Cuatro meses en Nueva York
*Ensayo escrito como parte de una serie basada en el seminario de Rubén Ríos Ávila sobre la escritura literaria y la teoría crítica, que forma parte del currículo del MFA de Escritura Creativa que dirige para New York University. Los autores son jóvenes escritores de distintas partes del mundo hispánico.
I
“mientras más perfecto el artista, más completamente separados
estarán dentro de él el hombre que sufre y la mente que crea;
sólo así esta última digerirá y transmitirá a la perfección
las pasiones que componen su materia”.
–S. Elliot, “La tradición y el talento individual”.
II
“la teoría es en sí misma el cuestionamiento de las presunciones
y los supuestos en que las basamos. La naturaleza de la teoría
consiste en deshacer lo que uno creía saber,
mediante un combate de premisas y postulados.”
–Jonathan Culler, “¿Qué es la teoría?”
Setiembre. Mi cumpleaños pasó como si nada, fue una siesta en realidad. Nada más. Lo sé, me hiciste una torta muy rica, de zanahoria y nueces. Mason, está bien, cumplir los 30 no es nada. No me preocupa tanto eso, de verdad. Ayer salí de clase y me dije que lo que hago ahora es muy diferente a lo que venía haciendo. En realidad, no tan diferente. Tenés razón, para nada diferente. En una investigación de crítica literaria es necesaria la creatividad, afinar conceptos y tener un estilo que le haga justicia a las ideas. Pasé años pensando que nuestro lenguaje va más allá del escrito o el oral, que hay un estadio “anterior” que es corporal, que en el arte el cuerpo inscribe un “lenguaje” afectivo, un código que entra en contacto con esa dimensión tan profunda que llamamos cuerpo. Eso. Pasé años pensando y sintiendo algunos textos escritos desde 1990 hasta la actualidad, estudié los avatares que llevaron al 2001 en mi país, al hambre, la humillación. Me detuve a ver películas con la piel para entender-sentir que la crisis económica y política estaba ya anunciada en los llantos, los rostros vacíos, la enfermedad. Cómo explicar que pensamos con el cuerpo, que sentimos con las palabras o las imágenes. Que en realidad algunas obras logran entrar en contacto con la corporalidad del otro, que el cuerpo del otro aparece ahí, en toda la desnudez de sus sentidos, está ahí, desplegado con las heridas, la sangre, un cuerpo excitado que te seduce de frente, está ahí. Gracias por la torta, estaba muy rica, es mi favorita. Y gracias por escucharme cuando siento que este mundo de ahora en esta ciudad me esquiva con recelo. No sé cómo decirte. Es como si escuchara por ahí que la teoría convive fuera de la idiosincrasia de un escritor. Que la academia es otra cosa, es cosa muerta, que querer escribir y trabajar en la universidad es en sí una antítesis, qué hacés acá, no sos parte de este clan. Sí, es mi tendencia pensar que soy yo el equivocado, el fuera de lugar. Es la historia de los indios encadenados que ha pasado por todas las generaciones de mi familia, el derrotismo heredado que no me deja ver que tenés razón. Sí. Acá estoy bien, acá pertenezco. Porque en esto he devenido, un escritor que es también un académico, un sujeto que quiere pensar en la escritura, sentir con las ideas, porque es así el único modo – creo – en que podemos establecer un contacto real con el otro. Mirarte a la cara. Pensar y sentir con vos. Es en la palabra piel donde subyace mi idioma, en la idea deseo, el dolor pensante donde encuentro la vía de lo que creo que es mi literatura. No tengo mucho para decir, es cierto, porque en realidad no me interesa decir nada, me interesa establecer lazos, que el mundo del otro me ayude a entender más el sentido del mundo todo. Es setiembre y recién empezamos, lo sé. Nos queda mucho tiempo.
III
“el nombre de autor funciona para caracterizar
un determinado modo de ser del discurso:
para un discurso, el hecho de tener un nombre de autor,
el hecho de que se pueda decir ‘esto ha sido escrito por tal’
o ‘tal es su autor’, indica que ese discurso
no es una palabra cotidiana, indiferente, una palabra
que se va, que flota y pasa, una palabra inmediatamente
consumible, sino que se trata de una palabra
que debe ser recibida de cierto modo y que
en una cultura dada debe recibir un estatuto determinado”
–Michel Foucault, “¿Qué es un autor?”
Me mandaste un mensajito y todavía no lo respondo. Sé que han sido unas semanas en donde hemos estado un poco desconectados. Sí, perdón, me he consumido en mi trabajo, metí ahí el tiempo que es también el nuestro. Mason, es difícil explicarte por qué en muchos aspectos siento que me encuentro con un yo olvidado. Pasar todo el día con una novela y ya no una tesis me hace acordar los años adolescentes en que escribía las fantasías de un tipo en plenitud. Uno que no era yo, claro. Estar acá me hace acordar cuando pasé meses y meses viajando por mi cuenta, solo, limpiando mesas, haciendo pizzas, hablando idiomas ajenos para ganarme el peso que me daría otro boleto de avión, una vianda, una hora de internet en un cybercafé. La universidad me hizo olvidar un tanto la costumbre que adquirí en los años tan libres, tan despejados y vulnerables. Sí, porque así me fue también, me comí el corazón a trancazos, me deshice frente al rechazo de un hombre extranjero a mi mundo de provinciano. Sí, así me fue, pero acá estoy y acá al escribir entro en contacto con el pasado que nunca se va. Tu mensajito me dice que estás preocupado, porque ya no pasamos tiempo juntos y cuando finalmente estoy con vos ando estresado, bajoneado, enojado. Sí, tenés razón. Se me ha ido un poco la mano. Tengo ya muchos más libros de los que podría leer en todo el mes. Es octubre, hace más frío y me hacés acordar que tenemos que ir a comprarnos camperas y suéteres, no estamos en Luisiana. Me hacés acordar que venimos postergando todo esto y que ya deberíamos haber ido. Ayer busqué otro libro en la biblioteca: Sangre en el ojo de Lina Meruane. Enseña acá y quiero tomar un taller con ella. Quiero conocerla en el texto antes de hacerlo en persona. No, no es por nada raro, solo quiero conocerla y al menos por ahora puedo hacerlo a través de su literatura. Miro tu mensaje de texto y dejo el celular sobre la novela de Meruane. Ya hemos pasado muchas cosas juntos, gente muerta, la familia desgajada, sexo en varios países, viajes por lugares de naturaleza desnuda como el volcán en Bolivia. Hemos pasado mucho tiempo juntos y es esta ciudad otro desafío. Te conozco, siempre de a poco, en cada rotura de esta armonía. Te conozco en este mensajito que insufla temor. Tenemos miedo de que el encanto no sea más que encanto y por ende pasajero. Leo tu mensaje y dejo el celular de lado. Empiezo a leer la novela de Meruane. Me digo qué difícil es hacer que ambos textos convivan en mi mismo mundo de lectura. Qué extraño ver tu mensaje e intuir todo el discurso que se desprende de mis experiencias con vos. Acá me llama tu texto, su autor en llanto codificado, allí una novela, su autora apareciendo en palabra antes de hacerlo en persona. Ya me han dicho tanto de ella, lo bien que escribe. Y a vos te conozco, aunque sé que en esta ciudad serás uno nuevo. Te estoy conociendo. No te preocupés, es un proceso, escribir, aprender de nosotros, reajustarnos con los años, es el proceso.
IV
“La democracia de la escritura es el régimen
de la letra en libertad, que cada uno
puede retomar por su cuenta, ya sea para
apropiarse de la vida del héroe o de la heroína
de la novela, para hacerse escritor uno mismo, o para
participar de la discusión sobre los asuntos en común.
No se trata de una influencia social irresistible,
sino de un nuevo reparto de lo sensible, de una
relación nueva entre el acto de la palabra,
el mundo que éste configura y las capacidades
de aquellos que pueblan ese mundo”.
–Jacques Rancière, “Política de la literatura”
Ya estamos en noviembre, casi es diciembre. Lo sé, yo también estoy sorprendido. Algo se hizo mal, en algo nos estamos equivocando. Fui con pereza y disconforme hasta el Javits Center, pero fui porque me lo pediste. Querías estar ahí para cuando ella ganara y salió todo mal. Conozco el sentimiento, creeme, Mason, porque bien te acordarás que yo estuve así el año pasado cuando supe quién gobernaría mi país. No solo fue una sensación de derrota, no, soy mejor perdedor que eso, no fue derrota, fue descubrir que nos hemos equivocado, que hemos hecho las cosas mal, porque una vez más aparece la fuerza del genocidio. Camuflada, sí, bien camuflada pero bien patente. No lo has vivido, yo tampoco podría decirse, porque nací en el 86. Pero formo parte de una comunidad con la historia dolida, donde no es tan difícil encontrar alguien cuyo padre, tía, abuelo o madre le han desaparecido o torturado. Será nuevo para vos, sí, yo nunca lo he experimentado, pero mi tiempo se ha fundado en ese capítulo de ausencias. Al salir del Javits Center, te pedí que me esperaras un poco. Quería darle otra mirada, la gente sentada en el piso, algunos con el llanto entre las piernas o bajo una almohada hecha de mochilas. Quería mirar con detenimiento si en esos rostros se perfilaba el trizado de un paradigma, lo mucho que duele. Lo vi en tu cara también, en la piel seca de tus nudillos sonrojados por el frío. Lo vi en las mujeres, sobre todo en ellas, bien duras mirando los televisores, dándose cuenta de que la opresión del hombre sigue aquí. Bien me decís que nosotros somos seres flexibles, que nuestra condición de deseo nos permite ponernos en el lugar de muchos otros. Bien nos han apaleado en la historia, por putos, por maricones, por afeminados. Bien nos han metido en el horno o asaeteado por morochos, indígenas incivilizados, por indomables. No sé, es verdad, somos más flexibles por una historia doliente que sigue acá, pero también nos falta. Nos falta mucho. Al llegar a casa ponés la tele y yo pienso qué voy a hacer mañana, seguiré escribiendo, tiene sentido me cuestiono. Porque el proyecto de la nueva novela tiene mucho que ver con todo esto, me pregunto si tiene sentido querer hacerla, leer e investigar para animarme a escribirla. Quiero escribir sobre este niño con cara de adulto que mira de frente las consecuencias del nacionalismo, del neoliberalismo y la cultura del descarte. Quiero escribir de modo tal que mi sobrina de ahora un año pueda leerlo en diez o quince años, que lo disfrute y piense. Eso. Que piense junto a mí y me haga pensar a mí también. Que reescriba este texto en la lectura. Cómo escribir, qué escribir, me pregunto si vale la pena ahora. Qué sentido político tiene lo que escribo si la política partidaria frente a mí me dice una vez más que soy un ciudadano de segunda clase, que las ideas en las que sostengo mi existencia civil son una ficción. Me confirma con arrebato que siempre vamos al genocidio, que será siempre nuestro modo de vida nuestra definición. Somos genocidio. Mason, me tomás de la mano y me decís que me vaya a la cama. Tenés el cuello duro, los ojos rojos atragantados de pena, estás avergonzado. Ambos sabemos que somos unos náufragos, exiliados de regiones donde la idiosincrasia dominante nos excluye nos hace pequeños inservibles insectos de descarte. No hace falta que reine la vergüenza en este momento ni que intentes ocultarla, porque siempre reina. Ella es todo lo que siembra nuestra arquitectura social, porque es lo que todos juntos evadimos temblorosos. No queremos afrontar la idea de que mataríamos al otro para tener una vida más cómoda, que el otro vale menos porque es otro. Yo te tomo de la mano, te doy un beso y te mando a la cama. Me hago un café, pienso pasar toda la noche trabajando, me pongo a leer y luego a escribir. Si no hay democracia en nuestro sistema de vida – no hay, nada de ella, es una ilusión –, pues que al menos exista en el texto. Acá me pondré a escribir para que esa niña que será mi sobrina lea y arme allí su propio texto. Es la forma más perfecta de la democracia, quizás la única forma real.
*Ensayo escrito como parte de una serie basada en el seminario de Rubén Ríos Ávila sobre la escritura literaria y la teoría crítica, que forma parte del currículo del MFA de Escritura Creativa que dirige para New York University. Los autores son jóvenes escritores de distintas partes del mundo hispánico.