Cuida-danía
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Con el iluminado monumento a Washington sirviéndole de trasfondo, el presidente Obama se dirigió anoche a su país en la undécima hora. Los pequeños negocios recibirán los préstamos solicitados, afirmó. Las familias que han gestionado hipotecas a través de programas federales podrán continuar sus trámites y los ochocientos mil empleados de agencias del gobierno federal, incluyendo a aquellos «valientes en uniforme», podrán regresar a sus trabajos seguros que recibirán a tiempo su salario. Los turistas encontrarán zoológicos y parques abiertos. Y los niños de escuela que visiten los monumentos nacionales, como hizo el Presidente de imprevisto en el Lincoln Memorial, podrán honrar la historia de un país que siendo «la tierra de muchos» ha encontrado la manera de moverse hacia el futuro como uno.
No obstante las palabras de aliento del Presidente, el futuro luce frágil para todos: para el cansado y prematuramente envejecido presidente Obama y para el país-imperio-múltiple al que se dirigió. A partir del primero de julio cuando comienza el nuevo año fiscal algunos servicios a la ciudadanía se verán afectados por los recortes presupuestarios «sin precedentes» (¿recuerdan la frasecita?). Nadie parece saber con certeza cuáles. Los últimos partes de prensa habían anunciado un impasse en el que las mujeres pobres y la naturaleza parecían ser las fichas del tranque. Los republicanos tenían en la mira a la EPA (Environmental Protection Agency) y a los pingües trescientos millones de dólares del programa de salud reproductiva Planned Parenthood. Obama, aún visiblemente molesto, insistió en su discurso que se llegó a un acuerdo sobre los números y se pospusieron los debates ideológicos. En la edición dominical del 10 de abril del New York Times, Herszenhorn y Cooper relatan que el Presidente fue enérgico cuando en reiteradas ocasiones se le solicitó recortes al conocido programa de planificación familiar. «Nope. Zero,” the President said to the Speaker. Mr. Boehner tried again. “Nope. Zero,” Mr. Obama repeated. “John, this is it” («Concessions and tensions, Then a Deal»). Obama se dirigía a John Boehner, designado en noviembre del año pasado como portavoz de la Cámara de Representantes y electo en once ocasiones por el distrito ocho de Ohio. Ambas partes terminaron aceptando un recorte al presupuesto de treinta y ocho billones de dólares para el próximo año fiscal, lo que constituye aproximadamente un 1% del presupuesto anual vigente. Aunque aparentemente insustancial, se trata de la mayor reducción fiscal de un año a otro y de una cuyos contornos y consecuencias no han podido perfilarse. Según anticipó el Presidente, en algunos casos los recortes presupuestarios serán dolorosos e inaceptables para él en mejores circunstancias.
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Immanuel Wallerstein, el conocido teórico marxista y propulsor del enfoque sobre la economía-mundo, ha señalado que las mujeres y las colonias son dos de las reservas a las que puede recurrir una economía capitalista para proteger sus márgenes de ganancias y la estabilidad política de su régimen. Sobre las múltiples maneras en las que las colonias (nuevas, viejas, o «mejoradas») han provisto a sus metrópolis de ejércitos con los que defender sus intereses económicos; de poblaciones cautivas a las que someter a la dependencia de sus productos, sean estos legales o no; y de bienes y servicios abaratados por la desigualdad política que día a día pone en entredicho el catecismo de la «libertad de los mercados»; asumimos que no hace falta disertar. Sabemos que el estimado lector comprende a cabalidad estas «reservas» a las que hace alusión Wallerstein. Una que otra habrá llegado a conclusiones similares por observación o por experiencia propia. Más de una se habrá percatado durante alguna discusión en su clase de Historia o de Ciencias Sociales en esta peligrosa Universidad. Puede ser, sin embargo, más difícil de visualizar que «el debate que se pospuso» el viernes 8 de abril constituye, más que una ineficaz propuesta de ahorro gubernamental, la intentona de implementar una política pública que tiene como consecuencia prevista el renegociar la posición social de las mujeres estadounidenses.
Y es que no puede ser de otra manera. Regatear trescientos millones en un presupuesto de varios trillones de dólares es como preferir pagar altas penalidades por no querer honrar un contrato de compra venta por una casa cuyo precio ha aumentado treinta centavos. Los analistas ya habían advertido a todo el mundo que el trimestre en el que el desacuerdo presupuestario entre Clinton y Newt Gingrich había llevado al cierre del gobierno, la economía estadounidense había decrecido en uno por ciento. El viejo pragmatismo estadounidense hacía inconcebible que en ese momento la atención se centrara en los ochocientos centros de salud reproductiva y sexual en los Estados Unidos.
Sabemos que el «nope» del Presidente se pondrá a prueba infinidad de veces. El blanco de los recortes propuestos por el Mad Tea Party son los llamados entitlement programs, Medicare, Medicaid y el Seguro Social, dirigidos a paliar los inevitables costos sociales de la enfermedad, la incapacidad y la vejez. Es decir, lo que está en la mirilla de los republicanos facinerosos es las partidas dirigidas a fortalecer y facilitar la vida a quienes no pueden ocupar un lugar productivo en la economía asalariada, aquellos que por condición de edad o enfermedad demandarán cuidados necesarios y crecientemente costosos. Desde la óptica afectivamente aplanada del mercado se trata de reducir aún más la ya inadecuada previsión presupuestaria con la que se atiende a una población excedente y costosa. Sucede, sin embargo, que junto a la cama de los enfermos, los discapacitados y los envejecientes se encuentran cientos de miles de cuidadores gratuitos, en su inmensa mayoría mujeres, quienes día a día intentan armonizar los rigores del mundo asalariado con el trabajo socialmente invisible de cuidar a otros, en particular, a niños, enfermos y viejos. Atentar contra los recursos destinados a estas poblaciones es hacerle aún más difícil a millones de mujeres mantener los espacios económicos y sociales duramente conquistados y volverles casi imposible la tarea de llegar a las posiciones de poder en donde al día de hoy se les hace aún muy difícil.
En un artículo publicado en el Wall Street Journal el día antes del mensaje del presidente Obama, Diana L. Taylor, una alta ejecutiva en el mundo de las inversiones y los mercados emergentes se preguntaba: «Where are all the women?» (7 de abril , 2011). Pasando revista muy rápidamente a los foros a los que tiene acceso, a las distintas juntas de directores a las que pertenece y a la vida de sus mejores amigas, amistades templadas en los años en los que a Darmouth recién comenzaban a llegar mujeres, Taylor concluye que a pesar de los grandes avances universitarios de su generación y de las subsiguientes, en algún punto de la vida profesional de la mujer la ausencia de una organización social que reconozca la importancia del trabajo que comienza antes del trabajo pesa tanto que éstas acaban abandonando sus roles «públicos». Parecería que el esmerado argumento construido por feministas como la italiana Mariarosa Dalla Costa durante los años setenta y que tan acertadamente caracterizara el trabajo doméstico y las tareas de cuidado como la dimensión arcana de la producción asalariada se hubiera esfumado también del debate público (Dinero, perlas y flores en la reproduccion feminista. Madrid: Akal, 2009).
Para añadir insulto a injuria, los fundamentalistas-del-mercado-omnipresente, en vez de mirar en la dirección de países más ricos y mejor pensados, como Noruega, y ponerse a ponderar la rentabilidad de medidas como el año de salario que se le concede a todo trabajador que se acoja a la licencia por maternidad/paternidad, se les ocurre reducir el abismal déficit escatimándole a las mujeres de su país acceso a los servicios médicos que le permitirán, entre otras cosas, decidir si quieren o no ser madres. Lo único que puedo decirle al deslucido Mr. President es que el tal Mr. Boehner, el segundo vástago de doce hermanos, promete ser un hueso duro de roer.
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Le economizo al lector la serie de sucesos desafortunados a la que es susceptible cualquier mujer que depende para su manutención de su familia o del Estado que la ha abandonado a su suerte. Sabemos que la dependencia económica no apodera a nadie para escapar patrones de violencia, ni debe confundirse –como nos ocurre tan frecuentemente– con el ocio creativo que aumenta el disfrute de la vida y redunda, entre otras cosas, en mejorar la productividad de la gestión económica. Hay muy poco que decir a favor de la dependencia, más allá de las observaciones que hizo hace más de sesenta años Simone de Beauvoir cuando en El segundo sexo (1949) puntualizaba que el único consuelo de depender es escapar de la angustia de la libertad. No sé si será o no suficiente incentivo. Lo dejo ante su consideración. Lo que sí sabemos es que pretender cuadrar el déficit dejándonos solas o acompañadas con niños y padres que cuidar generará lo que Montserrat Galcerán Huguet denomina «una crisis de cuidados», que a lo mejor es una de las causas de la «crisis de cuidado» que vemos desplegarse a diario.
Galcerán, en el prólogo al libro de Dalla Costa ya citado, define la «crisis de los cuidados» como «la situación de cuidados precarios en que se encuentran las personas dependientes, cuando las mujeres rechazan hacerse cargo del trabajo que tales cuidados requieren y socialmente no se ofrecen medios suficientes para atenderlos» (12). A juzgar por el estado de nuestra sociedad parecería que ni las mujeres ni los hombres cuidadores damos abasto. Y en este estado de situación en el que tenemos asignaturas de vital importancia pendientes, como por ejemplo, qué comerán nuestros hijos mañana o cómo ayudarlos a aprender mejor en las escuelas, nos vienen a amenazar con comprometer aún más nuestras menguadas energías vitales. ¡Es el propio aliento el que contabilizan como una súbita reserva presupuestaria con la que mantener intactos los márgenes de ganancia del capital! La clase política que pondera cómo doblarnos el turno o hacernos salir de escena tiene que ser retada por una reorganización de lo social que trascienda, sin excluir, el ámbito de las políticas de género. Tarea ingente, pero inescapable.
No le recomendamos, sin embargo, a ningún político bisoño que con lápiz afilado y cara bonita se aventure a replantear la famosa pregunta de Freud qué quieren las mujeres. Damos por supuesto que ya se ha enterado que muchas mujeres queremos un mejor país. Como sugiere Gioconda Belli en su novela El país de las mujeres, puesto que trabajamos ya tanto y obtenemos resultados tan mediocres no nos molestaría para nada hacernos cargo personalmente del lío éste que nos han dejao’. Podemos imitar a los noruegos que Mr. Boehner ignora y como propone la novela, mandar a toda la clase dirigente a una licencia doméstica que nos permita poner en marcha miles de estrategias para que el cuidado esmerado de la naturaleza sea el principio rector de todo orden institucional. Puestos a cuidar lo que desde siempre se ha abaratao’ podemos proponernos, al decir de Benedetti, que no haya mengano ni fulana sin alguien o algo que cuidar con esmero. Y, claro está, estando los hombres y las mujeres que ahora nos gobiernan en sus casas, de entrada nos economizamos cualquier oscura disquisición sobre el adulterio.
Quizá debemos seguir aspirando a ese estado que no llega y exigirnos desde ahora que como en Faguas nos dé la ocasión de ser cuida-danos plenos. Así, de ser uno de los países más felices del mundo en alguna encuesta espúrea podemos continuar imaginando y practicando con ahínco nuestra versión del felicismo cuida-dano. Sospecho que al menos Vivian, Carlos, Alexis, Tinti, Arturo, Emilie, Roy y tantos otros fulanos y menganas se apuntan… a lo que ya tan amorosamente han comenzado.