Confinados ahogados y la mano dura
En medio de la pesadez usual de la media tarde, el ritual del café se me interrumpe con la noticia de un incidente en que varios confinados murieron en una inundación. El incidente que de inmediato acaparó la atención de los medios tradicionales, se apoderó igualmente de las redes sociales y, como un virus mediático, provocó una avalancha de información y reacciones que inundaron la red.
A medida que se fueron conociendo más detalles, me enteré que la situación se produjo cuando el vehículo en que viajaban los infortunados, y que era conducido por oficiales de custodia, fue arrastrado por las aguas de una “quebrada crecida” que intentaron cruzar.
Según la información disponible y difundida hasta ese momento, y en medio de la desesperación de una situación como esa, los custodios, que fueron rescatados por jóvenes de una comunidad adyacente, debatían sobre la prudencia de abrir o no el vehículo y dejar o no salir a los confinados que viajaban encadenados y que luchaban por sus vidas.
Ante el inminente peligro de muerte de eso seres humanos, aparenta que el dilema en la mente de estos “servidores públicos”, era decidir de qué forma ellos cumplían con sus reglamentos y procedimientos o cómo ellos podían salvaguardar su responsabilidad ante los posibles desenlaces de este macabro escenario.
Terminado el primer espresso y mientras buscaba una segunda taza, mi mente se transportó a mi pasado de fotoperiodista y regresaron a mí imágenes, olores y sonidos de situaciones similares de las que tuve que ser testigo involuntario. Mi mente se llenó de horrendas imágenes. Pude imaginar a estos dos oficiales empapados por el agua sucia del río, discutiendo mientras la guagua se llenaba de la misma agua color marrón.
De mi divagación mental, escuché en mi cabeza los gritos, el desespero de algunos y la resignación de otros que, en medio de cadenas y aguas, probablemente adelantaban su inevitable desenlace. De igual forma, vi en mi mente las caras de angustia e impotencia de los vecinos quienes incrédulos observaban la reacción de estos dos burócratas.
Sin aguantar más el horror de las imágenes mentales que surgieron en mi cabeza, mi mente se refugió en la reflexión.
¿Cómo es que un ser humano piensa dos veces para rescatar de los brazos de la muerte a otro ser humano? ¿Cómo puede haber duda que lo correcto en esa situación sea salvar esos seres humanos? ¿Cómo puede que esto sea un dilema? Ante estas preguntas, se abre un nuevo panorama que se aleja de lo que aparenta será el desenlace legal de esta tragedia.
Me di cuenta que la emotividad y el sensacionalismo de los hechos me llevó a caer en un error que, para beneficio del sistema, pudieran cometer muchos. Al momento que escribo, el ministerio público ya presentó cargos contra uno de los custodios y estudia la posibilidad de llevar el otro al cadalso.
El circo mediático, la opinión pública y el clima de opinión, a solo horas del incidente, ya juzgaron los hechos y encontraron culpables a los “demonios” que por necesidad se deben sacrificar para purificar de culpas a un sistema que siempre aparenta triunfar en el fracaso. De esta manera, “paz en la tierra y en el cielo gloria”.
Adentrándome un poco más en esa línea de pensamiento, los custodios, construidos como demonios, comienzan a revelarse tan víctimas del sistema como los confinados fallecidos. Al fin y al cabo, estos custodios son producto de una sociedad que los escogió de entre la marginación social y económica, les puso un uniforme y les deformó intelectualmente para que, ejerciendo el poder que no tienen, defendieran los intereses de los poderosos. Desde esta perspectiva es fácil entonces entender cómo es que un ser humano puede pensar dos veces antes de rescatar de los brazos de la muerte a otro ser humano. De igual forma, es fácil entender cómo es que en el año 2010, unos diez ciudadanos encontraron la muerte frente al cañón del arma de reglamento de un “oficial del orden público”.
Tras el pánico moral que caracterizó la década del 1990, la del 2000 y en medio de un aumento real de la violencia en durante los pasados años, la mentalidad de mano dura promovida por el gobierno, no solo se apoderó de la mente de los políticos profesionales y del público conservador que participa en las elecciones. Esa mentalidad gubernamental de control y castigo que deshumaniza a cualquier elemento que, consciente o inconscientemente, se oponga al orden establecido por y para beneficio de unos pocos poderosos que controlan la sociedad termina deshumanizando a todo ael que no se somete. Lo mismo puede ser el estudiante que por cuestionar deja de ser un “ser humano” y se convierte en un “revoltoso pelú” para ser reprimido.
Igual sucede con el joven que en el caserío no se detiene ante la prejuiciada orden de alto de un oficial o el viejito que, sin entender lo que ocurre se defiende del allanamiento de su casa por parte de unos policías que buscan a su hijo, ambos dejan de ser un ser “humanos” y se transforman en “peligros públicos” que debe ser “neutralizados”. En fin, el ejemplo pueden ser estos propios custodios que, reproduciendo acríticamente esa deshumanizante política del estado, hoy dejan de ser “humanos” para convertirse en chivos expiatorios que salvan de la responsabilidad a quien realmente la tiene. Por tanto, ante la pregunta de cómo puede ser un dilema el salvar la vida de estos confinados, la contestación parece ser tan fácil como cínica.
Para estos custodios, quienes sin saberlo encarnan la visión de “mano dura”, producto del Estado y por las clases dominantes, esos presos no eran personas. Una visión transforma a quienes son etiquetados como desviados en plagas sociales que no aportan nada, que cuestan dinero y que crean problemas a las “personas de bien y respetuosas del orden”.
En fin, lo que ocurrió en esa guagua fue un crimen. Pero los culpables no son necesariamente los agentes que lo protagonizaron. Los culpables somos todos, los poderosos por crear la mentalidad que deshumaniza los presos y nosotros que se lo permitimos. Al tomar el último buchito de café, pienso que esta tragedia puede ser punto de partida para entender las consecuencias verdaderas, intencionadas o no, de las simplistas teorías de castigo y mano dura.
Descansen en paz los muertos, que esa opción no parece estar disponible para los vivos pensantes.