa nada y por lo tanto la comunicación entre los seres humanos es imposible. De primera intención sus planteamientos van en esa dirección pero, paso a paso, la interacción de los personajes, quienes nos han develado su fiera individualidad, se van entrelazando para reunir a los que estaban separados y separara a los que eran más bien extraños unidos por lazos débiles y utilitarios. Como ha dicho Robert Burstein1 sobre los de Chekhov, los personajes de Durang existen en bolsillos aislados de vacuidad, pero son miembros de una red de motivos y efectos engranados.
Recurriendo a chistes y comentarios jocosos, y a largos parlamentos conmovedores y al mismo tiempo hilarantes, Durang nos provee los temas que nos apasionan a muchos: el ambiente, la pobreza, la privación de los derechos civiles, entre otros, que han sido importantes desde que Chekhov vivía. Movidos a través del pasadizo del tiempo como si sus paredes estuvieran untadas con el aceite lubricador de lo risible de la vida, estos insultos a la libertad del hombre se presentan en una luz cómica que evita que los dramas de nuestras vidas se conviertan todo el tiempo en tragedias.
Ayuda muchísimo que los actores en la obra son excepcionales y que sus papeles son perfectos para cada uno. Durang ha colaborado anteriormente con Weaver en “Das Lusitania Songspiel” (que tuve la suerte de ver en 1980; duró 24 representaciones, Off-Broadway) y la facilidad con que ella entra en el papel de Masha es testigo de cómo responde la actriz al material del dramaturgo. Todos se destacan pero hay indicar que Hyde Price, Nielsen y Magnussen son extraordinarios.
Es una pena que el teatro es un arte efímero. No me refiero a la obra, después de todo por ahí siempre andan Eurípides, Sófocles, Shakespeare, Chekhov y Shaw, por mencionar algunos. Pero la puesta en escena se pierde para siempre (a menos que se filme) y queda en la memoria del espectador que tuvo la suerte de estar en el lugar que era, en el momento que era. Esas actuaciones son como la casa ancestral: se van afianzando en algún recodo del recuerdo pero es difícil restituirlas.2
- Burstein R, Foreward, en Chekhov: The Major Plays. Signet Classics, The New American Library, 1964 [↩]
- Vanya and Sonia and Masha and Spike termina sus funciones a fines de agosto. Ya que es casi imposible que se vuelva a juntar este elenco, si van a Nueva York, corran a verla. La línea de descuentos (Tickets) en Duffy Square, (Times Square) para obras que no son musicales es más corta. [↩]