De torres fantasmales en la ciudad policromada
A Yudit de Ferdinandy
Uno de los primeros libros que edité bajo la jefatura de Neeltje van Marissing Méndez en la Editorial de la Universidad de Puerto Rico, Escrituras en contrapunto, exhibe en su portada la reproducción de un mural urbano que ofrece una visión inusual, y al mismo tiempo familiar, de la torre de la Universidad: Un encapuchado gigante, con cara de niño y manos de camionero, sostiene una honda. De la honda, suponemos, sale la piedra o proyectil que impacta un platillo volador que se precipita sobre el poblado de Río Piedras. Una estela de bruma azul y negra anuncia la inminencia del desenlace.Hacia la derecha de la imagen, impasible y ajena al cataclismo, lívida como un zombie que desconoce que lo es, la torre universitaria (un tanto fálica, de hecho), sigue erguida y conserva, en su aislamiento, cierta dignidad de cosa antigua. Mientras tanto, aunque van a recibir el tortazo del OVNI, los edificios donde viven muchos de nuestros estudiantes y profesores multiplican y recomponen sus formas y colores. Solo el cuerpo del muchacho o la muchacha media entre torre y ciudad. La mano que sostiene la honda tiene el color desvaído de la torre universitaria y la que lanza el ataque ─adivinaron─, se mezcla con los colores de la ciudadela.
La imagen viene a cuento porque en agosto de 2017, contra todo pronóstico de extinción otra torre universitaria, la revista La Torre, publica en formato impreso un volumen nuevo después de un hiato de siete años. Toda una aparición, “Ciencia ficción y literatura fantástica del Caribe” (AÑO XVI, NÚM. 57-58 T.E., 2017), fue preparado por Melanie Pérez y Rafael Acevedo, catedráticos del Recinto de Río Piedras y organizadores del Congreso de Ciencia Ficción y Literatura Fantástica del Caribe Hispano en la Universidad de Puerto Rico. El tema monográfico retoma el aliento regional de los títulos que, hasta ahora, podían considerarse el “canto del cisne” de esta publicación seriada: “Europeos y antillanos, la jornada trasatlántica” (AÑO XVI, NÚM. 51-52), “Los americanos” (AÑO XVI, NÚM. 53-54) y, especialmente, el dedicado a “Nuestros detectives, la novela policial iberoamericana” (AÑO XVI, NÚM. 55-56). El cuidado editorial y producción del nuevo número estuvo en manos de Sonya Canetti Mirabal, quien dirigió entre 2006 y 2009 el Departamento de Edición de la Editorial. Las ilustraciones de portada e interior son reproducciones de obras del artista Philip Cruz.
La impresión de este ejemplar, que coincide con el septuagésimo aniversario de la Editorial de la Universidad de Puerto Rico es, a su manera, un poema concreto. En este caso, como en el cuento de Monterroso, “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. A veces, comentar sobre el contexto en el que se gestiona una publicación, importa tanto como reseñar su contenido. Situar los contenidos del número corresponderá a la crítica literaria profesional. En este artículo, importa que nos ocupemos del OVNI, de la torre zombi y de los colores de la ciudadela, metafóricamente.
Desde 2010, con relativo silencio ha transcurrido el drama de La Torre, hasta prácticamente hacerla desaparecer del mapa académico puertorriqueño y quedar, como la torre del mural, reducida a visión holográfica. A su hermana mayor y, hasta cierto punto tutora, la Editorial de la Universidad de Puerto Rico, no le fue mucho mejor. Dada por muerta a nivel mediático en la misma fecha, y escarnecida y rematada públicamente gracias a un libro de particular notoriedad, la Editorial retomó en 2014, con una reducción de presupuesto, personal y obras, la impresión de novedades de pertinencia y calidad universitaria (cursiva nuestra, ya que la edición textual nunca se detuvo). A lomo de tigre: Homenaje a Luis Rafael Sánchez, editado por William Mejías; Escrituras en contrapunto, de Juan Gelpí, Malena Rodríguez y Marta Aponte, eds.; y la biografía y libro de arte, Compostela. Escultor, de Carmen Vázquez Arce, marcaron el regreso de la Editorial a este mundo.
Que el curso de ambas instituciones, la Editorial (1947) y la Revista (1953), anden bastante parejos, no es de extrañar, ya que comparten “denominación de origen”: ambas surgieron por iniciativa de Jaime Benítez cuando el Recinto de Río Piedras era considerado “la” Universidad, y migraron, en tiempos modernos, a formar parte de lo que hoy se conoce como “la Administración Central”. Este solo dato explica por qué las marcas de la Editorial y de la Revista usan el logo de la torre de Río Piedras, aunque ─de facto y simbólicamente─, hace tiempo se separaron del recinto y, en ciertos períodos, de la academia. Esta desvinculación física y administrativa de los espacios donde la Universidad es y actúa, es un anti poema concreto, demasiado macizo, que parece hablar de un distanciamiento artificial y artificioso que ha dejado a estas dos torres, la de la Revista y la de la Editorial, sin defensa, que es lo mismo que decir “sin ciudad”.
En general, cuando a la Editorial le va mal, a La Torre le va peor. Si la primera tuvo, en los últimos siete años, cinco directores, la segunda no tiene director ni directora desde que despidieron al escritor Edgardo Rodríguez Juliá en 2010, ni Junta Editora (la última estuvo formada por Beatriz Cruz y Armindo Núñez). Y desde que se jubiló Yudit de Ferdinandy, memoria institucional de la Revista y “guardiana” por más de tres décadas de la continuidad en la edición, impresión y suscripciones ─con o sin directores─, la Revista carece de “Gerente de Redacción”. Antes que Rodríguez Juliá la dirigiera brevemente, los últimos directores en propiedad que gestionaron un catálogo digno de la reputación internacional de la Revista, fueron Arturo Echavarría (entre la década de los 80 y los tempranos 90) y el poeta Jan Martínez (a mediados de la década de los 90 y principios de los 2000). Entre 2010 y 2017, poco se supo de la Revista La Torre más allá de un par de artículos de periódico que reclamaban su rehabilitación.
Es cierto que las revistas académicas, en general, han visto en el siglo XXI dificultades económicas para continuar vigentes en el formato impreso. Y las que no han desaparecido, se han revitalizado cruzando al medio electrónico, el cual es estupendo para el acceso y la divulgación internacional. La Torre no es la excepción, y en 2015, por iniciativa de la Directora de la Editorial, se inició el proyecto de digitalización de la revista, que se completó con la colaboración de la Colección Puertorriqueña de la Biblioteca José M. Lázaro del Recinto de Río Piedras y María E. Ordóñez. Los ejemplares están disponibles para lectura gratuita o descarga a bajo costo en la página web de la Editorial de la Universidad de Puerto Rico (www.laeditorialupr.edu).
En este contexto, la impresión del número XVI:57-58 delegada en manos de dos académicos de la presente generación, y al cuidado de una profesional de la edición es, más que un regreso, otro modo de hacer la Revista, una apuesta a favor de las fuerzas vivas de la Universidad: sus intelectuales.
Que la presentación de “Ciencia ficción y literatura fantástica del Caribe” coincida en el tiempo con el despido de la Directora Neeltje van Marissing, y se dejen las sedes vacantes en ambas torres (Editorial y Revista de la Universidad de Puerto Rico), retoma y redondea la metáfora visual que sirvió de marco a este escrito: el platillo volador azotó y azotará varias veces más todas las torres de la Universidad, pero no son jóvenes encapuchados quienes tiraron ni tirarán la piedra.
Mientras tanto, el futuro anda suelto; no es doncella encerrada en la torre desvaída pero terca en su gravedad de dinosaurio, ni sabio enclaustrado en el cuadrángulo de la Facultad de Humanidades. Su actividad prospera y se multiplica en las afueras, donde repiensa sus formas y colores.
*El mural comentado es una obra colectiva de David Zayas y Rubén «Sheto» Luciano de “eltaller.de”, junto a 16 talleristas de «Arte joven para líderes: Acción artística para la comunidad», y el Museo de Arte Contemporáneo (2012).