Crecer o Decrecer, esa es la cuestión
Del desarrollo económico al desastrollo: más de lo mismo
Recientemente Víctor Suárez, tras ser nombrado al cargo de Secretario de la Gobernación de Puerto Rico, declaró públicamente que, desde ese puesto, le daría “continuidad a los proyectos iniciados por esta administración”, exigiría “resultados” y agilizaría “aquellos que fomentan la inversión pública y privada; todo esto enmarcado en el desarrollo económico del País, que es nuestra prioridad”.
Sus palabras son un ejemplo elocuente de la forma en que, uno tras otro, nuestros gobiernos han estado obsesionados con el crecimiento de la economía, propuesto como objetivo primordial para, como por arte de magia, resolver nuestros numerosos problemas económicos y sociales –el desempleo, la pobreza, etc.– e incluso nuestros problemas políticos y ambientales. Le faltó decir, aunque de seguro eso piensa, que los asuntos ambientales se atenderían en la medida en que generen inversión y empleos.
Desde esta visión crecentista que caracteriza a la sociedad actual, se nos propone la necesidad de continuar urbanizando (y subsidiando la construcción de casas y hoteles) y consumiendo para «reactivar» la economía. Como bien apuntaba hace un tiempo el economista Argeo Quiñones,1 la industria de la construcción ha alcanzado “dimensión mítica” para muchos como motor o salvador de la economía. Mientras más libras de cemento, electricidad y gasolina se consuman, y mientras más dinero circule en el mercado de bienes y servicios, mejor estamos. Este modelo ha calado hondo en nuestra sociedad: basta ver el materialismo y consumismo obsesivo-compulsivo que nos caracteriza; el culto a las «grandes obras», los «shopping centers», los Costco, el blin-blin, la ropa de moda, o los carros «aniquelaos» –todos ellos indicadores populares de «progreso»–; o la gansería generalizada, principalmente en nuestra clase política.
La misma historia se repite en casi todo el mundo. Incluso Evo Morales, el supuesto defensor de los derechos de la naturaleza, propone la mega-minería y la energía nuclear para el «desarrollo» de Bolivia. En vista de los reiterados fracasos documentados de este enfoque desarrollista en Puerto Rico (y en el mundo), debemos, antes que nada, preguntarnos hasta qué punto ese “desarrollo económico”, la “inversión de capital” o “la tasa de crecimiento” de nuestra economía deben seguir considerándose la prioridad de la gestión gubernamental, o incluso un objetivo relevante. Más aún, debemos cuestionar hasta qué punto seguiremos estando dispuestos a “agilizar” proyectos de «desarrollo» a costa de sacrificar el bienestar social y ecológico, como está pasando en comunidades de Arecibo y Barceloneta, y como ha ocurrido históricamente en muchos otros sitios. ¿No será que es precisamente este modelo desarrollista el que nos ha hundido en la crisis social, política y ecológica en que nos encontramos? ¿No será que el «desarrollo» es en realidad un «desastroyo», como lo llama un compañero activista puertorriqueño?
Las experiencias compartidas en el 4to Congreso Internacional de Decrecimiento para la Sustentabilidad Ecológica e Igualdad Social, celebrado en septiembre en Leipzig, Alemania, nos ofrecen una ventana al emergente movimiento de investigación y activismo denominado degrowth, o decrecimiento, que plantea críticas demoledoras al modelo desarrollista (crecentista) y propone alternativas ecológicamente sustentables y equitativas al desarrollo.
El encuentro agrupó a más de 3,000 investigadores, académicos, activistas, artistas y profesionales de diversas ramas que participaron en más de 600 actividades (conferencias, mesas redondas, charlas, eventos artísticos) en las que se reflexionó sobre una amplia gama de temas asociados al concepto, las propuestas y las prácticas del decrecimiento. Este encuentro fue la continuación de una serie de congresos internacionales que comenzó en París (2008) en medio de la crisis financiera global, y continuó en Barcelona (2010) y Venecia y Montreal (2012).2
El decrecimiento: no más o menos de lo mismo, sino otra cosa
En el curso inaugural del congreso, «Degrowth: What?!», Federico Demaria y Giacomo D’Alisa, investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona y miembros del colectivo internacional Resarch & Degrowth, explicaron que el decrecimiento es un concepto-movimiento que surgió a principios del siglo 21 para proponer una reducción de la producción y consumo de las sociedades como mecanismo para alcanzar la sustentabilidad social y ecológica. Demaria define el decrecimiento desde dos perspectivas: (1) como “una crítica a la economía del crecimiento” que “hace un llamado a descolonizar el debate público del idioma del economicismo y a descartar el crecimiento económico como un objetivo social” y (2) como un “proyecto para la transformación social”, “un camino deseado en el que las sociedades usen menos recursos naturales y se organicen y vivan de forma distinta a la que predomina hoy día” (mi traducción).3 El degrowth es, en esta línea, un proyecto dirigido a lograr una sustentabilidad real.
El decrecimiento es también un marco de convergencia de muchas ideas que surgen del activismo y de tradiciones críticas en la economía, la teoría política, la ecología y la sociología. En la presentación de su libro Degrowth: A Vocabulary for a New Era (Routledge, 2014), D’Alisa, Demaria y Giorgos Kallis (también profesor e investigador de la Autónoma de Barcelona y miembro de R&D), explicaron cinco conceptos básicos indispensables para entender el modelo de decrecimiento: (1) límites, (2) autonomía, (3) repolitización, (4) anti-capitalismo y (5) utopías concretas.
Los límites al crecimiento
La crítica decrecentista al modelo económico vigente se basa en parte en el reconocimiento de la existencia de límites ecológicos, económicos y sociales.4 En primer lugar, el crecimiento es ecológicamente insostenible, debido a los límites naturales existentes. Esta crítica es la más conocida y se hizo célebre en la década de 1970 con publicaciones de distintos científicos, entre los que se destacaron Donnella Meadows y sus colegas autores de Limits to Growth, de 1972. Si bien este estudio fue criticado por algunos economistas y científicos, varias investigaciones recientes sugieren que sus proyecciones han sido generalmente acertadas y que el impacto de la economía ya está alterando sustancialmente los procesos biogeoquímicos básicos de regulación climática, el ciclo de nitrógeno y la biodiversidad.5
En segundo lugar, la economía del crecimiento ha dejado de ser «económica» porque, a pesar de que la producción y el consumo han continuado creciendo, los costos totales de ese crecimiento –una vez incluidos los daños sociales (por ej., la desigualdad, la criminalidad, la reducción de tiempo libre y familiar) y ambientales (por ej., la contaminación del aire y agua y los daños a la salud que produce una incineradora)– superan los beneficios.6 De hecho, indicadores económicos que ajustan el producto interno bruto deduciendo estos daños ambientales y sociales, como el Índice de Progreso Genuino (GPI, por sus siglas en inglés) del think tank Redefining Progress, demuestran que, a pesar de que el producto interno bruto de Estados Unidos ha incrementado consistentemente desde 1950, el bienestar real de la sociedad se ha mantenido estancado.
Por último, la economía crecentista es socialmente insostenible porque es injusta –sus costos y beneficios se distribuyen de forma desigual en la sociedad– y porque la comodificación de las relaciones sociales erosiona la convivencia y el crecimiento no incrementa la felicidad o el bienestar. En Estados Unidos, ha habido un marcado aumento de la desigualdad económica desde los años 70: la proporción del ingreso total nacional que tiene el 1% de la población se ha duplicado en 30 años y el 95% del crecimiento económico de los últimos 5 años terminó en manos del 1% más rico de la población.7 El movimiento de Occupy no pudo haber sido más certero al hablar de ese otro 99%. Recientemente, Thomas Picketty ha mostrado que esta desigualdad es intrínseca a la historia del capitalismo y que la misma ha aumentado drásticamente como resultado de las políticas neoliberales de reducir los impuestos a la clase rica.8
Pero la desigualdad no se manifiesta solo en términos socio-económicos, sino también ecológicos, especialmente en términos de quiénes al fin y al cabo sufren las consecuencias ecológicas del avance de la máquina del «progreso». Como han demostrado el movimiento de “justicia ambiental” y las investigaciones que han seguido sus pasos, los daños ambientales y sociales de proyectos industriales (fábricas, vertederos, minas, etc.) usualmente recaen sobre comunidades política y económicamente marginadas. Estas comunidades se convierten en lo que Lerner ha llamado “zonas de sacrificio”.9
Por otro lado, al igual que el índice de progreso, los estudios muestran que en muchos países del mundo, a partir de cierto ingreso no hay mucha relación entre el crecimiento económico y los indicadores de felicidad y bienestar percibido. Este resultado se debe a los daños sociales y ambientales que genera el crecimiento; al hedonismo y la competencia por estatus que fomenta el sistema capitalista; y al hecho de que hay otros factores que afectan el bienestar, como las relaciones sociales de cooperación (el capital social), la calidad de la educación, y cuan participativa es la democracia de un país.10
La autonomía y la democracia en el mundo sin crecimiento
No obstante, la existencia e incluso el reconocimiento de estos límites no son suficientes para detener la dictadura del crecimiento ya que hay poderosos intereses económicos que se benefician de este régimen y por lo tanto lo defienden a toda costa. Por esto, según D’Alisa, Demaria y Kallis, el decrecimiento no consiste solo en reducir o estabilizar la producción económica y consumir menos recursos, sino también en crear una sociedad diferente, idea resumida en el lema con el que se anuncia su libro: “Degrowth: not more or less of the same, simply different”.
La transformación que propone el decrecimiento requiere un sistema político en el cual la sociedad civil tenga un papel preponderante en la toma de decisiones y una mayor autonomía frente al Estado. Este concepto se inspira en las ideas de múltiples pensadores, entre los que se destacan Iván Illich, André Gorz, y Cornelius Castoriadis.
Illich –intelectual austriaco quien, curiosamente ocupó el cargo de vicerrector de la Universidad Católica de Puerto Rico durante algunos años- fue promotor de la democratización del conocimiento y de romper con la dependencia de las tecnologías complejas de la sociedad industrial, sustituyéndolas por tecnologías que fomentaran la convivialidad entre las personas y que pudieran ser diseñadas por y para los propios usuarios.11
El también austriaco teórico social André Gorz fue, en los años 70, uno de los más duros críticos del crecentismo, por su tendencia al tecno-fascismo y a la destrucción de las relaciones entre personas y con la naturaleza, y propuso como alternativa un eco-socialismo basado en la auto-suficiencia.
Castoriadis, por su parte, fue un pensador revolucionario griego que abogó por un modelo social orientado a que la gente tuviera autonomía del Estado y pudiera diseñar sus propias instituciones y formas organizativas a nivel local por medio de procesos colectivos de deliberación.12
La repolitización de lo ambiental y el anti-capitalismo
Además del reconocimiento de los límites del desarrollo y de la necesidad de una mayor autonomía de la sociedad civil, el decrecimiento requiere una repolitización de lo ambiental para acabar con la hegemonía ideológica del crecimiento –que lo presenta como algo inherentemente positivo e inevitable– y el falso consenso del “desarrollo sustentable” que la acompaña, y que más que una solución real a nuestras crisis socio-ecológicas se ha convertido en un «lavado de cara verde» (“greenwashing” o gatopardismo) para mantener el estatus quo.
Esta repolitización lleva a su vez a un reconocimiento de que el decrecimiento es inherentemente anti-capitalista. Ya que el crecimiento económico es un imperativo del capitalismo –una regla básica llamada “acumulación”–, siempre necesita nuevos «productos» y nuevos mercados (nuevos consumidores y, por lo tanto, nuevas «necesidades») para seguir generando riqueza, lo cual conlleva un proceso constante de explotación no solo de trabajadores sino también de la naturaleza.13
En una de las plenarias inaugurales del congreso, Alberto Acosta, ex-Ministro de Energía y Minería de Ecuador, ex-presidente de la Asamblea Constitucional de ese país y uno de los autores intelectuales de la Iniciativa Yasuní-ITT14, abordó directamente esta relación entre el crecimiento y el capitalismo. Acosta criticó el modelo de extractivismo que generalmente ha dominado la trayectoria de ‘desarrollo’ en Latinoamérica y en el resto del llamado ‘Sur global’. El extractivismo –similar a lo que Eduardo Galeano llamó en su momento “despojo”– es una práctica basada en la extracción, a gran escala y de forma intensa, de recursos naturales, orientada principalmente a la exportación y usualmente bajo el control de grandes empresas transnacionales; el modelo conlleva poca o ninguna transformación de valor agregado local (Gudynas, 2014)15. Según Acosta, esta es una de las prácticas esenciales y más destructivas del capitalismo. Presentó el ejemplo de China, país frecuentemente utilizado como modelo del supuesto éxito del crecimiento económico, a pesar de que ese crecimiento ha beneficiado solo al 10% de su población, a la vez que sus mega-ciudades están cada vez más contaminadas.
Por su parte, el intelectual y activista indio Ashish Kothari, co-autor, junto con Aseem Shrivastava, de Churning the Earth: The Making of Global India (Penguin, 2012), desmitificó el imaginario acerca de su país, otro de los casos preferidos por los economistas como ejemplo de los supuestos beneficios del modelo económico desarrollista-crecentista. Kothari destacó que, a pesar de altas tasas de crecimiento, la India continúa hoy con altos niveles de pobreza, gran desigualdad, y un sinnúmero de problemas sociales y ambientales causados precisamente por este modelo económico “depredador”.
Por su parte, Naomi Klein, reconocida periodista y activista del movimiento de alter-globalización, retomó en la otra plenaria inaugural el planteamiento central de su nuevo libro This Changes Everything: Capitalism vs. the Climate (Simon & Schuster, 2014) de que la raíz del problema del cambio climático es el modelo capitalista neoliberal global y su necesidad de que la economía continúe creciendo. En este contexto, señaló que las políticas que propulsan la “economía verde” no han funcionado, porque el sistema mismo opera para prevenir cambios sustanciales. No obstante, en nuestro imaginario colectivo dominante cualquier cosa parece más viable –incluso el fin de la civilización– que ir más allá del capitalismo. Por esto, Klein hizo hincapié en que el cambio climático es un “wake-up call” para cambiar de trayectoria, y apuntó al potencial de la unión entre el movimiento del decrecimiento y el que aboga por la justicia climática.
El decrecimiento como utopía concreta
Por último, el decrecimiento es también una utopía concreta (o “nowtopia”), representada por una serie de proyectos socio-ecológicos alternativos que se están desarrollando en todo el mundo.16 Estas utopías concretas incluyen viviendas cooperativas (en algunos casos, como Barcelona, en edificios abandonados rescatados por colectivos sociales); huertos comunitarios; cooperativas de alimentos; proyectos de gestión comunitaria de recursos naturales (especialmente de los commons o bienes comunes); monedas alternativas locales; proyectos de reciclaje, reducción y re-uso de materiales; el movimiento de slow food, y la iniciativa de Transition Towns, de Inglaterra, la cual busca promover, por medio de procesos de auto-organización y empoderamiento comunitarios, transiciones hacia la sustentabilidad a nivel de pueblos o localidades. En múltiples conferencias y paneles del congreso se presentaron decenas de ejemplos de este tipo de prácticas en distintas partes del mundo.
Modelos alternativos 1: El buen vivir y la democracia ecológica radical
Para enfrentar problemas como el de la pobreza y degradación ambiental, consustanciales al crecentismo, Acosta y otros participantes insistieron en la necesidad de imaginar modelos alternativos de desarrollo que no dependan del crecimiento, y que reconozcan los límites ecológicos del planeta, los derechos de la naturaleza, y la necesidad de justicia y equidad social.
En esta línea, Acosta propuso como modelo el concepto del buen vivir, basado en la filosofía indígena andina (quechua) del sumak kawsay (la vida plena) –una forma de actuar tomando en cuenta el bienestar de la comunidad, el balance ecológico y la sensibilidad cultural. El concepto y las prácticas del buen vivir, de hecho, fueron el tema de muchas otras presentaciones. Lucía Gallardo, estudiante doctoral de la Autónoma de Barcelona, habló en su ponencia sobre el buen vivir como un valor y una práctica anti-capitalista surgidos de las luchas y tradiciones indígenas en Ecuador, pero que ha sido despolitizado (y des-historicizado) por el estado ecuatoriano para promover el ‘desarrollo’ en su forma más convencional (al igual que ha hecho Evo Morales en Bolivia).
Ashish Kothari, por su parte, propuso como modelo alternativo al crecentismo el concepto de democracia ecológica radical. Al igual que la noción de autonomía de Castoriadis y el principio del buen vivir, de Acosta, este modelo parte de la auto-gobernanza comunitaria utilizando el concepto de Swaraj, que se basa en cuatro principios: la democracia política directa, la democracia económica y la auto-suficiencia, la justicia social y la igualdad, y la apertura y diversidad cultural y de conocimientos.
Modelos alternativos 2: Los “bienes comunes” y la economía de la liberación
La autogestión comunitaria en el desarrollo de proyectos económicos y políticos alternativos fue el tema de dos paneles en los que participaron Silke Helfrich y David Bollier, co-editores del libro The Wealth of the Commons (Levellers Press, 2012). En sus respectivas presentaciones, ambos propusieron el concepto de los bienes comunes (commons) como un paradigma para ‘expandir nuestra agencia y movernos más allá de la política jerárquica y la lógica del mercado’. Los commons son los bienes ecológicos y sociales que compartimos todos –los bosques, el aire, el agua, las tierras agrícolas, pero también la educación, la salud y la democracia. El movimiento de los bienes comunes propone la gestión colectiva de ellos a nivel local o comunitario, como una forma más democrática, equitativa y sustentable de gobernanza. Se trata, en fin, de un modelo orientado a superar el binomio mercado-estado que caracteriza la “democracia corporativa” actual. Esta propuesta se inspira en parte en el trabajo de autores como Elinor Ostrom, primera mujer en ganar el Premio Nobel de Economía (2009) precisamente por sus trabajos pioneros sobre este tema, en los que demostró que comunidades indígenas y campesinas auto-organizadas en todo el planeta han manejado y manejan sustentable y equitativamente sus recursos naturales.
En el modelo económico basado en los bienes comunes, según Helfrich, el objetivo es producir lo necesario. Los recursos comunes, que son de y para tod@s, contrastan con la lógica individualista del mercado. Bollier presentó el ejemplo de mujeres en Hyderabad (India) que por muchos años habían sido obreras agrícolas en relaciones cuasi-feudales hasta que comenzaron a compartir semillas entre ellas y a reintroducir en la agricultura semillas tradicionales que habían dejado de sembrarse con el monocultivo que se había impuesto en la región. Esta gestión colectiva de los bienes comunes (el conocimiento tradicional, las semillas) aumentó la producción, y contribuyó a mejorar su alimentación y a reducir su dependencia del mercado.
Por su parte, Euclides André Mance, filósofo y activista brasileño, habló sobre una experiencia de economía solidaria de su país con la cual se busca proveer las bases económicas para una vida con calidad, o un bem-viver, para todos. Mance argumentó que, si nuestras sociedades son de veras democracias, la economía debería también seguir principios democráticos –lo contrario es la plutocracia, que es precisamente lo que impera hoy día. Contrario al modelo actual, en el cual las corporaciones acumulan cada vez más riquezas mientras que los trabajadores se someten a la explotación para poder tener dinero y así satisfacer sus necesidades, la economía solidaria es una forma de economía de la liberación organizada en redes cooperativas para producir de forma ecológica, local y justa, y enfocada en las necesidades de la comunidad. Desde esta perspectiva, se debe sustituir “el mercado” (la entidad capitalista) por muchos “mercados” –espacios de intercambio horizontal de bienes, servicios, conocimiento, etc.
El decrecimiento y los movimientos ecológicos
En el congreso también se planteó que la transformación radical que requiere el decrecimiento depende no solo de la autogestión comunitaria en proyectos alternativos, sino también de movimientos que defiendan el ambiente y luchen por transformar el estado y sus políticas, así como las relaciones de poder vigentes. En múltiples discusiones se definió el decrecimiento en sí como un movimiento, que a su vez tiene muchos aliados en otros movimientos tanto en el Norte como en el Sur global, como los de la “soberanía alimentaria” y la “justicia ambiental” (ej. la “justicia climática”), el movimiento anti-capitalista y el de alter-globalización (por ej., las luchas contra acuerdos neoliberales de comercio, como el Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversión en Europa). En la plenaria de cierre, Lucia Ortiz, de Amigos da Terra Brasil, destacó que necesitamos movilizar el “poder de la gente” para cambiar el sistema corporativo que convierte todo –incluida la naturaleza– en un bien económico privatizable, y construir visiones alternativas de un mundo sustentable basado en la justicia social y ambiental.
En el panel en el que participé se presentaron varios casos de estas luchas en el ‘Sur global’ que representan un frente contra la destrucción social y ecológica producida por el modelo económico actual. Irina Velicu, de la Red Europea de Ecología Política (ENTITLE), habló de la lucha que durante 14 años ha llevado exitosamente la comunidad de Rosia Montana en Transilvania (Rumanía) para evitar la explotación de oro. Esta lucha se ha convertido, con el tiempo, en un movimiento nacional descrito como la ‘revolución de su generación’, ahora orientado al logro de una democracia real y un modelo económico alternativo para el país. Su poder recae en la auto-definición de la autonomía y formas de vida del país, basada en proyectos como el festival FanFest (Festival del Heno), hoy día el festival alternativo más importante de Rumanía.
Por su parte, Daniela Del Bene nos habló de los movimientos contra las grandes represas, los cuales han estado organizándose desde hace varias décadas en todo el mundo y que han ido aumentando en años recientes a medida que se incrementan las inversiones en represas con dinero destinado a energías renovables y a la reducción de emisiones de gases de invernadero de entidades financieras globales como el Banco Mundial –un claro ejemplo de cómo la ‘economía verde’ perpetúa los patrones de destrucción socio-ecológica. Estos movimientos han ido expandiendo su enfoque hacia una crítica más sistémica del modelo de producción energética y su conexión con otros temas como el agua y la agricultura.
De la quimera a la utopía concreta: proyectos alternativos puertorriqueños
La propuesta de decrecimiento nos invita a cuestionar uno de los supuestos más básicos del imaginario colectivo actual –la deseabilidad y el beneficio del ‘crecimiento’ y el ‘desarrollo’ económicos. A la mayoría de l@s puertorriqueñ@s –y no dudo que algunos de los lectores de esta columna– el decrecimiento les sonará como una locura o, en el mejor de los casos, como una quimera que nunca se alcanzará. Y es que la ideología del crecimiento económico opera casi como una religión, sistemáticamente marginalizando a sus ‘herejes’.
Pero las crisis son también momentos de oportunidad, de ebullición social, de experimentación, y ya vemos a nuestro alrededor semillas de un mundo diferente –numerosos proyectos alternativos que van surgiendo desde la base de la sociedad civil. Frente al modelo agro-industrial que promueve regresar al cultivo de la caña de azúcar para producir ron, está el movimiento de agroecología, que produce alimentos sanos para nosotros y el medio ambiente, y desarrolla lazos de solidaridad entre agricultores (por ejemplo, con la labranza compartida de las tierras y el intercambio de semillas); los huertos comunitarios (como el Huerto de Capetillo o los Huertos del Caño); y empresas como el Departamento de la Comida, que buscan conectar a los agricultores con los consumidores.
Frente a las políticas de abandono y exclusión urbana y cultural, están las iniciativas de recuperar espacios públicos urbanos para las artes plásticas (como Santurce es Ley y Los Muros Hablan), o el cine al aire libre (Cinema Paradiso, en la Calle Loíza).
Frente a la promoción de los mega-comercios y las mega-industrias (las mega-cadenas, el turismo de masas, las empresas de la construcción, etc.), están los proyectos de microempresarismo comunitario (que tienen como base la economía solidaria), como el de ecoturismo de la organización PECES en la Reserva Natural de Humacao o IDEBAJO en la Bahía de Salinas; el movimiento de comercio justo promovido por comercios como La Chiwinha, y la propuesta de gestión sostenible del paisaje del Bosque Modelo de Puerto Rico.
Frente a la gestión de favoritismo y despilfarro de fondos públicos que suele realizar el gobierno, está la propuesta democrática de los presupuestos participativos que impulsa la entidad Cumbre Social. Frente al fracasado modelo de educación pública centralizada, están las innovaciones de proyectos como Nuestra Escuela y el Bosque Escuela La Olimpia, de Casa Pueblo. Frente a la prensa corporativa y amarillista, están proyectos de autogestión colectiva sin fines de lucro y con ánimo de proveer perspectivas críticas, como IndyMedia PR, El Post Antillano y el propio 80grados.
Frente a las políticas de gestión de desperdicios sólidos que por años han ignorado el problema y que ahora buscan una ganancia rápida de dinero a costa de la salud de las comunidades y el medioambiente, está la propuesta de Basura Cero, que por varios años lleva promoviendo el manejo integral e inteligente de los residuos.
Y, frente al modelo depredador de la economía que privatiza y destruye nuestros bienes comunes en aras de la acumulación de dinero, están las comunidades, defendiendo este patrimonio y organizando proyectos, casi siempre voluntarios, de concienciación, protección y restauración ambiental en toda la isla, como el del Corredor del Yaguazo en Cataño, la Coalición Playas Pa’l Pueblo y la Coalición Pro Corredor Ecológico del Noreste.
Llamémosles proyectos de decrecimiento o como queramos, estas y muchas otras iniciativas nos indican que hay todo un mundo de formas de organizarnos y producir de forma diferente (ecológica, democrática, equitativa) para lograr ese nuevo país al que aspiramos.
- Quiñones Pérez, A. T. (2007). Paseo Caribe: Análisis económico disidente. Claridad, noviembre 15-21. [↩]
- La de Leipzig fue por mucho la más concurrida, con tres veces más participantes que en la de Venecia: la de París tuvo cerca de 150 participantes, la de Barcelona cerca de 500, y la de Venecia 900. Recientemente también se llevó a cabo el primer simposio de decrecimiento en la India (Nueva Deli, septiembre 12-13, 2014). [↩]
- En un artículo previo, Demaria et al. definieron el decrecimiento como “un marco interpretativo para un nuevo (y antiguo) movimiento social en el cual convergen numerosas vertientes de ideas críticas y acciones políticas.” Es un intento de re-politizar debates sobre futuros socio-ecológicos (alternativos) deseados y un ejemplo de una ciencia liderada de base activista que se está consolidando en un concepto académico” (mi traducción). Demaria, F., F. Schneider, F. Sekulova y J. Martínez Alier (2013). What is Degrowth: From an Activist Slogan to a Social Movement. Environmental Values, 2(22), 191-215. Véanse también Cattaneo, C., G. D’Alisa, G. Kallis y C. Zografos (2012). Degrowth futures and democracy. Futures 44: 515-523; Latouche, Serge (2012). La sociedad del bienestar frugal (Barcelona: Icaria); Ruiz Marrero, Carmelo (2014). La economía ecológica y la propuesta decrecentista, Ecoportal.net 25-06-14; y Schneider, Francois, G. Kallis y J. Martínez-Alier (2010). Crisis or opportunity? Economic degrowth for social equity and ecological sustainability. Journal of Cleaner Production 18(6): 511-518. [↩]
- Véanse también las críticas al crecimiento de Dietz, Rob, Dan O’Neill y Herman Daly (2013). Enough Is Enough: Building a Sustainable Economy in a World of Finite Resources (Berrett-Koehler Publishers); Jackson, Tim. (2009). Prosperity without growth (Londres: Earthscan); Latouche, S. (2009). Farewell to Growth (Polity Press); y Speth, Gus (2010). Towards a new economy and a new politics. Solutions, 1(5): 33-41. [↩]
- Véanse Turner, G. (2012). On the cusp of global collapse? Updated comparison of The Limits to Growth with historical data. GAIA, 21(2): 116-124; Röckstrom, J. et al., (2009). A Safe Operating Space for Humanity. Nature 461: 472-75; Bellamy Foster, J., B. Clark, y R. York (2010). The Ecological Rift (New York: Monthly Review Press), 13-19. [↩]
- Véase Daly, Herman (2005). Economics in a full world. Scientific American, 293(3): 100-107. [↩]
- Véanse Sáez, E. (2013). Striking it Richer: The Evolution of Top Incomes in the United States, Working Paper, Universidad de California-Berkeley; y Noah, T. (2012). The great divergence (Blomsbury). [↩]
- Piketty, T. (2014). Capital in the Twenty-First Century (Cambridge: Harvard University Press). [↩]
- Lerner, S. (2012). Sacrifice Zones: The Front Lines of Toxic Chemical Exposure in the United States (Cambridge: MIT Press). [↩]
- Véanse Easterlin, R. A., McVey, L. A., Switek, M., Sawangfa, O., y Zweig, J. S. (2010). The happiness–income paradox revisited. Proceedings of the National Academy of Sciences, 107(52): 22463-22468; y Hirsch, F. (1976) Social limits to growth. [↩]
- Véanse las obras de Illich Deschooling Society (1971) y Tools for Conviviality (1973). [↩]
- Véase Castoriadis, C. (2010). The project of autonomy is not a Utopia. En A society adrift. Interviews and Debates 1974-1997, Societé à la dérive, 2005 traducción anónima). Esta propuesta es muy similar a la de Ostrom en Governing the Commons (Cambridge University Press, 1990), que plantea la autonomía como uno de los principios que caracterizan las experiencias exitosas de la gestión comunitaria de recursos naturales. [↩]
- Este es un punto que los eco-socialistas han enfatizado. Véanse por ejemplo Bellamy Foster, J. (2011). Capitalism and Degrowth: An Impossibility Theorem. Monthly Review, 62(8); Bellamy Foster, J. (2002). Ecology against Capitalism (Monthly Review Press); O’Connor, J. (1998). Natural Causes: Essays on Ecological Marxism (The Guilford Press); Gorz, A. (1991/1995). Capitalismo, Socialismo, Ecología (HOAC) [↩]
- Mediante esta iniciativa, el gobierno de Ecuador se había comprometido a conservar el área natural conocida como el “Yasuní” y a no explotar las reservas de petróleo que allí se encuentran, a cambio de que los países ricos pagaran a Ecuador una compensación por esta acción, que evitaría grandes emisiones de CO2 a la atmósfera. [↩]
- Gudynas, Eduardo (2013). Extracciones, extractivismos y extrahecciones. Un marco conceptual sobre la apropiación de recursos naturales. Observatorio del Desarrollo, CLAES, 18: 1-17. [↩]
- Sobre el decrecimiento como utopía concreta, véase Kallis, Giorgos y Hug March (2014). Imaginaries of Hope: the Dialectical Utopianism of Degrowth. Presentado en la 4ta Conferencia Internacional del Decrecimiento, sept. 5. [↩]