Colosos podridos
El siglo XVIII fue testigo del desarrollo de una serie de manifestaciones artísticas que tenían a las ruinas como protagonistas. Más allá de un mero interés descriptivo en cuanto a la representación de los elementos arquitectónicos que sobrevivieron al esplendor de la Antigua Roma, los artistas que detallaban sus restos a través de óleos, acuarelas o grabados provocaban una reflexión sobre la caducidad de las glorias y sobre el declive de los triunfos imperiales. Un coliseo del que casi solo quedaba su esqueleto, foros en estado de decrepitud, o grandiosos acueductos destruidos o deteriorados recordaban al espectador contemporáneo que a todo auge le llega su ocaso y que el paso del tiempo provoca la devastación sobre aquello que se abandona.
Aquella mirada romántica, idealizadora del pasado y bañada de nostalgia, empapaba las representaciones de las ruinas dieciochescas. Sin embargo, si nos detenemos a observar las que retrata con su cámara Myritza Castillo, aquella melancolía por el esplendoroso pasado no afecta nuestra actual mirada. Puede que la principal razón por la que estas fotografías no despiertan esa empatía sea porque no se tratan, exactamente, de vestigios de una gloria pretérita, ni de una grandeza idealizada. Los paisajes que Castillo documenta, más que ruinas, contienen simbólicos escombros de un proyecto abandonado a su peor suerte.
En esta serie fotográfica, protagonista de una exhibición abierta al público desde el 5 de mayo en el espacio de arte El Lobi, la artista se convierte en algo parecido a una flânneuse contemporánea. Castillo actúa como una paseante que no deambula esperando venturosamente que el azar le regale un cara a cara con un pasado memorable, sino que conoce de antemano su destino y que marcha, con cierta pesadumbre y con un lúgubre sentimiento de premonición, en busca del encuentro con los detritos amargos de la historia. La que fuera base naval de Roosevelt Roads, en Ceiba, y los restos del Commomwealth Oil Refining Company –la Corco-, en Peñuelas, son dos de los espacios cuyos restos ella documenta. Implantadas ambas estaciones en la pasada década de los cincuenta, en la actualidad se encuentran en estado de abandono y en un progresivo proceso de putrefacción. Ambos enclaves fueron fruto de los intereses militares y económicos de Estados Unidos, cuyas pretensiones estratégicas encontraron, en los escenarios naturales en los que se situaron, un espacio idóneo para ensayar fórmulas de éxito en un territorio de su jurisdicción. La territorialidad a la que Castillo hace referencia en el título de su serie, por lo tanto, no alude solamente a la superficie terrestre que delimita el paisaje que ella divisa y que documenta. Lo hace, en especial, a la extensión geográfica de cuya titularidad goza un ente político que busca explotar las posibilidades que puedan rendirle sus posesiones geográficas.
El registro que la artista realiza de estos restos arquitectónicos parte de un proceso parecido al encuentro con un fantasma. La fotografía nos invade con una escena espeluznante si es que ella nos invita a adentrarnos en sus interiores, y el silencio ensordecedor propio de la muerte es el único testigo de lo que décadas atrás pretendió ser una frenética actividad productora. El detrito y la desolación de todas estas instalaciones cadavéricas contrastan poderosamente con los ecos de aquellas ruinas que ilustraron Piranesi, Hubert Robert o Francis Towne, que eran huellas del poder de un imperio que levantaba espacios destinados al servicio social y cultural de sus ciudadanos. Los paisajes que ha retratado Myritza Castillo, en cambio, son el reflejo de los desengaños de unos territorios explotados por un imperio lejano, que tras el escaso rendimiento de sus estrategias, abandonan sus experimentos sin paliar las consecuencias de sus daños.
La atracción por las ruinas arquitectónicas, con todas las implicaciones que les rodean, la comparte Myritza Castillo con otros artistas que también las documentan con la cámara, tales como Adrien Tyler, Pilar pequeño, Gordon Matta-Clark o Robert Polidori. Existe en Territorial Landscapes – Monuments, eso sí, una peculiaridad muy poco común en esta práctica fotográfica. Es la figura de un individuo la que permite aquí al espectador, a través de un espejo, observar dos visiones opuestas de un mismo escenario. Un intermediario, sin identidad revelada, hace posible representar dos miradas complementarias, sin que ninguna de ellas, ni siquiera él mismo, logre provocar ni un ápice de emoción ante el paisaje, más allá de ser el soporte de esta denuncia social y ecológica. Lo natural, lo humano, lo militar y lo industrial, triangulan entonces estas coordenadas de explotación egoísta y de inversión destructiva.
La fotografía de ruinas no se trata, en cualquier caso, de un fenómeno cuyo interés solo ocupe la mirada occidental. En la actualidad, son abundantes los espacios cibernéticos en los que miles aficionados, en Japón, comparten sus fotografías de áreas y de estructuras abandonadas en el proceso de desindustrialización del país. Las haikyo se han convertido en una prolífica práctica que documenta fotográficamente estas ruinas modernas, en las que la desolación provocada por el desdén hacia lo improductivo, que es consecuencia de la codicia malograda, comparte inquietudes y denuncias, y sobrepasa culturas y fronteras.
El actual trabajo de la artista, en este sentido, hereda de su propia producción el interés por los restos arquitectónicos de industrias caducas, abandonadas y también fantasmales que documentaba en Post-Industrial Dust (2006-2008). Los entonces fructíferos ingenios azucareros, reducidos en la actualidad a despojos esqueléticos y a pellejos oxidados, se distinguen, en cambio, de los cuerpos de metal y cemento que aparecen en los paisajes territoriales de la presente serie. La mirada poética con la que la artista construía sus fotografías una década atrás contrasta con la estética documental de las actuales, aparentemente neutral y aséptica, sin la nostalgia que parecía bañar a aquellas. La naturaleza, por su parte, también ha sufrido las consecuencias más amargas de unos procesos de industrialización y de militarización cuyo última inquietud ha sido la de conservar su salud y su exuberancia. Tras el abandono de estas instalaciones, los paisajes territoriales se muestran baldíos, se convierten en detrito y la naturaleza es la más elocuente consecuencia del fracaso de los ensayos políticos y económicos que la dañaron en el pasado y que lo seguirán haciendo en el futuro.
La exhibición Territorial Landscapes – Monuments, de Myritza Castillo, estará abierta hasta el 4 de junio en El Lobi, Calle Ernesto Cerra 621, en Santurce. Para más información, pueden llamar al teléfono 787-724-2166.
*Publicado originalmente en Visión Doble.