De vuelta Luisa Capetillo
La Capetillo (1879-1922) escribió seis piezas teatrales que no fueron estrenadas en vida de su autora. Hubo de esperarse hasta 1985 para que ATTIKA inc. estrenara sus cinco piezas breves en el Teatro del Ateneo como parte del 17 Festival de la Docta Casa.
En aquel momento, Luisa Capetillo era un oscuro nombre en la historia del teatro que solo la periodista Norma Valle Ferrer, había reivindicado con sus ensayos de interpretación y su biografía de esta genial rebelde.
El director y el productor de aquellas breves piezas entonces, Edgar Quiles y el que esto suscribe, reconocimos que Capetillo tenía una voz insobornable, fuera de época, sonora, directa, que aún seguía tronando en nuestras conciencias.
No la estrenamos como una curiosidad histórica –como fue entonces evaluada por la crítica burguesa, representada por el crítico que fue Ramón Figueroa Chapel–; la representamos porque estábamos perfectamente convencidos de que su “opinión”, era la necesaria y la justa en la eterna crisis social y política que vivíamos.
Posteriormente en el año 2010, el Grupo Coup de E’tat, producido por el dramaturgo Ricardo Magriñá y bajo la dirección de Edgar Quiles y luego la del propio Magriñá, repitió nuestra hazaña en el mismo Ateneo. Su montaje no obtuvo la sonoridad del nuestro, pero ratificó a Magriñá como un devoto de Capetillo y el teatro reivindicador.
Magriñá volvió a invocar el espíritu de nuestra anarquista. Y la invocación rindió frutos. Aunque buena parte del público estudiantil pudo haber reído con algunas líneas que podrían haberles sonado ingenuas, obviamente descontextualizadas, -porque es menester criticar con severidad a un público que no se contextualiza, y más si son estudiantes-; la propuesta de panfleto de esta obra sigue atronadora, gallarda, justa, valiente y revolucionaria.
La historia es sencilla de resumir. Angelina, hija de un propietario capitalista de una fábrica, convence mediante sólidos argumentos a su padre de que tiene que cambiar su visión abusiva de la producción, y debe promover la reivindicación obrera mejorando las condiciones de vida de los trabajadores.
El propósito de Angelina atraviesa tropiezos, pero ella se mantiene firme y sólida de ideas, y aunque en el transcurso de los eventos tendrá que hacer negociaciones y ajustes ideológicos y humanos, triunfa en su empeño, e incluso se une en amor al joven líder obrero que había encabezado la huelga.
Esta historia, sostenida por una robusta ideología anarcosindicalista, salpicada de interesantes conceptos espiritistas, culmina con un ardoroso panegírico a la utopía naturista de Tolstoi.
Para apreciar el valor de este evento, tenemos primero que recordar que esta obra nunca se estrenó formalmente, ni en su tiempo ni después. Tal vez haya sido leída en algún taller tabacalero, pero eso no hay manera de saberlo. Por lo que a nosotros concierne, ayer fue el estreno de esta inmensa obra de nuestro anarquismo literario, desde 1916. Esto nada más, gana más de la mitad de nuestros elogios.
¿Por qué el teatro de la Capetillo no tuvo en su época la resonancia del teatro de Romero Rosa, Fernando Gómez Acosta, Enrique Plaza y otros muchos dramaturgos obreros, miembros de la Federación Libre de Trabajadores, que estrenaron sus piezas en el “Teatro Libre” de la Calle de la Cruz?
Hoy nos enfrascamos en el proyecto de escribir la historia de este importante teatro, en el que al parecer Luisa Capetillo y su hermano anarquista, el zapatero negro Manuel Alonso Pizarro (1859-1906), trataron de montar sus piezas. Alonso Pizarro lo logró, y con éxito, no sin antes sentirse desplazado y marginado por el teatro socialista de Ramón Romero Rosa.
A través de estas breves pugnas podemos concluir, y tenemos evidencia documental de la que esto se colige, que Capetillo y Alonso Pizarro quedaron rezagados ante el empuje didáctico y propagandístico del teatro obrero. Sabemos que los anarquistas puros como Alonso Pizarro y los anarcosindicalistas, a su vez espiritistas –y más Capetillo, como mujer- fueron rechazados por el machismo militante y el espíritu de negociación (principalmente con el sindicalismo estadounidense de la AFL) de muchas de las cabezas –que no de todas- de la Federación Libre de Trabajadores en esa década de 1900 a 1910.
Alonso Pizarro y Capetillo fueron atrapados en un momento de la historia en el que el anarquismo, inmensamente pertinente en Latinoamérica, fue rechazado, marginado y hasta perseguido, no solo por la policía y el poder, sino por los mismos obreros divididos en federalistas unionistas y republicanos, y hasta por los mismo socialistas. Estaban prácticamente solos.
Y si bien Alonso pudo representar tres obras en el Teatro Libre, Capetillo no pudo llevar a escena ninguna. Como anarquistas pagaron con el anonimato, el precio de las negociaciones de los socialistas con el poder y el mal nombre que el errado entendido de la palabra “anarquista” cosechó. Como muy bien dice Luisa en su propia obra en un rapto de negociación, y parafraseo: hay anarquistas necesarios, pero no somos anarquistas, somos “acrátas”.
No excuso esta contextualización en este breve reseña, pero entender a Luisa Capetillo impone conocimiento y educación sobre lo que es la lucha por la reivindicación de los trabajadores “que ha de ser obra de los trabajadores mismos”.
Entender a la Capetillo, impone entenderla como debemos entender a Julia de Burgos, dejar a un lado los chismes de su vida y entrar de lleno a su obra. Ambas fueron mujeres fuera de su tiempo y atrapadas por su tiempo.
El montaje de Magriñá luce y brilla, a pesar de sus pocos recursos, -hasta cierto punto pobres. Su dirección es respetuosa del texto y su intención. Ofrece la claridad que el texto exige y aunque con algunos talentos más diestros que otros, logra un balance apropiado que hace justicia a tan importante tarea. Algunas escenas atropelladas de tráfico, con proclividad hacia fondo derecha, pueden corregirse.
Como Angelina, Olga Vega Fontánez trata de establecer un juego vocal, un tanto aniñado, que no nos parece que nivele la intensidad del discurso. Su Angelina a veces nos suena algo caprichosa y juguetona, actitud que el personaje no ostenta y que contradice su propia propuesta ideológica. Pero la joven actriz llena el espacio con decisión y raptos de ternura, que no están de más. Tal vez deberá estudiar más las relaciones de su propuesta de caracterización con el discurso ideológico del personaje. Ambas casi siempre van de la mano.
Un tanto frío al principio, aunque luego con sutiles y humanos dobleces, Héctor Sánchez como el padre, luce un trabajo digno y responsable de caracterización que honra su ya sabido talento actoral. Voz muy controlada, emociones justas y foco concentrado le son celebrables.
Luis Oscar Rodríguez como el joven criado de la casa, muestra humanidad y sutilezas amables y significativas. Buena actuación.
La sorpresa agradable de la noche fue la actuación de Luis Javier López como el líder obrero. Vigoroso, concentrado, alerta, directo y claro, encarna con excelencia un complejo personaje con el que hay que identificarse a nivel ideológico. Es un personaje que tiene aire fresco, y vuelo dramático. Excelente trabajo. Trabajo que le servirá de ejercicio ideológico en su próxima interpretación actoral como el dramaturgo anarquista negro Manuel Alonso Pizarro, en el biodrama titulado “Iluminado Negro”, que estrenará en el Ateneo en mayo de este año, protagonizado por este talentoso actor cidreño.
Los demás talentos del Departamento de Drama, mesurados y espontáneos, lucieron muy bien la pieza. Ojalá Magriñá pueda llevar esta pieza a otros teatros. Es urgente conocer a esta inmensa mujer que nos enseñó que la revolución sigue siendo posible.
Aplausos de pie a este evento histórico, trascendental en la historia de nuestro teatro puertorriqueño. Y qué maravilla que venga de la mano de jóvenes estudiantes que sepan apreciar que no habrá fines humanos más urgentes que el amor, el socialismo, la redención y la libertad.
* La obra teatral de Luisa Capetillo estuve en escena la semana del 10 de abril de 2014.