Dos o tres cosas que un cine puertorriqueño puede aprender de Qué joyitas 2
Para Juanpi Díaz
Amigos que a leerme comencéis,/ no lo hagáis por mera afección,/ ni al leer os escandalicéis;/ el libro no contiene infección,/ si bien tampoco una gran perfección./ Si no aprender, os hará reír;/ otro argumento no puedo elegir/ ante ese vuestro dolor insano./ De risa y no de lágrimas quiero escribir,/ ya que reír siempre es lo más humano./ Vivid alegres.
-François Rabelais
Digámoslo a la entrada para que después no se nos acuse de defender lo indefendible: Qué joyitas 2 es una porquería de película. Cine chabacano y grosero, vertedero rebosante de mal gusto. Infame. Aclarado esto, añadimos que es una película muy, pero que muy, graciosa. Además, económicamente exitosa en Puerto Rico, pues en las semanas en que estuvo en cartelera recaudó alrededor de medio millón de dólares. Algún mérito debe tener, pues, esta porquería, pero no pretendemos defenderla ni condenarla. Más bien nos interesa auscultar qué elementos de su producción pueden sernos útiles a la hora de hacer un cine puertorriqueño de naturaleza artística.“Cine puertorriqueño.” ¿Cómo definirlo? Por comenzar por algún sitio, apropiémonos la propuesta de 1948 de Emilio S. Belaval sobre el teatro y sustituyamos “teatro” por “cine”: “Algún día tendremos que unirnos para crear un teatro puertorriqueño, un gran teatro nuestro, donde todo nos pertenezca: el tema, el actor, los motivos decorativos, las ideas, la estética. Existe en cada pueblo una insobornable teatralidad que tiene que ser recreada por sus propios artistas.” Un gran cine nuestro, donde todo nos pertenezca.
En Puerto Rico se hace cine, tan bueno y tan malo como el que se hace en otras latitudes del planeta. No somos ni más ni menos que los demás. Lo que nos falta, sin embargo, es “un gran cine nuestro”. Un cine cuya excelencia equivalga a la excelencia consistentemente demostrada por puertorriqueños como Julio Rosado del Valle o Anjelamaría Dávila en sus respectivas disciplinas artísticas. Un cine que pueda colocarse al lado del cine de maestros como Ousmane Sembene, Glauber Rocha, Miguel Littín, Tomás Gutiérrez Alea, Satyajit Ray, o Sara Gómez. Un cine que sobrepase la obra de esos maestros. Un cine en el que los puertorriqueños nos podamos reconocer en todas nuestras dimensiones y contradicciones.
Qué joyitas 2 no es ese cine. Pero contiene cualidades que pueden sernos útiles al realizar ese cine. Veamos algunas:
—Una de las bellezas de este filme es su presentación de la grosería de nuestro paisaje. Hay que estar bien ciego para no ver que esta isla es fea como ella sola. Nuestro entorno es un horror de anuncios comerciales, construcciones sin imaginación ni sensibilidad, pintadas de colores berrendos, pequeño espacio saturado de lo peor que puede ofrecer el neoliberalismo global a su periferia. Qué joyitas 2 nos presenta un paisaje que desmiente el paisaje requerido y fabricado por la empresa turística. En vez, nos ofrece un sentido de lugar específico, un ambiente muy reconocible, al desarrollarse en espacios que inevitablemente reconocemos nuestros: comeyvetes, autopistas, urbanizaciones, estos sitios tan vulgares en los que, pese a la negación colectiva, todos convivimos. La presentación de un paisaje así, sin adornos ni concesiones al gusto del mercado, muy bien puede enriquecer nuestra comprensión de la colectividad y su desenvolvimiento.
—En Qué joyitas 2 aparece una toma de las dos banderas que con ubicuidad envilecen nuestro ambiente. Para los que aquí nacimos y vivimos, esa es una presencia tan cotidiana como la salida del sol. Y sin embargo, la realidad es que un país con dos banderas es una total y absoluta aberración. Necesitamos un cine que nos permita reconocer esa deformación y la utilice para comentar las implicaciones que tiene para nuestra cotidianidad. (Nuestros artistas plásticos dan cátedra en este asunto.) El cine es un medio ideal para lograr esa distancia crítica. Por ejemplo, en su película Days and Nights in the Forest, Ray incluye una escena en la que unos amigos, que han vivido en la metrópoli, comentan que el campo de Bihar “se parece a Inglaterra”; esa visión colonizada de su propio entorno enriquece toda la película. Detalles que aparecen por los márgenes pueden contextualizar un espacio político; por ejemplo, en una de las secuencias más celebradas de Xala, Sembene puntualiza una discusión sobre el coloniaje con la presencia constante en la toma de un mapa en el que el continente africano está dividido por naciones europeas. Un cine puertorriqueño que conscientemente evidencie nuestra visión colonizada sería provechoso para limpiarnos la mirada.
—Al paisaje, añadimos la comida. Si, como nos enseña Ortiz Cuadra, somos como comemos, esta película presenta un retrato inquietante de nuestra sociedad. Aquí los personajes compran tripletas en comeyvetes o guagüitas, y las engullen a la carrera en cualquier lugar. Qué joyitas 2 le da apropiada muerte a las comidas en mesas bien puestas con manteles finos donde la Mítica Abuela preside silenciosa ante la dichosa, modélica y fraudulenta unidad familiar boricua.
—El gran cuco de toda producción cinematográfica es el dinero. Una de las estrategias para financiar cine es la de incluir pautas comerciales durante la película. Esta película no es la excepción, pero lo hace feliz y desvergonzadamente. Nos presenta el anuncio y los auspiciadores como tales, sin disfrazarlos, integrados abiertamente a la acción de la película. De este modo, nos permite reconocer el asunto económico como parte de la obra misma. (Godard da el ejemplo: Tout va bien comienza con un recuento de los gastos incurridos en su realización; en Weekend, un grupo de personajes clama que son “los actores de la co-producción italiana”.) Reconocer la economía detrás de la producción cinematográfica es un modo de revelar cómo se crean las imágenes en el mundo capitalista. En manos de un artista, este recurso, que en Qué joyitas 2 es meramente el cumplimiento de un compromiso contractual, podría ser un arma crítica, enriquecedora para los espectadores.
—“De la animalidad no hay salida”, nos dijo Mara Negrón, y Qué joyitas 2 se tira de pecho a esa gran niveladora de los humanos que es la carnalidad. La mayoría de los chistes de esta película dependen de algún desorden en las funciones fisiológicas del cuerpo, un cuerpo reducido a los sistemas digestivos y reproductivos. Copular y defecar: esta película despachurra el Manual de urbanidad de Carreño y por eso nos emplaza a todos.
—¿Para quién se trabaja? En este filme uno de los personajes le pregunta a su esposa—mujer bisexual que acostumbra a tener sexo con mujeres con el aval de su esposo—qué va a hacer en la tarde. La mujer le contesta que se va a dedicar a tener sexo y que para ello está “esperando a Mayra López”. Este es un chiste que sólo en Puerto Rico puede ser entendido, lo cual es muy revelador de los objetivos de sus productores. Qué joyitas 2 está concebida para un público específicamente puertorriqueño. Le importa un pepino angolo lo que puedan pensar de ella en el Festival de Berlín. No tiene la menor intención de acomodarse a la tan cacareada internacionalización en vías de conseguir un mercado. No habla un idioma que pueda ser traducido a un lenguaje global. Es cine pensado desde lo local: exactamente como el de Bergman, Fellini o Kurosawa. Ninguno de ellos dejó de ser sueco, italiano o japonés para lograr aceptación internacional. (Nilita Vientós Gastón: “Lo nacional no es la negación de lo universal: es el único camino para llegar a él.” Franz Fanon: “La conciencia nacional, que no es el nacionalismo, es la única que nos da dimensión internacional.”) En su afán de colocarse en un mercado global, un cine puertorriqueño corre el riesgo de ser nada.
—La visión de mundo de Qué joyitas 2 es exclusivamente la de la masculinidad hegemónica; cada imagen, cada chiste, aparece en función de esa particular mirada. Me pregunto qué puede gustarle al público femenino de esta película tan meridianamente macharrana. Sorprende el que la misma genere tanta aprobación entre un público de mujeres (mayoritario la noche en que vi la película) que a voz en cuello expresa su regusto. (Esto es un misterio que no intentaré descifrar.) Sorprende, porque la función de un número considerable de las mujeres que aparecen en pantalla es ser “carne” para el consumo visual masculino, pues predomina un festín de turgencias rebosantes y rebotantes. (Aquí Denissa condena a Nicole Kidman al desempleo.) Muy lejos estamos de hacer una apología de este hecho, pero somos conscientes de que en Puerto Rico tal cosa parece ser muy aceptable. (Recordemos que esta es la nación de los muy consentidos “Bombones de la Semana”.) Sin embargo, hay que consignar que, en la secuencia del desnudo femenino más gráfica de la película, la mujer en cuestión es retratada en un acercamiento en el cual son visibles marcas, lunares, chichos. Un cuerpo tal cual, carente del maquillaje y el photoshop que universalmente cubre las “imperfecciones” corporales en la mercancía fílmica y fotográfica global. Independientemente de nuestra posición en torno a la representación del desnudo femenino comercial, la presencia en esta película de una mujer desnuda sin complejos es francamente excepcional en este mundo estandarizado de cuerpos anoréxicos, siliconados y digitalizados. Y en esta fiesta de deseables chichos ciertamente nos podemos reconocer.
—De acuerdo a los cánones hollywoodenses, los actores en este filme son “ordinarios”, y hasta “feos”. Esto es, son exactamente como todo el mundo. La película prescinde del sistema de estrellas de Hollywood, de figuras cuya perfección física es inalcanzable para la mayoría de la humanidad, perfección fabricada que nos deforma provocándonos un malsano sentido de inequidad, inferioridad. “Estrellas” que hacen que nuestras vidas parezcan tan faltas de belleza, que únicamente pudiéramos alcanzarla con la compra de un boleto para la más reciente mercancía. (Consideremos, en cambio, los filmes de Sembene o de Pasolini, llenos de personas que no son actores, escogidas en las calles, gente común y corriente, viejos y jóvenes: todos son bellos.) Imposible no reconocerse y regocijarse en Qué joyitas 2, si en ella, somos excepcional e irresistiblemente hermosos.
—Con el objetivo de presentar un inextinguible aluvión de chistes de discutible gusto, Qué joyitas 2 se vale de una trama inexistente, con un sinfín de secuencias sin ilación y cambios de lugares sin ton ni son. (Relatar la trama de este mejunje narrativo es simplemente imposible.) A la ausencia de un relato razonable se suma un total desinterés por demostrar algún nivel de competencia técnica. Ninguna concesión a reglas habituales del cine en la fotografía, la edición o el sonido. (Ah, pero lo mismo hizo Godard en Sin aliento…) Significativamente, como público no nos importa ninguna de las “faltas” anteriores. Esta película carece de pretensiones a todos los niveles. Se reconoce a sí misma como una porquería y se comporta como tal, sin complejos, sin excusas (“soy cafre y qué”). Técnicamente, el filme se alinea con el dictum de García Espinosa sobre un “cine imperfecto”: “Hoy en día un cine perfecto—técnica y artísticamente logrado—es casi siempre un cine reaccionario.” En efecto, la técnica de una película siempre delata su infraestructura ideológica. Pensemos en Steven Spielberg, ese indiscutible maestro del cine capitalista. En su Schindler’s List, el brutal trayecto en tren de los prisioneros a su muerte en un campo de concentración es fotografiado con el más pintoresco primor. En ese cine, cada escena se rueda como un anuncio comercial, pues la mercancía siempre debe lucir bien. Se presume que quien va al cine no va a pensar, sino a enajenarse y, por ello, le garantiza a su multitudinario público que, por espantosa que sea la historia que se cuenta, el dinero y el tiempo que entregó en la boletería es una “buena inversión” y no un despilfarro. De más está decir que Qué joyitas 2 también cae en ese mundo mercantil, pero aquí la estrechez técnica no es una elección, sino una obligación económica que sus productores han sabido aprovechar avispadamente. Nuestros recursos económicos serán modestos o inexistentes, pero talento y calidad nos sobra. Hacer de la insuficiencia económica un logro—convertir limones en limonada—es una destreza imprescindible para artistas que laboran desde la carencia. Utilizar esa carencia con inteligencia puede conducirnos a un cine que, como señala García Espinosa, “puede divertirse, precisamente, con todo lo que lo niega”.
Qué joyitas 2 no es “un gran cine nuestro”. Pero podría serlo. En manos de un artista, sus cualidades podrían darnos esa obra que nos apremia. Para ello, es imprescindible que el fin único de la producción no sea hacer dinero. Realizar un cine que, con imaginación, se atreva a desafiar las fórmulas enajenantes del mercado. Un cine comprometido con revelarnos. Un cine que nos invite a la controversia útil. Un cine para ver con los ojos—el entendimiento—bien abiertos. Un gran cine, donde “todo nos pertenezca”.