De recuerdos y de retazos: la autobiografía visual de Gilda Navarra
Gilda costeó esta edición limitada de solo 200 ejemplares. Tras donar copias a algunas bibliotecas, el resto, la inmensa mayoría, se los regaló a sus amigos. Tuve la suerte de recibir una y también tuve el honor de que Gilda me pidiera que fuera una de las tres personas que presentaran el libro el 23 de agosto de 2006 en la Universidad del Turabo. Alma Concepción, quien habló sobre Gilda bailarina, y Rafael Trelles, quien habló sobre las artes visuales en el libro, fueron los otros dos presentadores. Gilda nos impuso dictatorialmente, como frecuentemente hacía, que habláramos muy brevemente; solo podíamos leer de tres a cuatro páginas. Yo decidí hablar sobre la manifestación de la estética de Gilda reflejadas en su casa, en su apartamento, ámbito que siempre me fascinó y que creo es clave esencial para entender su proceso artístico. En el libro aparecían varias hermosas fotos de Alberto Rigau, así que el tema estaba directamente ligado a la presentación, aunque podía parecer algo excéntrico. Pero cuando se lo propuse, Gilda aceptó el tema de manera entusiasta. Decidí, pues, lanzarme al tema.
Revivo el viejo texto para volver a rendirle homenaje a Gilda tras su muerte. Además, creo que aquí se hallan claves que debemos explorar para entenderla como persona y como artista. Sobre todo, creo que su obra sigue siendo digna de estudio y de homenaje. Por esas dos razones me animo a publicar estas palabras que había engavetado y que espero sirvan ahora a otros en futuras exploraciones de la indispensable obra de Gilda. A continuación va la presentación, aún inédita, de un libro indispensable para entender su obra como una totalidad.
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No recuerdo cuándo oí el nombre de Gilda Navarra por vez primera, pero tuvo que ser durante mi adolecencia aguadillana. Con el suyo asociaba el de otros artistas que, como ella, se inventaban una modernidad criolla. Entonces para mí esos eran solo nombres. Pero al salir de Aguadilla y llegar a Río Piedras los nombres se hicieron carne y sirvieron para identificar a modelos importantes en mi vida. (¡Ah, cuánto le debo a Actividades Culturales de la Universidad de Puerto Rico!)
Más tarde y gracias a mi amiga Susan Homar, conocí personalmente a Gilda. Aunque ya sabía de ella como artista y maestra, solo fue cuando entré a su casa que pude entender el sentido de toda su labor. Ese ámbito mágico también me confirmó que ella, como Calderón, Shakespeare y La Lupe, sabía que el mundo es puro teatro. Por ello, creó una escenografía propia y muy particular para vivir y sobrevivir: esta es su casa.
El hogar de Gilda es la concreción de muchas experiencias proustianas. Así es porque cada objeto que allí se guarda rememora otra cosa: un pedazo de cristal de murano que un paciente venezolano le regaló a su padre, unos juguetones gatos de porcelana holandesa, una máscara veneciana, otra japonesa, una inmensa letra de Martorell, un caballito de madera que pícaramente invita a que lo monten, un retrato y otro más de Capuletti, una toalla de hilo con las iniciales de su padre, un volumen de las obras completas de García Lorca, todo el “Sin Nombre” de Nilita, una opalina del Padre Marcolino… Inventariar esos objetos sería tarea larga pero deleitosa.
Los evoco aquí por dos razones. Primera: porque esos objetos sirven para recrear la historia, vital y artística, de Gilda. Segunda: porque todos, sin perder su identidad, adquieren un nuevo sentido cuando ella los posee y los convierte en parte del gran “collage” neobarroco que es su hogar.
Esta segunda razón habla directamente de la estética que sustenta toda su obra. Guiada por su particular visión del arte y de lo estético, Gilda va descubriendo hermosura o interés en objetos que para otros no los tienen. Y cuando los coloca en el lugar que les asigna en su casa, estos se transforman; entonces otros podemos apreciar mejor su significado y belleza. Además ella les añade valor artístico, tanto al objeto encontrado por azar como al que produjo otro artista, muchas veces especialmente para ella. Por ello, esas palomas de cerámica que pueblan los libreros de la sala y esos gatos que ocupan todo el apartamento son más de lo que eran antes de que Gilda se adueñara de ellos.
Es revelador que muchos de los objetos que forman el mundo o la escenografía que Gilda se ha creado vengan de su familia. Para otros este tipo de pieza sería lastre, soga o hasta cadena. No para ella, pues rememora su pasado y nunca la ata ya que le ofrece posibilidades para crear. En ese sentido los adornos de navidad que produce con pedazos de viejos encajes, que pudieron adornar un traje de su madre o uno de los vestidos que usó cuando bailaba en España – aquel azul y chocolate que tanto me gusta y que tan bien recuerdo, aunque nunca lo vi – son metáforas de su estética. Las puntillas y los bordados que emplea para crear esos adornos navideños hablan muy claramente de la familia burguesa decimonónica de la que desciende. Pero esa tradición no la encadena ni la inmoviliza, pues Gilda usa lo heredado para crear algo nuevo, propio y único. Así es porque su ojo agudo percibe belleza en lo que otros oólo vemos objetos descartables y sus manos hábiles transforman los retazos en algo completo y nuevo. Su visión del arte y de la vida no niega el pasado ni la cultura popular. Por ello mismo en su casa, que es otro manual de estética donde las plantas y los animales tienen una posición tan privilegiada como las obras de arte, conviven armoniosamente sillones “arts and craft” de Casa Margarida, con botellitas de canutillos y lentejuelas; muebles que rememoran la Bauhaus, con viejos manteles de croché; cerámicas de sobrias líneas japonesas, con un abigarrado jardín tropical; elegantes piezas de Jaime Suárez con melosas canciones de Frank Sinatra.
“Detrás del silencio”, el hermoso libro que ha editado Alberto Rigau Yumet, a quien hay que felicitar por un trabajo de tanto rigor y tanta elegancia, es el libro cuya aparición hoy celebramos. Para mí esta autobiografía pictórica que Gilda nos regala es otra encarnación de su casa y otra manifestación de su estética. Sugiero que, como los adornos de navidad que ella elabora, este libro se vea como otra creación más hecha a partir de retazos y de recuerdos. Advierto que me valgo de este tropo – los adornos de navidad como reflejo o sinécdoque de su casa y de su estética – porque me ayuda a entender y explicar aspectos de la labor de Gilda. Pero al así hacerlo no reduzco la totalidad de su obra a esta figura retórica. Su obra es amplia y rica en los elementos que incorpora. Por ello necesitaríamos más tropos y criterios más amplios de los que aquí empleo para entenderla en su totalidad.
Pero ése no es mi objetivo hoy; me limito a sugerir que veamos este libro, además de cómo un reflejo de su labor y su estética, como una gran muestra de su generosidad, ya que al regalarnos estas páginas Gilda nos entrega, entre otras cosas, una maqueta de la escenografía que se ha ido creando para vivir en y con el mundo. También, al entregarnos su libro nos hace partícipes de su visión de arte. Por haber creado esos mundos – su casa, su libro, sus bailes, sus pantomimas su obra toda – y por haberlo compartido con nosotros, tenemos que darle las gracias. Así lo hago y al hacerlo sé que hablo por otros: ¡Muchas gracias, Gilda, por compartir los mundos mágicos que has creado, entre otras cosas, de recuerdos y de retazos!