De la nutrición a la violencia
Actualmente, vivimos en una sociedad donde los distintos modos de violencia se encuentran en todas las áreas de nuestra convivencia y los vemos en la familia, las instituciones, los medios de comunicación y hasta en las iglesias. Nos exponemos a la violencia como parte de un menú diario ya sea recibiéndola o manifestándola con gestos, miradas, lenguaje o actos deliberados. Nuestras simples actividades como el conducir, solicitar o dar un servicio pueden estar seriamente matizados por actitudes hostiles llenas de irritabilidad y que diariamente trastocan nuestro equilibrio mental. Como sociedad nos deben preocupar todas las formas y grados de violencia. Sin embargo, en la actualidad, la que más urge de una reflexión profunda es la violencia extrema ya sea autoinfligida como lo es el suicidio o la impartida a otra persona, el asesinato. Y aunque se sabe que este problema es uno de raíces complejas, la pregunta que nos compete para este artículo es: ¿tiene la violencia un importante componente nutricional que hemos estado ignorando?
La nutrición y la delincuencia
Las investigaciones sobre los efectos de la dieta y la conducta antisocial o comportamiento violento se están realizando desde hace varias décadas. Son muchas las investigaciones que establecen un fuerte vínculo entre la pobre alimentación y las conductas violentas. Para fines de este artículo y por razones de espacio, solo mencionaremos algunos de estos interesantes estudios.
En los años 70, Alex G. Schaus, criminalista, investigó sobre las consecuencias de una pobre alimentación en los convictos. Él estudió sobre los efectos de las alergias, el consumo de azúcares, los aditivos y los metales pesados. Un estudio publicado en 1978, en la revista científica Orthomolecular Psychiatry, demostró que el uso de suplementos nutricionales y educación en nutrición redujo en 1/3 los actos delictivos en delincuentes bajo libertad condicional. Otro estudio de la Universidad de California realizado por el Dr. Stephen Schenthaler, profesor de justicia criminal, demostró que modificando la dieta en una prisión estatal se redujeron los actos violentos en un 66% y las tentativas de fuga en un 84%. De igual modo, en una prisión de California se realizó un estudio en el que dividieron a 402 reclusos en dos grupos: uno recibió un suplemento vitamínico y el otro no. El resultado fue que los que recibieron suplementación nutricional cometieron 38% menos violaciones graves. De igual forma, otro estudio hecho con 3,000 adolescentes en reformatorios demostró que el cambio en las meriendas con la eliminación de azúcares refinadas y opciones saludables, redujo en un 25% las agresiones y en un 100% los suicidios.
En el 2002 un estudio realizado por Bernard Gesch de la Universidad de Oxford y publicado en el British Journal of Psychiatry encontró también una fuerte relación entre la nutrición y la conducta de los confinados. Este estudio doble ciego (nadie sabía quien recibía el suplemento y quien recibía el placebo) se realizó con 231 hombres divididos en dos grupos: un grupo recibía un suplemento nutricional mientras que otro recibía un placebo. En el grupo que tomó el suplemento nutricional hubo una reducción de 37% de actos violentos en comparación con el grupo control . En el 2004 un estudio publicado por el American Journal of Psychiatry demostró que las deficiencias nutricionales no solo causan un efecto en el momento presente de la persona, sino que pueden ser un factor que afecte el comportamiento en una etapa futura. Este estudio demostró que deficiencias nutricionales en la etapa temprana en los niños y niñas aumenta en un 41% el comportamiento agresivo a los 8 años y en un 51% a los 17 años. Para el año 2007, Wiles y otros colegas realizaron un estudio con 4,000 niños demostrando que la ingesta de «comida chatarrra» aumentaba la hiperactividad.
Aspectos nutricionales vinculados a la violencia:
1. Deficiencias nutricionales (niacina, piridoxina, hierro, magnesio y omega 3)
Las deficiencias nutricionales se asocian a múltiples enfermedades que van desde diferentes tipos de cáncer hasta distintos problemas mentales. La violencia y la agresividad también se asocian a una pobre nutrición en general y a deficiencias especificas de ciertos nutrimentos como: la niacina, la piridoxina, el hierro, el magnesio y los omega-3, entre otros. Muchas vitaminas y minerales tienen una función directamente relacionada con el sistema nervioso, el funcionamiento cerebral y la capacidad cognitiva. La tiamina, por ejemplo, es necesaria para la digestión de los alimentos, pero también es indispensable para la actividad cognitiva y cerebral. Su deficiencia se asocia con la pérdida de memoria, nerviosismo e irritabilidad. La niacina, de igual modo, también es necesaria para el metabolismo de los alimentos y el buen funcionamiento del sistema nervioso. Su deficiencia se asocia con depresión, nerviosismo y demencia. La piridoxina a su vez, es importante para el sistema nervioso y el buen funcionamiento del cerebro. Su deficiencia causa depresión, pérdida de memoria e irritabilidad. Por otro lado, el acido fólico es importante, no solo para evitar los problemas del tubo neural en el feto y para la adecuada replicación del ADN, sino que es necesaria para evitar la ansiedad y la depresión mental.
Además de las vitaminas, también están los minerales y los omega- 3 asociados a la conducta de las personas. La deficiencia de magnesio, por ejemplo, causa irritabilidad, nerviosismo y confusión mental. El hierro, por otro lado, es necesario para la formación de los neurotransmisores en el cerebro y su deficiencia causa problemas de aprendizaje y comportamiento violento. Por otro lado, los omega- 3 son necesarios, no solo para la salud cardiovascular, reducción de tumores y prevención del Alzheimer; sino que su deficiencia reduce la producción de la serotonina (neurotrasmisor que produce tranquilidad y relajación) y sus bajos niveles se asocian con depresión, suicidios y comportamiento violento.
2. Alergias a alimentos y aditivos
Las alergias a los alimentos y aditivos son un problema de salud que merece mucha atención y que, sin embargo, pocas veces se alerta a las personas sobre su importancia y asociación con problemas en la conducta. Muchas personas son alérgicas a distintos alimentos, especias y aditivos y lo desconocen. Cuando una persona sufre de una alergia severa, es fácil de identificarla y por lo tanto, tratarla. Sin embargo, hay una gran cantidad de personas que sufren de alergias enmascaradas o de menor grado que pueden parecer inadvertidas tanto por las personas que las sufren como por los profesionales de la salud que los atienden. Los efectos de las alergias pueden afectar el sistema gastrointestinal (dolor gástrico y diarreas) y el sistema respiratorio (broncoespasmos, rinitis, asma). Las alergias, además, pueden provocar inflamación del cerebro, dolor de cabeza, irritabilidad, problemas de conducta y agresividad.
Se ha identificado un grupo de alimentos como los alérgenos más frecuentes. Estos son: la leche de vaca, el maíz, chocolate, maní y nueces, los mariscos, huevo, trigo, cítricos, canela y los colorantes. Las alergias, sin embargo, se pueden manifestar con el consumo de otros alimentos menos asociados como la avena, zanahoria, pollo, café, soya y otras comidas. De igual modo, el hecho de que actualmente el 75% de los alimentos procesados que consumimos diariamente contienen ingredientes transgénicos incrementa el problema de las alergias y hace más difícil su identificación. Los estudios sobre los alimentos modificados genéticamente han demostrado que la soya y el maíz transgénico producen en las personas una respuesta alérgica mayor que la soya y el maíz convencional u orgánico.
3. Hipoglucemia y los azúcares refinadas
Algunos clasifican el alto consumo de azúcares que existe actualmente como un tipo de «adicción» legal o permitida socialmente. Son muchas las consecuencias del consumo de azúcares refinados y las mismas van desde un debilitamiento del sistema inmunológico hasta el desarrollo de insuficiencias y deficiencias nutricionales subclínicas. Estas deficiencias pueden ocurrir ya que para el metabolismo de los azúcares se utilizan muchas vitaminas del complejo B que el mismo azúcar no aporta pero que utiliza de las reservas del organismo. Los azúcares refinados igualmente pueden provocar elevaciones en el nivel de glucosa en sangre, pero también bajos niveles de azúcar sanguíneo. Esta disminución en la glucosa puede ocurrir mayormente en personas con hipoglucemia ya que al consumir los azúcares hay una sobreestimulación del páncreas y una exagerada producción de insulina que puede llevar a reducir el nivel de azúcar en sangre bajo lo normal. La hipoglucemia o nivel bajo de glucosa produce severos síntomas como: mareos, dolor de cabeza, desorientación, irritabilidad, pobre concentración y un aumento en el nivel de agresividad. Hay estudios que correlacionan crímenes violentos con niveles bajos de glucosa en sangre.
4. Metales pesados como el plomo
Debido al alto nivel de contaminación, la falta de controles o regulaciones y las acciones inescrupulosas de algunos fabricantes, muchos de nosotros podemos estar expuestos a metales tóxicos a través del ambiente y los alimentos que consumimos. Entre estos metales tóxicos podemos mencionar, por ejemplo, el plomo que se ha encontrado en pinturas, materiales domésticos, juguetes y hasta en algunos alimentos. La exposición al plomo, entre otros metales nocivos, causa bajo aprovechamiento académico, hiperactividad, irritabilidad y comportamiento violento.
Son muchos los estudios que vinculan la exposición al plomo y un aumento en actos violentos y crímenes. La investigación de Rick Nevin, «How Lead Exposure Relates to Temporal Changes in IQ, Violent Crime, and Unwed Pregnancy» publicada en la revista Enviromental Research (mayo, 2000) demostró una correlación positiva entre el aumento en la contaminación con plomo y un incremento en crímenes violentos. De igual modo, Jessica Wolpaw en su trabajo: «The impact of Childhood lead Exposure on Crime» (2007) establece que la exposición al plomo en los niños y niñas causa desórdenes psicológicos que han sido asociados a conductas agresivas y más tarde a actos criminales. Aunque existen leyes que regulan estos metales pesados, la realidad es que las mismas son muchas veces violadas resultando en una exposición peligrosa y un serio daño en las personas.
Conclusión
Nuestra dieta actual es una rica en azúcares refinados como los dulces, postres y refrescos carbonatados, bebidas que se vinculan tanto a problemas de depresión como agresividad en niños (en un próximo artículo estaremos presentando estos estudios). Además, el estilo de vida actual lleva a muchas personas a una alimentación rica en alimentos procesados (la mayoría contienen ingredientes transgénicos) y una alta exposición a productos con colorantes lo que puede incrementar los problemas de alergias. Existe además, un alto consumo de «Fast Foods» y una frecuente selección de alimentos de baja densidad nutricional lo que aumenta el riesgo de insuficiencias de nutrientes indispensables para el buen funcionamiento del sistema neurológico, el buen juicio y el bienestar mental. De igual forma, existe un bajo consumo de alimentos ricos en Omega-3 (pescados de aguas profundas, nueces, aceite de lino) y la suplementación con estos ácidos está frecuentemente ausente. Este tipo de dieta, no solo se asocia con problemas cardiovasculares, diabetes y cáncer, entre otras enfermedades; sino que es una alimentación muy vinculada a conductas violentas.
El problema de la violencia es uno que afecta seriamente la salud física y mental de las personas a nivel individual y colectivo. Nuestro país sufre de un alto grado de violencia por lo que es indispensable trabajar con un enfoque profundo y considerar seriamente el aspecto nutricional. Hay suficiente evidencia que nos debe llevar a entender que lo que comemos diariamente va a impactar la salud física, pero también nuestra salud mental. El esfuerzo por la educación en nutrición y el establecimiento de una dieta saludable, particularmente en las etapas críticas del desarrollo (gestación, niñez y adolescencia) debe ser parte importante de la política de salud pública de nuestro país. Una política con la que, no solamente podríamos prevenir los problemas de obesidad pediátrica, sino que mejoraríamos el aprovechamiento académico y reduciríamos la conducta delictiva en los jóvenes, un grupo poblacional que lamentablemente cada día protagoniza más su participación en las cárceles de nuestro país. De igual modo, el propio sistema penitenciario pudiera también beneficiarse al priorizar el componente nutricional como parte de los servicios brindados a esta población ya que como hemos presentado en nuestro artículo y como bien señala Michael González, doctor en nutrición y bioquímica del Recinto de Ciencias Médicas de Puerto Rico: «Las modificaciones dietéticas son indudablemente un acercamiento costo-efectivo para tratar de disminuir los problemas de conducta en las instituciones carcelarias y en los programas de rehabilitación». Urge pues, un compromiso con el establecimiento de programas para mejorar la nutrición en los confinados, pero de igual forma, una educación masiva que lleve al pueblo a concienciarse sobre la importancia de la nutrición, tanto para tener una buena salud física como para mejorar la salud mental y reducir la violencia en nuestra convivencia social.