Don Benito: vivir por el bien común
Ya cantan los coquíes y cuento los minutos de un día de esos largos en los cuales el calor mezclado con la lluvia, más el cansancio, hacen que uno desee invernar. Son casi las siete de la noche y mi vecino, “el señor de Vieques”, no ha llegado para la entrevista acordada. Será en mi casa, ya que esquivaba el que la hiciéramos en su hogar que queda a tres calles de la mía. ¿Tendrá muchos cachivaches o una verdad oculta?
Me llamó hace aproximadamente tres horas. Bueno, me llamó él y la comunidad estudiantil del recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico, que era lo único que escuchaba. Don Benito, como sus vecinos le conocen, se encontraba en el paro de los gallitos. Me contó, con voz de aventurero, que los estudiantes “estaban en el medio y que la fuerza de choque quería sacarlos”.
Y es que Don Benito no tiene que ser profesor o estudiante del recinto (como lo es su hijo) para participar del paro, de las manifestaciones. “Siempre quiero defender todas las causas justas. Eso es ser activista. Puede ser por Vieques, por la UPR, por la Federación de Maestros, por Paseo Caribe, por la playa”, explicó con su voz grave, ronca y con pausas para toser. Llegué a pensar que el viejo se me iba al otro lao’ y que yo sería testigo vía telefónica.
Pasan los minutos y comienzo a traer pensamientos para ocuparme. No recuerdo exactamente cuándo fue la primera vez que vi a Benito Reinosa Burgos. Quizá fue recogiendo la basura de la calle, la que tiran los vecinos de la urbanización cerrada de al lado (¡comemierdas!), pescando en la laguna, izando una bandera símbolo de paz en la esquina de su calle o por televisión participando de alguna manifestación. Sólo sé que cada vez que lo veía tenía la curiosidad de saber quién es y por qué hace las cosas que hace. A sus 79 años, saca fuerzas para luchar por los derechos de otros, crear conciencia y ayudar a su comunidad.
El domingo vi a Benito esperando en el semáforo para cruzar la calle. Desde el carro lo llamé. Era una de mis oportunidades para lograr citarlo al encuentro. El sol no favorecía mucho al anciano, natural de Villa Palmeras. La juventud de su espíritu se desvaneció cuando aquella luz marcaba sin piedad los surcos de su piel. Cuando nos disponíamos a cambiar números telefónicos, me dijo entre risas que busca una tarjeta de presentación. ¡No es broma! Don Benito es gran defensor del ambiente y recicla los diminutos recibos de cobro de los periódicos que recibe en su hogar. Me mira fijamente y aclara: “Dicen mi dirección y yo les pongo el número. ¿Viste?”
No podía entrevistarlo los siguientes días. Siempre está ocupado. Yo deseo ser así a su edad. Me pregunto cuánta información se estará procesando por esa cabeza en estos precisos momentos. Cosas que hizo, cosas que hace, cosas por hacer, causas por defender, hechos históricos, leyendas, velorios, cenas… la vida.
Son las 7:15 y estoy sentada en la sala de mi casa. Mi ojo izquierdo ve un celaje. Sé que es él. Se había pasado. Salí para llamarlo. Cuando el barbudo don entra por mi puerta reacciona eufórico por la cantidad de figuras y vírgenes de la Guadalupe que tengo. Su amor al arte es evidente y le recuerda, cuando entramos en conversación, al amor que también su padre, Juan Reinosa Padilla tenía por él. Su antecesor era miniaturista y según cuenta Don Benito, donó obras a John F. Kennedy, a Luis Muñoz Marín y a Felisa Rincón de Gautier. Además fue periodista y taxidermista (preservador de especies). Por otra parte, la mamá de Benito, Isabel Burgos Díaz “era una jibarita de Orocovis que él (su padre) enamoró.” Agarra un crucifijo de madera y termina de hacer su entrada.
Aquí está. Entero, pelo blanco, piel quemada por el sol. No parece cansado. Desde las 9:00 de la mañana en la manifestación de la iupi y está aquí en casa como si hubiera roncado todo el día. Su lucha es un trabajo de tiempo completo y parece que el seguro social que le pagan se lo gana como sueldo en las manifestaciones.
¡Wao! Tantas horas bajo el rubio, con ese cabello poseído y parece que no soltó gota de sudor. Los macanazos recibidos en su vida de activista no han dejado marca, sólo huellas en su memoria que no desvanece a pesar de su edad. Empieza a proyectar su película.
Le ofrecí algo para picar, pero no quiso. Quizá su dieta naturista no lo deja degustar el Kool Aid de fruta o el Tang de china. Creo que tampoco va a querer alguna fritura. ¡Y yo que lo creía cervecero con esa pinta playera que trae! Del crú de la Schaefer, pero no. Se parece más a mi abuela, que me ve del cielo, en sus remedios naturales que en eso.
En un minuto me dio como cien recetas para deshacerme del mal de la sinusitis. Tiene remedios para su piel también. Tiene cáncer en la piel, se le ha regado y desconoce si fue a causa de sus años púberos en la playa o en sus cuatro años en Vieques. Para él son peores los monstros del capitalismo y del poder, que ese cáncer.
Don Benito fue asistente en un hogar de jóvenes, mozo, trabajó en vagones de transporte marítimo, como actor en filmes como El lenguaje de la guerra, extra en otros (como el de Ché Guevara), en documentales y ahora se dedica a defenderme a mí y a sus vecinos. Ha plantado banderas de paz, ha cogido cantazos, ha improvisado graffitis en las paredes aledañas a su casa y a la otra urbanización, ha sembrado plantas en el monte que da a la laguna… ¿qué no ha hecho? “Tengo un documental en casa. Uno que grabé y se llama Desahogo de un activista”.
Después de esa hora Benito me dijo que fui la primera persona a quien le había contado sus problemas familiares y una situación con una de sus hijas, que vio por última vez cuando ella tenía 7 años. Sé que contar esos problemas sería interesantísimo, pero guardo ese relato como un secreto y expongo a Benito como un misterio develado. «El señor de Vieques” lucha por todo lo que es sinónimo de vida.
“No sé como lo hiciste, pero te lo conté”, me declaró con voz entrecortada. A la salida el don me dio un beso en la frente. No me sorprende. Ahora saludarlo será como visitar a mi abuelo, a quien nunca pude conocer.
[Continuación de una serie de colaboraciones de estudiantes del curso Apreciación y Redacción de la Crónica Periodística, del Departamento de Comunicación de la Universidad del Sagrado Corazón.]