Cooperativismo: porque un mundo mejor es posible
A Juan González Feliciano, genuino líder cooperativista,
que de joven me introdujo al estudio de estos temas.
Definitivamente, tal y como afirma Eduardo Galeano, el mundo anda “patas arriba”. El capitalismo global ha producido un nivel de concentración de la riqueza mundial en manos de unos pocos conglom erados corporativos transnacionales inimaginable medio siglo atrás; dejando solo lo mínimo para la subsistencia del grueso de los habitantes del planeta. Claro está que el capitalismo siempre ha provocado una amplia brecha en la distribución de los recursos entre los dueños del capital y las masas trabajadoras. No obstante, durante las últimas décadas, ese brecha se ha agigantado hasta el punto de que una minoría del 1% es propietaria de casi la mitad de la riqueza acumulada mundialmente, y acapara alrededor de una quinta parte de los ingresos anuales que genera la economía global. Esa polarización en el reparto de la riqueza socialmente producida, no solo ha esparcido pobreza, precariedad y una enorme marginación socio-cultural a lo largo y ancho de la abusada geografía planetaria; sino que, además, hiere de muerte a la democracia.
A través del globo, la noción liberal del Estado como representante del bien común ha demostrado su falacia como nunca antes, volviendo a emerger la concepción radical que lo concibe como burda máquina de opresión y control de la clase económicamente dominante sobre el resto de la sociedad.1 Movimientos sociales alrededor del globo manifiestan el descontento generalizado de los ciudadanos y ciudadanas del mundo con la sumisión y sometimiento de sus distintos estados nacionales al control supranacional ejercido por los acaparadores del capital mundial y la imposición de su doctrina económica neoliberal. Se ha impuesto como modelo global un sistema que para incentivar la actividad económica promueve la reducción tajante del gasto social por las naciones, a la vez que el subsidio de los grandes capitales.
En el mundo al revés, los Estados estimulan la privatización de los frutos de la actividad económica, mientras socializan las pérdidas y los costos, tanto en estrictos términos financieros, como en relación a externalidades como el daño al medio ambiente. Y, como en el caso reciente de EE.UU., cuando las compañías rescatadas comienzan nuevamente a ser rentables, el gobierno sale apresuradamente de su inversión pues el referido dogma neoliberal exige el mayor “retraimiento” del Estado de la actividad económica empresarial. De tal modo, la inversión pública puede asumir los riesgos y costos inherentes al rescate de las grandes empresas capitalistas, pero no le es válido beneficiarse de las mismas cuando su inversión produce resultados positivos.
El hecho de que los estados nacionales (y sus colonias) en su mayoría operen con los fines de garantizar la hegemonía de ese orden económico mundial capitalista no es casualidad, pues sus procesos políticos suelen estar siempre sometidos de alguna forma al control de quienes ostentan el poder económico. Pero en la medida en que la riqueza económica continúa concentrándose a nivel planetario, en esa misma medida la democracia continúa perdiendo sustancia, achicándose cada vez más la capacidad de los ciudadanos de controlar sus condiciones de vida. Ese es el mundo capitalista neoliberal de hoy, donde el ámbito de lo público (esos espacios en los cuales nos relacionamos socialmente sobre bases de igualdad de derechos) se desintegra; cediendo paso al tipo de relaciones humanas estratificadas, predicadas sobre derechos de propiedad y valores de intercambio mercantil.2 Así, los espacios políticos públicos se contraen ante la expansión de una “democracia” privatizada, donde los ciudadanos nos hemos convertido en simples peones de un juego de ajedrez sobre el cual no tenemos ningún control. La tendencia experimentada durante el último siglo en EE.UU., donde cada vez se le reconocen mayores derechos a las corporaciones para crear opinión, participar de los procesos políticos, realizar aportaciones electorales y mantener ejércitos de cabilderos en el Congreso y las principales agencias reguladoras, es más que demostrativa en cuanto a cómo la democracia política ha sido secuestrada y privada de su sustancia cívica por las grandes corporaciones que controlan la riqueza del país. A través de los años, el poder del capital sobre los procesos políticos se ha institucionalizado, ampliado y profundizado por vía del propio sistema de derecho,3 y con ello, la ideología que hace primar el afán individual de lucro sobre toda otra consideración. Tal vez nunca fue más certera la sentencia de Jonh Jay, uno de los “Founding Fathers” de la nación norteamericana en el sentido de que: “The people who own the country ought to govern it”, pronunciamiento que podríamos actualizar en estos tiempos de globalización capitalista como: “The people who own the World ought to govern it”. Y es que, tal como advirtió Louis Brandeis, Juez Asociado del Tribunal Supremo de Estados Unidos entre 1916 y 1939, que vivió preocupado por las implicaciones para la democracia de la concentración de riqueza en grandes corporaciones: “We can either have democracy in this country or we can have great wealth concentrated in the hands of a few, but we can’t have both.”
La tradición cristiana le adjudica a San Pablo la frase: “Radix omnium malorum avaritia” (la avaricia es la raíz de todos los males). Y lo cierto es que todas las principales religiones del mundo conciben la avaricia como el peor de los vicios de los humanos.4 En sentido contrario, universalmente también se reconoce a la caridad, fundada en sentimientos de solidaridad y amor al prójimo, como una de las principales virtudes. Sin embargo, a nivel mundial hemos endiosado –pues le tenemos por superioridad infalible, omnisciente y omnipresente– a un sistema económico que predica que el ánimo de lucro personal y la competencia egoísta constituyen los principales motores para el progreso humano en términos materiales. Así, vivimos una modernidad demente adorando ídolos corporativos,5 en la cual nuestros valores morales al igual que nuestras convicciones políticas democráticas, viven asediadas y en constante riña y contradicción con las estructuras económicas predominantes.
Quienes postulamos que un mejor mundo es posible, tenemos que ser capaces de proponer vías alternas al capitalismo para estructurar el quehacer económico, de forma tal que podamos satisfacer nuestras necesidades y aspiraciones genuinas de progreso material sin comprometer nuestros valores humanistas. Sistemas capaces de promover la productividad y el progreso económico, pero que a la misma vez generen los mismos en función del mayor bienestar general de las personas. Alternativas para satisfacer nuestras expectativas racionales de bienestar material, que resulten consistentes con nuestros valores más altos de empatía, justicia, solidaridad, compasión y cooperación humana.
El cooperativismo es una alternativa que ha demostrado su eficiencia empresarial, a la misma vez que se sostiene sobre valores positivos de democracia, equidad y colaboración. Las empresas cooperativas son parte de lo que se conoce como el sector de la economía solidaria, que abarca al “conjunto de entidades que actúan en el mercado con la finalidad de producir bienes y servicios, asegurar o financiar, donde la distribución del beneficio y la toma de decisiones no están directamente relacionadas con el capital aportado por cada socio, y donde cada socio puede participar por igual en la toma de decisiones”.6
Así, las empresas cooperativas operan dentro de un sistema de libre mercado, con independencia frente al Estado. Como toda empresa, las cooperativas promueven la eficiencia y la productividad para maximizar los beneficios de su gestión económica. No obstante, la gestión empresarial cooperativa se enmarca dentro de los márgenes de ciertos conceptos filosóficos de democracia organizacional, primacía del trabajo sobre el capital, interés limitado al capital, libre adhesión, alianzas cooperativas y responsabilidad social, entre otros. El cooperativismo se aparta, tanto del control autoritario y del acaparamiento de los beneficios del proceso productivo que ejerce el capital en la economía capitalista, como del que ejerce el gobierno en las economías estatizadas. Promueve la distribución democrática y equitativa de ese control empresarial y del reparto de los beneficios a los participantes de la gestión económica, dentro del contexto de estructuras de verdadero libre mercado, orientadas a la comunidad. Aunque la riqueza que genera el empresarismo cooperativista busca ser distribuida entre quienes, como productores y consumidores, participan de la asociación empresarial, de ningún modo ello significa que el modelo no provea para promover el desarrollo económico. Como sistema, el cooperativismo reconoce la importancia de la acumulación de riqueza para potenciar medios de financiamiento, investigación y previsión de contingencias futuras, necesarios para el desarrollo económico. No obstante, en el cooperativismo esas instancias de acumulación de riqueza social son estructuradas y manejadas democráticamente en función de suplir las necesidades económicas de las comunidades de los socios; no del acaparamiento excluyente y la especulación financiera.
Mientras, en el sistema capitalista, son los dueños del capital quienes controlan la gestión económica a base de su tenencia de propiedad bajo el clásico motivo del “tanto tienes tanto vales”, la gestión cooperativa se funda en principios de democracia participativa donde las personas asociadas determinan los rumbos de la actividad empresarial conforme al principio equitativo de una persona un voto, con total independencia de la participación de cada uno en el capital de la empresa. De ese modo, el cooperativismo opera sobre el concepto de la igualdad esencial de toda persona humana, que el capitalismo descarta al operar en consideración a la acumulación de riqueza individual. Mientras el capitalismo fomenta la concentración y el acaparamiento de los beneficios, el cooperativismo propende al acceso equitativo y al reparto social.7
Los beneficios del cooperativismo no se limitan a promover una gestión empresarial más justa y humana, sino que potencialmente tienen la capacidad de revertir el daño causado por el capitalismo a nuestros sistema político. Como hemos dicho, a nivel político el capitalismo tiende a la concentración del poder en manos de las élites económicas. De tal forma, carcome el concepto mismo de la comunidad ciudadana al promover la atomización de la actividad personal, la estratificación, el culto al individualismo, la devoción al materialismo y la comercialización de las relaciones interpersonales. Todo ello provoca sentimientos de apatía ciudadana, dada la incapacidad incremental de las personas de incidir sobre la vida pública. Como señala Restakis: “Institutions that promote selfishness, individualism, competition and dependence on authority have the predictable result of simultaneously isolating and disempowering people”.8 Al contrario, el cooperativismo tiende a la descentralización, y dada su naturaleza participativa, constituye una actividad generadora y reparadora de vínculos comunitarios de apoderamiento y colaboración.
El cooperativismo es democracia en acción y medio de toma de control individual sobre los aspectos fundamentales de nuestra vida en comunidad. Es una escuela de civismo. Mientras el capitalismo global va limitando los espacios de efectiva participación democrática para los ciudadanos, el cooperativismo camina en la dirección opuesta (no mediante la estatización de las empresas), sino insertando los valores y procesos democráticos dentro del ámbito de la gestión económica empresarial. Mientras el capitalismo busca cooptar y manipular los procesos electorales, el cooperativismo opera sobre bases de neutralidad político-partidista. Mientras los actores principales en el capitalismo son individuos en lucha egoísta para satisfacer su afán de lucro personal, en el cooperativismo lo es el colectivo de personas asociadas para satisfacer necesidades comunes, sobre bases solidarias y de servicios voluntarios. Mientras el capitalismo minimiza, enajena y excluye, el cooperativismo genera sentimientos de autorrealización, control y pertenencia. En el capitalismo se ordena, en el cooperativismo se discute y se dialoga. El capitalismo somete a los trabajadores y consumidores al autoritarismo empresarial y a la falta de control sobre sus circunstancias económicas. El cooperativismo los apodera y libera, potenciando la emancipación del ser humano a nivel de toda la sociedad.
En fin, el cooperativismo incorpora a la esfera de la actividad económica aquellos valores humanistas y democráticos que reconocemos como moralmente superiores en las otras esferas de nuestras vidas. Ello nos permite actuar con integridad y consistencia, tanto en el ámbito sociopolítico, como en las actividades productivas y mercantiles. El cooperativismo ayuda a preservar, fortalecer, profundizar y reactivar la vigencia de los valores democráticos, al plantear su aplicación en todos los espacios vitales de nuestra vida en comunidad, incluyendo la esfera económica y empresarial.
El cooperativismo, como sistema integrado, fomenta los tres aspectos que identifica Restakis que caracterizarían a una sociedad holísticamente funcional, tanto en cuanto a la satisfacción de nuestras necesidades materiales, como de las espirituales y socioculturales. Esto son: 1) el principio de eficiencia, 2) de equidad y 3) de reciprocidad. Por tal razón, el cooperativismo tiene el potencial como sistema de convertirse en un proyecto social integral alternativo al capitalismo prevaleciente, para la reconstrucción y elaboración de nuevas instituciones verdaderamente democráticas, igualitarias, responsivas y de autorrealización, a la vez que económicamente productivas.
Posiblemente, no haya existido un mejor momento para que los defensores del cooperativismo lo enarbolemos como una alternativa real para la solución de los múltiples males que el capitalismo ha esparcido por el planeta en general y nuestro país en particular. Su ejemplo de eficiencia económico-social ecológicamente responsable se encuentra ahí para ser estudiado y difundido. Mientras en la última década la crisis global del capitalismo y su “avaricia infecciosa” (en palabras de Greenspan), produjo un declive generalizado en los niveles de vida de los sectores mas pobres y trabajadores del planeta, a la vez que requirió el rescate de los grandes capitales; los principales grupos cooperativistas pudieron sobreponerse y continuar operando eficientemente. Ello, sin incurrir en los mecanismos de cesantías, reducción de medidas de seguridad y sanidad, y de incremento de los niveles de explotación laboral, adoptados por las empresas capitalistas; y sin necesidad de salvamentos.9
En Puerto Rico, corresponde a los cooperativistas tomar la ofensiva en cuanto a promover el modelo como solución a la herencia de explotación, marginación, desigualdad, desarraigo y exclusión social que nos ha tocado vivir. Para ello, uno de los mayores retos es superar concepciones limitantes que lo conciben en pequeño, solo como una actividad marginal dentro ciertos nichos en una economía predominantemente capitalista, sin la posibilidad de imponerse y suplantar al último como modelo societal. También es necesario dejar atrás concepciones dogmáticas aferradas a un cooperativismo Amish, incapaz de modernizarse y estar a la altura de los nuevos tiempos. Nos encontramos en un momento propicio para forzar la discusión pública sobre el cooperativismo en relación a los principales problemas que nos aquejan. Defenderlo, por ejemplo: como vehículo para potenciar las iniciativas de creación de empleo del gobierno, como alternativa a la privatización de bienes y servicios estatales, para evitar la venta de empresas nacionales a capitales extranjeros, el cierre fábricas, para promover nuestra autosuficiencia agrícola y generar turismo ecológico. Incluso a los fines de reconceptualizar nuestra Universidad de Puerto Rico y reformular los municipios y corporaciones públicas. Si de veras creemos en el potencial del cooperativismo, tenemos esa responsabilidad para con nuestro pueblo, tan ávido de encontrar algún destello luminoso que le oriente para salir de las cavernas.
- Para un análisis histórico sobre este particular en el contexto del Estado Norteamericano, véase Michael Parenti, Democracy for the Few, Wadsworth Cenage Learning, USA (2011). Cabe señalar que no solo en la tradición marxista-leninista se describe al Estado como instrumento de control y opresión al servicio de la clase económicamente dominante; sino que incluso varios teóricos del capitalismo como Hobbes, Locke y Smith, reconocieron cándidamente que la razón de ser del Gobierno era defender los derechos de propiedad de los ricos frente a los pobres. [↩]
- Esa diferenciación entre lo que constituye el espacio de lo público, donde cada cual tiene derecho igualitario a participar, vis a vis, las organizaciones privadas, donde el peso relativo de cada participante y sus derechos en general se definen por su capital, es ampliamente discutido por el reconocido teórico político norteamericano Robert Dhal, en su tratado A Preface to Ecocomic Democracy. El mismo debe constituir lectura obligada para todos los interesados en el tema que aquí discutimos. [↩]
- En Santa Clara County v. Souther Pacific Railroad, 118 U.S. 394 (1886), el Tribunal Supremo Federal paradójicamente se valió de la enmienda XIV de la Constitución Federal (originalmente adoptada para conceder igualdad bajo la ley a las personas de raza negra); para concederle derechos civiles a las corporaciones, bajo la ficción de que son personas jurídicas. Esa espiral continúa hasta nuestros días, siendo un o de los casos más recientes el de Citizens United v. Federal Election Commission, 558 U.S. 310 (2010), que liberaliza el derecho de las corporaciones a aportar abiertamente a campañas políticas bajo argumentos de libertad de expresión. Se encuentra pendiente ante el Tribunal Supremo Federal el caso de McCutcheon v. Federal Election Commission, cuyo resultado se prevé que será una mayor liberalización todavía al gran capital norteamericano para realizar aportaciones a campañas políticas y por tanto, para crear opinión pública e imponer candidatos. [↩]
- Afirma Phyllis A. Tickle, experta en temas religiosos, que todas las principales religiones a través de los siglos, desde el hinduismo hasta el islamismo, pasando por el cristianismo; coinciden en identificar a la codicia como el principal de todos los vicios humanos. P.A Tickle, Avaricia, Ed. Paidos, España (2005). [↩]
- Véase Roland Wade, Gred Inc.: How Corporations Rule Our World and How We Let It Happen, Ed. Tomas Allen (2005). [↩]
- Felipe Herández Perlines, La Economía Social, análisis de un sector empresarial, en La Economía Cooperativa como Alternativa Empresarial, Ediciones de la Universidad de Castilla La Mancha, España (2010), p 137. [↩]
- Rubén Colón Morales, Cooperatives and Employee Owned Legislation for Community Economic Development, Mauricio Gaston Institute for Latino Community Development and Public Policy, U Mass, Boston, Publication 93-01 (1993). [↩]
- John Restakis, Humanizing the Economy: Cooperatives in the Age of Capital, New Society Publishers, Canada (2010). [↩]
- Véase Restakis, op cit. Además, Birchall and Ketilson, Resilece of the Cooperative Business Model in Times of Crises, International Labor Organization, (2009). También: Javier Divar Garteiz-Aurrecoa, Las cooperativas: Una alternativa económica y social frente a la crisis; Enrique Gadea, Las bases de la exitosa adaptación de Eroski a las nuevas condiciones del mercado; Alejandro Martínez Charterina, Las cooperativas frente a la crisis. Los tres últimos publicados en el Boletín de la Asociación Internacional de Derecho Cooperativo, disponibles en www.deusto.es. [↩]