Don Quijote, representación y locura I
En el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte
de El Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha
“Estas son las fuerzas de la imaginación,
en quien suelen representarse las cosas con tanta vehemencia,
que se aprehenden de la memoria,
de manera que quedan en ella,
siendo mentiras, como si fueran verdades”.
(Miguel de Cervantes. Persiles, II: 15)
“Gracias al cielo, los sicólogos no leen el Hölderlin Jahrbuch”.
(Michel Foucault, El ‘no’ del padre, 1962.)
Cualquier lector cuidadoso de Cervantes, sin la necesidad de estar familiarizado con la evolución en el tiempo de la crítica en torno a su obra, reconoce de inmediato que estas relaciones son precisamente aquellas desde las que se definen los elementos estructurales y temáticos de la que ha sido bautizada como la primera novela moderna en la historia de la literatura: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Sin embargo, a pesar de los lugares comunes, que no son pocos, quien por primera vez incursione en los detalles de la crítica cervantina contemporánea se decepcionará si piensa que existen acuerdos claros y generalizados al tratar de sentar las bases para responder las preguntas que por ser las más obvias son las más profundas: ¿por qué es esta la primera novela moderna?, ¿cuál es la postura cervantina sobre la función de la literatura y del arte?, ¿qué es lo que exactamente tiene de actual? y ¿cuáles son, según Cervantes, las posibles relaciones entre verdad, realidad, historia y ficción? Más aún, hay otras cuestiones que no han sido abordadas con el mismo énfasis que estas anteriores: ¿en qué medida las preocupaciones e innovaciones teóricas y estructurales que Cervantes introduce en su novela corresponden o no a las propias del momento en que escribe? y sobre todo, ¿qué circunstancias hacían posible la aparición y desarrollo de esa polifonía de voces y temas que el crítico ruso Mijail Bajtin llamaría “estructura dialógica de la novela”?
Hacia el año 2005 tuve el privilegio de aportar a la conmemoración del IV Centenario de la publicación de la primera parte dela novela con un seminario y un curso regular de un semestre en la Universidad del Sagrado Corazón en Santurce.2 Durante de todo el año 2015 debimos haber conmemorado el IV centenario de la publicación de la segunda parte.3 Comparto algunas consideraciones nacidas durante esos 10 años.
Sabía que volverme a sentar con Cervantes y Don Quijote sería, como siempre, una experiencia de cuidado. Y de cuidado en varios sentidos. Primero, porque corría el riesgo de quedar atrapado por la fascinación para luego no querer regresar al mundo cotidiano. Pero más allá y de mayor peligro aún es esta insistencia que, de repente, ocuparía todos los espacios de mis anaqueles de libros que es casi el sinónimo de los espacios de mi conciencia y mis noches y que comenzaría, irremediablemente, a imaginar todo tipo de implicaciones y relaciones entre la novela, el mundo y todas mis otras lecturas. Ya decía Lezama Lima en uno de los ensayos incluídos en Tratados en la Habana ((José Lezama Lima. Tratados en La Habana. Obras completas II. México: Aguilar, 1977. p. 393)), que “cuando se problematiza lo misterioso se corre el riesgo de seguir viviendo en el misterio sin naturaleza” y esa, precisamente es mi interpretación de la locura de don Quijote: vivir en el misterio sin naturaleza.
En los cursos que tomé en la Universidad de Puerto Rico con Ludwig Schajowicz, su inseparable Luisita y Mandfred Kerkhoff pude enterarme que Friedrich Nietzsche, que pasó los últimos 11 años de su vida internado en un sanatorio mental, le había escrito a su amigo Erwin Rhode lo siguiente: “Releo el Don Quijote no porque sea la lectura más grata, sino porque es la lectura más amarga que conozco”4; y que Sigmund Freud, en una carta que le escribe a su novia, Martha Bernays, le decía que con su amigo de juventud Eduard Silberstein había estudiado Español y que llegaron a compartir “una mitología propia con nombres secretos que habían tomado de un diálogo de Cervantes”. Y añade que: “Él se llamó Berganza, yo Cipión”.5
Como nos advierte Sánchez de Armas, se refería, Freud al Coloquio de los perros, una de las 12 novelas ejemplares de 1613. Así, como recurrencia obsesiva, fui encontrando a Cervantes y la locura de don Quijote en todos los textos que tomaba en mi mano. El mismo Carlos Marx, según los recuerdos de su yerno Paul Lafargue, tenía una opinión sobre la locura de nuestro personaje como “una en la que satirizaba los valores decadentes de una burguesía emergente”.6
“Loco soy, loco he de ser” dice don Quijote a Sancho en Sierra Morena (236)7, mientras piensa en la carta que enviará a su señora Dulcinea. Sin embargo, cuando se refiere a la respuesta esperada añade: “[…] si fuere al contrario [de lo que espera] seré loco de veras y, siéndolo, no sentiré nada” (238). En un pasaje anterior en el mismo capítulo le ha dicho, también a Sancho:
Ahí está el punto y esa es la fineza de mi negocio, que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias: el toque está en desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto ¿qué hiciera en mojado? (236)
¿Qué tipo de locura es esta que puede ser fingida? ¿Qué tipo de locura es esta que de fingida puede tornarse en real? ¿Qué tipo de locura es esta que en su intermitencia razonante reconoce sus períodos de desvaríos? Comenzamos con una primera clave. Si volvemos a leer la descripción física que se hace de nuestro personaje en el capítulo primero de la novela en la que se explican las causas de su locura, se dice:
Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. (28)
Para entonces añadir:
… se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. (29)
En su Literatura y psiquiatría,8de 1950, del siquiatra español Antonio Vallejo Nájera podemos encontrar una primera respuesta para nuestro interrogante: ¿qué locura es esta?:
Ente de imaginación o personaje real, el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es un enfermo mental que padece la enfermedad psíquica denominada paranoia. (36)
Carlos Varo, en su detallada investigación,Génesis y evolución del Quijote, sugiere que Vallejo Nájera sigue de cerca las categorías propuestas por Emil Kraepelin (1856-1926), al momento considerado padre de la siquiatría moderna, y según las cuales cuando el paranoico está fuera de su delirio, piensa, obra y siente como un sujeto normal: es, entonces, un loco razonado. Sin embargo, continúa su análisis identificando la insistencia cervantina hacia la representación biopatológica de sus personajes. Es decir, a cada uno le asigna el físico que le corresponde según su temperamento lo que de por sí constituye una sutil pero evidente alusión a la antigua teoría de los humores de Hipócrates y Galeno.9
Demuestra Varo como Unamuno, consciente del contexto de la novela, propone, precisamente desde esa teoría de los humores y los temperamentos, que el loco de la Mancha es un colérico que muere de melancolía10. También nos apercibe de que no debemos olvidar que Rodrigo de Cervantes, el padre de Miguel de Cervantes, era boticario-cirujano y que a pesar de su condición social, debió haber tenido a la mano los libros necesarios para su oficio de los que pudo haberse aprovechado el novelista. La mayoría de los biógrafos están de acuerdo en que al menos hay dos de esos libros que debieron haber formado parte de su biblioteca: el primero, el Libro de la Melancolía, del doctor Andrés Velásquez publicado en español en 1585 y el segundo, el Examen de ingenios del doctor Juan Huarte de San Juan publicado por primera vez en 1575 con una revisión, expurgada por la Santa Inquisición, de 1594. A estos pienso que habría que añadir el de Andrés Laguna, médico de Carlos V y de Felipe II, titulado Pedacio Dioscórides Anazarbeo acerca de la materia medicinal y los venenos mortíferos, publicado en 1555, y al que don Quijote hace referencia en el capítulo XVIII de las primera parte, y también el opúsculo de Alonso de Freylas, médico de cámara del arzobispo de Toledo, con el tan pintoresco título de Si los melancólicos pueden saber lo que está por venir o adivinar el suceso bueno o malo de lo futuro con la fuerza de su ingenio o soñando. Este último es importante porque destaca la posible relación, ya clásica en el Siglo XVI, entre el ingenio y la melancolía. Este es un asunto que se fundamentaba en la tesis tradicionalmente atribuida a Aristóteles, que se identificaba como el Problema XXX,1. (en el que se establece una relación entre el “ingenio” y la “melancolía”) y que Cervantes pudo haber conocido en el libro de Velásquez.11
Sin embargo, debemos aceptar que el contexto desde el cual Cervantes pudo haber definido las difíciles relaciones entre ficción, verdad, representación y realidad podría ser el que le proporcionaban las teorías de la creación literaria vigentes en el Renacimiento y que se fundamentaban en tres supuestos básicos: primero, la literatura es uno, pero no el único, de los posibles medios de representación de la realidad; segundo, toda representación de la realidad conlleva siempre consigo algún elemento de ficción; y tercero, el más importante de los tres supuestos, existe una clara distinción entre literatura y realidad como esferas independientes de la experiencia.12
Varios cervantistas como Jean Canavaggio, Américo Castro y Martín de Riquer demuestran sin lugar a dudas la lectura que pudo haber hecho nuestro novelista de estos principios reguladores de la ficción que provenían, principalmente de las Poéticas de Horacio y Aristóteles13. Se pudo haber dado este conocimiento, no tan solo a través de las reflexiones de Castelvetro en su traducción de 1570, y que se concentraban en el concepto aristotélico de verosimilitud de la fábula, del cual nos ocuparemos en un siguiente número de esta revista, sino también a través de la Filosofía antigua poética de Alonso López Pinciano. Esta última es una influencia mucho más cercana y probable, si consideramos que fue publicada en 1596 en Valladolid, pocos años antes de la fecha en la que podemos documentar con seguridad la presencia de Cervantes en esa misma ciudad hacia la que se había movido siguiendo el establecimiento de la Corte de Felipe III. Este posible contacto se hace aún más importante al pensar que pudo haberse establecido, precisamente, durante el tiempo que debió haber dedicado a completar la redacción de la primera parte de su Quijote.14
Hay, sin embargo, evidencias textuales, a nuestro parecer, mucho más confiables. Tomando en cuenta que la motivación inicial de la novela, tal como se establece desde el dialogado prólogo, hubiese sido la de censurar, a través de la parodia, el contenido de los libros de caballerías y su efecto nocivo para la imaginación del lector, serán esenciales, para este propósito, tanto la oposición aristotélica entre historia y poesía, como la definición de las cualidades que según la Poética deben delimitar la estructura de la fábula para alcanzar, no la verdad, sino su apariencia o verosimilitud. A lo largo de las dos partes de la novela y, sobre todo, en boca de distintos personajes, van apareciendo los argumentos con los que se señala esta deficiencia en los libros de caballería. Escuchemos algunos ejemplos. En el capítulo 47 de la primera parte, mientras regresan a don Quijote encantado-enjaulado a su hogar, dirá el canónigo de Toledo:
Verdaderamente, señor cura, yo hallo por mi cuenta que son perjudiciales en la república estos que llaman libros de caballerías; […] y según a mí me parece, este género de escritura y composición cae debajo de aquel de las fábulas que llaman milesias que son cuentos disparatados, que atienden solamente a deleitar y no a enseñar”[…] no se yo como puedan conseguirle, yendo llenos de tantos y tan desaforados disparates”. (489)
Por otra parte, en el capítulo tercero de la segunda parte, mientras don Quijote censura a Cide Hamete Benengeli, el cronista/historiador cuyo texto sirve de base a la traducción que se convierte en novela, por haber violentado los preceptos de la Poética, Sansón Carrasco argumenta que:
Así es; pero uno es escribir como poeta y otro como historiador: el poeta puede contar o cantar las cosas, no como fueron, sino como debían ser, y el historiador las ha de escribir, no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna. (569)
La segunda parte del Quijote, dirá el filósofo francés Michel Foucault, es un texto que se repliega sobre sí mismo; es un texto que se convierte en objeto de su propio relato. Por lo tanto, en esta segunda parte, el Quijote I, viene a sustituir la función que en la primera parte se le otorgaba a los libros de caballerías. Si en la primera parte debía guardar fidelidad a los modelos que se derivaban de esa lectura, en la segunda debe conservarla con la primera. Esta incrustación de una en otra requerirá también una evolución en las estrategias de la representación de la locura. El drama central que se había generado desde su referencia a los libros de caballerías evoluciona hacia el drama del libro que se sabe a sí mismo como libro en el proceso de hacerse15. Carlos Fuentes y Julio Ortega entre otros, nos recuerdan dos ejemplos en la literatura hispanoamericana contemporánea en los que se recurre a una estructura análoga: las páginas finales de Cien Años de Soledad, en las que la trama se desenvuelve mientras que Aureliano Babilonia la va descifrando en los pergaminos de Melquíades, y el cuento “La continuidad de los parques” de Julio Cortázar (Final del Juego) en la que un personaje, atrapado por la ilusión novelesca, será asesinado en el momento en que lee sobre su propio asesinato en la novela que lee.16
Del otro lado de la experiencia literaria, como sugiere Marthe Robert, a través del recurso de la verosimilitud los lectores dejamos de lado nuestra conciencia de que la ficción es ficción y participamos de la simulación; de la representación de un original que no existe más allá de su propia representación.17 Quien fuese otro de mis profesores, don José Echeverría en su Libro de convocaciones escribía que en el capítulo 12 de la segunda parte del Quijote Cervantes define la misión de la literatura como la de “ponernos un espejo a cada paso delante, donde se ven al vivo las acciones de la vida humana”18. Se trata de ese espejo que, como escribe don Pepe siguiendo a Stendhal, siempre ha sido el paradigma de la representación que en su paradoja presencia/ausencia ha atormentado, consecuencia primaria de la locura, a la filosofía y a la literatura desde Platón hasta hoy. En El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, “el espejo nos ofrece simultáneamente la imagen del camino y la de nuestro caminar por él”.19
- Quills. Escrita por Dough Wright y dirigida por Philip Kaufman, septiembre de 2000. El actor Geoffrey Rush fue nominado para mejor actor por su representación del Marqués de Sade. [↩]
- El seminario se ofreció en reuniones de 3 horas por 6 sábados consecutivos. [↩]
- “Durante todo el año” en este contexto tiene una interpretación literal de acuerdo a los documentos que, según los comentarios de Francisco Rico en la edición conmemorativa de la Academia de la Lengua en 2005, debían insertarse en los libros de la época. Aunque la Tasa y la Dedicatoria al Conde de Lemos llevan las fechas de 21 de octubre y 31 de octubre de 1615 respectivamente, la Aprobación civil, firmada por el Licenciado Márquez Torres, tiene la de 27 de febrero. [↩]
- Werner Ross. Friedrich Nietzsche. El águila angustiada. Una biografía. Barcelona: Paidos, 1994. p.225 [↩]
- Después de la publicación de las cartas entre Freud y Silberstein este interés es de conocimiento geberalizado. En: “Unas palabras del profesor Freud sobre la versión castellana de sus obras completas” que podemos leer en la página XLI del Tomo I de la tercera edición en Español para la Editorial Biblioteca Nueva, declara abiertamente su interés de “leer el inmortal Don Quijote”. Consulté y recomiendo, también, el bello texto, de 2011, “Juego de ojos: Cervantes y el Psicoanálisis” de don Miguel Ángel Sánchez de Armas en: http://www.razonypalabra.org. [↩]
- Véase, por ejemplo: José Antonio López Calle. “Marx, Pierre Vilar y el Quijote”. El Catoblepas. Revista Crítica del Presente. http://nodulo.org/ec/2009. [↩]
- Uso la edición del IV Centenario publicada por la Asociación de Academias de la Lengua Española en 2005. [↩]
- Antonio Vallejo Nájera. Literatura y psiquiatría. Barcelona: Editorial Destino, 1950. p. 36 [↩]
- Carlos Varo. Génesis y evolución del Quijote. Madrid: Ediciones Alcalá, 1968. p. 27 [↩]
- Carlos Varo, p. 32 [↩]
- Carlos Varo. P. 33 [↩]
- Así se establecía en López Pinciano. [↩]
- De Américo Castro, El pensamiento de Cervantes. Barcelona: Editorial Crítica, 1987. De Martín de Riquer, Para leer a Cervantes. Barcelona: El Acantilado, 2003. De Jean Canavagio, Cervantes. Madrid: Espasa Calpe, 2003. [↩]
- Canavaggio, p. 64 [↩]
- Michel Foucault. Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. México: Siglo XXI, 2001, p. 55 [↩]
- Carlos Fuentes en “Cervantes o la crítica de la lectura” y Julio Ortega en “Final: Una teoría del Juego” La cervantiada. Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1994. [↩]
- Marthe Robert. Lo Viejo y lo Nuevo. De Don Quijote a Franz Kafka. Caracas: Monte Ávila, 1965. p. 28 [↩]
- José Echeverría Lláñez. Libro de convocaciones 1. Cervantes, Dostoyeuski, Nietzsche. Barcelona: Anthropos, 1986, p. 36 [↩]
- Echeverría, p.12 [↩]