Desplazamientos
A Luis Negrón,
porque siempre me dice que quiere leer más crónicas mías
y yo lo quiero por eso (y por más).
1. Corta intro
Les cuento dos historias para que este artículo vaya tomando forma. Primero la de Betances, luego la de Lío Villahermosa. No se extrañen que ponga en la misma reflexión una figura histórica de la importancia del primero, junto con un joven artista multidisciplinario y talentoso, oriundo de la calle Loíza y sus entornos. Es que voy a tratar de analizar algo que se aprende del pasado de ambiciones nacionales-supranacionales, impuestas por la moral y el bien deseado para una noción amplia de comunidad, a lo concreto y actual todavía desde esas mismas claves. En otras palabras, voy del foco más amplio al más específico que se me ocurre para hablar de desplazamientos. Pero antes, una pequeña introducción contextual.2. Lo ya dicho por otros
Hace ya un tiempo Mary Louise Pratt publicó un libro titulado Imperial Eyes (1992), cuyo objetivo fue estudiar en la literatura de viaje el modo en que los europeos y no-europeos construyen en sus narrativas al súbdito doméstico (domestic subject, el otro dominado por) del euro-imperialismo. Se preguntaba cómo esa escritura produce el resto del mundo para lectores europeos (yo diría letrados de primer mundo) y cómo se imaginó a sí mismo el súbdito primermundista en oposición a lo que entendía era el resto del mundo. Los exploradores, naturalistas, antropólogos y, finalmente, los turistas, crearon mediante el discurso científico una conciencia planetaria que se produjo a la vez que se desplazaban las tradiciones y saberes vernáculos. No es lo mismo una narrativa sentimental romántica primermundista que una, también sentimental, auto-narrativa de esclavo, formas textuales que coinciden en fechas, nos recuerda Pratt, para luego añadir que a su vez, se puede analizar los modos en que, en los procesos de descolonización y, tomando como ejemplo América Latina, las élites criollas se apropiaron de la mirada imperial mientras se mantuvo la supremacía blanca. Tal vez ese estudio sea uno de los primeros que reexamina un corpus de escritos desde la mirada trans-altlántica, término que se puso de moda en los primeros años del nuevo milenio. Esa mirada es fructífera. ¿Qué se produjo simultáneamente en aquél y este lado del Atlántico en términos de cultura? ¿Por quiénes, con qué propósito? ¿Cómo eran las relaciones de poder entre estos y aquéllos? Propone Pratt que para entender esto hay que leer filosofía europea pero también y en contraposición las auto-etnografías, que define como narrativas producidas por los propios sujetos coloniales de modo que reescriben algunas figuras retóricas, prejuicios, historias que construye la mirada imperial. Propone Joseph Roach en su estudio del performance desde una mirada circun-atlántica que titula Cities of the Dead que esta mirada es más bien un triángulo que va de África a Europa y las Américas y que hay que tener en cuenta las aportaciones de los países no-europeos en los procesos de construcción de la modernidad: “[…] insists in the centrality of the diasporic and genocidal histories of Africa and the Americas, North and South, in the creation of the culture of modernity” (4). A Roach le interesa hablar de lo no dicho. Lo lee en las prácticas del cuerpo (performance) puesto que lo olvidado es lo que no tuvo acceso a la cultura letrada. Aún así, argumenta, esa violencia queda grabada en los cuerpos y se re-articula (junto con sus resistencias) en los procesos que llama de surrogación (una persona va en lugar de otra. Nosotros hoy estamos en el lugar de nuestros ancestros):
While a great deal of the unspeakable violence instrumental to this creation may have been officially forgotten, circum-Atlantic minds retains its consequences, one of which is that the unspeakable cannot be rendered forever inexpressible: the most persistent mode of forgetting is memory imperfectly deferred (4).
La propuesta es que el subalterno tiene memorias que pasan de generación en generación y que son imposibles de suprimir. Se expresan en historias de tradición oral y en las prácticas cotidianas del cuerpo. Cuando se fija en la letra escrita, por su parte, Pratt resume los atributos de la mirada imperial:
Redundancy, discontinuity, and unreality. These are some of the chief coordinates of the text of Euroimperialism, the stuff of its power to constitute the everyday with neutrality, spontaneity, numbing repetition. (Livingstone, Livingstone…). In recent years that power has become open to question and subject to scrutiny in the academy, as part of the large-scale effort to decolonize knowledge. This book is part of that effort. The effort must be, among other things, an exercise in humility. For one of the things it brings most forcefully into play are contestatory expressions from the site of imperial intervention, long ignored in the metropolis; the critique of empire coded ongoingly on the spot, in ceremony, dance, parody, philosphy, counterknowledge and couterhistory, in texts unwitnessed, suppressed, lost, or simply overlain with repetion and unreality. (2)
El sujeto colonial reproduce continuamente sus propios sentidos. Hay que saber mirar y escuchar, además de hacerlo con humildad. En resumen, en las zonas de contacto (así llama Pratt al lugar donde se producen los intercambios violentos producidos por la cutura que Roach llama circum-atlántica), que son producto de desplazamientos todos producen cultura en un contexto de violencia inenarrable.
3. Acerco la toma
Cuando llego a Ramón Emeterio Betances de la mano de Jossianna Arroyo en su libro Writing Secrecy, me fijo en que no solo los exportadores del euroimperialismo viajaron. También viajaron quienes buscaron resistírsele. El libro de Arroyo se ocupa de los usos del secreto en la masonería internacional, con foco caribeño. Dice: “In the Freemason’s community of the secret, we see the commonality transcended nation, which in effect meant that Freemasonry grew within its transnational connections, first in Europe and later in the Americas, to become one of the defining factors in the growth of the politics of republicanism in the nineteenth century” (2). Pensar estos desplazamientos implica muchos campos de investigación. Arroyo los enumera: Estudios Caribeños, Estudio de los Latinos en Estados Unidos, Estudios Americanos, Estudios de la Diáspora Africana, teorías de la colonialidad del poder, teoría de raza y estudios diaspóricos informan la posibilidad de pensar fuera de las fronteras más allá de la mirada imperial (3). Dice Arroyo que Betances construye una identidad circum-atlántica y diaspórica. Por tener lazos paternos en la República Dominicana y por convicción, argumenta a favor de la coexistencia pacífica entre este país y Haití, y propone que los sujetos coloniales deben de aprender de los aciertos y errores de la Revolución Haitiana de 1804. Su padre lo envió a estudiar a Francia muy joven, al morir su madre, a partir de contactos masónicos que tenía en ese país y allá se empapa de teorías ilustradas modernas a la vez que resiente la persistencia colonial en la mirada de los republicanos europeos. Escribe textos como Los viajes de Scaldado, que re-articulan las propuestas que hiciera Voltaire al escribir los viajes del Cándido, pero con una fuerte identificación con hombres negros linchados y torturados que encuentra en esos lugares a los que transita en Inglaterra. Mientras, Estados Unidos se proponía comprar la Bahía de Samaná, y luego anejar la República Dominicana a los Estados Unidos, para finalmente intervenir en la Guerra de Independencia de Cuba en 1898. Citando a Eugene Genovese, Arroyo propone que las comunidades circun-atlánticas “articularon sus círculos de poder transnacionales en proyectos revolucionarios bajo la dirección de personas de ascendencia africana esclavizados o libertos”. Más bien, aunque las logias masónicas estaban asociadas con formas criollas de orden social, Betances “pertenece a un grupo de masones criollos blancos que cruzaron barreras de clase y raza para iniciar a los libertos y esclavos en la lucha” (3, la traducción es mia). El panorama que resumo implica que la masonería ayudó a formar enlaces trasnacionales y trasatlánticos.
En sintonía con la mirada subalterna de Betances en Francia, donde criticaba la colonización de las Antillas y proponía mediante alianzas transnacionales la producción de conocimiento para la resistencia (además del trabajo político que es resistencia activa) y la producción de otro tipo de país nacido de alianzas y solidaridad, Liliana Cotto Morales ha creado un proyecto que llamó Mapa ruta Betances. Su idea inicial fue la de, en esta época de turismo paquete, superar los viajes eurocéntricos. Vamos a Europa buscando países “superiores” en cultura y organización social. Añadir la mirada de Betances a la experiencia de convertirnos en paseantes en Francia es notar que la modernidad se construyó de manera violenta y a partir de subyugaciones y exclusiones, además de que nos hace valorarnos nuevamente a partir de la fuerza, la creatividad y la humanidad de una vida que se ofreció a un proyecto utópico. Este mapa se ha diseñado en colaboración con los jóvenes de Zoomideal, un colectivo que diseña productos creativos “comprometidos con la cultura, la educación y el turismo”, como lee al pie del mapa, lo cual implica que el interés en recordar a este ancestro nuestro tan valioso para imaginar el futuro en tiempos de crisis, cruza generaciones. Ese colectivo también se hizo cargo del diseño gráfico para el documental titulado El Antillano, dirigido por Tito Román y que tan buena recepción ha tenido. Una ojeada a este mapa informa de la vida de Betances antes de su exilio permanente a Paris. Vivió y/o trabajó en/desde Saint Thomas, República Dominicana, Haití, Venezuela y Nueva York, Curazao. Este mapa va marcando una ruta para visitar los lugares que Betances habitó en París, donde ofreció conferencias, donde tuvo sus negocios y hacía consultas, hasta las clínicas a las que fue a recluirse en la ancianidad con la intención de tratar la enfermedad que lo debilitaba. Me cuenta, en una entrevista que tuvimos hace un par de meses para pensar este artículo, que su intención al hacer el mapa, fue la de hacer de la figura del héroe una más cotidiana, menos monumental. Lo que destaca, al estudiar la vida de Betances, es la capacidad de trabajo, la terquedad sana, que redunda en la imposibilidad de rendirse. Dice Cotto: “Los héroes de nuestro pasado son compañeros de camino; caminemos con él [Betances]. No hay mejor momento para este proyecto”. Cotto lo tiene claro cuando reflexiona en voz alta que las crisis traen cambio de paradigma. Hay que impulsar procesos que logren cambiar los modos en que la gente piensa su realidad. Esos cambios no surgen a partir de prédicas. Se reconoce como educadora y como estudiante Paulo Freyre, quien nos enseñó a educar desde y para la libertad. “Los cambios mejor se dan con la experiencia, con el reconocimiento de la experiencia del pasado que alimenta la presente”.
4. Acerco la toma:
Partiendo de El pintor de la vida moderna, un ensayo del poeta Charles Baudelaire, Walter Benjamin propone que el pasear ofrece la posibilidad de entender el sentido de las cosas en general a partir del fragmento, si se presta atención al vendedor de verduras, la oficina de correos, quién se desplaza por la ciudad ociosamente, o quién tiene prisa por llegar al trabajo o a la casa. El proyecto escritural de Benjamin en general se trató de fragmentos sobre el fragmento que permitían una puesta al día de las teorías marxistas en el contexto de la modernidad industrial, que a partir de esta exploración de la realidad pequeña y cotidiana, queda reformulada. Benjamin echó mano del concepto de aura para hablar de la obra de arte en general en su ensayo más famoso. La reproducción mecánica mata el aura del arte, que es lo inefable relacionado con lo sagrado. Igual, la modernidad pone la masa desigual en contacto con mercancías. En medio de ese tumulto, el paseante que rescata Benjamin encuentra lo sagrado. Es, entonces, un poeta. Propone, Ernesto Baltar un análisis similar en términos que, por momentos, repiten el vocabulario que usó Pratt al describir el foco más amplio:
El flaneur hace botánica de asfalto para curarse del aburrimiento, no contempla la naturaleza ni siente nostalgia de ella. Se limita a pasear por ese mundo en pequeño creado por el mundo industrial que son los pasajes de París, llenos de tiendas, donde se siente como en casa: Es un hogar intermedio entre el interior de la intimidad y el exterior de la calle. Frente a los objetos de consumo fruto de la producción en serie Benajamin, como buen coleccionista, subraya el valor único, casi místico, irrepetible, sentimental, aurático de los objetos de bazar. (12)
El paseante hace botánica de ciudad sin nostalgia por la naturaleza. Es decir, va encontrando sus orquídeas y sus ortigas, sus helechos de ciudad. Más aún, al pasear es una figura anónima, parte de la masa. Esto permite experimentar un placer secreto, de libertad, a partir del cual se domina con la mirada el espacio. Se trata a los otros como si fueran cosas, puesto que no se interviene con ellos más allá de la mirada, la cual no permite constatar el contexto propio de la exterioridad que se observa. Es por esto que se trata de una apropiación, puesto que a lo otro observado se lo asimila a través de la mirada y el pensamiento, desde los prejuicios de cada quién. Por otra parte, el contacto por mucho tiempo con las cosas logra que haya mucha información grabada en el inconsciente que permite que se entienda más adecuadamente ciertos sentidos que son elusivos a quienes se acercan al contacto por primera vez. La conversación que da sentido a las cosas, propongo, no tiene que ser real, sino que también, desde el silencio, se entienden cosas a partir de conversaciones y experiencias viejas, archivadas en la cabeza. Tal vez estoy diciendo que no es lo mismo un paseante ajeno que uno local y que a más lejanía, más violentas resultan ser las apropiaciones del paseante por in-comprender el sentido propio de lo visto.
3. Acerco la toma: crónica de un encuentro
Lionel Villahermosa (Lío de cariño) transita el barrio sector Loíza desde sus dos años. Las especificidades geográficas se me escapan, mientras caminamos hacia su casa, a donde está regresando. Al llegar me explicará que todavía no tiene agua ni luz, pero una tía que vive al lado le pasará una manguera por la ventana en lo que se organiza. Mientras caminamos, me explica el deslinde entre el barrio Machuchal y el sector Loíza. Nos habíamos encontrado en esa calle que tantos recuerdos trae a mi acompañante, ahora en pleno desarrollo por los pequeños negocios de productos artesanales que han avivado el lugar para las clases sociales que antes se sentían incómodas al entrar a una barra local. En esta avenida que divide la parte rica de la parte pobre del área de Condado, hasta más o menos el 2012, habría encontrado principalmente un público de migrantes dominicanos, además de las comunidades pobres y negras tradicionales.
A Lío lo conocí en la UPR. Me quedaba pasmada al mirar los dibujos que vendía sobre una tela en la Plaza Antonia de la Facultad de Humanidades. Le compré un dibujo de unas manos que se difuminan en peces porque me parecía que es cierto que ciertas manos se escapan como peces. Luego, me enteré de que estaba haciendo la serie de coronaciones. Dibujos a lápiz en los que la parte divina de cada persona sale resaltada mediante su mano, que termina sus dibujos con coronas. Le pedí una coronación. A mí me coronó con corales, por Yemayá.
Lío, con mucho cuidado de no saltarse un detalle que fuera importante para entender el fenómeno, dice en voz baja que se siente desplazado, a la vez que no quiere parecer conservador. Es solo que él se conoce esas calles de toda la vida, por lo que puede irme diciendo dónde quedaba tal colmado, qué había allí o allá antes de que todo se fuera transformando. Estudió en la Goyco, hoy cerrada, me cuenta. Luego en la Central High, escuela especializada en Arte, y finalmente en la Universidad de Puerto Rico, Artes plásticas, con especialidad en Grabado e Historia del Arte. Me cuenta: “Mi papá es de la calle Progreso, hoy Cepeda. Se cría al lado de la familia Cepeda en Villa Palmeras. Fue de los primeros niños en integrarse a la familia. Luego murió de forma trágica”. Desde que él nació había una expectativa de que siguiera los pasos de su padre. Comenzó por sentirle el peso a los tambores cuando su hermano se mete a tomar clases también. Pero estuvo poco, ya que en ese momento más pesaba el recuerdo del padre, las imposiciones de la tradición y los muertos que nos poseen y se quieren quedar con uno. Aprendió en ese contexto a bailar los pasos básicos de los distintos ritmos de la tradicional bomba, luego siguió su aprendizaje en la calle.
Lo que me sorprende de Lío es que lo que haga le sale bien. Luego de graduarse de la UPR comenzó a trabajar en Bellas Artes. Ahí empezó a integrar la bomba a su trabajo como artista gráfico. “Tiraba un canvas y pintaba con los pies”. Esa serie se tituló Repricromo. En 2012 empezó a dibujar a mano una reflexión sobre el deseo, lo cual culminó en una serie de placas pequeñas que fueron a exposición en 2013 bajo el título Santificado sea el deseo, en Casa Ruth de Río Piedras. En 2014 publicó con ayuda de la poeta Nicole Cecilia Delgado, quien comenzó colaborando con el poeta Xavier Valcárcel en la Atarraya cartonera y hoy día tiene su propia imprenta en la Fernández Juncos en Santurce, otro lugar de desplazamientos y reapropiaciones, una serie de pequeñas crónicas en las que se poetizan algunas de sus experiencias de niñez en su barrio. Se titula La calma. Luego de eso hace La cuarentena (cuarenta dibujos en 40 días) que termina de exposición. De los cuarenta dibujos, tres o cuatro eran retratos de personas coronadas de modo simbólico. Eso deriva en lo que ya comenté, que culminó en exposición en 2015, titulada Las majestades.
En su trabajo siempre habla de lo sagrado. Mezcla imágenes religiosas de tradición católica, con la santería que hereda de su abuela que es iyalocha. Él, como siempre, guarda distancia. No quiere que sus ancestros lo dominen demasiado. Cuando vuelve al pasado se lo reinventa. Es conocido por bailar la bomba con falda, siendo hombre. La documentalista Gisela Rosario ha hecho un trabajo al respecto. Sus imágenes parecer bizantinas, además, pero dialogan también con el tarot. Ya ha realizado un cortometraje de una de las historias que aparecen en su colección de crónicas y además da clases de bomba.
La violencia del cambio que le cuesta enunciar está puesto claramente en sus cortas crónicas. Trato de pensar con él. Copio la primera escena para luego comentarla:
El gallo cantó más de tres veces antes de negarme a estacionar mi carro debajo del palo de mangó. Por el espejo retrovisor se veían los autos circular a paso lento por el expreso Baldority. Un avión anunciaba su pronto aterrizaje dejando un familiar eco sobre este antiguo barrio de negros. Después de aplastar la colilla en el cenicero del carro decidí bajarme.
Hace varios meses que evitaba a toda costa cruzar por esta calle y mucho menos detenerme. Este pedacito de ciudad que por años recorrí entero hasta el cansancio. En bici, patines, descalzo, con lluvia, entre pollitos y palomas infladas de arroz con leche. Mi Calle Calma. La emblemática vereda mencionada en las canciones de salsa. Pero para mí, La Calma fue otra cosa. Más que una calle fue un sector, una manzana, un perímetro de más de una vía. La Calma fue la brea recién puesta, el mural y sus mutaciones, los solares de múltiples usos, la doblecleta de mi hermano y mi abuela en su sillón. Fue también los perros de todos, los petardos, los balazos al aire, Doña Margot besando el retrato de su hijo en el muro, las revistas pornográficas descuartizadas en la cuneta, el taller y la vellonera.
Me senté en la esquina y comencé a hacer inventario. El palo de pana, la casa de Wilón, los árboles que sembramos con Tío Cano, el triste bohío, las colillas, la pompa, y los santos de abuelo.
Cuando mis ojos se dirigieron al callejón, Ale se me acercó.
–Dímelo primo. –me saludó con una sonrisa de esas que te sacuden de una. Sus andanas relucían coquetas y el indio tatuado en su batata derecha me miraba intimidante.
–Negro, dame un “gare”—le dijo mi primo al vecino.
Yo prendí el mío, mientras pensaba que el barrio seguía siendo de negros. Luego de un silencio cariñoso, mi primo se montó en una guagua y se fue. Al rato, un BMW se detuvo frente a mí. Yo sabía perfectamente a qué venía. El conductor bajó el cristal y me hizo señas con los dedos y los labios. Yo lo miré sacudiendo mi cabeza en negativa como quién dice: NO ES CONMIGO LA PENDEJÁ.
Regresé al inventario pero esta vez no logré apuntar. Me había perdido. Me vi en un lugar extraño, como si mi primo se hubiera llevado toda mi familiaridad en aquella guagua.
Elizabeth rompió el silencio.
–¿Cómo estás mi cielo? ¿Tan temprano aquí? No te beso porque estoy enferma. Ay regálame un cigarrillo mi amol.
Yo no le contesté. Seguía perdido. Llovió. Las gotitas sobre aquel toldo improvisado me hicieron regresar. Volvió a cantar el gallo.
CALLE CALMA 2014
El cuento-crónica parte de una noción de traición, puesto que el gallo canta como cuando Pedro negó a Jesucristo. El narrador de este cuento niega a su barrio. Esto lo confirma la renuencia a estacionarse y que, como dirá más adelante, lo evitara hace varios meses. Algún recuerdo estará ligado al palo de mangó, porque finalmente se estaciona en otra parte (supone el lector, porque no está dicho, pero es lógico) y se baja.
La próxima descripción de la calle desde adentro, desde memorias personales y afectivas, aclaran que el personaje la conoce bien por haberla vivido por años. Es un lugar de violencias y marginaciones, además de afectos, como bien aclara la alusión a los balazos y a Doña Margot besando la foto de su hijo en el muro. Me contó Lío en el tour casual que me regaló cuando fui a entrevistarlo, que cuando matan a alguien se hace un muro de la persona en la pared. Luego la violencia a la que alude en el relato delicadamente se aclara más. Llega el primo, saluda, comparten “un silencio cariñoso” y el primo se “monta en una guagua y se va”. Podemos pensar que conduce, pero la próxima escena aclara más. Este artículo sigue siendo estructurado por el foco, hasta casi sin querer. El conductor de ese BMW recoge jovencitos para favores sexuales. No está dicho, pero el silencio explica eso. Basta entender el sentido de los silencios, como la conversación cariñosa que tuvo el narrador con su primo justo antes. La negativa del personaje ante la solicitud no le regala paz. A partir de ese momento (bueno, desde que se va el primo) el narrador se “pierde”. Lo que antes conocía se le vuelve desconocido. Todo se vuelve “extraño”. Todos presumen que vino a “eso”. Incluso la voz que luego lo saluda y le pide un cigarrillo. Al final el lugar lo expulsa y el gallo vuelve a reclamar la traición.
El escritor Edgardo Rodríguez Juliá hizo, a partir de la muerte de Rafael Cortijo, una reflexión sobre el país y sus fronteras de raza, de clase, sobre las tribus que lo forman, muy importante para nuestra historia cultural. Para la redacción de esa crónica, titulada El entierro de Cortijo, el cronista llega en taxi, a la vez que auto-ironiza su incapacidad de entender algunos lenguajes secretos de esa otredad que quisiera poner en el mapa social del país. En contraste, la crónica de Lionel es corta. Es una estampa que va de la torre de la iglesia Santa Teresita a los “panderos esquizofrénicos”, de la simetría al caos:
La Torre de la Santa Teresita, con su cruz simétrica, se levantaba sobre un mar de gente. Los balaústres de concreto pintaban mis rodillas con un polvillo banco. Los panderos sonaban y las banderas se movían esquizofrénicas.
–Tití, ¿quién se murió? –pregunté más de tres veces.
–El Sonero mayor Lionel –me contestó mirando al cielo.
CALLE CALMA 1987
Lo que sucede es que no es lo mismo adentro que afuera. Otro recuerdo-crónica:
Nuestras rodillas nos servían de soporte y las manitas de mi hermana apretaban la varanda [sic] despintada. Sobre aquel piso agrietado mirábamos la ciudad. Un avión 747 se aproximaba, y el Mercantil Plaza brillaba como un chavito después de echarle ketchup. El reloj del Popular Center marcaba las 8:45. Papi dormía.
CALLE CALMA 1988
Aquí el narrador es un niño asomado por un balcón. El país hecho de lujos está lejos; allá: el avión de lujo, el centro comercial suponemos nuevo en el año 88, el Popular Center de Hato Rey que marca la hora, mientras el padre todavía está en la casa (antes se ha cronicado que de mayor le indican quién es su padre, encontrado en la calle) y su horario no coincide con el de esa torre que simboliza progreso y capital, que regula las horas productivas. Se trata de una voz colectiva que cuenta también los recuerdos de otros familiares, el padre, la madre, el primo, la señora, e, incluso, al final copia una canción que “rapeaba” (no era plena, no era bomba) Da Ro “desde la cancha de básquet”:
La Calma es un sitio conocido y popular
por eso es que ahora deso te vamo a hablar
cuando yo digo La Calma no pienses que es tranquilo
porque aquí a los guillaos no los recibimos
Pero no te preocupes si tú eres hombre humilde
porque aquí en nuestro reino podemos recibirte
La Calma tiene muchas historias ocultas
que si te las cuento de seguro que te asustas
La Calle Calma Wo-oh
La Calle Calma Wo-oh
La Calle Calma Wo-oh
La Calle Calma Wo-oh
Esa es la gente que tiene melaza…
Entonces, pienso en Betances y su voluntad de reclutar para construir una nación intra-insular de millones de habitantes que colaboren al margen de las potencias y sus capitales para la producción de otra noción de felicidad y progreso y veo, en ese himno de reggaetón sobre la Calma que no es tal, un posible soldado que sabe qué pasa en su calle y la canta, desde su amor y su violencia.
Bibliografía
Arroyo, Jossianna. Writing Secrecy in Caribbean Freemasonry. Pelgrave: 2013.
Baltar, Ernesto. “Aproximación a Benjamin a través de Baudelaire.” En: Aparte reí. Revista de filosofía. 46 (julio-2006): 1-18. http://serbal.pntic.mec.es/~
Baudelaire, Charles. El pintor de la vida moderna. http://s3.amazonaws.com/lcp/
Cotto Morales, Liliana. Ruta Betances. Redescrubre a Francia caminando junto a Betances. San Juan: Zoomideal, 2015.
Gilroy, Paul. The Black Atlantic. Cambridge, Mass: Harvard University Press, 1993.
Pratt, Mary Louise. Imperial Eyes. Travel Writing and Transculturation. London, NY: Roultledge, 1992.
Roach, Joseph. Cities of the Dead. Circum-Atlantic Performance. Columbia University Press, 1996.
Villahermosa, Lío. La calma. Edición Nicole Cecilia Delgado, 2014.