Comentarios de odio y la ideología de no pensar
“Pensar es una actividad específica y radical de la mente y el cuerpo, supone ir contra las creencias propias: las de la cultura y la sociedad a la que se pertenece y las de la mente y el cuerpo mismos que se habitan. No piensa quien está seguro de su origen, de pertenecer a algo que se toma como equivalente a la Realidad o la Historia. No piensa quien excluye o invisibiliza el potencial discursivo y teórico de la condición humana de otros.”
-Eduardo Lalo, Intemperie
En algún momento los banquitos eran como aulas, talleres, salas terapéuticas, lugares en donde uno, además de sentarse, escuchaba, pensaba y debatía. Estas últimas tres acciones para un gran coro de la población parecen haber sido devoradas por las palomas que merodean en las plazas. Quedan como huellas los rasguños marcados por las pezuñas en la madera verde y el cucurruqueo que avisa a picotazos agresivos si nos acercamos a ese espacio subutilizado para pensar, reflexionar o disentir. Las palomas se han tornado violentas y nacieron los lugares con consignas agresivas que leen “aquí no se habla de política”, usualmente escritas con el primer bolígrafo que consiguió el autor, con letra grande semilegible y colgadas sin sentido estético cerca de la caja de cobro o el área de las mesas del local comercial. En un país en donde primero cerramos escuelas y luego pensamos. Esta realidad da miedo.
Leer noticias es un riesgo si no se reflexiona y se opta por repetirlas, tomarlas como ciertas o utilizarlas como punta de lanza para probar cualquier punto sin conceder otro. De esta forma solamente se logra que se despunten monólogos sin sentido hasta hacernos daño.
En las últimas semanas, han sobrado los titulares en donde se evidencia la agresión y violencia estatal para la población en general. Me refiero a la criminalización abierta de la protesta, la negación del primer mandatario de dejarnos conocer el presupuesto del país, falta de pago para ofrecer terapias a niños bajo el programa de Educación Especial, más dinero para un plebiscito que se quiere celebrar a la trágala, menos fondos para tratar nuestra salud y mantenernos con pulso, menos dinero para programas de asistencia económica para que trabajadores y desempleados puedan comer cuando el dinero no les de, la admisión del régimen de la Junta de que no hubo un proceso inteligente para promover el recorte del presupuesto de la Universidad y la liberación física de Oscar López Rivera. La última noticia, a pesar de ser refrescante por demás, ha desatado la furia del conservadurismo dispuesto a condenar lo que la figura de Oscar representa para diversos sectores, (en especial para la diáspora) desde sus estrictos y convenientes cánones éticos pero sin mirarse al espejo. La visión es de túnel, hablan de paz como si sus manos todavía no olieran a pólvora.
Vale hacerse daño y exponerse a leer los mensajes que se escriben en la sección abierta de comentarios en los periódicos digitales para tener la experiencia. En la era digital, se ha estrangulado el espacio de la reflexión. Se leen amenazas de muertes, consignas practicadas de odio, referencias sin sentido a Corea del Norte, el comunismo y hasta teorías de conspiración de que cualquier acto de protesta en Puerto Rico está subsidiado por el gobierno de Venezuela. Es cotidiano toparse con rabietas tan viejas como la Guerra Fría, reaccionando como por reflejo a noticias, a información o a la desinformación. Los periódicos deben incluir una coletilla advirtiendo sobre los efectos secundarios para quien se arriesga a ojear esta sección que van desde dolor de estómago, mareos e insomnio, como esas pastillas que venden en televisión.
Para un número significativo de la población es mejor no pensar, no escuchar, no reflexionar sino atacar y usualmente desde un sentimiento empozado que denota un odio apabullante. Hay un desdén contra el acto de pensar sobre todo en contra de los que han decidido actuar y hacer patente su disidencia. En una sociedad de consumo se respeta más al que compra, sin discriminar qué se compra vis a vis al que piensa.
La persecución hoy va acentuándose, ya no solamente contra un sector independentista históricamente perseguido en Puerto Rico al son de bombas, plomo y cárcel, sino contra el que ejerza su derecho a disentir. Todo el que parezca abogar por la democratización, el acceso a la educación, el derecho para la comunidad LGBTT o al que disienta de la corriente pro corporativa, pro inmovilismo, será blanco de persecución para las palomas. Si fuera por las palomas las protestas serían legales siempre que se hagan en lenguajes de señas y sin incomodar.
El no pensar se ha vuelto una ideología. Además de ser el resultado de años de habernos sometido a la violencia estatal y el desmantelamiento en general de cualquier sistema que provoque el pensamiento crítico, es el resultado natural de las políticas neoliberales destinadas a inventar un país para pudientes y turistas. Todos los días nos tratan de convencer de que ese debe ser nuestro destino. ¿La mejor prueba? Hablar de turismo médico cuando no hay suficientes ecocardiogramas en Centro Médico, hablar de vender playas para desarrollar complejos turísticos de lujo cuando miles van perdiendo sus casas. No hace tanto se hablaba de desarrollar el Centro de Convenciones como un futuro Downtown Disney. En este particular las administraciones son indistinguibles. Todas quieren vivir en el mundo de las orejitas.
La ideología de no pensar dentro del neoliberalismo tiene como cualquier ideología, principios y doctrinas a seguir. José Saramago, premio Nobel de Literatura, hablaba de la concepción del ser humano como algo desechable. Es indisputable, las máquinas fueron sustituyendo la mano de obra, el artesano se convirtió en un reproductor de materias sin tener relación con su producto final. La producción en volumen se hizo primordial para lograr la maximización de capital y ante la imposibilidad de continuar acumulando riquezas, explotamos más al ser humano o lo desechamos. Esta metodología del pensamiento ha ganado espacio al momento querer resolver los problemas del país.
Por esto, siempre la primera propuesta es recortarnos. Siempre hay una guillotina lista para los empleados públicos, pero los proponentes han sido incapaces de contestar dónde recortarían, cuáles son los beneficios sociales si alguno o si por consecuencia se trabaría más la operación gubernamental. Al primer centro de pensamiento del país se le amenaza con dejarlo sin suficiente dinero para operar, sin explicar consecuencias reales en el desarrollo económico del país a largo plazo. Pasa igual, cada vez que se pide eliminar los derechos de las y los trabajadores, los proponentes rehúsan hablar del daño humano. La filosofía es descartar,lo que a conveniencia se quiere creer que no sirve.
En el proceso, ni tan siquiera hay rigurosidad en la construcción de los mensajes para convencer al resto, ni vergüenza si lo que se repite es cierto o no. No se piensa, solamente se repite, se repite y se repite. La clase política con sus marcadas excepciones es representativa de la rusticidad del análisis al momento de simular pensar más allá de descartar.
Ante las medidas neoliberales, Saramago explicaba que “la alternativa al neoliberalismo se llama conciencia”. Decía “[n]o estamos en el gobierno, no tenemos multinacionales, no dominamos las finanzas especulativa mundial. Nos queda la conciencia de nuestros derechos… queda el derecho a intervenir, con derecho a cambiar y eso es lo que se llama la conciencia.”
Las palomas existirán siempre y practicarán la ideología de no pensar, posiblemente contarán con el endoso de alguna compañía, para difundir sus mensajes en la radio corporativa, para lograr negar el daño que provocan con su violencia diaria. Aunque es extenuante, lo importante es que actuemos como decía Saramago, con conciencia como alternativa al neoliberalismo.