Daniel Santos: La Habana que hay en mí
Lo cierto es que quien me llama la atención, acerca de un perfil de Daniel Santos, hasta entonces desconocido por mí, es Juan Mari Bras. Hace algunos años atrás, Juan Mari visitó La Habana en su bregar descolonizador. Entusiasmada por las vivencias de tan ferviente luchador por la libertad de Puerto Rico, le pregunté si la primera vez que visitó La Habana, ya estaba en contacto con revolucionarios cubanos.
Con esa despampanante risa de corso mayagüezano, me soltó: -¡“no muchacha, yo vine a sacar a Daniel Santos de la cárcel”!
Aunque no lo escogí, Daniel Santos, pudo ser “la banda sonora de mi infancia”. Ya sonaban sus interpretaciones como recuerdo de los bohemios de la familia, cuando reunidos -ron mediante- coreaban sus canciones con imitaciones lastimosas. Como si fuera poco, late la remembranza del taller de victrolas, justo al lado de la casa donde nací y me crié. Y dale otra vez! Pepin, el señor del taller, a quien todos recordarán en mi pueblo, repetía sus discos para “verificar” que el equipo estuviera listo para volver a una esquina de Palma Soriano. Para nadie es un secreto cómo en Cuba se repara, en vez de tirarlo todo. De esa manera también fue.
No sé si aquel azar de “vivir en bolero”, más ese “Dos gardenias” que me cantaba mi madre sin cesar, tendieron el lazo de este vínculo.
Indagando, supe que había unos años de su vida en Cuba, de los cuales no se sabía lo suficiente. Remembranzas si, de todos aquellos que lo conocieron, evaluaciones de su impacto artístico, y anécdotas por doquier, porque su vida daba para todo.
Revisando añejísimos periódicos, por suerte sin digitalizar, aticé mi entusiasmo. Eso en mí es una pasión, porque manosear revistas de una época que no viví, no sólo te impregna el olor de la memoria, sino el espíritu de la evocación.
Tales eran las reseñas de 1946 a 1961, que fluyó esta obra, buena para acariciar como carátula de long play. Basada en hechos reales y trama imaginaria, nada mejor que contarla desde la perspectiva de una mujer que lo amó.
El fértil lapso de tiempo en que le tocó vivir, entrando y saliendo de Cuba, durante unos 15 años, contextualiza y coloca en un lugar preferencial a La Habana, su eterna novia.
Como esa imaginaria -y no tan subreal- mujer, levanto hoy mi copa, para brindar por quien llegó a Cuba para quedarse, mientras la muerte lo sorprendía justo cuando se alistaba para llegar a La Habana, después de 30 años de ausencia.
Cien años después de su natalicio, lo alcanzo en San Juan con mi modesto homenaje: “Daniel Santos: La Habana que hay en mí”.
El libro se presentará el próximo 21 de octubre , a las seis en punto, en Sanse No. 152. Me honrarán Antonio Martorell y Andy Montañez, en la presentación.