Contraseñas para la Bingolectura
Texto leído en la presentación de La novelabingo de Manuel Ramos Otero el 7 de octubre de 2011 en la sede del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
Advierto, antes de comenzar, que no vengo a explicar La novelabingo, pretensión que supondría haberla entendido. Me limitaré a compartir algunas pistas que encontré por el camino durante la lectura de esta extravagante contranovela.
El término contranovela se lo debo a Julio Cortázar, quien describió así a su Rayuela, uno de los modelos narrativos confesamente parodiados por Manuel Ramos Otero. Aunque, pensándolo bien, cabría preguntarse si a la parodia de una contranovela no le convendría mejor el calificativo de “recontranovela”…
La novelabingo es una candidata ideal para la crítica académica porque – como suele decirse del papel – aguanta todo lo que le pongan. Pero constituye un hueso duro de roer para el lector que la aborda con ciertas expectativas de coherencia y claridad.
Pese a la formalidad de su estructura – quince capítulos que, con títulos inspirados de las llamadas del bingo, presentan las aventuras de unos bolos escapados del candungo – pese al montaje premeditado del formato, su escritura torrencial boicotea cualquier intento de sistematización. De hecho, es justamente ese choque aparatoso entre estructura fija y escritura desbordada lo que mejor la define. Al orden reglamentado del bingo y de la novela, se contrapone el desorden azaroso de la suerte y del lenguaje.
Descartadas de entrada las expectativas de coherencia y claridad, habría entonces que atenerse al consejo del propio autor: leerla como a usted le dé la real gana. Recomienda además: “dejarse llevar por las palabras como en una carrera de relevo, como si la policía y los camarones estuvieran persiguiendo a uno”. “Camarones”, desde luego, no es aquí una insólita imagen poética sino una referencia directa a aquellos agentes encubiertos que perseguían y carpeteaban a la disidencia.
Intriga y extraña el que Manuel Ramos Otero se haya visto obligado a ofrecer tan abundantes y detalladas precisiones sobre un libro producto de lo que él denomina “la lógica de la locura”. El prólogo suyo que acompaña esta reedición, las entrevistas que concedió y las cartas que envió a amigos y lectores forman casi una autoexégesis. En ellos, se mencionan, entre otros, los factores biográficos y sociales que desembocan en la creación de La novelabingo: desde la lotería casera y la emigración neoyorquina hasta la parodia literaria y las drogas alucinógenas. Y se develan, capítulo por capítulo, las buenas y malas intenciones del escritor.
Ese revisionismo postpártum tiene sin duda un cariz justificativo. Es como si la explicación pretendiera rellenar las lagunas del texto o como si se quisiera distanciarlo del reino del delirio para colocarlo bajo el de la racionalidad. La voluntad de control autoral, comparable a la que ejercía René Marqués sobre sus piezas teatrales, parece reformular las consignas de la inmortal Cuca Gómez: yo lo escribo, yo lo analizo y yo digo cómo leerlo.
El recordatorio continuo de la presencia del autor es un rasgo esencial de La novelabingo. Como en otras obras de Manuel Ramos Otero, lo autobiográfico se aloja en el corazón del texto. Lo confiesa sin empacho en su ensayo “Ficción e historia: texto y pretexto de la autobiografía”: “Yo creo que, al fin y al cabo, lo único que siempre he hecho desde que asumí la escritura ha sido la traducción de la autobiografía». Como lo indica la palabra “traducción”, no se trata en absoluto de un recuento exacto de la vida real sino más bien de su reinvención artística. Reinvención de la vida suya así como de la de múltiples personalidades de su entorno que se convierten, por esa vía, en personajes de ficción.
Podría hablarse de un roman à clef o novela en clave que ofrece al lector el reto de adivinar los nombres verdaderos del Who’s who clandestino. En el elenco extendido de superstars, figuran prominentemente los poetas Etnairis Rivera e Iván Silén al igual que la actriz Iris Martínez y la protochismosa precursora de La Comay, Myrta Silva, alias Madame Chencha.
El performance sostenido de La novelabingo le permite a Ramos Otero un protagonismo en tripleta: como el escritor de carne y hueso, como el autor ficticio al que se alude con frecuencia y como Manuelo el de los ensueños, uno de los bolos prófugos del candungo. Hasta su alter ego, la maquinilla “Electra 110”, hace apariciones estelares a todo lo largo del libro. Esa obsesión autoficcional se extiende a la obra. La novelabingo es otra actriz que reclama el escenario para regodearse narcisistamente en las minucias del proceso de su escritura desde el nacimiento hasta la muerte.
La idea de la muerte de la novela estaba muy en boga en los años setenta aunque, décadas antes, ya escritores como André Gide, Jean-Paul Sartre y los exponentes del Nouveau roman francés hubieran firmado varias veces el acta oficial de defunción. Esas teorías narraticidas, que ya empezaban a relegarse en Europa, se reciclaron como novedades del otro lado del Atlántico.
El sabotaje de la cohesión novelística se asume como misión guerrillera en La novelabingo. Y una de las armas que empuña el autor para conseguirlo es la poesía. Al frenesí verbal de la escritura automática, se suma una potente veta lírica. El lirismo sedicioso, que en ocasiones coquetea con la cursilería, va forjando, a fuerza de imágenes cautivantes, una mitología del Viejo San Juan, de sus lugares, edificios y paisajes emblemáticos. Dentro de la vorágine palabrera, las evocaciones de la ciudad componen algunos de los mejores pasajes del libro, logrando así que, por momentos, el poeta le robe la partida al narrador.
El atentado lírico queda, a su vez, torpedeado por el humor corrosivo de la épica bufa: la de los bolos antihéroes enfrentados a las bingueras antidiosas que manipulan su destino. En el tirijala entre la prosa y la poesía, se cuela el teatro. Pequeñas escenas melodramáticas de divas sufridas, hombres fatales y matronas implacables surgen inesperadamente aquí y allá mientras los números cantados del bingo criollizan los mitos de la tragedia griega.
A estas alturas, ya habrá identificado el lector potencial otro método eficaz para meterle mano a La novelabingo. Y es aquel truco que poníamos en práctica en la escuela cuando nos asignaban algún libro voluminoso, denso o complejo: leerlo a grandes saltos de pupila aterrizando en lo que se acostumbraba a llamar “las partes buenas”.
Partes buenas hay, y sabrosas. La provocación atraviesa de rabo a cabo este texto de juventud de Manuel Ramos Otero. Desde el arranque – “Hoy día de Santa Pitusa de los Pederastas desde los callejones lácteos de bugarrones de La Perla…” – hasta el cierre amenizado por el velorio de “novelabingo la desafortunada”, no hay nada que no se someta al doble filo de la sátira y la parodia. Machismo, matriarcado, historia, política, religión, literatura son objetos de alegre vacilón cuando no de escarnio despiadado.
Algunos estudiosos del trabajo de Ramos Otero aseguran que, por algún milagro arcano de la mentada Santa Pitusa, el escritor manatieño no heredó el gen nacionalista de las letras puertorriqueñas. Discrepo respetuosamente. Ese travieso y resistente gen se infiltra por todos los recovecos de La novelabingo. La cultura popular tiene una lucidísima omnipresencia en este libro que es a la vez su celebración y su crítica. Canciones, festejos, tradiciones, gastronomía, vocabulario, refranes, toponimia y topografía sobrepueblan el texto horizontal y verticalmente. La selección misma del folclor binguero como armazón estructural sitúa a la obra, con todo y sus aires de recontranovela, dentro de la tendencia dominante de la boricuitis impenitente.
Es más, me atrevo a apostar que es la obstinada y polifacética incorporación de lo puertorriqueño lo que, junto a la mordacidad radical de la voz narrativa, le imparte a la obra su sello de originalidad. Sin esa bipolaridad pasional, sin esa ardiente relación de amor/odio con el País, tal vez La novelabingo no pasaría de ser un pintoresco ejercicio de surrealismo recalentado.
Difiero también de quienes postulan que esta obra es una especie de aberración dentro de nuestra literatura. La veo, por el contrario, muy incestuosamente emparentada con otros textos puertorriqueños que privilegian la autonomía del lenguaje. No está ajena La novelabingo a la seducción de la oralidad que imanta la producción de escritores como Luis Rafael Sánchez, Rosario Ferré, Edgardo Rodríguez Juliá, Juan Antonio Ramos o Magali García Ramis. En el prólogo de 1975, su autor admite haber recreado “el más impenetrable de los laberintos del lenguaje: el idioma puertorriqueño.” Prueba fehaciente de que la nación también se escribe – y muy deliberadamente – desde los márgenes.
Con su desenfreno verbal, su afán experimental, su humor sacrílego, sus esperpentos carnavalescos, sus incursiones eróticas y sus cuestionamientos contraculturales, La novelabingo recoge el espíritu irreverente de la narrativa y la poesía de su época. En ése y otros sentidos y sinsentidos, es una obra perfectamente coyuntural, por no usar el término tan severamente desgastado de “generacional”.
Manuel Ramos Otero solía lamentarse de ser poco leído. Desarrolló la teoría del “escritor cruel” como fundamento de una escritura intrincada y voluntariosa que se ufanaba de poder prescindir hasta del acto de lectura. A pesar de su reciente iconización como precursor de la literatura del destape gay en Puerto Rico, sigue siendo poco leído. Sospecho que cuenta hoy día con más fans de su persona que con lectores de su obra.
Resulta un tanto desconcertante que este libro descarado que, según su autor: “le hace puñetitas de a vellón a Castilla la Vieja y a la Real Academia Española” haya sido reeditado por una institución tan recatada como el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Accede así Manuel a los sacrosantos recintos de los que tanto se burlaba, lo que no deja de tener su buena dosis de picardía irónica.
Si hubiera un intermundio entre el Más allá y el Más Acá, de seguro que nuestro homenajeado vendría esta noche a espiar, en traje de hilo blanco, su póstumo debut en sociedad. Propongo, para terminar, que lo imaginemos ahora, alto, guapo y castigador como era, parado en la frontera entre la vida y la muerte, fijándonos con su mirada penetrante y preguntando en tono pendenciero, como al final de La novelabingo, para quién es el velorio.