Dualidad precaria: Estado, Sociedad y el Huracán María
En ese sentido, Puerto Rico enfrenta cuatro tormentas simultáneamente. La primera sin duda son los límites del Estado y el gobierno ante la crisis fiscal que confronta. O lo que es igual, la hipótesis-adagio: Precariedad fiscal > coarta > Soberanía. Soberanía entendida como, además de la autoridad suprema de un Estado, el espacio de maniobra (contingente a los recursos –reales o futuros – disponibles y a las emergencias que se le presenten), para ejercerla en el territorio de su jurisdicción. Por tanto, el espacio de maniobra de Puerto Rico se ve severamente coartado por la insuficiencia en la disponibilidad y desembolso de recursos monetarios para rendir servicios esenciales a la ciudadanía. El problema se exacerba cuando gobierno lidia con, y tiene un ente federal por encima de lo que se presume es la autoridad suprema del otro ente que llamamos Estado, cuestionando cada centavo a utilizarse. Evidentemente, ante la emergencia, la tirantez entre gobierno y Junta se suavizará. Pero, sin duda, nos consta actualmente el hecho y en los meses venideros percibiremos los límites de lo posible en la gestión del Estado.
Las próximas dos tormentas son evidentemente Irma y María. La primera demostró nuestra eterna susceptibilidad a las inundaciones. Décadas de manejo deficiente del terreno, de construcción desmedida, des-regulada, clandestina e impune trae consigo la inadecuacidad de la estructura física perennemente susceptible a inclemencias meteorológicas y su efecto cotidiano en Puerto Rico: deslizamientos de terreno. Constatamos también así lo que es la puesta en jaque de una necesidad primordial: vivienda. El otro aspecto de esto es la obsesión por décadas con el suburbio, pero particularmente la masificación del fenómeno suburbano en el último cuarto de siglo. El resultado está ante nuestros ojos: la desconexión social y física de la ciudad –y la ciudadanía – que trae consigo la sub-urbanización, se da en el fenómeno observable de filas extensas en las gasolineras, no solo para llenar el tanque del carro, sino también para abastecernos de combustible en contenedores más pequeños para alimentar la otra máquina que se nos impuso como necesidad: la planta eléctrica. Vivir lejos de la ciudad, la ausencia de un sistema transporte público fiable y la ausencia de una cultura que haga de su uso una normativa cotidiana, hace del vehículo de motor una necesidad forzada que en combinación con esta emergencia hace más patente nuestra fragmentación como sociedad. La presencia de agentes de ley y orden en las gasolineras para impedir que explote la bomba de tiempo que está dentro de nosotros es prueba de ello. María lo que hizo fue sacar a la superficie lo que ya existía.
La cuarta tormenta es la más perturbadora y la que podemos constatar todos los días desde el golpe de María. Me refiero a la respuesta deficiente, precaria del Estado. Contrario a la catástrofe de Katrina y Nueva Orleans, en Puerto Rico los límites de la gestión del Estado no se dan por omisión o indiferencia depravada, sino porque a través de décadas de pobre gobernabilidad, fiscalidad y consentimiento, no nos queda elección. Ello trajo consigo prospectos perturbadores; se hicieron evidentes en las deficiencias del sistema de energía eléctrica tras el roce de Irma, colapsando luego con la brisa catastrófica de María. Se hizo también patente en la presencia efímera de agentes de la policía, ya saturados de trabajo y la impactante declaración del director de la Agencia estatal para el manejo de emergencias de que la gente tendrá que vivir 72 horas sin gobierno. El terror que causa esta expresión viene exacerbado del hecho de que ese otro Puerto Rico, que existe pero del que nadie habla, el que vive al borde de las sombras, el que es amigo de lo ajeno, al que no le importa la emergencia, viéndola como oportunidad de hacer daño, también escuchó el mensaje. Ya ese Puerto Rico salió, su ansia de depredar y su afán de alimentarse del dolor colectivo se empieza a mostrar.
En ese mar de incertidumbre también hay respuestas positivas. Dos cosas me producen esperanza, la autogestión y auto-convocatoria de particulares y la respuesta de los gobiernos locales. La primera, la vi en Río Piedras, en medio de la oscuridad del casco urbano salieron de Santa Rita un grupo de estudiantes, activistas, residentes, con deseo de ayudar. Así lo hicieron machete en mano; son la razón por la que podemos transitar cómodamente –a pie, mayormente – por la Ciudad Universitaria. La otra, en el municipio de Quebradillas. Allí en el Barrio Cocos, el director de Recreación y Deportes quebradillano, asistió a un vecino, removiendo paneles de aluminio que dañaron el cristal delantero de su vehículo. Totalmente conscientes de su rol y a pesar de los problemas financieros del municipio, el gobierno local respondió, no como complemento, sino a pesar de la respuesta precaria del gobierno estatal.
Hay que repensar el argumento de reducción de municipios ante la magnitud de la emergencia producto de María. De igual forma, hay que repensarnos como ciudadanos. De asumirnos como colectivo social y cooperar, ayudarnos mutuamente para reconstruir la comunidad esencial, Puerto Rico. De dejar los sectarismos fanáticos a un lado y exigirle a nuestros mandatarios que asuman su rol fiduciario, que gobiernen, que provean seguridad, legislación y política pública sensata, que fomenten la actividad productiva en un ambiente económico abierto, diversificado, racional y eficientemente regulado.
Otro Puerto Rico, espero, se levanta.