Corrupción
Cada vez que aquí se ha formado otro partido, el que o les que le dieron vida, pierde las elecciones. O, peor, gana el que no debe. Los nuevos partidos y las candidaturas independientes son augurio de derrota. Ha pasado también en los EE.UU., con Ralph Nader, Ross Perot y Bernie Sanders. Estas personas que dividen lo hacen muchas veces por despecho o protagonismo, pero nunca han logrado que su “ética más sublime” prevalezca. Hacer un nuevo partido aquí porque nuestro sistema “es corrupto” y hay que eliminar la corrupción es ilógico; un acto predeciblemente impotente para hacer tal cosa, a menos que su matrícula no sobrepase a la de uno de los partidos que se turnan el poder. Por el contrario, el nuevo grupo puede ayudar a perpetuar el partido que más corrupción ha tenido en la historia de los partidos políticos en Puerto Rico. Además, ¿qué garantía hay de que en partidos nuevos no habrá corruptos?
El gobernador presente es hijo de un corrupto que arruinó el país con megalomanías: la tarjeta de salud, el tren urbano y el coliseo; y con una recua de pillastres en su administración, muchos de los cuales fueron a la cárcel. Trató de robarse una pensión mintiendo, y con su típica prepotencia y desfachatez regresó a hacer campaña cuando creíamos haber salido de él. Como perdió, su venganza fue darnos a su hijo. Y resultó que, de tal inescrupuloso, uno peor.
Desde la salida, el querendón de los ilusos que buscan la anexión, nos dijo quién era. El 31 de agosto de 2012, en estas páginas destapé las mentiras del joven a quien le dieron trabajo por sobre otros porque era hijo de su padre. Su trayectoria en el Recinto de Ciencias Médicas fue la de un fantasma. No hizo nada: dio dos o tres clases, no hizo lo que se suponía, desde el punto de vista científico, y escribió y le publicaron en la editorial universitaria un “coloring book” de política que debió haber sido la alarma para evitar que fuera a la Fortaleza. Pero no: los apologistas atacaron mi columna como si supieran de cómo se bate el cobre en las instituciones médicas académicas, y señalaron lo inteligente que es “el nene”.
Poco sabían los que lo apoyaron, ni los que no votaron por no votar por el candidato Bernier, lo que se avecinaba. Además de el niño, venían por ahí (en orden de llegada), Trump, Irma y María, una especie de maldita trinidad que cualquiera diría engendró al nuevo líder de los anexionistas: el infante-gobernador. Lo que iba a ser para los residentes de Fortaleza, los contratistas colmillús, los pillos obvios, los empleados fantasmas, los parientes, dolientes y arrimaos a la olla de chavos una fiesta, se convirtió en una aquelarre más allá de su (y nuestra) imaginación. El caos después de las tormentas se hizo propicio para el saqueo. Y, con una “republicana” como comisionada residente, la influencia de ese maleante que habita la Casa Blanca en Washington, y que cada minuto mancilla las pocas glorias que le quedan a una nación que en un momento tenebroso ayudó al mundo a librarse del fascismo, entusiasmó a los cacos que han podido entrar por las puertas del frente. Solo hay que mencionar el escándalo de “Whitefish” para darse cuenta, por el nombre de la compañía fantasma, de que el pillaje venía y está acompañado de sarcasmo. No solo eso, estaba ligado a amigos y tenientes del presidente de los Estados Unidos. Un país en donde no se puede hablar muchas oraciones sobre los republicanos antes de toparse con la corrupción perpetrada por ellos.
El presidente Ulysses S. Grant, republicano, sirvió dos términos (1869-77). Uno de sus grandes aciertos fue lograr que el Ku Klux Klan desapareciera por una generación. Pero durante su incumbencia ocurrió el escándalo del oro: Dos pillastres, en compinche con el marido de la hermana de Grant, engañaron al presidente, acapararon el mercado del oro, y ganaron dinero sucio. También la pillería del Union Pacific Railroad, cuando sus mayores accionistas le dieron los contratos para construir el ferrocarril a congresistas influyentes y sus allegados. Como si fuera poco, se suscitó el engaño del Whiskey Ring en el que empleados gubernamentales, y congresistas y sus familiares, se enriquecieron robándose millones de los impuestos especiales. Bajo la presidencia de Warren Harding (1921-23; republicano también, murió durante su presidencia) se dio el escándalo del Teapot Dome. Un amigo personal de Harding estaba a cargo del departamento del interior y, en complicidad con el secretario de la marina, le otorgó concesiones a las empresas de dos amigos. El secretario recibió sobornos por valor —hoy día— de más de $5 millones. Es curioso el paralelismo entre Harding y el infante-gobernador: el tiempo en el poder ha de ser limitado.
No hay espacio para hablar de la corrupción del ahora presidente de USA, quien miente y abusa del poder todos los días y a todas horas pero, como dije antes, parece haber inspirado y engendrado al infante-gobernador. Aquel tuitea; este chatea. En sus mensajes, los dos muestran sus malacrianzas, su homofobia, su deprecio por la mujer, los pobres y la pobreza, y su actitud de prepotencia y desprecio por el pueblo. Los tuits son públicos; los chats del nene eran, hasta ahora, privados.
La corrupción durante la gobernación del papá del infante-gobernador es tan obvia y patente que no requiere mucha tinta. La lista de listos fue creciendo y los muchos que fueron a la cárcel están por ahí cobrando pensiones y dando opiniones públicas. Los votos lo sacaron del poder, pero la corrupción reapareció con Luis Fortuño: los enredos que le otorgaron contratos millonarios a sus amigos, no solo en Autoridad de Energía Eléctrica, sino en la Corporación del Fondo del Seguro del Estado. Entonces, en uno de sus muchos desaciertos, García Padilla descubrió al tal Anaudi debajo de una pava fatula, ¿o fue debajo de yaguas viejas en la Cámara? Y de esas dos cucarachas, y de los cargos falsos contra Acevedo Vilá, el PNP ha hecho verano y volvió al poder hablando de la “corrupción en el otro partido” para volver a mostrar que su corrupción es infinita. Puede que en todas las administraciones haya bandidos, pero la lista bajo el PNP es más larga que el cable submarino. Y la acusación de robo no la pueden hacer los que han vaciado las reservas del país con caprichos y mala planificación porque “el dinero es para gastarlo”. El dinero es del pueblo, no para ellos gastarlo.
En vez de nuevos partidos condenados a perder, lo que hay que hacer es unirse para derrotarlos en las urnas, y exigirle al nuevo gobierno que vele por y le responda al pueblo. Ya se ha pasado el tiempo para que el pueblo se dé cuenta de que es responsable de quién elige.