Día 16
Lo privado es raramente abordado de manera seria y contundente en el foro público o en los medios noticiosos. Todos hemos decidido vivir bajo ese refrán que dice que los trapos sucios se lavan en la casa, y a ese lugar de la pileta y el cordel hemos relegado el sexo, el deseo, las emociones, las relaciones de pareja, la comunicación y hasta la misma violencia. Hasta que la pileta y el cordel no aguantan más y estallan dejando que la muerte aflore como verdad. Ahí es cuando los reporteros y las cámaras se sienten con derecho de ser los ojos opinionados del problema y a través de los cuales vemos la tragedia en los televisores nuestras salas. Ahí sí la intimidad deja de ser excepción y se convierte en titular de primera plana. Pero, mientras la violencia ocurría, todos los ojos se hicieron ciegos y todas las bocas callaron, no había cámara que hiciera justicia antes de la muerte. ¿O acaso ha habido alguna?
Hay una furia contenida envuelta en cada palabra y cada gesto de este trabajo. Pienso tiene que ver con la rabia contenida por la impotencia que nos deja el no poder hacer nada por ninguna de estas mujeres que sufren y mueren ante nuestros ojos. No tan solo en escena, si no también detrás del titular del noticiero, y del maquillaje de la mujer ancla. Me llegué a preguntar en varias ocasiones, mientras veía la puesta, cómo las actrices pudieron encarnar aquel dolor “ajeno”. ¿Se habrán dado cuenta de que su cuerpo ha sido puente para las muertas, para que el silencio de sus tumbas hable? En ese momento comprendí la dimensión ritual que Víctor Turner sostiene que del teatro.
Los recursos utilizados generaron un sin-número de imágenes conmovedoras en escena, sin duda un trabajo depurado y complejo, bien logrado por parte de su director, pero también gracias a la gran habilidad interpretativa del elenco. El cuerpo de lxs actores transita entre los géneros, ampliando así la gama de interpretaciones y posibilidades de la violencia, se invierten, se subvierten, se contraponen, muchas imágenes que a su vez convierten la pieza en una experiencia concreta y entendible. A mi entender, es de las mejores piezas de teatro socio-político que se ha presentado en los últimos años, evita los símbolos trillados, el discursivo panfleto ideológico, el drama excesivo. Al contrario, escena por escena, alude a lo cotidiano, trabajando cada una como pequeños cuentos llenos de suspenso, desesperanza e impotencia.
Ha sido muy astuto Jaime Maldonado en traer esta puesta en escena en medio de esta coyuntura político-social en el que se encuentran las mujeres en la isla. Desde el comienzo del año el tema de la violencia de género y el abuso sexual lleva teniendo notabilidad en la palestra pública. Está siendo ampliamente discutido en foros académicos y culturales. Más aún después de la abrumadora ola de violencia que recibió Puerto Rico al comenzar el año 2019 con alrededor de 15 mujeres asesinadas, cifra que ha seguido aumentando en lo que va de año. Las historias de estas mujeres que fueron representadas en estos íntimos escenarios han sido las historias de todas esas mujeres muertas, maltratadas y abusadas.
Lo que hemos visto en escena no es ajeno a nuestra realidad televisiva ni a nuestra realidad física, encarnarlo es posible desde el sentir colectivo de la furia contenida, desde ese peso que cargamos en la espalda con cada mujer que asesinan en nuestro país, de ese miedo que se tiene de ser la próxima en morir. Ese era el miedo de cada una de las cuerpas, el de ser la próxima. Me pregunto si después de ver este trabajo seremos los mismos. ¿Nos taparemos los oídos y los ojos ante la violencia ajena? ¿O esperaremos a que nos sorprenda sabiéndola por el televisor de nuestra sala para después quejarnos del país y del patriarcado?