El abanico
Pero ese día o esa noche, con público o en la soledad sudorosa de una madrugada, equivale a casi casi una iniciación. Entiendes todo. O casi todo. Piensas en tu madre, en tus tías, en tus hermanas, en tus maestras, en tus madrastras, en tus amigas mayores, en tus enemigas, piensas en las ex de tus parejas y… sientes un amor compasivo y mojado.
Es el sudor. Son los calentones. ¡Qué cosa cabrona esa! Por más que te lo cuenten es necesario sentirlo para comprenderlo. Te ataca a traición y te somete. De repente sientes que tu cuerpo está en llamas y que necesitas salir corriendo a buscar aire, agua, frío, ducha, hielo, bañera. Para cuando llega el auxilio, el que sea, el calentón ha desaparecido. Ese es su juego macabro con tu psiquis porque entonces, cuando te acuestas, hay otro esperándote agazapado bajo la sábana…y zas… de un tirón te hace trizas.
Hay algunos calentones que llegan acompañados de perversidad. Son malos de a verdad. Son como un relámpago en lo fugaz y como un pozo en lo profundo. Despiertas con una sensación de desasosiego espantosa. Te levantas en medio de la noche, angustiada, temblorosa, con un miedo mayúsculo. Pero pasa. En un segundo estás en pie. Insomne pero en pie.
Diariamente me encuentro con mujeres que están peleando su propia calentura. Las reconozco de inmediato. En el tráfico de la carretera, en el supermercado, en las filas del banco, sentadas en una plaza o en un restaurante. La cara las delata. Hay un aquel de incomodidad, un dejo de encojonamiento. El rostro se les pone pesado y las manos nerviosas buscando cómo y por dónde abanicarse. Encuentras su mirada y sabe que la has reconocido. Pero ni la solidaridad que destilas en tu mirada dulce la consuela. Te la devuelve con cara de “¿qué carajo miras?”
He leído que las primeras menciones de la menopausia se dan en los papiros egipcios donde se alude a las mujeres menopáusicas como blancas y se les llama rojas a las que aún menstruaban. No tengo que recurrir a la Antigüedad ni a Hipócrates ni a Aristóteles, quienes también la nombran, para saber lo prejuicioso de las observaciones sobre la menopausia. Particularmente de los hombres cuya andropausia nosotras respetamos con misericordia maternal. Recuerdo de chiquita haber escuchado frases tan crueles como “ella ya no sirve como mujer” refiriéndose a una mujer menopáusica.
Por suerte, los tiempos han cambiado y las mujeres menopáusicas de ahora, al menos las que yo conozco, no son como las de antes. Las de ahora no la escondemos y mucho menos permitimos que a nuestros terribles sofocones les digan “bochornos” aunque sea por el sonrojo que produce el calor. Tanto sufrirlos pa’ que nos los humillen llamándoles “bochornos”. No señora. Que como diría Martí de haber sido mujer, nuestra menopausia es amarga pero nuestra.
Hoy el tema es de más fácil conversación incluso entre los hombres que tienen como compañeras a mujeres de esas que uno llama de avanzada. Me he dado cuenta de que una vez uno introduce el tema sin rubor, ellos hasta lo agradecen.
Aquí les voy a compartir fragmentos de un texto de la escritora uruguaya Gabriela Acher, que a este lado del charco muchas amigas y yo podríamos suscribir, parafrasear, parodiar a nuestra manera y hasta darle seguimiento. En un intercambio epistolar ficticio se da cuenta de diferentes grupos organizados alrededor de la menopausia. A ver en cuál se me apuntan las que me están leyendo:
“Uno de ellos es el UM: Ultra Menopáusicas. Son mujeres muy orgullosas y exhiben sus síntomas. No se abanican los calores. Exigen que les abran las ventanas y si no, las rompen a sillazos. Cuando lloran toman vino tinto y cantan (el tango) Uno: Si yo tuviera menstruación… La misma que perdí… Si yo pudiera como ayer… ovular y presentir… No controlan sus emociones. Se pelean con los colectiveros, les pegan a los maridos… son la vanguardia menopáusica.
Luego está MOMO, que es la sigla por Menopáusicas Optimistas. MO– MO. Lo dicen dos veces para creérselo. Es un grupo brasileño y se constituyeron como ‘escola do samba’. En el último carnaval cantaban: Menopausia maravillosa, llena de encantos mil, Calores de minho corpo, Corazón de meu Brasil.
También está MAMA, que es la sigla de Menopáusicas Amnésicas: MA- MA. Lo dicen dos veces para acordarse. El único problema con este grupo es que no pueden reunirse nunca, porque se olvidan la fecha, el lugar, los objetivos y las tareas.
Y, por último está el REMA que es un Remolque para Menopáusicas Apáticas. Si te quedás estancada en algún lugar, te vienen a buscar y te remolcan hasta tu casa.
Yo obviamente me ubico en la vanguardia menopáusica. Somos menopáusicas con almas de cronopio, nos compramos abanicos de todos colores, y si tienen “motivitos” en sus diseños, mucho mejor. Usamos el insomnio para chatear, y alardeamos de “la condición” no importa la ocasión. Si hay que parar una reunión lo hacemos sin miramientos. “Pérate, pérate, que tengo un calentón”. Ordenamos por internet camisetas de esas que dicen “I’m still hot” y cuando alguien trata de humillarnos, sea hombre, o mujer más joven, los ignoramos con el desafío que nos permite estar en terreno firme, en la zona de la libertad. Esa de haber cruzado la frontera de los 50 y creernos que tenemos 20. Esa de habernos liberado de la maldita menstruación, de sentirnos todopoderosas. Algunas hasta parecemos bomberitas, apagando fuegos.
Para las que voluntariamente no parimos, la menopausia es una fecha de solidaridad con las paridoras. Personalmente nunca se me ocurrió parir y hasta ahora me parece la decisión más sabia e inteligente de mi vida. Nunca pude bregar con la idea de tener descendencia directa. Tener a alguien parecido a ti, pegado a ti para siempre, como un remolque o un apéndice, me quita el aire. Alguien que por toda la vida esté detrás de ti pidiéndote teta, leche, comida, juguetes, uniforme, ropa, carros, iPad me parece un horror voluntario. Aún hoy, imagino tener un hijo que te pida que lo lleves a competir a Idol Puerto Rico y se me paran los pelos.
Por otro lado, supongo que no es lo mismo compartir esa etapa de la vida con una mujer que con un hombre. La carga no debe ser la misma cuando te dicen “Ay, antes tú no eras así”. Pues claro que no era así, si ahora tengo qué, 20, 25, 30 años más. Y es que no hay que necesariamente achacarle a la menopausia los estragos naturales que ocasiona la vejez.
Cuando te arrodillas y no puedes levantarte el problema no es hormonal, es de articulaciones. Cuando cualquier excusa es buena para descansar y estar en casa lo que te pesa es la edad, no las hormonas. Cuando la lista de compra tiene más analgésicos que vinos lo que está haciendo estragos en tu cuerpo son los años, no la menopausia.
Los años. La vejez. Qué cosa más cabrona esa. Esa sí que es una doñita inclusiva e igualitaria. Y viéndola a la puerta de su casa, ¿quién no se pone ansioso, no le cambia el ánimo, no se deprime? Entonces, ¿por qué ponerle también la carga de la vejez y la depresión a un ciclo hormonal que se las arregla de lo más bien con un abanico?
¿Hace calor hoy o son ideas mías?