Don Pepe, el del mameluco
Pepe se crió en el orfanatorio de Puerta de Tierra, durante la tercera década del siglo pasado, pues fue huérfano de padre mexicano -que sin querer queriendo- lo procreó con una famosa espiritista de Puerto Nuevo.
A la noble abuela Cuca, de extraño pelo blanco corto para aquella época, la tuvieron que internar en siquiatría, por el desplante de su escurridizo amante extranjero, quien la abandonó con tres hijos, le dio su apellido y nunca más se supo de él. Por la vergüenza pública, producto del chisme popular y la burla de sus vecinos, Cuca no salió más de su casa. Asunto que nunca superó y por eso, no se le conoció más en su vida un amante, ni un amigo.
El niño Pepe, llegó hasta el sexto grado y de ahí se fue para Nueva York, a vender periódicos en las peligrosas calles de la ciudad capital del mundo. Allí vivió con Frank, su hermano mayor, que solo una vez visitó Puerto Rico y jamás cultivo relaciones con la familia.
Luego de varios años, Pepe regresó a la Isla con su madre y tampoco duró mucho con ella, por la crisis económica recurrente de Cuca, que por suerte tenía abolengo español, de apellido Trápaga.
Fueron ellos, los Trápaga, los bien acomodados Trápaga, parientes de los dueños de Plaza Las Américas, quienes se encargaron del joven al regreso de NY, ante la depresión mayor mental de su madre.
Doña Cuca, la espiritista, dependía para vivir de los donativos de sus clientes, que venían de todas partes, a consultarse con la “bruja Buena”. Ella se las cantaba todas y le echaba la culpa a las barajas españolas.
Cerca de esa casa embrujada de Cuca Trápaga en Puerto Nuevo, cuentan que vivía cerca el legendario artista Toño Martorell, que también se daba la vuelta, para compartir con la Cuca y su nieto, el parasicólogo Carlos Busquets Coss.
Por allí se vieron muchas veces carros de gobierno con escoltas, de donde entraban y salían gente importante, como el gobernador Luis Muñoz Marín y el entonces rector de la Universidad de Puerto Rico, Jaime Benítez.
También pasaban deportistas de renombre, íconos del país, como Johnny Báez, el legendario baloncelista, el zurdo de la Barandilla de Río Piedras, y Don Mariano, el bravo dirigente de los campeones Cardenales de Garriga, el mismo que vendía lámparas frente a la plaza de Río Piedras.
Más adelante, Pepe se convirtió en el representante artístico del muy popular e insigne duo nacionalista de Las Hermanitas Ocasio y mejor amigo del célebre pintor y voz nacional, Toño Torres Martino.
También declamaba poemas patrióticos en las tarimas de solidaridad con la República Española, en las del Partido Nacionalista, en las tertulias secretas del proscrito Partido Comunista y en algunos centros evangélicos progresistas.
¡Así de amplio era Pepe! Antes lo habían botado como bolsa, del Hospital de Veteranos «por comunista y subversivo.» Fue líder recreativo y de actividades culturales, hasta que le enviaron la famosa «cartita roja», que originó el célebre senador fascista McCarthy en USA, que salpicó a medio mundo, sobre todo a los nacionalistas de Don Pedro.
En ese hospital, Pepe conoció y se enamoró del amor de su vida, Blanca Pontón Carmona, de Comerío, la inteligente y hermosa terapista ocupacional de Puerto Rico, junto a su estóica hermana María Isabel.
Solo entonces, a la mitad de su vida, Pepe logró poner en pausa su agitada vida bohemia, ante el carácter sobrio de su esposa, conocida cariñosamente como Fanota, entre sus familiares de Comerío. Demás está decir, que por asociación, ella tambien fue expulsada del hospital «por comunista y subversiva».
Vivieron durante más de cuatro décadas en la urbanización Baldrich de Hato Rey, en donde ella se encargaba religiosamente de todos los asuntos vitales de la casa.
Además, Blanca viajaba en la guagua 14 de Roosevelt-Baldrich, diariamente a Río Piedras, donde era Directora del Departamento de Terapia Ocupacional del Centro Médico, que hoy lleva su nombre.
En verdad, la esposa de Pepe era una santa, una especie de Doña Bárbara moderna, que con solo mirar, estremecía. Era el tronco de la familia, junto a sus tres hijos subversivos y su esposo poeta y pequeño comerciante.
En su mejor momento profesional, Pepe fue Gerente de Ventas de Talleres Gráficos Interamericanos, junto a Tuto Marchand, Carlos Gallisá y Marcos Ramírez, todos exitosos nuevos empresarios independentistas, en los años sesenta del siglo pasado.
Ese caché duró poco, ante el empuje demoledor de la poderosa e implacable multi-millonaria familia Ferré, que los desplazaron del local y allí mismo fundaron el periódico El Nuevo Día.
De ahí en adelante, ya se le conoció como Don Pepe, el de los cuadros del Taller Cemí de Río Piedras. El papa de los tres revoltosos «tirapiedras y pone-bombas de la FUPI» (Federación de Universitarios pro Independencia).
Por eso mismo, una vez, a Pepe lo visitaron en su casa de la calle Independencia, un grupo de agentes bien grandes y rubios del FBI, para preguntarle sobre el activismo comunista de sus hijos revolucionarios.
Lo amenazaron, le gritaron y lo provocaron, sacándole en cara que los independentistas hablaban mucho, pero no tenían los votos.
Don Pepe, que rara vez alzaba sus voz, que no fuera para declamar poemas, les respondió indignado, algo que nunca olvido:
«Adolfo Hitler tenía los votos en la Alemania Nazi, el 96% y era un asesino. También su presidente Nixon tuvo los votos y era un ladrón. Go to hell, you son of a bitch. Get out! Go home! Yanki go home!»
Los agentes de gafas oscuras, no tan secretos, se metieron su lengua en el estuche, el rabo entre las patas y las chillaron enfurecidos, en su carro grande de cristales negros.
Don Pepe, el hombre de los mamelucos de mecánico cachendosos, de muchos colores, que le cosía su hermana Blanca, con su siempre bien combinada boina al estilo de Pablo Neruda, era valiente y honrado, pequeño de estatura e inmenso de corazón.
Escuchaba música de vanguardia, como a Pete Seeger, los Beatles y Joan Baez. Tambien leía a Whitman, Vallejo, Shakespeare y Julia de Burgos y se sabía sus poemas clásicos de memoria.
De mirada noble y humildad a borbotones, recitaba hermosos poemas de amor y revolución de Benedetti; regalaba cuadros en vez de venderlos y te invitaba a un trago, cuando lo visitabas en su taller-galería, detrás de la escuela República de Colombia de Río Piedras.
El mismo pequeño local que robaron y desmantelaron un domingo, llevándose todos los cuadros, sin que nadie viera o escuchara nada. Un robo muy sofisticado, con táctica profesional y guaguas de cristales negros.
Sobre esos temas y muchos otros de política y cultura, conversaba Pepe todos los días con los profesores de la Universidad. Por eso lo confundían con un catedrático o un personaje de la academia.
Más de una vez acompañó a sus hijos aspirantes a comunistas en los motines de la universidad, como muestra de solidaridad. También se hizo junto a su esposa Blanca, militante de carnet rojo del Partido Socialista Puertorriqueño (PSP).
Pepe, al quien el extraordinario actor Miguel Ángel Suárez, le gritó en medio del vestíbulo del teatro de la UPR: «Pepe, eres el único verdadero comunista que he conocido en mi vida».
Don Pepe, el que debido a sus valiosos conocimientos humanistas, producto sobre todo, de la tutela del prestigioso reverendo y líder espiritual, Domingo Marrero, confundían con un excéntrico intelectual bohemio.
Don PP, el entrañable amigo del insigne profesor Arturo Meléndez, al que torturaron con un révolver en la sien en Tlatelolco y nunca se quejó. El que tanto defendió a la Universidad de los politiqueros de turno.
José T. Coss, al quien todo el mundo quería y admiraba por su don de gente, murió masón e insistiendo en una idea muy profunda del Che, que hay que leer varias veces, para entenderla a cabalidad:
«La Revolución se hizo para el hombre, no el hombre para la Revolución.» (Léelo tres veces y piensa).
Todavía se le escucha cantando de Víctor Jara, el mártir cantautor chileno brutalmente asesinado por Pinochet: «Te recuerdo Amanda, la calle mojada…»
En fin, que no los olvido, Papi y Mami.
Viven en mi alma.