De la indignación al coraje
(En saludo a la Madre Coraje de Teresa Hernández)
En dos semanas le diremos adiós al año 2011. Dos semanas es sólo un decir pues sabemos que aunque nuestro estribillo navideño vocifera – “un año que viene y otro que se va” – haciendo ahínco en la brevedad del tiempo y en su irremediable paso, lo cierto es que lo vivido se nos queda, se escribe en nosotros y en nuestros cuerpos. El 2012 por lo tanto sabrá un poco todavía, que no digo bastante, al 2011. No nos desharemos de la crisis ni de sus estragos. La miseria tanto ética como política no cesarán de asediarnos cuando abramos los periódicos de papel y los virtuales, todo ello a la vez que la revolución mundializada haciendo uso de toda la tecnología parece contagiar el planeta. Así vamos de Egipto, Plaza Tarik, a Túnez, a Siria, a Wall Street o a la Puerta del Sol. Entre plazas y puertas…, el mundo parece estremecerse para expresar la necesidad de un cambio en el curso de las cosas y de las acciones que determinan la libertad de la gente. Pero quizá podríamos, es lo que me gustaría – y que se me permita la complacencia del anhelo – ya que estamos en la época en la que se formulan “nuevos” deseos, formular los míos. Estos no serán tan nuevos pero quizá sean, eso… un acto performativo que apela a la imaginación para que de alguna manera se inflija un tenue cambio en el curso de las cosas. Quiero desearles a todas y todos los lectores de este semanario y a la propia redacción de 80grados: Coraje.
Me embarco en una reflexión que me persigue hace unos días, a saber, la diferencia entre indignación y coraje. El año 2011 parece haber sido el año de la indignación. En las columnas de este semanario aventuré hace unas semanas atrás una reflexión al respecto. Pensaba en ese momento en la indignación como una forma de reclamar una dignidad usurpada por los poderes políticos y la mundialización del capital a un sector de los ciudadanos. Percibo que los que se llaman a sí mismos “indignados” a través del planeta reclaman haber pertenecido a una esfera que les había permitido hasta no hace tanto tiempo tener eso que se llama dignidad, es decir, vivir dignamente, trabajar dignamente, alojarse dignamente. La dignidad tiene que ver con un sentimiento de elevación — uno de cierta forma se indigna cuando sufre una injusticia, se sale de sus cabales porque se siente expulsado de esa esfera y rebajado. La dignidad es lo último que se pierde. Es un umbral. Por lo tanto, es como si el indignado hubiese sido excluido de esa esfera que se le debe a todo ser humano y que está determinada por un trato digno. Por medio de la declaración de indignación, y del intento de elevación que le presto, se trata de reclamar la “dignitas” que se le debe a todo humano. Por ello no me parece en nada extraño que el texto que haya servido de punto de partida al movimiento español, fuera escrito por Stéphane Hessel, un sobreviviente de los campos de concentración nazi. Todo acto que humilla al otro es un acto que pretende tornar al otro indigno de pertenecer a eso que llamamos la humanidad del hombre, humanidad, que dicho sea de paso, no le prestamos a los animales. También relaciono esta “dignitas” con la operación de soberanía del sujeto, pues todo aquel que pierde la dignidad, que ha sido excluido del ámbito de lo digno y humano es privado de su soberanía, de poder ejercer ese poder indivisible sobre sí y sobre los demás. La dignidad en ese sentido es una fuerza que intenta volver a retomar las riendas de aquello que se piensa nos merecemos en derecho, sí en derecho, porque humanos. Por ello pienso que la indignación, ese reclamo justo de la dignidad, se detiene en un punto, hace una escala en su empuje para detenerse en los lindes de la civilización y de la razón.
No así el Coraje. El coraje desorganiza el espacio simbólico, la cultura, lo civilizado. El Coraje o la rabia molestan porque de cierta forma son un exceso que la sociedad no tolera. Es un grito impropio, sucio y malcriado que se mira con reprobación porque, como decimos, se porta mal, no respeta. “Eso no se hace”, ¿qué?: el coraje, expresar coraje con coraje, tener rabia. Hay un más en el coraje que no posee la indignación. Repito: la indignación permanece en el ámbito de lo que se tolera, el coraje y su grito, su gemido es insoportable. Eso se debe a que es la expresión de un dolor, es escuchar el dolor sin belleza. Aunque el coraje puede ser sublime. Es un arrebato del otro que nos deja desarmados, desnudos. Por supuesto, hay algo de impudoroso en el grito del coraje. Por eso desorganiza aquello que los estructuralistas llaman la estructura, la de la cultura, ese conjunto de sistemas de representación, entre ellos el lenguaje, en que el sujeto está tomado, a los cuales el sujeto está sujeto. Se grita con coraje cuando las estructuras pesan, cuando una quiere entrarles a burrunazos, cuando una quiere efectivamente cambiarlas. Y hay que intentar cambiarlas, hacerlas mutar. Eso explica Gilles Deluze en un texto de 1972. Después de señalar como una característica de toda estructura el girar en torno a una casilla vacía que determina las relaciones entre sí de las propias estructuras, señala como “un conjunto de problemas complejos” “las «mutaciones» estructurales” (expresión tomada a Michel Foucault) y las «formas de transición» (expresión tomada a Althusser) que pueden sobrevenir a las estructuras lingüísticas, familiares, sexuales. Habla entonces de un «héroe estructuralista» como aquel que sería una suerte de agente de cambio que reoriente el juego de transformaciones de los signos en la estructura. Ese héroe sería capaz de despejar esa casilla vacía de los eventos simbólicos que suelen acompañarla. En otras palabras o en mis palabras, intuyo que sólo hay mutación cuando se puede contemplar el vacío de la significación, el abismo del sin sentido que acarrea una forma de impersonalismo. Así describe Deleuze a ese «héroe estructuralista»:
Asimismo hay un héroe estructuralista: ni Dios ni hombre, ni personal ni universal, no tiene identidad, hecho de individuaciones no personales y de singularidades pre-individuales. Asegura (l’éclatement) (el reventón, el estallido, la explosión, – [las alternativas a la traducción son mías]) de una estructura que sufre de exceso o de defecto, opone su propio evento ideal a los eventos ideales que acabamos de describir”. (p. 269)1
Por eso estimo que el coraje es una fuerza cambiante mientras que la indignación se conserva en los límites de lo propuesto. El coraje desea lo nuevo, la indignación se conforma con la reforma. El coraje no es necesariamente un sentimiento colectivo, la indignación sí lo es. El coraje es el acto de alguien que con una fuerza de corazón descomunal y haciendo alarde de mucha imaginación y poesía desorganiza el ámbito en el que nos movemos y las maneras en que pensamos nuestro estar en el mundo. A ver, doy algunos ejemplos de coraje o de ese «héroe o heroína de la estructura». Casi todos, debo decirlo, se los debo a artistas y a escritores, no a políticos. Aunque después de esto creo que la oposición entre el ámbito de lo político y lo estético no se sostiene. Pero insisto, ese héroe-heroína es capaz de contemplar el vacío y el silencio que es el comienzo de algo infinito. El coraje es por lo tanto también la belleza de la caída.
Le debo esa rabia heroica este año a la escritora antigüeña Jamaica Kincaid; a un texto tan rabioso como A Small Place, en el que convierte al turista mundializado en un personaje abyecto que se baña en un océano podrido por la mundialización. Cito tan solo una escena. Apreciemos cómo la inmundicia de unos se convierte en una inmundicia mundializada. Veamos al turista que Jamaica imagina deseando bañarse en una bella playa de Antigua, una playa caribeña:
You see yourself talking a walk on that beach, you see yourself meeting people (only they are new in a very limited way, for they are people just like you). You see yourself eating some delicious, locally grown food. You see yourself, you see yourself… You must not wonder what exactly happened to the contents of your lavatory when you flushed it. You must not wonder where your bathwater went when you pulled out the stopper. You must not wonder what happened when you brushed your teeth. Oh, it might all end up in the water you are thinking of taking a swim in; the contents of your lavatory might, just might, graze gently against your ankle as you wade carefree in the water, for you see, in Antigua, there is no proper sewage-disposal system. But the Caribbean Sea is very big and the Atlantic Ocean is even bigger; it would amaze even you to know the number of black slaves this ocean has swallowed up.((Jamaica Kincaid, A Small Place, Vintage, London : 1997.)) (p. 13-14)
Hay una pizca punzante en esa manera de decir «you see yourself», o « the contents of your lavatory might, just might, graze gently against your ankle», o «But the Caribbean Sea is very big and the Atlantic Ocean is even bigger…». Eso es tener coraje pero también la valentía de escribirlo. Por medio del mar compartido, la inmundicia de unos es inmundicia de todos. Eso es también la mundialización. Recientemente, en un congreso una profesora me contaba que sus estudiantes se quejaban de este texto porque sólo expresaba rabia. Rabia que la propia autora ha reivindicado como fuente de su escritura.
Le debo un gran momento de coraje y belleza al espectáculo de teatro de un argentino que vive en España, a Rodrígo García: Golgota Picinic. El espectáculo es una profanación de la crucifixión, y recientemente ha sido representado en París bajo altas medidas de seguridad pues los fundamentalistas católicos han amenazado con detener la representación. Cuando uno entra a la sala de teatro, se descubre una alfombra inmensa compuesta por panes de BigMacs y de Whoppers. Sobre esa alfombra los actores hablan y por medio de un dispositivo de cámaras sus rostros se reflejan en el telón de fondo del escenario. La representación se mueve entre lo sagrado y lo profano. La profanación más sublime, la que los espectadores menos soportan, y que sucede como un momento de elevación, es cuando un actor, un pianista, toca desnudo los movimientos completos de la Pasión de Haydn. La escena requiere de un gran silencio y de concentración. Se trata de escuchar lo que está escuchando la música, un punto ciego, una casilla vacía, el abismo que en vez de dejarnos caer nos eleva. Es vertiginoso. En este punto del espectáculo la escena es sumamente inmunda, ha habido pintura, sudor, gusanos, vino sobre los panes, pero sobre todo ha habido muchas palabras que con rabia han sido dichas por los actores, entre ellos un ángel caído, denunciando la construcción de este mundo: “siempre construimos sobre las mismas bases”. Pero es en este punto que el espectáculo propone la música que emana del cuerpo desnudo de un hombre, momento sublime después del arrebato y del exceso. La gente se incomoda y comienza a salir de la sala, pues, como si ya no estuviera sucediendo nada. Es que el coraje detiene el tiempo. En un punto del coraje hay vacío, silencio, nada. Es la nada del comienzo. ¿Quién quiere ver la nada o escuchar el silencio? Un héroe o heroína deleuziano, un artista, diría yo.
He experimentado también un momento de coraje con Teresa Hernández, con su Madre Coraje. ¿Madre coraje o las madres en duelo?, como diría la helenista Nicole Loraux. Esta, en su hermoso libro sobre el duelo de las madres en la sociedad griega, nos advierte que el coraje, los gritos de las madres en duelo, son intolerables para la polis, y que por esa razón la sociedad griega organizaba con cuidado los espacios velados para el duelo. Entre el grito y el duelo, se encuentra una misma forma de dolor. Curiosamente, Berthold Brecht tituló su pieza: “Mutter Courage, und ihre Kinder”. En alemán existen otras palabras para decir el coraje: mur, beherztheit, herz, mumm. No obstante, Berthold Brecht exalta el coraje con su título, sabiendo seguramente que en el coraje se encuentra también «el corazón», el «cor», latino. Entonces podemos decir que la indignación se piensa mientras que el coraje viene del corazón y se siente.
En Teresa Hernández admiro el coraje y su grito, a través de tantos espectáculos, tantos personajes que por lo general llaman la atención porque entran vociferando al escenario. Claro, en un país tan ruidoso hay que hacerse escuchar como también hay que hacerlo en una ciudad donde la gente se desplaza con los oídos tapados por unos audífonos de la nueva generación. En los metros en París vocifera el que pide limosna, para hacerse notar. En francés «courage» también quiere decir valentía. Saludo el «courage» de Teresa, y el de sus personajes que con tenacidad han mendigado la escucha de un público de teatro casi inexistente en Puerto Rico.
El coraje es producto de una singularidad que no es lo mismo que la individualidad, pues el que es singular sabe que está inmerso en las estructuras de representación y las jamaquea para hacerlas suyas. Por ello el coraje es político, no así el que reivindica su individualidad. El acto de coraje más radical sobrevive en el arte y en la escritura. Los artistas y escritores son los héroes de la estructura porque sobrevienen a ella. Sólo ellos son propiamente perturbadores del orden.
¡Les deseo a todas y todos Coraje en este nuevo año 2012!
- Gilles Deleuze, “A quoi reconnaît-on le structuralisme?” En L’île déserte, textes et entretiens 1953-1974, éd. Minuit, Paris: 2002. [↩]