Da 5 Bloods: La mirada política y la mirada cinemática
Miré la película para decidir por mi cuenta y creo que lo del imperialismo es secundario. Es cierto que los afroamericanos participaron desproporcionalmente en la guerra, que fueron a matar gente que no representaban una amenaza real ni seria para Estados Unidos, y que la guerra terminó sentando las bases para la participación en la reconstrucción de Vietnam del mismo capital norteamericano que hizo posible la matanza y el daño ecológico que ocasionó la guerra. Pero todo esto se sabe y no tiene valor cinematográfico. Y la conexión que Lee hace entre el país que Estados Unidos era durante esa guerra y el país que es hoy día es un tanto desaforada pues no todo cambia para que todo permanezca igual. La situación de hoy es muy diferente.
Un paréntesis: lo primero que noté al comienzo de la película fue el tremendo parecido entre el actor que hace de Stormin Norman (Chadwick Boseman) y el puertorriqueño Jorge Arce, que me imagino que por lo menos algunos recordarán cuando éste tocaba y cantaba con el grupo Haciendo Punto en Otro Son.
Pero mira, la peor cualidad de una película es que no sea capaz de inducir en el espectador la suspensión de la incredulidad. Y en ese sentido esta película más que mala es peor. Su mirada política es oportunista y manipuladora y su mirada cinemática tiene cataratas.
¿A quíen se le ocurre que el mando militar norteamericano de los años sesenta le encomendaría a un comando de negros la tarea de recuperar un cargamento de oro valorado en millones de dólares? Esa idea de fantasía es la premisa sobre la cual se erige la trama de esta película, lo que la condena desde el principio a la ridiculez. Y de ahí en adelante son dos horas de una trama descombabulada y sin sentido en la cual los momentos de humor no hacen reír y los momentos solemnes causan risa. La explosión de la mina que mata al personaje de nombre Eddie (Norm Lewis) es una escena que se supone sea dramática y horrenda pero resulta risible por sus ecos de la escena de Monthy Python and the Holy Grail donde el caballero al que le amputan a espadazos las piernas y los brazos declara que se trata nada más que de cortaduras superficiales, y la de Saturday Night Live con Phil Hartman rompiéndose los brazos tratando de alzar pesas y botando sangre a borbotones por los hombros. Ni hablar de que justo cuando explota la mina aparecen en escena como por arte de magia los franceses que se dedican a limpiar campos de minas. ¡Qué casualidad más grande! Mind you, este grupo no tiene ningún equipo que los diferencie de los veteranos excepto una soga y declaran que lo mejor que puede hacer el personaje que tiene el pie sobre lo que aparenta ser el detonador de una mina es «levantar el pie y rogarle a Dios que no explote.» ¡Tremendos expertos!
La película está repleta de caricaturas y estereotipos tan ofensivos que si el director fuese blanco sería condenado como racista. En vez, Netflix la está mercadeando como parte de la serie Black Lives Matter, lo que me parece que marca el comienzo con respecto a este movimiento de un fenómeno muy característico de nuestra sociedad: la comodificación de todo lo que se mueve. De una parte, la comercialización de las ideas es reflejo de su aceptación como sentido común, pero de otra, una vez las camisetas y los gorros y los llaveros y las tazas empiezan a portar la iconografía del izquierdismo ya se sabe que lo que otrora era radical y novedoso comienza a perder su significado. En el fondo quizás eso no sea tan malo si lo que se comodifica representa progreso. Pero si en el trayecto se pierde el sentido histórico detrás de la apropiación, como en la imagen de Bart Simpson con una camiseta del Che Guevara, el progreso es cuestionable.
Pero en fin, volviendo a la película, sus incongruencias y cursilerías son insoportables y en ella Spike Lee, que en mi opinión no es más que un propagandista, se transforma en un Quentin Tarantino negro. Es decir, que se atreve a poner en boca de sus personajes negros los insultos, soeces, y comentarios racistas e ignorantes contra los vietnamitas que ningún director blanco se atrevería a poner en escena por miedo a ser atacado y repudiado. Tarantino hace estas cosas y se sale con la suya pues usualmente usa como fotuto de sus instintos cinematográficos más bajos a un actor como Samuel Jackson.
El drama sicológico del veterano Paul (Delroy Lindo), personaje que es un transpalante descabellado de Apocalypse Now, trivializa el trauma de la guerra mediante declaraciones que ninguna persona normal o afectada haría en público con la facilidad y la histeria con la que él lo hace tornándolas en sicobaba. Pero él y sus bloods son a fin de cuentas, más que víctimas de estrés postraumático, unos mercenarios que cuando encuentran el sitio donde está enterrado el oro que buscan declaran que el punto es tierra sagrada y el oro es la santa madre de Dios. Pero, Spike Lee intenta neutralizar eso al introducir en el diálogo un debate espurio en el cual el supuesto millonario del grupo resulta estar en la bancarrota y es éste precisamente el que más ardientemente aboga que el botín se use para «la causa.» Por favor. Al final, el dinero es usado socialmente pero uno sospecha que es así nada más que arte de magia cinematográfica.
Si la intención de Spike Lee fue hacer una película seria, no sé en qué estaba pensando pues ésta gravita entre la parodia y la farsa. Lo malo es que la película es una parodia de sí misma y una farsa en el sentido marxiano. Las expresiones de fraternidad entre los personajes me dejaron frío. Los momentos de tensión dramática nunca se resuelven con credibilidad. Los giros de la trama son inverosímiles. Cuando la música no es ofensiva, como cuando suena la Ryde of the Valkyries de Wagner, que más que otra evocación a Apocalypse Now lo que le trae a la mente de uno son los Nazis, resulta irritante. Y colmo de colmos, el libreto parece haber sido confeccionado, no por escritores con talento, sino más bien por un estudiante de segundo grado, representando a la francesa Hedy (Mèlanie Thierry) a base de un estereotipo sexual y haciendo alusiones infantiles y cansadas: a Hedy Lamarr, lo que me hizo pensar por un momento que estaba viendo una película de Mel Brooks en vez de un drama sobre la guerra de Vietnam, y a la película The Treasure of the Sierra Madre, en la cita «we don’t need no stinking badges, brother.»
Broder, olvídate de la ideología, de la reproducción de la mirada imperialista disfrazada de mirada cinemática. Esta película, como película, es un fracaso. Y qué pena que el puño cerrado, símbolo de la izquierda y del poder negro, termine siendo enarbolado por un mercenario, derechista y desquiciado. ¿A quíen se le ocurre? La película termina en una nota seria y sombría que es bastante manipulativa y queda opacada por el absurdo previo.
En pocas palabras, la película es una tortura de dos horas que no me gustó para nada.