Child 44: acomodando la vida al régimen
Durante un período de tiempo (1932-33) en un intento de eliminar el movimiento independentista en Ucrania Joseph Stalin implantó lo que se ha venido a conocer como el “Holodomor”, palabra ucrania que significa “exterminación por hambruna”. Se calcula que murieron entre 3 y 7 millones de personas. No es el tema de la película si esto constituyó o no un genocidio pero, ante la magnitud del caso, quién va a justificar “definiciones” provistas por el propio gobierno para justificar el nombre que se le debe dar a la matanza.
Aunque la película se desarrolla en 1953, que sus personajes se hayan criado en el trasfondo de la hambruna es importante para este “thriller” basado en la historia cruenta y horripilante del muy real Andrei Chikatilo (en el filme Vladimir Malevich) , conocido como el Destripador de Rostov, que operó entre 1978 y 1990 sin que se le atrapara. Parte del porqué ese fue el caso está explicado en la película. En la pantalla vemos una cita oficial del estalinismo: “En el paraíso no hay asesinos.” Si ese es el caso, en el “paraíso” no puede haber asesinatos. Peor aún, según las posturas oficiales solo el capitalismo crea asesinos en serie.
Un caso en Moscú le llama la atención a Leo Demidov (Tom Hardy), un policía de la MGB o Ministerio de Seguridad Estatal porque es el hijo de uno de sus colegas y mejores amigos. Se recibe el informe del forense que concluye que la muerte fue causada por un accidente. Sin embargo, cuando Leo va a ver el cadáver reconoce que es imposible que las heridas que exhibe sean causadas por una locomotora. Cuestionar la situación y otros sucesos que hemos presenciado entre él y su colega psicópata Vasili (el estupendo Joel Kinnaman), que está enamorado de su esposa Raisa (Noomi Rapace), hace que Leo caiga en desgracia con su supervisor, el mayor Kuzmin (Vincent Cassel). Como consecuencia lo envían a Volsk, una ciudad al sur este de Moscú, degradado de rango, y a Raisa convertida de maestra a conserje. Allí descubre un caso parecido a los de Moscú y otros tantos, de modo que comienza a convencer a su nuevo jefe, el general Nesterov (Gary Oldman) que lo deje investigarlos.
El guionista Richard Price, quien escribió para la gran serie de TV “The Wire”, comienza muy bien: nos da un sentido de la amenaza que son, por un lado el régimen y sus intransigencias, por otro el asesino de niños, cuya existencia se quiere ocultar. Es desafortunado que Price haya creado una serie de subtramas que añaden poco al giro fundamental de la película y que hubieran sido más efectivos en una miniserie televisiva que permitiese explorarlos y desarrollarlos en más detalle. Muchos de estos caminos laterales lo que hacen es prolongar innecesariamente el filme y distraer del punto central, que es la búsqueda del asesino y la solución del “angst” de Leo. También hay una inclinación a combates físicos poco realistas dadas las facultades físicas de Leo y de Raisa, quien está involucrada en estos, diría yo, demasiado.
Por suerte Hardy es un actor de una habilidad superior y su Leo nos convence de los acomodos morales y filosóficos que han tenido que desarrollar los sobrevivientes de los regímenes que no escatiman en la arbitrariedad y la mentira para manipular a sus ciudadanos. Él es el pilar de la película y su actuación es cónsona con la de un hombre que desarrolla una ética que le permite un pragmatismo que navega las arbitrariedades oficiales para hacer justicia cuando es necesario.
La cinematografía es de Philippe Rousellot cuya labor en “Diva” (1982) recuerdo con especial admiración. Rousellot usa colores oscuros para abundar a la atmósfera de lo que está sucediendo en la historia y me pareció una ambientación efectiva de lo que debe haber sido vivir en Moscú y en Volsk en la época estalinista. El reparto que lo rodea es de primera clase y brillan en él Rapace y Kinnaman. La escena al final del filme entre Hardy y Charles Dance, como el mayor Grachev, sustituto de Kuzmin en una nueva purga soviética (Khrushchev sustituyó a Stalin después de su muerte en 1952), merece atención especial.
Jorge Daniel Espinosa, un chileno-sueco, quien aún no ha cumplido cuarenta años muestra buen manejo de las secuencias de acción y de los autores. Esperemos que su próxima película no sufra de los defectos de esta.